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Ese viernes por la tarde fui hasta casa de Mateo, deseando que al menos
pudiera entender algo. Cuando llegué, su madre me recibió con alegría. Me dijo lo que dicen todas las madres después de mucho tiempo sin ver a alguien; que estaba muy mayor, muy alta, muy guapa, en definitiva, muy cambiada...
Hacía muchísimo tiempo que no pisaba esa casa. Me traía recuerdos preciosos de mi infancia.

Mateo me llevó hasta su habitación.

- Madre mía, sí que ha cambiado esta habitación desde que no vengo –
dije sorprendida.

- Bueno, de los diez a los catorce aún hay un poco, no?

- Sí, sinceramente la mía también ha cambiado bastante desde entonces.

Nos quedamos en silencio, pero no un silencio incómodo de los de ascensor, un silencio que sin palabras decía todo lo que pensaba cada uno.
Me acordé de aquellos momentos de nuestra infancia. Cada risa, cada palabra, por muy estúpida que fuera, todos aquellos momentos vividos que hacían único ese momento. Un momento que solo nosotros podríamos disfrutar, porque solo nosotros sabíamos lo que había ocurrido hasta entonces.

- Bueno, pues... empezamos? - dijo.

- Supongo.

Estuvimos hasta las ocho estudiando, hasta que tuve que volver a casa.

- Aleluya, por fin entiendo las clases – dije sonriendo – gracias.

- Bueno, te lo debía.

Se paró un momento y volvió a hablar:

- Perdón – dijo Mateo de la nada.

- Qué?

- Perdón; eso he dicho.

- Por? - pregunté un poco desconcertada.

- Por todo. Por dejarme llevar por la popularidad, por dejarte de lado
en quinto... por todo en definitiva – hizo una pausa – Me perdonas?

Podría decir que no me lo pensé, pero sería mentira. Por mucho que me doliera, sí. Me sentía una persona horrible por haberlo hecho, pero por desgracia no podemos controlar nuestro subconsciente.

- Bueno... creo que alomejor... si me das muchos mimos... Sí, creo que
podría perdonarte - dije con una sonrisa pícara.

- Yo es que no puedo contigo...- dijo mientras se reía.

Falso Cuento de HadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora