Jugando la conquista #2 ♡Supe...

By LoveandRainbows15

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Lena, igual que sus hermanas, se vio obligada a sobrevivir en los bajos fondos de Londres cuando su tío trató... More

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By LoveandRainbows15

Cuando Kara llegó a su hogar tuvo que comportarse como una buena esposa e ignorar sus deseos de llevar a su esposa a su habitación con la máxima rapidez posible y desnudarla con apremio para tomar su dulce cuerpo una y otra vez bajo las sábanas.

Frustrada e irritada, tuvo la paciencia de presentarle uno por uno a sus sirvientes. Luego, dispuesto a concederle un tiempo prudencial, le mostró sus aposentos privados, consistentes en una elegante recámara con una hermosa cama con dosel, una elaborada cómoda, un amplio vestidor y, por supuesto, la puerta que comunicaba con su propio dormitorio. 

La dejó en su habitación y marchó hacia su estudio decidido a esperar un poco, a no apresurarla en nada. Después de todo, la noche anterior la había tomado con brusquedad y medio borracha. Aún no sabía cómo ella se había dignado aparecer en la boda en lugar de huir asustada como hubiera hecho cualquier otra mujer. Pero su mujer no era como ninguna otra, y eso la hacía sentirse afortunada, pues todo hasta ahora daba muestras de que su matrimonio nunca llegaría a ser aburrido.

Después de tan sólo unos minutos en el estudio, Kara decidió que ya había esperado bastante y se adentró en su dormitorio dispuesto a utilizar la puerta que comunicaba con el cuarto de su esposa, pero no tuvo que hacerlo. 

Lena la esperaba en su lecho, desnuda.

Se hallaba cubierta parcialmente con una blanca sábana de seda que se amoldaba sensualmente a las curvas de su cuerpo. Una de sus piernas, al igual que su brazo izquierdo, se extendía hacia un lado del lecho buscando su presencia. Aunque se hallaba dormida, Lena la excitaba intensamente con la desnudez de sus hombros y su sinuosa espalda. La tela que cubría su cuerpo se deslizó con cada una de sus acompasadas respiraciones y mostró sus exuberantes senos, cuyos pezones, ante el frío de la noche, se irguieron provocativos.

Kara no pudo evitar acercarse a su mujer y tumbarse junto a ella; sonrió al ver prendida en el cuello de Lena su valiosa moneda y se alegró ante la perspectiva de arrebatársela de nuevo. Pero en esos instantes le interesaba mucho más desvelar ante sus ojos el bello cuerpo de su esposa y satisfacer las exigencias de su enervante miembro, que le reclamaba que se hundiera fuertemente en Lena, poseyéndola con la pasión arrebatadora que habían compartido la noche anterior. 

Lena se movió en sueños, poniéndose boca abajo.

Kara sonrió ante la visión de sus hermosas posaderas y decidió despertarla de su profundo sueño de una forma que satisficiera a ambas, así que recorrió su desnuda espalda con delicados besos que la hicieron estremecer, y con lentitud llegó hasta su tentador trasero, lo acarició con lentitud con una de las manos, que luego introdujo entre sus piernas buscando su húmedo interior.

Lena, todavía algo adormilada, alzó sus nalgas en busca del placer que hacía arder su cuerpo.

Kara elevó el excitado cuerpo de su mujer cuando ésta apenas había comenzado a despertarse y la colocó de rodillas en su lecho mientras se incorporaba desprendiéndose con rapidez de sus ropas. Lena, desorientada y algo confusa, miró a Kara por encima de su hombro. 

-Kara, haces? -preguntó ruborizada.

 -Despertarte como te mereces, mi amor. -Kara sonrió lujuriosamente a la vez que se acercaba a su cama, permaneciendo de pie tras Lena. 

-Pero Kara, esto no es decente -comentó Lena avergonzada. 

Kara ignoró las inocentes protestas de ella, dirigiendo una de sus manos hacia sus sinuosos pechos para luego acariciar uno de ellos con deliberada lentitud desde detrás de su esposa mientras su otra mano buscaba su sensible clítoris, que adoró con sus insaciables dedos.

Kara pegó su pecho a la espalda de su salvaje gitana y su rígido miembro quedó acunado por la redondez de sus nalgas. Lena enloqueció de placer cuando las manos de Kara jugaron a la vez con sus enhiestos pezones y su húmeda entrepierna. Se movió desesperada contra su erección, reclamándola, y Kara no se hizo de rogar: la cogió con brusquedad del pelo e incorporó levemente su cuerpo mientras la penetraba profundamente con su erguido miembro. 

-Querida, ¿Quién te ha dicho que yo sea una persona decente? -preguntó Kara a Lena entre furiosa acometidas. 

-Pero eres una noble ociosa y... - señaló Lena entre jadeos de placer.

Kara la obligó a incorporarse tirando de sus rebeldes rizos y la apoyó contra su pecho. Cuando soltó su cabello, una de sus pecaminosas manos se dedicó a recorrer su cuerpo con suntuosas caricias hasta que decidió seguir torturando sus atrayentes senos dando leves pellizcos a sus duros pezones. La otra mano seguía acariciando su lugar más húmedo y sensible, haciéndola enloquecer. 

Cuando Lena estaba próxima al clímax, Kara paró y le susurró al oído. 

-Esta noche te voy a demostrar lo noble y ociosa que puedo llegar a ser, en todas las posturas posibles. -Kara sonrió triunfante mientras embestía cada vez con más brusquedad el cuerpo de su mujer, llevándola finalmente al éxtasis. 

Lena se agitó llena de placer contra el cuerpo de Kara a la vez que sus manos agarraban con fuerza su cuello, clavándole las uñas. 

Kara detuvo sus acometidas tras el primer orgasmo de su amada, dejó que ella se apoyara lánguidamente en su pecho y se dispuso a colocar su cuerpo en una postura más cómoda para su placer cuando los apremiantes toques de la puerta la hicieron desistir de su noche de pasión.

-¡Más vale que sea importante, Oliver! -gritó Kara furiosa, aún dentro de su amada. 

-¡El señor Morrison lo espera en su estudio, señor! Parece algo de suma importancia. 

Kara suspiró resignada, ya que lo único que podía llegar a separarla del cálido cuerpo de Lena era una cuestión de vida o muerte, algo que sin duda era lo que ocurría para que Morrison se presentara a esas horas en su hogar. Se separó despacio del cuerpo de su esposa, que la miró extrañada desde el lecho mientras Kara se vestía. 

-¿Quién es Morrison? -quiso saber Lena, interesada en averiguar por qué era abandonada en su noche de bodas. 

-Nadie relevante para ti, querida -contestó Kara condescendientemente.

-¡Oh, no! ¡De ninguna manera te vas a ir sin darme explicación alguna! -gritó Lena furiosa mientras se levantaba de la cama cubriendo su desnudez con la sábana. 

-No te debo explicación alguna - contestó Kara impasible ante su enfado. 

-¡Soy tu mujer! -reclamó airada Lena.

-Por eso mismo no te voy a explicar nada de mi vida, ni adónde voy, ni con quién, ni cuándo. Tú sólo eres mi esposa, un bonito adorno en mis fiestas y un buen entretenimiento en mi cama. Eso es lo único que espero de ti -señaló de forma arrogante Kara mientras salía de la habitación abandonando a su mujer en su lecho nupcial. 

Kara pensaba, mientras caminaba hacia su estudio, que ésa era la única manera de hacerle desistir de sus preguntas, pero no le gustaba haber tenido que vapulearla de esa manera. Después de todo, Lena era una mujer y posiblemente la habría herido profundamente, tal vez ahora estuviera en su cuarto llorando amargamente por sus duras palabras. 

-Señora -lo paró bruscamente Oliver antes de que entrara a su estudio.

-¿Qué ocurre ahora, Oliver? - preguntó Kara aún molesta por su anterior interrupción. 

-Alguien ha clavado una decena de cuchillos en el reverso de su puerta, ¿Qué debo hacer? -demandó el mayordomo tremendamente preocupado. 

-Quítalos de allí y colócalos en la habitación de tu señora- ordenó Kara sonriente. 

En definitiva, Lena no era de las mujeres que lloraban. 

-Señora, temo por usted -comentó finalmente el criado, asombrado. 

-Yo también, Oliver -confesó Kara entre carcajadas, disminuyendo con ello la preocupación del viejo sirviente.

...

Habían pasado varias semanas desde que Morrison trajo consigo las malas noticias.
Jessica había sido herida gravemente al recibir un disparo por la espalda. Un poco más a la izquierda y su amiga hubiera fallecido en el acto. Por suerte, fue encontrada en el callejón por uno de los hombres de Morrison y llevada a casa. Ya había transcurrido algún tiempo desde lo ocurrido y Jessica aún no estaba recuperada, pues tenía fiebres muy altas que la hacían delirar con el momento del disparo. 

Por lo visto había encontrado algo sospechoso en La Belle Femme y había puesto nervioso a quien no debía. Pero, hasta que su amiga no se restableciera, ella no sabría lo ocurrido.
Ante la sociedad, Jessica había sido atracada por unos maleantes en un oscuro callejón. Sólo Morrison y Kara sabían la verdad de lo sucedido. Por eso había puesto más empeño que nunca en su misión. Deseaba encontrar a la persona que había herido a su amiga y darle una lección.

Por desgracia, para ello tenía que disfrazarse una y otra vez y abandonar su hogar casi todas las noches, haciendo que su querida mujer se preguntara continuamente sobre a dónde iba su esposa y con quién se reunía. Kara, como espía veterana que era, no podía desvelarle nada sobre su misión para que no corriera peligro, y el código le aconsejaba desviar las sospechas de su mujer hacia otros derroteros, pero... es que nadie tenía una mujer como la suya y eso, en ocasiones, le acarreaba alguna que otra dificultad.

-¡Lena, soy tu esposa! ¡Te exijo que abras la puerta! -gritaba Kara mientras aporreaba la puerta que comunicaba con el cuarto de su esposa. 

-¡No! -fue la simple contestación que recibió una mujer tremendamente frustrada.

-Ya llevamos así varias semanas y una persona tiene sus necesidades, sé razonable... 

-Soy una mujer muy razonable. ¿Adónde vas cuando desapareces por la noche entre las dos y las cuatro de la madrugada? 

-Yo no voy a ningún sitio, querida, simplemente me encierro en mi estudio a meditar sobre mis negocios. Ya sabes que no puedo dormir y ésas son las mejores horas para mí... 

-¡Mentira! El otro día por fin me pude deshacer de Oliver, que hacía guardia frente a la puerta, y, cuando forcé la cerradura del estudio, no había nadie dentro. ¿Adónde narices vas y por qué te escabulles así? 

-Cariño, sólo fue una coincidencia que yo no estuviera en ese momento, ¿y desde cuándo sabes tú forzar cerraduras? 

-¡Kara, no cambies de tema! Quiero saber adónde vas, ¡y lo quiero saber ahora! -ordenó Lena beligerante. 

-¡Me niego a seguir hablando con una puerta! -gritó Kara frustrada. 

-¡Pues acostúmbrate a ello, porque, hasta que no me digas la verdad, no pienso dejarte entrar en mi habitación! 

-¿Quieres que me busque a otra?, ¿es eso lo que pretendes?- señaló Kara furiosa. 

-¡Inténtalo y verás lo que pasa! 

-Te lo advierto, Lena, mi paciencia tiene un límite. Hasta ahora he permitido que siguieras con tus enfados infantiles, pero, desde mañana, cada puerta que me cierres prohibiéndome la entrada la derribaré a patadas si hace falta. 

-¡No serás capaz! -gritó Lena ofendida. 

-¡Después de varias semanas de celibato, pregúntate mejor con qué puedo llegar a derribarla! -indicó soezmente Kara. 

-¡Bruta! ¡Como te atrevas a entrar, te lanzo uno de mis cuchillos! -chilló la joven ultrajada.

-Cariño, valdrá la pena con tal de recibir luego alguna de tus caricias - proclamó Kara antes de concluir que esa noche tampoco compartiría cama con su adorada mujercita.

...

Lena estaba harta. 

Si ese ser insufrible al que tenía que llamar esposa se atrevía a derribar la puerta, la apuñalaría en su frío y negro corazón. 

Kara la había abandonado en su noche de bodas sin decirle adónde iba o por qué; la había esperado despierta en la habitación contigua, por eso supo que no llegó hasta las cinco de la madrugada. 

A la mañana siguiente le pidió explicaciones que esta se negó a darle, por lo que, finalmente, furiosa, le había negado la entrada en sus aposentos. A las dos de la madrugada de la siguiente noche la buscó en su lecho para disculparse, tal vez se había excedido un poco en su enfado, pero ella no estaba allí ni en ningún otro lugar de la casa. Preocupada, llamó a Oliver, quien parecía saber el paradero de la señor , pero se negó a confesarlo, por lo que Lena se enfureció. 

Y su rabia aumentaba con cada mentira que decía Kara y con cada explicación que le negaba; ¿la estaría engañando finalmente?

¡Ah, pero esa noche lo descubriría todo! Una de las últimas noches que no podía dormir observó atentamente a un criado que atendía a Kara a altas horas de la madrugada. 

Le pareció algo sospechoso, así que, a partir de aquel momento, se fijó mejor en él... y por fin descubrió por qué le llamaba tanto la atención, junto con una leve cojera en la pierna izquierda: ese sucio criado no era otra que su Kara disfrazada. 

Su esposa podía ponerse todas las narices postizas, barbas canosas y peluquines envejecidos que quisiera, pero su noble porte y sus inflexibles andares serían siempre los mismos. Esa noche las dos jugarían a los disfraces: si Kara podía convertirse en un anciano criado, ella podía volver a ser Leo, el raterillo de los barrios bajos que interpretó durante los largos y duros años en los que se escondía junto a sus hermanas de su aterrador tío. 

Y así, mientras el supuesto criado bajaba por la puerta del servicio, Leo descendía por una de las ventanas de su habitación hasta la calle, siguiendo los pasos de su evasiva esposa.

¡A un burdel! ¡Esa hija de... se atrevía a ponerle los cuernos! Pues bien, ese día volvería a casa sin pelotas, pensaba Lena mientras la seguía desde lejos hacia el interior del establecimiento por la puerta del servicio. 

La vio subir una de las escaleras que conducían hacia las habitaciones de la planta superior y continuó su persecución sin ser vista, aparentando ser un servil criado más. Cuando Kara finalmente entró en uno de los dormitorios, no pudo más y se adentró en la estancia decidida a enfrentarla.

-¿Quién eres tú y qué haces aquí? -preguntó Kara amenazante. 

-Eso mismo me pregunto yo, Kara, ¿Qué haces aquí? -la increpó Lena despojándose del sucio sombrero que cubría su hermosa melena pelirroja. 

Kara recorrió de arriba abajo su escandaloso disfraz: unos pantalones de muchacho, una camisa holgada cubierta con un abrigo andrajoso y unas sucias botas que la hacían parecer un joven de apenas unos catorce años. 

-¡Lena! ¡Qué demonios haces aquí! -exclamó su esposa sorprendida ante su audacia. 

-Quería averiguar qué hacías por las noches y finalmente... -se interrumpió Lena al ver que allí no había ninguna mujer esperando a Kara. De hecho, la alcoba estaba vacía y su esposa parecía haber estado rebuscando en ella, ya que había algún que otro cajón entreabierto. 

-Kara, ¿se puede saber qué estás haciendo? -preguntó Lena confusa. 

Kara se disponía a relatar alguna de sus estúpidas mentiras cuando oyeron cómo alguien se dirigía hacia la habitación en la que ellas se encontraban.

-¡Rápido, escóndete! -sugirió Kara mientras la empujaba hacia un gran armario que se hallaba en un rincón de la desordenada estancia.

Kara entró tras ella y cerró las puertas, quedando solamente unas pequeñas rendijas en la madera para poder ver lo que ocurría en el exterior. Ambas miraron, expectantes. 

En la estancia penetró una elegante mujer vestida totalmente de negro. Su rostro permanecía oculto por una máscara y sus cabellos estaban cubiertos por un velo. Tras ella no tardó en adentrarse en el dormitorio un guapo y fornido hombre con el torso desnudo y portando solamente unos pantalones. 

-¿Eres tú la siguiente mujer casada? -comentó el hombre. 

-Sí, y ya sabes lo que me gusta -ordenó ella. 

Lo que siguió a esta escasa conversación fue un apasionado encuentro, que tuvo lugar en varias zonas de la estancia. Para desgracia de Kara, la enardecida pareja parecía no cansarse nunca y ellas tendrían que esperar hasta el final. 

Kara maldijo en voz alta mientras acomodaba el duro miembro en sus pantalones. Varias semanas de celibato, unas escenas de tórrido sexo y su esposa ataviada con unos pantalones le hacían desear hacer lo mismo que esos dos en ese oscuro y estrecho armario, donde no paraba de rozarse con el trasero de su esposa. 

-Kara, no lo entiendo. ¿Por qué es ella la que ordena? ¿No debería ser al revés? -preguntó Lena entre susurros interesada en el juego que llevaban a cabo. 

-En este caso no es él quien paga los favores, sino ella. ¡Y no mires más! -la reprendió severamente Kara. 

-¿Por qué no? Así tal vez aprenda algo. ¿Cómo se llama a los hombres que venden sus favores? 

-Se llaman sementales y, si quieres aprender algo, lo harás conmigo - exigió Kara-. Por cierto, ¿Qué llevas debajo de esos pantalones? - preguntó Kara mientras acariciaba el delicioso trasero de su esposa. 

-Nada-respondió Lena sonriente rozando su culo con su dura entrepierna. 

-¡Lena, no juegues conmigo, por Dios! No sabes lo que me está costando no tomarte en este viejo armario. Si no fuera porque el movimiento de este mueble inútil nos delataría, te haría el amor aquí mismo -declaró Kara dándole la vuelta lentamente entre sus brazos. 

Ella la miró a los ojos llena de ardor y, rodeando su cuello con los brazos, se pegó a su fuerte cuerpo a la vez que la besaba, demostrándole la excitación de su cuerpo. Sus henchidos senos se rozaban contra el cuerpo de Kara, y ella, sin poder resistirse más, la atrajo contra sí para demostrarle cuánto la echaba de menos en su lecho. 

Lena, juguetona, se frotó contra su erguido miembro, haciéndola estremecer. Kara gimió descontrolada cuando la mano de Lena se dirigió hacia el interior de sus pantalones para agarrar su virilidad y prodigarle inocentes caricias. 

-¡Por Dios, Lena, no pares!-rogó Kara disfrutando del momento, pero el momento pronto pasó.

-Kara -susurró Lena sugerentemente al oído de su esposa mientras soltaba su miembro-. Se han ido -comentó con una malévola sonrisa mientras abría la puerta del armario y salía al exterior. 

-Lena, no juegas limpio -se quejó Kara mientras salía del rancio mueble. 

-Nunca lo hago -señaló Lena sonriente-. ¿Y bien? ¿Me dirás ahora lo que hacías en este lugar o tendré que averiguarlo? 

-No puedo decirte nada; aunque quisiera, no puedo, yo... lo siento. 

-No sé si me gusta, Kara. 

-¿El qué? Te juro que no he estado con otra y... 

-Que seas una espía -concluyó Lena al mismo tiempo que arreglaba su disfraz y se disponía a salir de ese escandaloso lugar. 

Kara la miró boquiabierta mientras intentaba asimilar lo que acababa de decirle su esposa. Ella sabía que era una espía y ella no había tenido que contarle nada. 

Su mujer era demasiado lista para su bien y eso la llenaba de preocupaciones, porque, si sólo por curiosidad la había seguido a ese establecimiento, ¡qué no haría cuando ella desapareciera durante algún tiempo por alguna de sus misiones en el extranjero!

...

Jade esperaba impaciente a su amiga en el estudio de Kara. Una estancia muy similar a la suya, sólo que carente de un toque femenino. Eso no tardaría en cambiar, pensó Lady Dragón al recordar los cambios llevados a cabo por su mujer. 

Esa misma mañana su hermana había tenido desvaríos sobre una misión y sobre Kara. En esos instantes sólo quería saber cuánto de lo que decía Jessica era verdad y, si era cierto, matar a su amiga por inmiscuir a su hermana pequeña en algo tan peligroso. 

Kara, como de costumbre, no se hizo esperar y entró en la estancia con una sonrisa, algo extrañada porque su amiga no se la devolviera. Se sentó tras el sillón de su escritorio y esperó a que el Dragón empezara a lanzar su fuego, lo que no tardó demasiado en ocurrir. 

-Quiero saber qué tienes tú que ver con que mi hermana esté herida - comenzó a decir Jade. 

-Entonces no quieres una copa, ¿verdad? -ironizó Kara mientras se servía un buen trago para intentar darse ánimos. 

-No, ¡quiero la verdad! -exigió Jade. 

-Tuve que pedirle ayuda a Jessica, pero nunca creí que llegara a estar en peligro. Lo siento, pero no puedo explicarte nada más -dijo Kara, apenada por lo ocurrido. 

-Si algo le pasa a mi hermana, te mataré -comentó Jade algo más apacible mientras se servía una copa-. Pero parece que tienes algo de suerte. Jessica mejora por momentos, y yo sólo quiero una cosa: que atrapes al que le pegó un tiro para poder matarlo con mis propias manos. 

-No te preocupes, lo haré -juró Kara a su amiga, alzando su copa a modo de brindis.

-Ahora, ya que no puedes hablarme de lo ocurrido con mi hermana, ¿por qué no me entretienes un poco y me cuentas cómo te va siendo una feliz noble casada? 

Cuando Lena pasaba junto al estudio de camino al gran salón, oyó la inusual conversación y quiso saber lo que opinaba Kara de su vida de casada. 

-Es lo peor que he hecho en mi vida... mi mujer no es para nada como la había soñado. Yo quería a una mujer elegante, comedida, tal vez un poco insulsa y frágil. Una mujer con la que pudiera mantener mi vida en orden. Y ahora tengo a una rebelde masa de cabellos pelirrojos. ¿Cómo voy a decirle a mi padre que me he casado con una gitana de ojos verdes? Creerá que estoy loca, y en verdad perdí la cabeza en el momento en que accedí a casarme con ella...

Lena lloró en silencio junto a la puerta por las amargas palabras de Kara y salió corriendo hacia su dormitorio mientras limpiaba su rostro con la manga de su vestido, por lo que no llegó a escuchar lo que dijo a continuación su esposa:

-Pero, a pesar de todo ello, la amo y no podría imaginarme ahora mi vida sin ella. En fin, debo darte la razón, querida amiga: la vida de casada no es tan mala después de todo. 

-Creo que eso únicamente ocurre si te casas con la mujer adecuada - comentó Lady Dragón sonriente. 

-Por nuestras mujeres -propuso Kara alzando su copa, y ambas brindaron por las bellas damas que formaban todo su mundo.

-Creo que es hora de que te cuente algo del pasado de tu bella mujer - señaló Jade convencids de poder al fin dejar a Lena en manos de su amiga. 

-Ya sé que era una gitana. Ella y yo coincidimos en una ocasión -dijo Kara sin darle importancia. 

-Lo sé -comentó Jade luciendo una sonrisa triunfante en el rostro al conocer al fin cómo había sido ese encuentro-. Pero has de saber que Lena no era una gitana, sino una ladrona. Se escondía junto a sus hermanas en los barrios más peligrosos de Londres disfrazada de chico.

-¿Por qué hacía tal cosa? - preguntó Kara preocupada por el pasado de su esposa. 

-Verás, Kara, al final te has casado con una mujer tremendamente rica. ¿Has oído hablar alguna vez sobre las bastardas de Withler? 

-Sí, eran tres niñas, cada una hija de un padre distinto. Desaparecieron el mismo día de la muerte de su abuela. Según su tío, se escaparon. A lo largo de los años se las dio por muertas. ¿Qué tiene que ver eso con mi mujer? 

-Ella es una de esas niñas... sólo que no huyeron de Londres, sino que se escondieron a la espera de reclamar lo que les pertenecía. Por lo visto, Beatrice de Withler se lo dejó prácticamente todo a ellas, sus nietas, hijas de su hija Monique, y ese cerdo que se hacía llamar tío quiso deshacerse de las crías vendiéndolas a un prostíbulo... 

-¡Lo mataré! -interrumpió Kara furiosa. 

-Oh, no tendrás que hacer nada. Ya me encargué yo de que lo metieran en prisión para toda la vida cuando intentó matar a mi esposa y a sus dos hermanas. 

-La cárcel no es suficiente. Tú déjamelo a mí... -añadió fríamente Kara al pensar en lo que podía haberle ocurrido a su esposa.

-Si te lo he contado es únicamente para que sepas cómo fue la vida de tu esposa y que no te extrañes ante sus raras habilidades. 

-Eso, amiga mía, me hubiera venido mucho mejor si me lo hubieras comentado antes de la boda -agregó Kara, resignada. 

-Te lo cuento ahora porque dejo esto en tus manos -explicó Jade a su amiga, tendiéndole un papel viejo y arrugado. 

-¿Qué es? -preguntó Kara, observando confusa una lista de nombres y lugares. 

-Aquí es donde pierdo de vista al último pariente vivo de Lena: su padre. 

-¡No puede ser! ¡Lena no puede ser hija de...! 

-Lo es. Y ahora te toca a ti hallarlo. Buena suerte con ello y ten cuidado a la hora de decirle que te has casado con su hija -concluyó Jade sonriente antes de dejar a su amiga.

...

Esa misma noche, Kara estuvo horas en su estudio intentando dar con el paradero de un hombre que para algunos era una leyenda y, para otros, una pesadilla.

Cansada y derrotada por la poca información que había encontrado sobre el padre de Lena, fue a su alcoba para, como de costumbre, probar suerte tras la puerta de su esposa, pero esta vez ella la estaba esperando. 

Cuando entró en su habitación, Lena la aguardaba ataviada con un traje de gitana como el que lucía el día que la conoció: una holgada blusa que dejaba sus hombros al descubierto e incitaba al pecado se amoldaba a sus pechos; un ancho cinturón se acomodaba a su exquisita cintura, y una falda roja que llegaba tan sólo un poco más allá de sus rodillas lo tentaba con su continuo bamboleo. Por último, unas tintineantes pulseras de plata adornaban sus muñecas, y una extraña cadenita formada por pequeños cascabeles decoraba uno de sus delicados tobillos.

Kara la miró asombrada y su miembro reaccionó rápidamente ante tan tentador recibimiento. Ella se dejó guiar hacia un sillón colocado de forma estratégica en un lugar de su dormitorio, el cual se hallaba iluminado por algunas velas que le hacían recordar su estancia en el campamento gitano. Kara se preguntó expectante qué ocurriría a continuación. 

-¿Sabes lo que he recordado, Kara? -preguntó muy sensual Lena al oído de su esposa. 

-¿Qué? -dijo Kara sin apartar los ojos del sinuoso escote de su mujer. 

-Que nunca he bailado para ti - respondió la fogosa pelirroja a la vez que se retiraba de su lado y comenzaba a provocar a su esposa con un baile que tentaba al pecado. 

Cuando Lena alzaba los brazos al son de una música imaginaria, sus pulseras tintineaban y su corta camisa se alzaba, mostrando parte de su cintura. Cuando bajaba su cuerpo, le permitía a Kara atisbar un poco sus senos plenos y henchidos. 

Cuando movía su falda, en ocasiones se levantaba y ella podía ver sus hermosas piernas, y cuando daba vueltas sobre sí misma, todo el conjunto le hacía arder de anticipación ante el momento en el que ella le permitiera hacerla suya. 

El baile que Kara sabía que debía finalizar en el suelo dio fin en su regazo: Lena se sentó a horcajadas encima de su cuerpo y, cuando Kara cogió instintivamente su cintura, el cuerpo de Lena cayó hacia atrás como si de una ofrenda se tratase. En el instante en el que se incorporó, susurró al oído de su esposa. 

-Kara, ¿Qué te parece?

La respuesta de ésta fue inmediata: besó ardientemente su boca y sus manos arremangaron su falda en busca del lugar más sensible de su cuerpo; Lena estaba preparada para recibirla y Kara no quiso esperar más. 

Mientras una de sus manos acariciaba su húmedo interior, con la otra se bajó los pantalones. 

Las delicadas manos de Lena la ayudaron a sacar su erguido miembro y fue finalmente Lena la que la guio a su interior, suspirando de placer cuando la tuvo dentro colmándola, llenando su cuerpo. 

Fue Lena la que marcó el ritmo subiendo y bajando encima de su rígido miembro, en pos de las cimas de su placer. Kara la dejó hacer controlando sus instintos, que la urgían a tomarla con violentas y rápidas acometidas; acarició su cuerpo, deleitándose en sus dulces pechos para luego pasar a devorarlos cuando Lena aumentó el ritmo de su cabalgada. 

En el momento en el que Lena estaba próxima al clímax, Kara no pudo más y cogió su cintura con fuerza, impulsándola enérgicamente contra su miembro a la vez que alzaba las caderas, introduciéndose profundamente en ella y llevándola a las cotas más altas de goce. Lena se convulsionó encima de su miembro y se dejó llevar, mientras Kara gritaba eufórica derramándose en su interior. 

Minutos después, con sus cuerpos apenas saciados, Kara llevó a su amada a su lecho, el lugar en el que siempre debía estar. 

-Bailarás para mí todas las noches -exigió Kara sonriente ante tan atrayente futuro.





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