Parte sin título 6

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-¿Qué haces acá? -pregunté, lo suficiente nervioso como para alzarme un poco del árbol. Ella arqueó una ceja, sus labios afinándose en una sonrisa burlona.  

-¿Es tu lugar privado? -preguntó y se estiró en un intento de verme- ¿No te estarás dando placer o sí? -inquirió, en una pequeña mueca de asco, y enrojecí, totalmente avergonzado.  

-¡No! ¿Cómo se te ocurre? -pregunté, y ella se encogió de hombros como si no fuera la gran cosa. No llevaba su campera ahora, lo que hacía notar aun más sus hombros y sus pechos, no ayudando precisamente a mi concentración.  

-Sos un chico y estás solo, en un lugar desierto -dijo ella,- aparte, saltaste como si te hubiera atrapado enterrando un cadáver. 

-Como vos dijiste, el lugar es desierto -me defendí- no suelo encontrarme con gente acá, en especial chicas.  

-¿Es un lugar para chicos, acaso? -inquirió.  

-No, solo... ¿vas a hacer preguntas a todo? -me quejé y ella río, agarrándose de una piedra salida y trepando, cayendo de un salto sobre el borde.  

-Entonces deberías explicarte mejor -comentó- entonces, no sería tan curiosa -dijo ella, con una sonrisa que me molesto aun más.  

-No hacía nada malo...  

-¿Ah, no? Porque estoy segura de... -dijo, empezando a crear alguna de sus frases audaces e ingeniosas, cuando finalmente vio lo que estaba ocultando, quedándose de piedra- ¿eso es lo que pienso que es? -dijo, mirándome.  

-Espera... -dije, queriendo agarrarlo, pero ella fue rápida. Se arrastró en el pasto y agarró el libro antes de que yo pudiera rozarlo. Lo tomó con ambas manos, como si fuera el más frágil y valioso tesoro.  

-¿De dónde lo sacaste? -preguntó, rozando la portada con los dedos.  

-Eran de mi abuelo -contesté, algo ansioso de verla sosteniéndolo. Tenía miedo de que entrara en un ataque de furia y lo lanzara por los aires, así como había visto a otras personas hacerlo.  

Aun así, ella seguía observándolo, pasando su dedo sobre las letras como si quisiera grabárselas.  

-Esto es asombroso, Theo -murmuró, más atónita que nunca, y sentí un revuelo en el corazón.  

-¿Cómo sabes mi nombre? -inquirí, casi igual de sorprendido que ella.  

-Lo escuché decirlo a tu amigo Peter -contestó como si nada, alzando la cabeza para mirarme intensamente- ¿sabes lo peligroso que es esto verdad? -dijo, mostrando el libro, y asentí, casi molesto mientras me dejaba caer a su lado.  

-Por supuesto que lo sé, mi padre es el gobernador -murmuré y ella abrió aun más los ojos, con un tinte nervioso y ansioso alumbrándose en el fondo de su mirada.  

-¿Tu padre es el gobernador? -repitió, incrédula- ¿y tienes esto? -dijo, alzando el libro y sacudiéndolo frente a sus ojos.  

-Y... no es un holograma -contesté secamente, algo malhumorado. Había otras razones por las que los libros ya no se usaban. Después de la guerra nuclear, hubo una depuración total de los restos de nuestra antigua civilización. Todo lo que quedaba de antes que aun se preservaba, como los libros, películas y otros objetos que fueron reemplazados en el avance tecnológico, fueron sustraídos de sus dueños y llevados a depósitos de la gobernación. En palabras de ellos, esos objetos estaban deteniendo el progreso de la misma manera que las bombas. Nos ataban al pasado y a sus errores, y por lo tanto, eran peligrosos.  

"Son momentos de paz" me acuerdo haber escuchado a mi padre gritar "no podemos seguir pegados a la guerra y la lucha".  

Así que, bajo esas palabras, todo se nos fue quitado. Incluso aquellas historias sobre revoluciones o donde la lucha por los ideales era el tema prominente, fueron extirpadas por completo.  

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⏰ Última actualización: Feb 05, 2015 ⏰

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