Dime que aún me amas.

By StilinskiDB_

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¿Y si te robo un beso? #2 Lia y Zachariah creyeron que todos los problemas estaban resueltos y que de ahora e... More

Sinopsis
Dedicatoria.
Capítulo 1. Bebé.
Capítulo 2. Soñar.
Capítulo 4. Preocupaciones.
Capítulo 5. Demuéstramelo.
Aviso.
Capítulo 6. Engaño.
Capítulo 7. Pequeña personita.
Capítulo 8. Caos.
Capítulo 9. Traicionado.
Capítulo 10. Culpa.
Capítulo 11. Espía.
Capítulo 12. Otra noche de lágrimas.
Capítulo 13. ¿Debo confiar? - Parte 1 -
Capítulo 13. ¿Debo confiar? - Parte 2 -
Capítulo 14. La audiencia
Capítulo 15. Cambios
Capítulo 16. Tendrás que verlo tú mismo.
Capítulo 17. Sola.
Avisos, aclaraciones y disculpas
Capítulo 18. El que más ama es el que pierde.
Capítulo 19 - La canción.
Capítulo 20. Otra vez.
Capítulo 21. ¿Por que amar duele tanto?
Capítulo 22. Sopresas.
Capítulo 23. Retribución
Capítulo 24. Amar.
Epílogo.

Capítulo 3. Conejitos.

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By StilinskiDB_

Zachariah

No podía. No podía verla y fingir que ella no representaba todo el dolor que sufrió mi madre. No podía ir allí, tomarla en mis brazos y no recordar las horribles cosas que vi de como sus padres la hacían. Y uno de ellos estaba muerto y el otro... El solo pensar en que una madre sea capaz de abandonar a un hijo hacía que mi sangre hirviera. Pobre pequeña. Yo era lo único que le quedaba. Y mi madre... Mi madre era una loca con un corazón enormemente grande. Yo sabía que no habría sido capaz de dejar a la niña en un orfanato. Había pensado en frío, con la mente en blanco. Pero yo no era así. No era frío. Jamás podría hacerle eso a una pobre criatura. Y mi madre presionó esto. Ahora la pequeña Sabrina era parte de nuestras vidas. ¿Cómo diablos iba yo a criar una niña?

La puerta de mi habitación se abrió y entró Lia con la pequeña en sus brazos. Aparté la mirada. ¿Acaso no me entendía?

—Te has pasado una hora aquí dentro— dijo ella suavemente encongiendose de hombros.

¿Una hora? Estuve tan perdido en mis pensamientos que no me di cuenta del tiempo.

—Lo siento.  No me di cuenta. No pretendía desaparecer por tanto tiempo.

Lia suspiró. —Lo sé — dijo y bajó la mirada al bulto entre sus brazos. Sonrió y se acercó a mí, sentándose a mi lado en la cama. Inclinó la pequeña hacia mí. Yo sólo la miraba a los ojos. Esos ojos marrones dulces que ella tenía. Vi entendimiento en ellos, pero también esperanza. —Sólo tienes que mirarla. Mírala y sé que caerás rendido a sus pies. Ella es tan dulce que no podrás evitarlo.

Tragué saliva. Tenía que hacerle frente a esto. Respiré hondo y bajé la mirada hacia aquel pequeño rostro que me había negado a ver. El aire se retuvo en mis pulmones por un segundo antes de salir todo junto y dejarme sin aliento. Ella era... preciosa. Sus pequeños cachetitos daban ganas de apretujarlos. Tenía las pestañas increíblemente largas para ser un bebé. Parecía una muñeca. No tenía pelo en su cabecita y todo su bello era fino. Estiré mi mano para tocar una de sus cejas y comprobar que eran tan suaves como se veían. Lo eran. Acaricié su naricita con curiosidad y ella abrió los ojos. Un par de ojos verde claro me miraron fijamente. Su boquita se abrió y se cerró. Y luego volvió a abrirla. Bostezó.

Una risa llegó a mis oídos. —Creo que tiene hambre— dijo Lia.

Levanté mi vista hacia ella.  Lia se levantó con la niña en brazos dispuesta a irse y fruncí el ceño. Aún quería verla y acariciarla... Y mimarla. Sostenerla.

—¿Crees que yo um... pueda tenerla hasta que vas por su comida?— pregunté algo inseguro. No sé de dónde había salido esta necesidad.

Lia se volvió con una sonrisa enorme en el rostro. —Claro. Sólo siéntate bien y te la daré.

Me indicó cómo hacerlo y cómo colocar mis brazos. Y entonces me la entregó. No pesaba nada y parecía tan frágil. Estiré una mano y tomé su pequeña manita. Era tan chiquita. Verla así tan inocente hizo que una extraña sensación me recorriera el pecho. La protegería. Sería el mejor hermano mayor del mundo. Y entonces me di cuenta. Que todo el tiempo que llevaba observándola no había pensado en nuestro padre. O en su madre. No había pensado en lo que me hacia rabiar, en el dolor. Y me di cuenta que ella era tan inocente en todo esto que haría lo posible por protegerla. De todo. Me convertiría en su protector. Haría todo por ella.

Un biberón apareció en mi línea de visión y me di cuenta que no había escuchado a Lia salir y entrar otra vez en la habitación.

—¿Quieres darle tú?— preguntó con una sonrisa que le podría partir el rostro en dos.

—¿Puedo?—pregunté nervioso. No sabría cómo hacer esto.

—Claro — dijo sentándose a mi lado. — Mira, tienes que sostenerlo así.

Me explicó cómo hacerlo y lo dejó a cargo en mi mano. Acerqué la tetina a la pequeña boca de la bebé y ella la tomó enseguida succionando con entusiasmo. Sonreí. Sí que tenía hambre.

—¿Lo ves? Puedes hacerlo y ella está hambrienta.

Miré hacia Lia. Ella me miraba con orgullo. Ella siempre confió en mí. Sabía que yo la aceptaría y que la amaría. Que no podría culparla. Dios, la amaba tanto. La besaría hasta dejarla sin aliento si no tendría a la pequeña entre mis brazos. Ella era sólo un bebé inocente. ¿Cómo en algún momento se me ocurrió que ella tenía la culpa de todo? La culpable solo era su madre, su estúpida madre. 
Volví a bajar la mirada hacia Sabri. Se estaba quedando dormida.

—¿Lo único que hace es dormir? — pregunté.

—Es muy pequeña. Así que lo único que hará es llorar, dormir, comer y… hacer popo— rió.

Sonreí al mismo tiempo que hacía una mueca de asco. —Yo no le cambiaré los pañales.

—De eso se encargará Elizabeth— siguió riendo.

Lia se acercó a mí, tomó primero el biberón casi vacío y luego a la pequeña de mis brazos antes de colocarla sobre la cama y rodearla de almohadones.

—¿Cómo es que sabes tanto de cómo cuidar un bebé? — le pregunté.

Sonrió sentándose a mi lado y observando a Sabri. —Libros. Y hubo un tiempo en que ayudé a mamá a cuidar a Mel.

—Ven aquí— dije tomándola por la cintura y sentándola en mi regazo. Necesitaba tenerla cerca.

Lia pasó sus brazos alrededor de mi cuello y yo enterré mi rostro en su cuello abrazándola. — Te amo — susurré lo suficientemente alto como para que ella me oyera. Se estremeció al sentir mi aliento sobre su piel. Suspiró y paso sus manos por mi pelo, acariciando mi nuca. Fue mi turno de estremecerme.

—También te amo — dijo besando el lóbulo de mi oreja.

La alejé. —No hagas eso— dije con voz ronca.

Me miró con cara de inocente. —¿Por qué? — preguntó.

—Sabes lo que me hace. Sé buena, por favor.

—De acuerdo— murmuró y tomó mis labios en los suyos. No podría explicar lo que siento cada vez que me besa. Una presión en el pecho que hace que me den ganas de apretarla contra mí y devorarla por completo. Eso podría acercarse un poco a la explicación…

Un golpe en la puerta de mi cuarto nos hizo separarnos pero no dejé que se alejara de mi regazo. Mamá asomó su cabeza por entre medio de la puerta y al vernos sonrió.

—Los de la tienda ya trajeron la cuna de la pequeña. Por si quieren traerla. Aunque parece muy cómoda allí— dijo señalándola en mi cama. 

Bajé la vista hacia el pequeño bulto a mi lado. Sabri dormía con un dedo en su boca. —¿No se despertará?

Lia se bajó de mi regazo. —No lo creo. Y si lo hace se volverá a dormir. Es una bebé extraña. Ella no se la pasa llorando como otros bebés. 

—Oh, ya le tocará. Ya verás— bromeó mi madre y yo hice una mueca. No quería imaginármela llorando. 

Mamá se acercó a la cama y la tomó en sus brazos llevándosela de mi cuarto. Lia se volvió hacia mí. —Eres increíble. Serás el mejor hermano del mundo— dijo con una cálida sonrisa y una mirada de orgullo.

Que ponga tanta fe en mí me volvía loco. Amaba cómo confiaba en mí, como sabía que me amaba. Me levanté de un salto de la cama y la abracé levantándola en mis brazos. No tuvo otra opción que aferrarse a mí enroscando sus piernas en mis caderas y yo la sostuve con mis manos en sus muslos. La besé con desesperación empujándola contra la pared de mi habitación. Subí una mano y le saqué sus anteojos para poder besar cada parte de su rostro. Lia rió y apretó sus manos contra mi cuello.

—¿A qué se debe tanto amor?— preguntó ella entre risas.

Me separé y la miré a los ojos. Besé ambas mejillas y sus parpados antes de dejarle un beso en su boca. —Por cómo eres. Porque confías en mí. Y porque cuando haces todo esto no puedo aguantar las ganas de decirte que te amo y demostrártelo a toda costa. Te amo. —Dije y la volví a besar. Esta vez empujando mis caderas contra las suyas. Lia gimió en mis labios.

Se separó. —No podemos hacer esto. Tu madre, la be...

La callé con un beso. —No me pidas que pare, porque no puedo. Es tu culpa— sonreí y comencé a besarla en el cuello.

—¿Mi culpa?— preguntó en un gruñido cuando hinqué mis dientes en su piel. —¿Mi culpa? Tú eres el que comenzó— dijo comenzando a ceder y pasando sus manos por mi cabello. Se apretó más contra mí.  

—Tú me sedujiste — gruñí cuando movió sus caderas en un movimiento circular frotándose contra mí. 

La saqué de su apoyo en la pared y la tiré sobre mi cama. Me cerní sobre ella sacándome mi camiseta en segundos. Le desabroché sus jeans totalmente desesperado por tocar su piel y volvernos uno. 

—Te equivocas— susurró mientras yo la desvestía a toda prisa. La ropa quedó hecha un bollo por toda la habitación. Me puse un preservativo en tiempo récord. La besé profundamente mientras me colocaba sobre ella. —Yo soy la seducida— dijo mientras me hundía en ella. 

La charla terminó. Luego de eso todo fue gemidos, jadeos y gruñidos. Las únicas palabras que se podían oír era lo único que nos repetíamos constantemente. Te amo. La amaba demasiado y nunca me cansaba de decírselo. Sentía la necesidad de decírselo siempre que me acordaba y eso era... siempre. Mi amor hacia ella era a veces... abrumador. Pero podía con ello.

La abracé contra mi pecho cuando todo terminó.

— Creo que el no vernos nos volvió conejitos— rió.  

Me reí. —Claro, nena. Lo que tú digas. Seremos conejos, liebres, cobayos, hamsters... Lo que tu quieras con tal de repetir esto todos los días.

—Eres un idiota— dijo sonrojándose y dándome una palmada en el pecho.

Picó.

—Auch— me quejé. 

—Lo siento— rió y se levantó de la cama. 

Tragué duro al ver su completa desnudes. Aparté la vista. —Tápate si no quieres que salte sobre ti y nos volvamos conejos de nuevo.

La miré de reojo y vi como ella abría los ojos como platos, se sonrojaba hasta el cuero cabelludo y tironeaba del cubrecama para taparse. —N-no me d-di cu-cuenta. Lo- lo siento.

Sonreí ante su vergüenza. La miré. Estaba cubierta con mi acolchado. —No te disculpes, bebé. 

—Estoy toda traspirada— suspiró mirando su ropa en el suelo y recogiéndola. 

—¿Quieres ducharte?— pregunté sin pensar. En todas las veces que Lia estuvo en mi casa nunca le ofrecí algo cómo eso. Que ella usara mi baño... era muy íntimo. ¿Cómo pudieron pasar todos estos cuatro meses de noviazgo y aún no le pedí que se duchara en mi baño?

Me miro sorprendida. —¿Puedo?

—Por supuesto que sí. 

—De acuerdo... pero tú quédate aquí— me dijo retándome con la mirada mientras desaparecía dentro del baño continuo a mi habitación. 

Gruñí y me senté en la cama hasta que escuché el ruido de la ducha. Sonreí malévolamente. Me levanté y me acerqué a la puerta del baño. Era  baño. Y ella estaba desnuda en  baño. ¿Pretendía que me quedara fuera? Por supuesto que no.

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¡Capítuloooo! ¡Holaaaa! Hasta yo debo reconocer que este es el mejor capítulo de la novela hasta ahora. Y sí, esta novela estará narrada por los dos. Dos de Lia y uno de Zacha. WII :D Y sí, los nenes andan calientes jeje. A partir de ahora esto se calmará un poco pero es que extrañé mucho escribir sobre ellos y bueno, dejé la pasión surgir(? 
Ya veremos como va la cosa con esta nueva vida para ellos. Por ahora voy cumpliendo lo semanal, ¿verdad? Yo también amo a Zacha :3 Comentame y dime que te pareció.
Nos leemos pronto. Los quiere, Vani

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