HIEMS LETALIS

Oleh Llanderrisos

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Rya vive en un mundo que alberga poca esperanza. Lleva meses aislada. Tras la expansión de la enfermedad el c... Lebih Banyak

Prólogo
I. Martes
III. Miércoles
IV. Viernes

II. Miércoles

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Oleh Llanderrisos

Rya se despertó con el sonido del agua que caía de forma abrupta sobre la madera del tejado. Ya estaba amaneciendo aunque su habitación aún tenía un tinte lúgubre. Mientras desayunaba recordó lo que había pasado la noche anterior, y seguía convencida de que sus sentidos le habían jugado una mala pasada.

«La cifra de muertos ha llegado a la desesperanzadora cantidad de 624 desde que la enfermedad fue detectada. Parece que los ciudadanos comienzan a tomarse en serio la situación y cada vez menos gente sale a la calle. La mayor parte de comercios y centros educativos han sido cerrados. Es difícil acostumbrarse a este nuevo estilo de vida pero, según los expertos, es la forma de reducir las muertes. Como siempre, les recordamos que mantengan las distancias y eviten salir de sus domicilios. Esta tarde les contaremos más sobre lo que se sabe, de momento, del hiems letalis, con la experta en...»

Apagó la televisión y llamó a su madre. Sin respuesta. Rya comenzó a preocuparse, Anne siempre cogía el teléfono. Volvió a llamar. Nada.

Mientras caminaba hacia unos robles que rodeaban la parte trasera de su casa, Rya comenzó a imaginar diferentes escenarios, en los que su madre era la protagonista, para justificar el por qué no le había cogido el teléfono. Comenzó a golpear con el hacha el árbol más pequeño que pudo encontrar hasta que el tronco cayó al suelo. Repitió la operación con unos cuantos más y volvió a su casa, donde convirtió lo que hasta hacía unos momentos tenía vida en alimento para el fuego. Volvió a llamar a su madre. Lo mismo.

Antes de salir por la puerta, Rya se lo pensó dos veces. Estaba un poco asustada por los ruidos que había oído las últimas veces en sus excursiones al bosque, pero pensó en los tomates, y en su abuela, y decidió continuar con su rutina. No era real. Estaba todo en su cabeza. ¿Quién iba a andar a esas hora por el bosque? Casi todos los accesos desde los pueblos cercanos estaban cortados por el virus, para evitar que la gente se desplazase. Nadie vivía en esa zona, a unos pocos kilómetros, como mucho, había algún terreno con ganado, pero no había casas. Se había asegurado antes de ir a la cabaña. Iba a paso ligero, subiendo ya el camino empinado que llevaba al acantilado cuando comenzó a llover. No importaba, un par de gotas no iban a privarla de su momento favorito del día. Además la luna estaba llena y las nubes no iban lo suficientemente cargadas de agua como para que esta no se transparentara a través. La iluminación era perfecta y los ruidos de la noche iban volviéndose más melódicos a medida que ganaba altura.

Sentada en la roca se percató de que había una nueva marca. La intriga inundó su cuerpo. Alguien había grabado la letra E que se leía perfectamente. Las dudas comenzaron a asaltarla. ¿Quién podría haber sido?. ¿Cuándo?. ¿Por qué?. No tenía sentido, pero empezaba a pensar que todo lo que había pasado no había sido producto de su imaginación y que, como se había temido, alguien estaba merodeando por la zona. Rozó con sus dedos la marca de piedra para intentar que su intuición le aclarase alguna de sus preguntas. Y su cabeza comenzó a trabajar. Había sido un pastor de madrugada, que subió hasta la montaña antes de recoger a su ganado. Mientras admiraba las vistas se fijó en la roca, que parecía hecha por el ser humano, colocada en un sitio estratégico y con cierto parecido a un sillón. No pudo evitar dejar constancia de su paso por un lugar tan bello. Quería escribir su nombre, Evan, pero al ver que requería mucho tiempo y esfuerzo, decidió dejarlo en la inicial.

—Sí. Tiene sentido —dijo Rya, mientras se quitaba un peso enorme del pecho.

Tras lo que parecieron horas ahí sentada, inició su vuelta a casa por el camino que cruza el bosque. No había parado de llover y estaba empapada, pero por fin había resuelto el misterio de la roca y se sentía extasiada. Llegó a casa y se dio cuenta de que su madre aun no la había llamado en todo el día y probó una vez más. Imposible. Decidió que al día siguiente volvería a probar, y si tampoco contestaba empezaría a preocuparse de verdad.

Encendió la chimenea con los leños de roble recién cortados y se tumbó en el sillón, pensando en su madre. No se había tomado nada bien su decisión de mudarse a la cabaña familiar de Lochaber. Tres meses atrás, Rya vivía en Fort Williams, no muy lejos de su actual morada. Había dejado la casa de su madre unos años antes pero siempre que podía iba a visitarla. A Anne, en el fondo, le agradaba que su hija viviese en Escocia, porque era donde ella misma había nacido, y como ella, su madre, y la madre de su madre, y la madre de la madre de su madre. Cuando se dio a conocer la noticia sobre la existencia del hiems letalis, Anne le rogó a Rya que volviese a Belfast con ella, para estar cerca y protegerse la una a la otra. No estaba preparada para volver a Irlanda y decidió quedarse, para tranquilizar a su madre, en la casa solitaria de su abuela, alejada de cualquier potencial infectado. A medida que pasaban los días, y luego los meses, Anne se preocupaba cada vez más porque las noticias no eran precisamente favorables y quería que Rya estuviese fuera de peligro, y de Escocia. Por eso, se aseguraba de llamarla todos los días, eran todo lo que tenían, tanto la una como la otra.

Volvió a llamarla y el teléfono ni siquiera daba señal. Quizás era por la lluvia....

Un fuerte ruido en la puerta sacó a Rya de su sueño. Miró el reloj y eran las cuatro de la mañana. Toc, toc. ¿Quién podría llamar a su puerta?. Toc, toc más fuerte. Salió de la cama de un salto que hizo crujir la madera bajo sus pies. Comenzó a andar hacia la puerta, sin encender ninguna luz para pasar desapercibida y con la intención de mirar por la ventana para descubrir quién turbaba su sueño. Toc, toc. Le temblaba la mano mientras corría la cortina de la ventana. Toc, toc. No veía nada, había un ángulo muerto. Apoyó su oreja en la puerta para intentar calcular a qué distancia estaba el extraño de afuera. Tampoco escuchaba nada. Toc, toc. La pilló por sorpresa y soltó un pequeño grito. Estaba empezando a ponerse verdaderamente nerviosa. No sabía qué hacer. Marcó el número de su madre mientras esperaba que quién estuviese fuera se alejase al no recibir respuesta por su parte. Sin señal. Toc, toc. Cada vez era más ruidoso y Rya no aguantaba más. Se acercó una vez más a la puerta y comenzó a dejarse llevar por lo que parecía su peor pesadilla.

—¿Quién eres y qué es lo que quieres? Márchate ahora mismo.

Toc, toc, toc, toc. Nadie respondía. No iba a abrir la puerta. Tenía miedo.

—¡Estoy armada, vete!

Corrió hacia la chimenea y cogió el hacha que había usado esa misma mañana con el roble. Volvió a la puerta y le pegó un golpe con el puño, a modo de amenaza.

No se escuchó nada durante varios minutos, pero Rya seguía con la guardia en alto, por si acaso.

Puso una vez más, antes de colocar en su sitio el hacha, la oreja contra la puerta.

—Ayuda. Por favor.... —Una voz ronca al otro lado de la puerta, casi imperceptible, hizo que Rya se pellizcara para ver si era una pesadilla. Estaba despierta. No podía abrir la puerta, las posibilidades de lo que podía encontrarse eran infinitas. Estaba sola en el medio de la nada, desprotegida, y además podía ser un infectado de hiems letalis.

—¿Qué necesitas? —dijo ella, dudosa mientras apretaba el mango del hacha.

Toc, toc, toc, toc, toc, toc. Los golpes se volvieron maniáticos, como si el objetivo fuese tirar la puerta abajo. Rya se fue alejando poco a poco de la puerta a medida que los golpes aumentaban de intensidad, hasta llegar a la puerta trasera. Sin soltar el hacha abrió la puerta con sumo cuidado, hizo lo mismo para cerrarla con la llave y comenzó a correr hacia los robles. No tenía muy claro que eso fuese una buena idea pero parecía que estaban intentando entrar en su casa y le pareció mucho más seguro el bosque con el que se había deleitado en tantas ocasiones. Conocía los árboles, las piedras, los senderos y las madrigueras. Podía esconderse hasta que se hiciese de día. Se quedó escondida detrás de un gran tronco caído, que cumplía la función de techo y la resguardaba ligeramente de la lluvia. Abrazó el hacha y cerró los ojos mientras las gotas le bajaban desde la frente hasta la barbilla.

Se despertó aturdida al ver que sujetaba un objeto pesado. De primeras no recordaba qué hacía en medio del bosque, húmeda y con un hacha en la mano. Había dormido muy poco y estaba casi en shock. De repente las imágenes de la noche anterior inundaron sus ojos. Se incorporó y comenzó a correr hacia su casa. Había sido una irresponsabilidad por su parte abandonar su bien más preciado y temía que alguien hubiese entrado. Lo primero que hizo fue rodear la casa para asegurarse de que no hubiese nadie fuera. Despejado. Se acercó a la puerta delantera y observó unas marcas, de puños, en la madera. Definitivamente no había sido su imaginación. Era demasiado real. Entró por la puerta de atrás y comenzó a inspeccionar, parte a parte, toda la casa. Estaba tal y como la había dejado. Las cenizas de la chimenea aún brillaban. Se acercó al teléfono y marcó el número de su madre. Daba señal, qué alivio.

—¿Mamá?, ¿estás bien?. Te he llamado cien veces ayer, estaba preocupada por ti -dice Rya en cuanto el pitido deja de sonar.—¿Mamá? ¿Estás ahí?

No se oía nada. Rya colgó el teléfono, desesperada, y volvió a marcar. No había señal.

Se metió en la cama y comenzó a llorar. Estaba asustada. Tenía muchas preocupaciones; su madre, el loco que andaba suelto, el virus, la maldita televisión que tampoco parecía funcionar... Todo le estaba saliendo mal. Comenzaba a desmoronarse cuando un sonido ya familiar volvió a repetirse. Toc, toc. Esta vez no había miedo, Rya cogió el hacha con decisión y fue rápido hacia la puerta. Toc, toc. Estaba segura de lo que iba a hacer. Giró la llave, agarró el pomo y tiró de él mientras alzaba el hacha con la otra mano. Toc.

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