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MARA

Tan pronto como amanece decido salir a correr con Atenea, que está tan ansiosa como yo por explorar.

Me asomo a la habitación de mi padre para comprobar que duerme plácidamente y una sonrisa tierna se dibuja en mi rostro.

Cierro la puerta con suavidad para no despertarlo. Me aseguraré de llegar a tiempo para dejar el desayuno listo antes de que se levante.

Anoche me dejó un poco preocupada.

Tuvo algunas lagunas y me preguntó dónde guardábamos las cucharas de servir, luego durante la cena se ofreció a sacar la basura a pesar de que hacía menos de una hora que lo había hecho yo y él me vio desde la ventana.

Sé que no debo alarmarme y que se trata de pequeños deslices que pueden sucederle a cualquiera, pero así empieza. El médico me puso al tanto de todo.

Así que tendré que estar más pendiente de él de ahora en adelante.

— ¿Estás lista, chica? — le pregunto a mi preciosa husky, poniéndole su correa tras acariciar su sedoso pelaje.

Ella me lame con cariño por toda respuesta, con la lengua fuera.

Me río y abro la puerta, cerrando y guardando las llaves en el bolsillo de mi sudadera.

No planeo tardar más de una hora. Solo quiero despejarme un poco.

Llevo mucho tiempo saliendo a correr temprano y me sienta de maravilla, me ayuda a afrontar el día con energía.

Al principio me daba pereza, pero pronto me acostumbré. Es cuestión de disciplina.

Escojo una lista de reproducción aleatoria y me dejo llevar con Florence and the machine, mis pies tocando al suelo con velocidad y ritmo. Acompaso la respiración y desconecto del mundo.

Me pierdo en el paisaje boscoso que rodea la parcela de mi propiedad, situada en la colina de Edgehill, un entorno privilegiado de naturaleza en su más vasta extensión.

Lo cierto es que no sabía cuánto había echado de menos correr y respirar el aire puro de California hasta que he vuelto a perderme en su inmensidad.

Se siente tan bien que parece increíble...estoy en casa, en todos los sentidos posibles.

Y eso no significa que no eche de menos a mi madre y a mis amigos, que también, solo que sienta bien volver.

Ralentizo un poco el ritmo para quitarle el collar a Atenea, pues estamos aquí solas y no hay ningún peligro, así que merece disfrutar también de esta libertad plena.

Mi chica me lo agradece con unos cuantos ladridos alegres y un lametón en la mano en cuanto le acaricio la cabeza.

Me echo a reír.

— Lo sé, lo sé, hacemos un buen equipo. Vamos, a explorar — la animo. Y no necesita más para trotar con sus poderosas patas, poniéndome un poco complicado seguirle el ritmo.

Supongo que también es una buena entrenadora.

Cuando al fin la alcanzo varios kilómetros después – en ningún momento la he perdido de vista - estoy exhausta y bañada en sudor. Creo que se nos ha pasado la mano, nos ha podido el entusiasmo.

— Vale, chica, vamos a dar la vuelta. Dame un segundo y...

Me interrumpo de golpe por su ladrido brusco y frunzo el ceño cuando echa a correr como si le fuera la vida en ello.

Diez razones para romper las reglas (+18) ©Where stories live. Discover now