Renacimiento © ✓

By MariaAparcio

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Serie Las Dos Caras de la Luna: Libro III "Nadie es dueño de tu vida. Tú decides quien quieres ser y como viv... More

Introductorio
Prólogo
Capítulo 1: Regresión
Capítulo 2: Choque de intereses
Capítulo 3: Punto muerto
Capítulo 4: Advertencias
Capítulo 5: La manada
Capítulo 6: Cara a Cara
Capítulo 7: La confrontación
Capítulo 8: Desolación
Capítulo 9: La feria
Capítulo 10: La confesión
Capitulo 11: La historia
Capítulo 12: En la mira
Capítulo 13: La telaraña
Capítulo 14: El vecino
Capítulo 15: Amigo sorpresa
Capítulo 16: La oveja
Capítulo 17: El regreso
Capítulo 18: Punto y cierre
Capítulo 19: Catarsis
Capítulo 20: El espejo
Capítulo 21: Un paseo animado
Capítulo 23: Lo bueno y lo malo
Capítulo 24: La declaración
Capítulo 25: Las motivaciones
Capítulo 26: El tormento
Capítulo 27: Heridas abiertas
Capítulo 28: Las sospechas
Capítulo 29: Punto de partida
Capítulo 30: Clase y práctica
Capítulo 31: Realidad y fantasía
Capítulo 32: Posibilidades
Capítulo 33: El gato y el ratón
Capítulo 34: La caja de Pandora
Capítulo 35: Bertram
Capítulo 36: El monstruo
Capítulo 37: Luchar y sobrevivir
Capítulo 38: Renacimiento
Capítulo 39: El despertar
Capítulo 40: Única
Capítulo 41: Hija de la Luna
Capítulo 42: Mis chicos, mi familia
Capítulo 43: Una nueva realidad
Capítulo 44: Resiliente
Epílogo
Capítulo Extra (Rick)
Playlist- Renacimiento
Curiosidades sobre Renacimiento
Cosas Extras
Agradecimiento y nota de la autora

Capítulo 22: Noctámbula

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By MariaAparcio

Lo primero que sentí, fue el hedor del alcohol para heridas y automáticamente, levanté la mano quitándola de mi nariz. Gemí y escuché un suspiró. Parpadeé unas veces, antes de darme cuenta de lo había pasado: me había desmayado en el porche. Maldije e intente levantarme, me frote los ojos y miré que estaba en el sofá y estaba adentro de la casa. Casi todas las luces estaban apagadas, menos las luces de la sala y el televisor encendido. Estaba con un programa sin volumen. Escuché mi nombre y miré hacía la voz.

Era mi papá. Me estaba observando, con detenimiento. Y noté que todavía tenía su ropa de trabajo, y era obvio que me había estado esperando. ¡Mierda! Suspiré y lo miré. En la mesa de café había una botella de alcohol para heridas y algodón.

—Te desmayaste —murmuró con seriedad.

—Sí—respondí y sentí que no estaba la chaqueta de Sean. Y empecé a mirar dónde estaba. Miré hacia mi izquierda en el sofá, y ahí estaba.

Respiré y miré a Michael. Fruncí el ceño y su bigote se movía. Conocía muy bien a mi padre; algo estaba mal pero la pregunta era qué. Se sentó frente a mí en un sillón, sin dejar de mirarme. Tragué y vi un vaso de agua, cerca de una de las mesitas de noche. Me estiré y lo tomé. Bebí un poco y Michael me esperó. No había dicho nada. Terminé el vaso y exhalé. Levanté la mirada hacia él.

— ¿Papá? ¿Qué ocurre...?

Michael se levantó y me miró con seriedad. Alcé un poco la mirada, porque estaba sentada.

— ¿Papá?

Respiró y apretó las manos.

— ¿Qué significa esto, Elizabeth? —preguntó con rigidez pero no había molestia. Sentí un estremecimiento, cuando dijo mi nombre. Algo andaba muy mal.

Tragué saliva.

— ¿Qué cosa, papá? —inquirí y me senté en el sofá.

Exhaló y abrí los ojos cuando me mostró un celular. Mi celular. ¡Oh, no! ¿Acaso había visto los mensajes? Y de nuevo, mi corazón estaba cómo un tren en mi pecho, cuando pronunció:

— ¿Por qué no me contaste que te acosaban?

Cerré los ojos un momento, inhalé y los abrí mientras exhala.

—No supe cómo, papá —murmuré

Michael levantó una ceja.

—Liz, si es alguien del pueblo que te está molestando, nosotros...—empecé a decir y yo gemí

— ¡No! —exclamé y me moví en el sofá. Respiré. — No, papá, no es alguien del pueblo. Creo que son los Les Royals...—murmuré.

Michael me observó sorprendido.

— ¿Qué? —inquirió. — ¿Los Les Royals? ¿Aquí? ¿En White Rose? —dijo elevando un poco la voz y me empezaron a temblar las manos

—No estoy segura, papá—respondí, con algo de miedo. Respiré. No quería perder el control. —Creo que son ellos.

Michael resopló y miró el celular.

— ¿Crees que sean ellos? —me preguntó

Incapaz de hablar, asentí y extrañamente, quise agarrar la chaqueta de Sean y ponérmela. Mi papá tenía una expresión de confusión, cómo si creyera en mis palabras. Era obvio que había mirada los mensajes, ¿quién más podría ser?

—Papá, tú mismo miraste los mensajes y las fotos—repuse. — ¿Quién más puede ser? Y te confieso que antes pensaba que era Rick, pero luego con lo de las fotos en los correos que consiguieron, conecté todo y lo pensé —le respondí temblando. —Son ellos—pronuncié y me abracé a mí misma.

Él frunció el ceño.

— ¿Antes? —preguntó. — ¿Quieres decir que hay mensajes? —

—Sí—afirmé. — Pero los borré porque no quería verlos —comenté.

—Perdóname, por no haberlo dicho antes, papá —susurré. —No sabía qué más hacer. No sabía si era Rick y si tenía miedo de decir algo porque, tal vez habría... provocado una guerra entre tú y los Seivias— suspiré y añadí: —No quiero decepcionarte...

Exhalé y algunas lágrimas me empezaron a salir. Gemí.

— ¡Oh, Lizzie! — musitó, se levantó y abrió sus brazos. Me aferré a mi papá cómo una niña. —Tranquila. Te cuidaremos. Yo te cuidaré y no estoy decepcionado de ti—comentó.

Me moví un poco y lo miré.

—Quiero ser fuerte, papá pero soy humana. Son un blanco fácil—repuse. —Hay días en que desearía ser cómo tú o los demás —respiré y añadí. — Y sé que...—susurré pero no termine esa frase

— ¿Qué?

Resoplé todavía con algunos mocos y lágrimas

—Papá, sé que odias a Axel por casarse con Charlotte y ser un vampiro—afirmé. —Sé que es así—comenté en voz baja.

Michael me miró, con algo de sorpresa pero estaba sereno. Me soltó de sus fuertes brazos, se sentó en el sofá y frotó su mano por su rostro, con frustración. Esperé mientras me limpiaba las lágrimas y Michael se relajó. Y luego me agarró de los hombros, para que lo mirara con atención.

—Escúchame, Liz — me dijo con cuidado. — Yo no odio a tu hermano. Yo no odio a Axel ni en lo que él eligió para su vida, sé que las leyes naturales o mejor dicho, las leyes anti-naturales entre los vampiros y hombres lobo, prohíben mezclarse con ellos —respiró. —Y antes era así, Lizzie. Antes mi padre, pensaba que los Seivias eran unos monstruos, una amenaza desde hace siglos entre especies. Yo me crié con eso —masculló y añadió: — Con el odio y el miedo, por seres diferentes a nosotros. Mi padre me crió siguiendo los principios de generaciones y generaciones, que pensaban eso.

—El odio no llevaba a nada—comenté

Michael asintió.

—Yo crecí así hasta que conocí a Cleo y Sofía y ayudaron a Elena —me explicó. —Ellas no nos odiaban y fueron buenas con mis hijos y mi esposa. Y lo primero que pensé fue: ¿Cómo pueden ayudarnos? ¿Acaso no nos odian? Claro, Elena tenía curiosidad y ella fue más aventurera al tratarlas, yo era escéptico pero luego mi esposa me arrastró y empecé a pensar diferente sobre los vampiros, especialmente los de sangre plateada. Hay dos clases y siempre pensaba que eran iguales. Solo bebedores de sangre, nada más —suspiró. — Pero luego se fueron y también lo hizo Elena, y tuve que criar a mis hijos. Aun así siempre mantuve contacto con Cleo —sonrió. —Alabado sea la Internet.

Respiró.

—A pesar de eso, sabía que debía criar a mis hijos según me educaron a mí —comentó y exhaló con pesadez. —No podía cambiar lo que mi padre me enseñó, pero quise algo diferente. Desde hace siglos dicen que debemos ser enemigos, pero parece más una creencia desde el siglo VI, con esos demonios, crucifijos, estacas, agua bendita y hombres que se volvían lobos en las noches con luna llena. ¡Demasiadas películas! —se rio e hizo una pausa. Me miró con seriedad—Liz, ¿alguna vez has visto algún otro Hombre Lobo por aquí, además de nosotros?—inquirió y mi papá levantó las cejas.

Pensé un momento y fruncí el ceño. ¡Era cierto! Además, los chicos y papá jamás había visto a ningún otro hombre lobo en White Rose. ¿Acaso no venían por aquí porque había vampiros?

—Hay Licántropos en Nueva York, Maine, Maryland, Massachusetts y Pensilvania, hija. —replicó Michael y suspiró. — Pero fui expulsado del Concejo de los Ancianos, por creer más mis ideas que en las de ellos.

— ¿Concejo de Ancianos? —repetí. — ¿Qué es eso? —pregunté

Michael exhaló.

—Los Hombres Lobos somos solitarios por naturaleza, y otras clases cómo antes que habían contado, ¿te acuerdas? —comentó y asentí. Respiró. — A principios del siglo XX empezaron a emigrar diferentes Hombres Lobo desde Europa y Asia. Había muchos enfrentamientos y problemas. Fueron años duros de muerte y sufrimiento, y no solo para nosotros sino también, para las personas y ellas eran inocentes de nuestros conflictos—me explicó. — Entonces, en 1930 un hombre llamado Cornelius Cashel, se dio cuenta de eso y quiso hacer las cosas mejor entre los Hombres Lobo y formó un Concejo de Ancianos, para cada Alfa con sus propias manadas.

—Fue una forma de organizar a los Hombres Lobos en Norteamérica —comentó. — Había unos cuantos en Europa y Asia, pero nadie había querido establecer uno en este continente. Pero Cornelius Cashel lo intentó y funcionó. La familia Corbett ha estado presente desde que se formó, desde mi tatarabuelo, mi bisabuelo, mi abuelo hasta mi padre que tomó su lugar en el Concejo por décadas, hasta que él falleció. Y soy su único hijo, ocupe su puesto —repuso con nostalgia. — Hice amigos ahí. Aliados o compañeros, cómo quieras decirles pero cuando les hable sobre mi experiencia de los Seivias...—suspiró. —Bueno, no les gustó mucho la forma en que yo estaba viendo las cosas sobre los vampiros y bueno, otras cosas más—suspiró y añadió: —Me repudiaron y me expulsaron. Y bueno, el resto es historia, Lizzie— me dijo con una sonrisa triste

>>> ¡Ay, pobre papá! <<<, pensé

— ¿Y qué hay de tus amigos? — le pregunté

Michael respiró.

—Algunos no me hablaron más y otros murieron—respondió con tono cansado. —Antes hablaba con uno de ellos, se comunicó conmigo hace unos años pero luego no supe nada de él y después, me enteré de que se casó y formó su propia familia. Nada más—

Me quedé cerca de mi padre y toqué su mejilla.

—Eres un hombre increíble, papá—le dije con ánimo. — Te quiero por eso, con todo de ti. Tu calvicie, tu panza de cerveza y tu oruga en la boca. —comenté con una sonrisa.

— ¿Mi qué? — preguntó y yo me reí. Lo abracé de nuevo. — ¡Ay, cariño! Te quiero mucho, hija— me apretó con fuerza y apoyó su mentón en mi cabeza. Respiró. — Te cuidaremos y vamos a detener todo esto—me aseguró.

Aspiré su fuerte aroma, y respondí:

—Eso espero, papá. Eso espero.

—No te rindas. Te lo prometo —afirmó.

***

Después de terminar de hablar y ser honesta con respecto a los mensajes, me quedé sorprendida cuando Michael no quiso devolverme el teléfono.

—Hay que saber quién te envía esos mensajes y...te compraré otro celular—me había dicho y yo me quedé asombrada.

>>> ¿Es enserio? ¿Va a comprarme otro? ¡Mierda! <<<, pensé

Le deseé buenas noches a papá, cuando él subió primero a dormir. Iba a subir cuando regresé por la chaqueta de Sean. Era extraño pero quería tenerla cerca de mí. Cuando subí y llegué a la habitación, los chicos habían dejado la maleta vieja encima de la cama. Suspirando, la abrí y saqué todo para acomodarlo después. Dejé la chaqueta sobre la silla del escritorio y me quite la ropa. Fui a darme una necesaria ducha e irme a dormir. Cuando salí del baño, me puse el pijama, me tire en la cama y por primera vez, en varios días me sentía mejor.  

Fue extraño, pero me levanté de la cama y fui al armario. Busqué una vieja caja y ahí estaba un peluche. Uno de conejo. Mi madre me lo había dado pero cuando falleció, rara vez lo miraba. Me recordaba a ella. Lo abracé un rato y después lo guardé, de nuevo. Cuando rompí con Rick, estaba algo perturbada o atontada por lo que había pasado, pero con los mensajes era diferente. Y entonces, me di cuenta. No le había dicho nada a mi papá del concejo muerto en el capó del Toyota de Sean. Apreté los dientes y gemí.

>>> Debo contárselo...<<<, pensé y solté un bostezo

Lo haría pero sería mañana, quería dormir. Empecé a cerrar los ojos y poco a poco me dormí.

***

Abrí los ojos en la oscuridad, cuando sentía que una presión el pecho y luego en el cuello; sentía que el aire me faltaba y una presión en el garganta, cómo algo me cerraba la tráquea. No podía sentir el aire en los pulmones. ¿Qué estaba pasando? No podía respirar, sentía que mis pulmones no se llenaban y algo me apretaba el cuello. Intenté gritar pero no pude, solo podía gimotear. Estaba en mi habitación pero no podía gritar. Y entonces, vi una sombra sobre mí. Estaba encima de mi pecho. Me estaba apretando, no era eso, me estaba estrangulando y empecé a sentir unas manos en mi cuello. Oprimiendo. Mis brazos y piernas se retorcían, yo intentaba luchar pero era inútil. La sombra era más fuerte que yo y entonces, empezó a tomar forma. Poco a poco esa negrura se moldeaba en un alguien, y dejaba de ser una sombra, y comenzó a tomar forma de una persona.

Y entonces, pude verlo y reconocí su rostro. ¡No! Tenía una sonrisa horrible y sus ojos se volvieron rojos; y había dos pequeños caninos en los lados de su boca. Eran colmillos de un monstruo. Intenté gritar pero no podía; solo sentía que sofocaba e intentaba llegar a sus manos pero era fuerte. Soltaba pequeños sonidos ahogados y su boca se transformó, en algo más grande lleno de dientes filosos y con gruesa pero familiar voz susurro:

—Serás mía para siempre, Lizzie

Entonces, clavó sus horribles dientes en mi garganta y grité. Chillé y me sacudí fuera de la cama, cómo un pez fuera del agua. Tiré la colcha y las sábanas. Me sentía envuelta entre tanto manto y podía sentir el sudor, por todo mi rostro y parte de mi espalda. Estaba empapada en sudor húmedo, inhalé y exhalé, abriendo la boca buscando el precioso oxígeno. Mi corazón palpitaba acelerado, jadeando, me toque el cuello y no sentí nada. Agarré mi celular e iluminé con la pantalla la habitación, buscando que todo estuviera bien. Estaba sola y la ventana estaba cerrada.

Entonces, alguien tocó la puerta, me sobresalte y solté el teléfono. Estaba intranquila por el mal sueño, no, había sido una pesadilla.

— ¿Liz? —dijo mi papá. — ¿Estás bien? Te escuche gritar —comentó y abrió la puerta

Mi papá asomó su rostro y se movió para encender la luz. Me froté los ojos y me enfoqué en él. Me miraba con atención. Todavía con el corazón cómo motor en mi pecho y un ligero sudor en mi piel, intenté estar tranquila. Respiré.

—Sí —murmuré. —No es nada, papá. Fue un mal sueño —respiré. —Vuelve a dormir.

Papá dudó en la puerta y su bigote se movía. Suspiré y le dije que estaba bien, que podía irse a dormir. Él vaciló un momento más pero no insistió. Me dijo que me amaba y me deseo dulces sueños. Cerró la puerta y volví a quedarme sola. Me tiré en la cama y pensé en ese sueño. Cómo acto automático, volví a tocarme la zona del cuello.

>>> Fue tan real...<<<, pensé

Había sido tan realista, que todavía podía sentir las manos sobre mí. A pesar de la angustia que experimenté cuando no podía sentir que respiraba, fue una horrible sensación de pánico y agitación, ante lo que estaba ocurriendo en el sueño, pero solo fue eso. Pude ver el rostro de quien intentó estrangularme, y aunque fuera una fantasía, yo conocía su imagen y nombre, Rick Shepard.

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