Capítulo 17: Extorsión

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Kaiser, Natsuki, Kyle y Briseida se hallaban en el hospital donde Scarlett había sido trasladada

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Kaiser, Natsuki, Kyle y Briseida se hallaban en el hospital donde Scarlett había sido trasladada. Esperaban con impaciencia alguna noticia de los médicos. No sabían cuántas horas habían estado esperando, pero el tiempo no parecía avanzar en aquella sala de espera.

Briseida balanceaba sus piernas en aquella silla que no llegaban sus pies a tocar el suelo.

Kyle soltaba varios suspiros de preocupación mientras se preguntaba donde estaba Nathan.

Los médicos que atendieron a Scarlett contactaron con sus familiares, en este caso, su madre. La madre de Scarlett, que vivía en Japón, Shibuya, se apresuró al hospital y, cuando llegó a la entrada, se encontró con el rostro de Natsuki, que ya la conocía. Se acercó a ella preocupada y la chica se levantó para hablar con ella.

Kaiser observó a la mujer que se acercaba: pelirroja y de piel pálida como la hija, admitió que era una mujer bella, pero había algo extraño en ella que el hombre no supo cómo definir.

La madre de la pelirroja abrazó a Natsuki con preocupación.

—¡Dios mío! ¿cómo ha sucedido esto? Los médicos me dijeron que la trajo un chico, pero que desapareció justo después.

—Tranquila. Quien la trajo fue Nathan Growney.

La mujer se separó de ella para mirarla a los ojos.

—¿Cómo está él? —interrogó.

—No lo sabemos —respondió.

—Disculpe, señora —habló Kaiser levantándose y dirigiéndose a ella—. Mi nombre es Kaiser, Nathan es mi sobrino.

—Tu hermana era Ayla —musitó, sorprendida. Se mantuvo un rato callada sin saber que decir hasta que volvió en sí—. Disculpe, mi nombre es Elisabeth. Encantada.

—¿Sabe usted entonces quién fue mi hermana?

—No me llame de usted, por favor, tutéeme —sonrió de manera dulce a pesar del dolor que sentía en el momento—. Sé todo sobre vosotros y lo que está sucediendo. Por supuesto sé quien es Nathan Growney. Le han atacado ellos, ¿verdad?—afirmó apretando la mandíbula. En la mirada de la mujer se apreciaba dolor.

—Eso me temo.

Kaiser por más que la observaba sentía una extraña sensación cuando la miraba. A veces entrecerraba los ojos examinándola, buscando lo que lo hacía sentir así. No era de examinar tanto a una mujer a no ser que le diese mala espina o fuese su suegra, pero aquella mujer que decía ser Elisabeth le hacía sentir una sensación muy peculiar.

Sin respuestas de los médicos aún, pasaban los minutos y las horas en aquel hospital hasta que un hombre de bata blanca se acercó a Elisabeth.

—¿Es usted la señora Langley —preguntó dubitativo.

Ángeles despiadados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora