Natasha Romanoff decía que el amor era un juego de niños, que los sentimentalismos no eran lo suyo. Brock Rumlow la entendía incluso sin palabras, dándole lo que ambos necesitaban. Ambos solo buscaban sexo, casual, duro, sin compromiso de por medio. Sin embargo, esos encuentros se volvieron adictivos y para comprender el por qué la rusa solo se dedicó a escribir pequeñas y silenciosas confesiones que jamás admitiría en voz alta, menos a él. Jamás después de su traición.
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