Capítulo 13

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Heylan

Pensé que era heterosexual hasta que estuve en la universidad. Fue allí cuando tuve la primera atracción hacia un chico. Al principio me pareció raro, puesto a que siempre estuve con mujeres, nunca se me pasó la idea de algún día tener algo con un hombre. Luego conocí a Javier, y fue cuando me puse a cuestionar mi sexualidad.

Era muy difícil conseguir información al respecto en aquella época, y mucho peor si es que preguntabas a alguien por eso; por lo que mejor que pude hacer fue mantenerme callado e intentar seguir mi vida con normalidad.

Mis amigos me tenían envidia porque decían que todas las chicas querían estar conmigo. No era novedad; en la escuela también sucedía lo mismo, y no me sorprendía que se repitiera la situación. Cuando estaba en las clases o caminaba por los pasillos, siempre percibía las miradas de mis compañeras, murmurando y cuchicheando entre ellas. Al principio era divertido, pero luego se volvió incomodo. Sé que suena raro decir que me incomoda que la gente me encontrara atractivo; es que llega un punto en el que ya te estresa.

En uno de esos días que percibía miradas, una de ellas me llamó la atención, ya que no provenía de una chica, sino de un chico; Javier Costa, un tipo de cabello rubio ondulado y piel tostada. Su mirada hizo que mi corazón se acelere. Su mirada era tan dominante, tan feroz que me intimidaba.

Javier y yo nunca fuimos amigos; nuestro único encuentro fue en una fiesta, en la que ambos estábamos borrachos. Yo me fui al baño, y de pronto él se encerró conmigo. Le pedí que se fuera, pero él siguió allí, mirándome, bloqueando la salida. Entonces se acercó a mí, cogió mi rostro con delicadeza y juntó sus labios con los míos. Lo aparté de inmediato, indignado. Entonces él nuevamente se acercó y me dijo en una voz tan seductora:

—Tranquilo, déjate llevar.

De pronto, me di cuenta de cómo mi miembro se estiraba y se ponía duro a gran velocidad. No podía creerlo, un chico me estaba poniendo. Fue una mezcla de emociones: estaba asustado, aunque también con mucha adrenalina. Mi cuerpo fue atacado por un bochorno que se expandió por todos mis músculos. Sudaba. Mi miembro seguía creciendo, estirando el elástico de mis calzoncillos, ocasionándome un leve dolor.

Agarré a Javier de la nuca. Esta vez fui yo el que lo besó. Él metió su lengua hasta el fondo. Me desabroché los pantalones y liberé mi erección. Javier dejó de basarme para ver mi miembro, abrió los ojos como platos.

—Vaya secreto que te tenías guardado Griffin.

Javier se agachó, acarició mi pene una y otra vez, el tacto de su mano lo ponía más duro. De pronto, Javier se lo metió a su boca y lo comenzó a chupar. Mi pene palpitaba, sentía como el líquido se venía a gran velocidad. No duré ni un minuto cuando explosioné dentro de su boca. Fue una sensación increíble dejar mi descargar dentro de una boca masculina.

Javier se levantó, se limpió la boca en el lava manos, me miró con un rostro desafiante, como si me estuviera diciendo "Lo logré", abrió la puerta y se marchó. Esa fue la última vez que tuve una experiencia sexual con un hombre...Hasta que llegó a Aniel en mi vida.

Conocí a Aniel cuando tenía trece años, era un muchachito muy introvertido, pero también bastante amigable. Me encariñé con él de inmediato, y lo quise como si fuera un hijo. Cuando su madre me dijo que era gay no me tomó por sorpresa, lo presentía desde un inicio. Le dije a Maritza que no me importaba, y que no había nada de malo. Maritza me sonrió y me agradecía por mis palabras, lo cual en realidad no tenía porque hacerlo. Aceptar la sexualidad de alguien no tiene que ser algo por lo que la gente tenga que agradecer.

Cuando Heylan cumplió los quince, se puso bastante guapo: tenía el cabello castaño claro despeinado, unos pómulos perfectos, y tenía el cuerpo fornido. Era un joven muy apuesto, y de seguro se iba a poner más guapo conforme pasen los años. Si con quince ya perecía un modelo, ¿cómo se pondría a los veinte?

Cuando me reencontré con él tiempo después, cuando murió Maritza, estaba mucho más guapo. Sus ojos cafés eran penetrantes, resaltaban una belleza única. Tenía diecisiete, pero parecía de veinte. En el momento que se mudó a la casa, fue cuando comencé a preocuparme, puesto que no podía parar de pensar en él.

Cada vez que nos encontrábamos me quedaba impresionado ante su hermoso rostro, su cuerpo, su piel...Todo de él me encantaba. Entré en pánico cuando tuve mi primera erección pensando en él, en imaginándomelo encima de mí. Me sentía tan horrible, Aniel era como un hijo, ¿cómo podía excitarme pensando en él? ¿Qué diría Maritza al respecto? La culpa me empezó a atormentar.

Intenté olvidarlo, intenté seguir con mi vida normal ignorando las tentaciones que me provocaba. Entonces llegó el día en el que me emborraché, el día en el que Aniel me dejó en mi cuarto, me desvistió y se aprovechó de mi mientras que pensaba que yo estaba inconsciente, cuando la realidad no fue así, ya que estuve consciente todo el tiempo. Al comienzo estaba a punto de reclamarle que parara, pero al sentir sus manos sobre mí, al sentir como me manoseaba, como tomaba control sobre mí...Fue tan magnífico que no pude reclamar. Dejé que se aprovechara. Fue difícil controlar mis gemidos, y mucho más difícil esconder mi erección. Fue un alivio que Aniel me colocara boca abajo y así poder esconderla. Si Aniel se daba cuenta de mi pene erecto, no sé lo que hubiera pasado.

Cuando terminó y se fue, la culpa me atacó otra vez. Se suponía que me tenía que dejar de sentir culpable al darme cuenta de que él también se sentía atraído hacia mí, de que incluso se aprovechó de mí. Sin embargo, no fue así, la culpa crecía. Al fin y al cabo, yo era el adulto y él un niño, le triplicaba la edad. Por más de que ambos nos sintiéramos atraídos el uno al otro, por más de que haya sido él quien me abusó; yo seguía siendo el malo. Debí de habérmelo quitado de encima cuando estuvo sobre mí, fue como si prácticamente hubiera aceptado en tener relaciones con un menor.

Eso me hizo ver como un monstruo. Era increíble, inimaginable; había cogido con el hijo de mi ex prometida, con el niño que vi crecer hasta convertirse en un hombre.

La culpa se volvió tan fuerte que tuve que poner un límite. Tenía que sacar a Aniel de mi vida si es que no quería que la tentación me controlara y me terminara enrollando con él. Es por eso que tuve la idea de alquilarle un departamento, me dolía abandonarlo, pero era lo mejor. Lo que ambos sentíamos no estaba bien. No lograba quitarme el rostro de Maritza mirándome con decepción.

Para intentar despejar mi mente, comencé a salir con una de mis clientas, Karina, una mujer muy guapa de pelo negro y un cuerpo deslumbrante. Tenía cuarenta, pero parecía de menos. Se me insinuó desde el primer momento en que la conocí. La verdad es que no quería nada con ella a pesar de lo increíblemente atractiva que era. Sin embargo, Karina era mi única solución para dejar de pensar en Aniel y en la culpa que me atormentaba.

Me quedaba con Karina en su casa, a veces nos quedábamos conversando y comiendo algo; otras veces, permanecíamos hasta la madrugada teniendo horas de sexo.

Sentí que mi vida iba a volver a la normalidad. Pronto Aniel se iría de la casa y la culpa se marcharía... Pero entonces pasó lo del baño.

Manoseé a Aniel, lo azoté y por poco lo penetro. Tuve la suerte de poder controlarme al final, aunque fue demasiado difícil. Ver su cuerpo desnudo y mojado, su gigantesca erección, su buen culo, su hermoso rostro que aceleraba mi corazón; todo de él me ponía a mil, mucho más de lo que me lograba poner Karina.

Nuevamente estaba sumido en la culpa, en la vergüenza. Nunca me había sentido tan desgarrado, tan sucio. Oficialmente era un depredador de menores.

Cuando boté a Aniel del cuarto, me puse a llorar sobre mi almohada. Aquello era una tortura, la cual tenía que acabar ya.

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Los quiero, gracias por el apoyo. 

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HEYLANWhere stories live. Discover now