Cuando era pequeña, me gustaba ver las estrellas, era lo único que me calmaba cuando en casa habían peleas. Me subía al tejado y pasaba horas y horas mirándolas, no me importaba si llovía, necesitaba encontrar mi espacio. Al cabo de los años, las cosas fueron yendo a peor, y cada vez que me refugiaba no lo podía aguantar y cada vez que subía, lloraba porque no podía seguir con el dolor intrínseco. Cuando cumplí los catorce, me di cuenta de que tenía que cambiar, pero no sabía cómo hacerlo, porque hacerlo es más difícil que pensarlo y entonces ocurrió; lo vi por primera vez y desde ese momento todo en mi vida cambió. Jason Ajax, el chico de ojos castaños y que vivía en la casa de al lado. El chico con el que soñaba cada día antes de irme a dormir. El que veía coger el monopatín e ir a clase. El chico del que me enamoré hasta las mismísimas trancas.