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Especial dedicado a Alice

A Alice le temblaban las rodillas y le castañeteaban los dientes. Sus ojos no veían nada, y el frío de la oscuridad la envolvía cual dedos de hielo.

Se hallaba perdida emocionalmente, con la espalda apoyada en el frío de la habitación. Ni siquiera la luz de la luna podía iluminar aquel cuartito, por lo que sus ojos solo captaban la oscuridad húmeda que la rodeaba.

-¡Eres una estúpida! -escuchó decir a su papá. Sonó un golpe y luego un grito. Alice supuso que su medre estaría toda moreteada para el día siguiente, y que su padre tendría que comprarle una bufanda nueva para tapar los golpes que le daba.

Por más que quería taparse los oídos, lo consideraba como una ofensa a su mamá. Alice creía que escuchar sus gritos era la forma de hacer que los golpes que recibía no eran por nada.

-¡¿Creías que te irías con ese pedazo de mierd*?! -Alice comprendió que su padre se refería a ella, y apretó con más fuerza su puño hasta sentir sus uñas en la palma de su mano, presionando dolorosamente. Como en toda su vida, se llevó sus manos a la boca y empezó a mordisquear sus uñas instintivamente, mientras escuchaba a su padre maltratar a su mamá.

Le dolió más comprender que todo había sido por ella. Que si Alice y su madre no hubieran querido escapar, su padre probablemente la dejaría vivir una noche más.

Mientras lloraba silenciosamente, los ruidos desaparecieron. Se escuchaban los sollozos de su madre, y los pasos de su padre, que seguramente se dirigían hacia "la Jaula", el armario donde Alice se encontraba.

La chica se levantó, corrió hacia el tapete y se hechó de perfil, dandole la espalda a la puerta, la cual se abrió dejando ver a su padre. A Alice le daba asco ver su cara roja por el esfuerzo que le implicaba golpear a su mamá. Pensó que, cuando tuviera la oportunidad, se llevaría a su mamá a un lugar mejor, dejaría al maldito de su papá solo y lo demandaría anónimamente para que se pudriera en la cárcel.

Claro que una vez, a sus quince años, intentó reportarlo, pero cuando la policía fue a entrevista a su madre, ella tuvo miedo de decir la verdad y dijo que Alice sólo necesitaba atención.

Cuando su padre se enteró de esto, cerró las puertas de la entrada con doble seguro y obviamente no le fue bien ni a la rubia ni a su mamá.

-¡Levántate, estúpida! -gritó su papá. Entró a la habitación y Alice pudo sentir la patada en la espalda- Rápido. Tienes que bañar a tu mamá y maquillarla para que mañana trabaje.

Alice se quedó paralizada ante el comentario. Ella había hecho eso toda su vida: limpiar, eliminar evidencias y cubrir las marcas, tanto en su madre como en la casa. Al darse cuenta, se sintió culpable consigo misma, y se odió.

-¡Que te levantes! -otra vez sintió una patada en su espalda, pero con el triple de intensidad.

Apretó los ojos y los abrió de golpe.

-Sí, papi -respondió. Como ya era profesional en ocultar lo que sentía por miedo a ser lastimada (tanto física como emocionalmente), en su voz hubo dulzura y no se notaron las ganas de llorar que la mataban por dentro.

Se levantó y pasó delante de su padre, quien desapareció escaleras arriba.

-Mamá -susurró, cuando llegó con el bulto hecho bolita en la pared-. Mami -le agitó el brazo con sumo cuidado, por si tenía alguna herida, pero no hubo respuesta por parte de su madre-. ¡Mamá! -gritó. Ahora no le importaba quién escuchara- ¡Mami! -cada vez la agitaba más, hasta que el bulto se deshizo y su madre cayó al piso con las manos estiradas. Ahí es donde pudo ver los ojos perdidos de su madre. Llorando por la paranoia, acercó su oído a el pecho de su madre, pero no hubo ningún sonido.

Cuando enfrentó la realidad, la furia y la rabia se apoderaron de ella.

La había matado.

Su padre había matado a su mamá.

Alice salió corriendo de su casa, y se fue a la calle. Antes de salir, pudo escuchar a su padre bajar las escaleras con paso acelerado.

-¡Vuelve aquí! ¡Marissa -cuando mencionó el nombre de su mamá, la rabia hizo que el cuerpo de Alice estallara en mil pedazos-, detén a tu hija! ¡Marissa estúpida, buena para nada! ¡Ve por la mocosa!

Alice aceleró el ritmo y se escondió en el bosque que estaba alrededor de su casa. Corrió entre los árboles hasta caer por una pendiente y golpearse la cabeza.

-Mira lo que encontré -escuchó una voz-. Una Doppelgänger de tu sangre, Genny.

Poco a poco, Alice abrió los ojos. Lo primero que pudo captar fue a una hermosa chica morena, de ojos cafés y cabello oscuro. Detrás de ella, vio a una persona idéntica a su madre. El cabello rubio, los ojos azules, todo. Sólo que había algo diferente.

-Uy, la despertamos -dijo la morena-. ¿Cómo te llamas, primor?

Alice no respondió. Se quedó hachada sobre el piso de piedra, con la vista en el vacío.

-No lo volveré a preguntar -la morena forzó dulzura en su voz, pero se veía claramente molesta-. ¿Cómo te llamas?

-Alice -la rubia se había asustado con la última pregunta.

-Bien, Alice. Soy Katherine y ella es Genny, y hay algo que queremos que hagas -habló la morena, de nuevo.

Alice frunció el ceño. Estaba asustada, su cerebro era un torbellino de emociones. No estaba de buenas como para hacer un favor a una extraña.

-¿Qué cosa? -preguntó.

Katherine lanzó una mirada cómplice a su compañera, Genny, y luego habló.

-Verás. Hay alguien de quien nos queremos... vengar. Pero ya conoce nuestros rostros, y no dejará que pase -Alice entendió que ahí venía su parte-. Sin embargo, a ti no te conoce. Y nos ayudarías mucho. Lo harás, ¿verdad? -la niña pareció dudar, por lo que Katherine le sugirió algo que la convenció a duras penas-. Tendrás recompensa.

-¿Qué quieren que haga?

Alice camino lentamente por el jardín delantero de su anterior casa. La casa de su padre. Después de un largo tiempo, al fin lo volvería a ver.

Pero no venía para pedir perdón por huir o para saludarlo. No.

Ella venía por venganza.

Tocó la puerta tres veces. Su capa blanca se camuflajeaba con la nieve en el suelo, que lucía como un tapiz sobre el bosque. Su cabello rubio iba bajo la manta blanca, y su vestido negro apenas y le cubría el muslo. Pero no tenía frío. Desde que Katherine le dio "su recompensa" no había sentido nada. Sólo atrasaba lo que era imposible: convertirse en un monstruo. Claro, que ya era uno. Pero no por elección, si no por accidente.

La puerta no se abrió, pero ella podía escuchar con su fino oído la televisión el el cuarto que solía ser de sus padres. Con su fuerza bruta, arrancó la perilla. Sin hacer ruido, entró como un relámpago, usando velocidad vampírica. Tomó un mueble cercano y lo puso contra la puerta, bloqueándola.

Subió las escaleras, con su capa agitándose por el movimiento. Cuando llegó al cuarto donde su padre descansaba, abrió la puerta de una patada. El hombre la miró asustada. Ella solo entró y cerró la puerta con llave.

Su padre no tuvo tiempo ni de gritar antes de que la capa de Alice se salpicara con el rojo de la sangre.

Y es así como lo inevitable pasó: ya era, desde ese segundo, un monstruo.

Castle of IceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora