Marea 8. Inmensidad.

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"Los pescadores saben que el mar es peligroso y la tormenta, terrible. Pero eso no les impide hacerse a la mar" –Vincent Van Gogh

Hoy era el día. Hoy era mi día. 20 de Septiembre. El día que se iba a quedar en mi mente y en mi ser para siempre. Y en el corazón de los que me rodeaban, espero poder decir. Apenas podía creerlo, aunque ya estuviera en frente de mí. El tiempo había pasado extremadamente lento hasta que había podido sentir que este momento había llegado, pero ahí estaba, enorme y sereno. Y ahí estaba yo. Tan rebosante de emociones que será indescriptiblemente complejo intentar plasmarlas todas en un papel, sin más.

Aquel iba a ser el primer día que viera, tocara, y aspirara el mar. Vaya, es muy rápido de decir teniendo en cuenta todas las cosas que significó para mí. Es curioso como un par de palabras pueden encerrar dentro de sí un millar de sentimientos, miedos y llantos ocultos tras unas letras. Como un par de palabras pueden significar una completa derrota o una victoria desorbitante. La incipiente locura que pueden llevar detrás un par de reglones llenos de faltas de ortografía.

Bien, volviendo al tema. Me cuesta mucho centrarme en las cosas. Me cuesta mucho encontrarlas sentido. Sobre todo cuando la gente dice que deben tenerlo. Me parecen admirables las personas que obvian todas las cosas malas que suceden a su alrededor y se centran en las buenas. ¿Cómo lo hacen? ¿Cómo se consigue ignorar una realidad? Dios, ¿ves lo que te decía? Me he ido de nuevo.

Mi padre aparcó cerca del puerto marítimo y se giró, aún montado en el asiento del conductor.

- Pues ya estamos aquí. Vaya viajecito, ¿eh? –sonrió achinando los ojos, como siempre. Se habían formado arrugas en su cara de tanto repetir este gesto a lo largo de muchos años. Yo sabía que la mitad de las veces que sonreía era solo por mí. Por hacerme feliz. Por hacerme creer que él también lo era. Pero siempre le devolvía la sonrisa como una niña tonta. Nunca di signos de saber de la falsa felicidad de mi padre.

- Uf, sí. Apenas siento las piernas- dijo mi madre, con voz cansada. Ella no se solía esforzar por mostrarse contenta. Sonreía de vez en cuando, hasta gastar el cupo de felicidad. Luego ponía cara larga y agarraba una revista.

Fue ella la que se levantó primero, a pesar de sus quejas. Después mi padre la imitó, suspirando. A veces se le escapaba en uno de esos suspiros un poco de la tristeza que se guardaba dentro cuidadosamente. Fueron a la parte de atrás de nuestro coche a sacar la rampa para que yo pudiera bajar del vehículo.

Oh, vaya. Olvidé narrar lo de mi enfermedad. Siempre paso por alto las cosas grandes y simbólicas y me centro en cada pequeño e ínfimo detalle.

Bueno, tengo esclerosis lateral amiotrófica. La famosa y letal ELA. Siempre me ha parecido el nombre perfecto de un monstruo. ‘’Como no te duermas, la Escleriósis Lateral Amiotrófica saldrá de debajo de la cama y te comerá.’’ Lo usaría con mis hijos si fuera a vivir para tenerlos.  Con este tema me ahorraré los detalles. Ha habido campañas recientemente, estaréis cansados de escuchar cosas acerca de esta enfermedad. No es que esté en contra de estos proyectos. Están bien. Los enfermos necesitamos esperanza. La gente sana necesita que les recuerden de vez en cuando que hay gente que está en una situación peor que la de ellos.

No me siento mal, no os confundáis. Nací con ello. He aprendido a lidiar con ello, por ende. No tengo antecedentes familiares ni nada similar. Solo mala suerte. Pero estoy bien. La gente me mira con pena. ‘’Tan joven y en silla de ruedas’’. Hacen proyectos, los famosos se hacen fotos conmigo. Hace tiempo que me cansé de piedad, de pena, de que se compadecieran de mí. No he conocido ni conoceré otra cosa. El médico me da tres años como máximo. La gente no para de repetirme que me aferre a la vida, que luche. Yo no paraba de pensar en que quería tocar y sentir el mar. Conservo movilidad en los brazos, cosa que ahora que estoy escribiendo esto aprecio en sobremanera.  Confesaré una cosa, sin embargo. Hace unos días, mientras sujetaba un libro apoyada contra el alféizar de la ventana, mi muñeca giró en un movimiento extremadamente rápido hacia un lado y el libro salió volando de mi mano. Lloré un poco. Los movimientos espasmódicos son los primeros signos de que vas a perder la movilidad lentamente. Me pasó algo similar con las piernas. Supongo que esta es una de las últimas veces que uso mis manos con precisión. Eso me entristece, por supuesto. Realmente me entristece.

Marea. Historias cortas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora