La planicie no es mala. En si, la planicie es algo hermoso y agradable. Alexander es plano y sin gracia, un chico tan común, un pobre diablo amante del beisbol y las tardes azucaradas. Su historia puede sonar común, pero dentro de ese "común" se encierran placeres poco descubiertos, propios del paso agridulce de la juventud, ligada a la incertidumbre y el retumbar de la nueva identidad. Entonces ella, mística y rauda aparece, escondida entre los estantes de la biblioteca, vuelca la vida de Alexander en un sube y baja de emociones candentes, que poco a poco tiñen su plana vida con poemas de Alejo Carpentier y Heriberto Hernández Medina.