Capítulo 18

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Rafaella.

Tomo mi cartera apresurada tratando de alcanzar a Máximo que ha salido delante, según lo que sé va a comprar algo y yo tengo una reunión programada para las 6:00 de la tarde, donde cerrare un negocio importante. Bajo hasta el estacionamiento y arrugo el ceño cuando veo que no está ninguno de mis autos y solo hay un Bugatti que él usara.

-¿A dónde se llevaron mis carros?

-Han ido al taller para el mantenimiento.

-¿Y en qué piensas que me voy a ir a trabajar?

-Ahí está el Rolls Royce que te regale.

Hace referencia al carro que me regalo después de dar a luz, tiene detalles en oro y la placa tallada en diamantes, es bellísimo pero nunca lo he usado, pronto lo enviare a Mónaco porque estoy segura que allá le daré más utilidad.

-No iré en ese carro.

-Entonces, elige otro.-se encoge de hombros alzando la puerta de su auto.

-¡Los demás están bañados en oro, Máximo, no me jodas!-se pasa la mano por el mentón mirándome con atención.-Tengo una reunión importante y ya voy tarde.

-¿Quieres que te lleve?-me pregunta.

-No, porque no tendré forma de regresar después. Mejor les pido que me lleven en una camioneta.

Intento alejarme pero me detiene.

-Te puedo esperar y luego podemos ir a cenar juntos. Ayer dijiste que lo de hoy sería algo rápido.

La idea me tienta completamente por lo que no la rechazo.

-Solo es cuestión de firmar papeles.-le confirmo dándole un beso.

Asiente y se sube en su Bugatti esperando a que yo haga lo mismo. Salimos de casa y por el retrovisor veo a Gregori a nuestra espalda.

Ese hombre cuenta con mucha suerte, porque con los arriesgado que es no sé cómo es que sigue vivió.

-Deberíamos ir de vacaciones. Después de lo de ayer lo necesito con urgencia.

-Mónaco te servirá.

Ruedo los ojos.

-No hablo de Mónaco, hablo de la isla.

No responde.

¿Debería tomar eso como un no?

Prefiero no mencionar nada más al respecto, supongo que lo conversaremos por la noche, cuando nos vayamos a dormir.

Se estaciona fuera del edificio de mi empresa y nos adentramos en el lugar hasta el piso que requiere mi majestuosa presencia.

-Buenos días.-saludo a los que están en el pasillo de espera.

Observo que ya llego el hombre con el que hare negocios el día de hoy, Daniel Schneider, un empresario Alemán. Se pone de pie para darme la mano pero antes de que pueda tomarla, el pelinegro lo hace.

-A mi mujer no le gusta ensuciarse la mano.-le regresa la mano a su lugar con un manotazo.-Pero a mí sí me gusta ensuciármelas por ella.

La amenaza que lanza el pelinegro puede palparse en el aire pero al hombre parece no importarle cuando recoge del asiento unas rosas rojas.

Las tomo y se las entregó a Verónica, que las aparta de inmediato ya que me dan alergia.

-Señor Schneider, puede ir pasando a la sala de reuniones.-le dice Verónica tratando de suavizar el momento.

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