01

31 9 7
                                    

Me llamo Sofía, aunque mis amigas y mi familia suelen llamarme Sofi. Acabo de volver al instituto después de las vacaciones de navidad, así que haré un breve resumen de mi vida:

Nací el 16 de agosto, en 2008, tengo 14 años. Vivo en una casa, con mi madre, Miranda, mi padre, Antonio, mi hermano mellizo, Leo, y nuestra perrita, Dama. Mi hermano fue siempre uno de mis mejores amigos, aunque desde que entramos en el instituto está siendo un poco sobreprotector, y sigo sin tener clara la razón. Él tiene detrás a la mitad de las chicas del instituto, cosa que agradezco no estar viviendo yo. Lo único que quiero ahora mismo es estar con mis amigas, sacar buenas notas y olvidarme del resto.

Un rasgo destacable de mí es que tengo un coeficiente intelectual bastante más alto de la media, y aunque parezca lo mejor del mundo, no lo es. ¿Porqué? Pues muy simple. Si llevas toda la vida sacando sobresalientes, cuando falles y saques una nota un poco baja, todo el mundo va a sorprenderse y recordártelo toda tu vida.

Mi hermano nunca llegó a suspender ninguna materia, pero sus notas no es que sean precisamente altas. Por esa razón mis padres están más encima de mi que de mi hermano. Ya sé que debería ser al revés, pero lo que buscan mis padres es que yo mantenga mi media, y además ya saben que Leo nunca se permitiría suspender.

Todo el mundo dice que tengo un carácter fuerte. Nadie me ha visto llorar nunca, ni siquiera mi hermano. Tampoco he tenido nunca muchos motivos para hacerlo, hasta ahora, y solo por culpa del estúpido amigo de mi hermano. Leo suele ser un chico tranquilo, pero cuando se junta con Miguel, no hacen nada más que meterse en líos.

Ellos estaban en la biblioteca, y yo estaba pasándome por ahí, así que obviamente escuché lo que decían, sin querer.

―No me extraña que ningún chico se fije en ella, es demasiado fría y distante con todos, menos con sus amiguitas, claro- dijo Miguel en tono burlón. Mi hermano hizo una mueca rara ante aquel comentario, pero no dijo nada- con suerte se le acercará Lucas, que liga hasta con las moscas.

Entonces ya no me aguanté más, exploté.

―Escúchame, idiota! Me da igual lo que digas sobre mi, pero si lo haces, la próxima vez a la cara!- y después de soltarle aquello, me fui con paso decidido hacia el baño de chicas del primer piso.

Nadie entraba ahí desde hacía un año, porque dicen que el baño está maldito. Además tenía todo el tiempo que quisiera, esa tarde nos quedamos a estudiar.

Una vez dentro, me desmoroné. Lloré hasta no poder más, y mientras esperaba a relajarme dentro, entró el peor enemigo de mi hemano, Mateo. Era un chico alto y rubio, de mi misma edad y de alguna manera competía con mi hermano por ver quién es el más atractivo (y lo más curioso es que ninguno de los dos tenía novia). Sinceramente es la mayor estupidez que haya oído en mi vida. Aunque a mí tampoco me cae del todo bien; ahora, claro. Mateo fue mi mejor amigo desde que lo conozco hasta que llegamos a quinto de primaria. Pasó a formar parte de los populares y nos distanciamos mucho, apenas nos hablamos ahora.

―Oh, lo siento, es que escuché un sollozo y pensé que...-se quedó callado por unos segundos y acto seguido hizo algo que creí que no vería en mi vida. Me abrazó, de una forma sincera y con aprecio. Por un momento me quedé petrificada pero después le correspondí el abrazo. Pasado un rato nos separamos y nos quedamos mirando

―Estoy aquí para cuando me necesites. Y si quieres contarme porqué estabas llorando, hazlo cuando te sientas preparada.

Y se fue. Así sin más. Pensé que había sido mi imaginación, pero no.

Durante los días siguientes solo hablé de ello con Ana, mi mejor amiga desde que nos conocimos. Por suerte ella me consoló sobre lo que dijo Miguel. Pero lo que pasó con Mateo... en fin. Creo que me lo recordará toda la vida.

Falso Cuento de HadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora