やくそく。꧁ 𝑃𝑟𝑜𝑚𝑒𝑠𝑎 • 𝑆𝑜�...

Da Michelle_N_Romart

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--Osamu- --Lo prometo. --¡Ni siquiera me dejaste terminar, bastardo! --Sea lo que sea que me vayas a decir, l... Altro

Lo prometo, chibi~
Bastardo... cumpliste tu promesa.
... cumplí mi promesa.

Bastardo, ¡promételo!

985 91 79
Da Michelle_N_Romart

やくそく。

...

Promesa.

—DAZAI OSAMU. SERÁ MEJOR QUE CORRAS, PORQUE NINGUNA EXPLICACIÓN QUE ME DES SALVARÁ TU JODIDO CULO.

Y así comenzaba el día de la pareja, entre gritos y golpes. Lo más normal del mundo, o al menos, para ellos.

Un muy furioso Nakahara Chuuya se acercaba a pasos fuertes pero sin prisa, sabiendo que Dazai no correría, sino que se quedaría donde mismo, postrado sobre el sofá leyendo su manual de suicidios.

—Uyuyui~ ya se percató~

Chuuya apareció por la puerta de la cocina. En su mano, estrujado, llevaba un pedazo de tela negra. Su rostro estaba del mismo color de su pelo y la vena de su sien derecha amenazaba con reventar en cualquier momento.

—¿¡Qué mierda le hiciste a mi sombrero, bastardo mal parido?! —gritó encolerizado, mostrándole el pobre objeto.

El castaño contuvo una risa, pues era claro que por el único motivo que el pelirrojo se enojaba de aquella manera tan descomunal, era cuando estaban de por medio sus sombreros o el vino. Incluso podía olvidarse de pagar la factura de la electricidad, que no lo enojaría tanto como aquello.

Lo bueno es que a él le gustaba el peligro.

—Es que como el otro día volviste tarde del trabajo, quise ayudarte con la colada. —respondió haciendo un puchero fingido y dejando su libro de lado.

Escuchó a su novio apretar los dientes, conteniéndose de no partirle su hermosa boca.

—Te agradezco la ayuda... —su voz trataba de ocultar la molestia. Inútilmente—, PERO CON MIS SOMBREROS NO TE METAS, BASTARDO.

—Pero Chuuuuuuya~, no fue intencional.

—¿!Ah?! ¿¡Dices que no lo hiciste apropósito?! —le lanzó el sombrero a la cara. El castaño lo tomó en sus manos como si fuese la cosa más asquerosa– que para él lo era– del mundo y lo analizó: no estaba del todo mal. Tenía un par de rasgaduras, el ala torcida, la copa abollada y estaba descolorido en algunos (muchos) lados.

Okey, no estaba «tan» mal; estaba horrible.

—Me habré equivocado de velocidad a la hora de ponerlo a lavar en la lavadora... —trataba de excusarse—. Como dije, fue sin querer.

—Lo pusiste al máximo en la lavadora...

—No me fijé bien, estaba oscuro.

—...después de remojarlo en cloro...

—Tenía una mancha.

—En la parte de lavado...

—¿Ahí no es donde va la ropa?

—...¡SIN AGUA!

Bueno, quizás sí que fue intencional. ¡Pero en su defensa, ese horrible sombrero opacaba el hermoso cabello de Chuuya! Él solo le estaba haciendo un bien al mundo.

—No me culpes si tus vendas se vuelven «accidentalmente» de color rosa la próxima vez que haga la colada. —dictaminó mirándolo desde arriba con el ceño fruncido y una sonrisa macabra pintada en sus carnosos labios.

—...¡No serías capaz! —y ahí Dazai entró en pánico. Estaba consciente que Chuuya era más que capaz de hacerlo, ambos eran muy rencorosos y se caracterizaban por cumplir sus venganzas. No le importaba perder uno o dos paquetes de vendas, podía ir a comprar más; pero las que Chuuya iba a usar para su futura venganza ¡eran de suavidad extra y ultra absorbentes!— ¡Con mis vendas nadie se mete, enano!

—¡TÚ SERÁS EL QUE NO SE METERÁ EN MÍ DURANTE UN MES!

—¡ROMPERÉ TUS BOTELLAS DE VINO!

—¡TE MATARÉ SI LO HACES!

—¡ME HARÍAS UN FAVOR!... ¿eh? ¿Chuuya? ¿A dónde fuiste? ¡Chuuuuuya~!...

Escuchó un sonido extraño acercarse.

Entró en pánico.

—CHUUYA, BAJA ESA ASPIRADORA.

—SOLO LIBRARÉ AL MUNDO DE UNA BASURA GIGANTE. MUAJAJAJA.

—¡AHHHHHHHHH!

Y así fue cómo los vecinos terminaron llamando a la policía al escuchar los gritos de agonía de un humano siendo asesinado en un apartamento de un edificio de la ciudad de Yokohama.

Los agentes solo suspiraron y pidieron a los asustados vecinos que mantuviesen la calma.

Visitaban ese lugar varias veces al mes...

La misma casa.

Por el mismo motivo.

Los bomberos también...

Y eran muy conocidos entre los médicos de la UCI.

Qué bueno que eran personas —no tan— normales. Agradecido el mundo que no poseyeran habilidades.

¿Se imaginan?

.

.

.

—Gracias~, sé que elegirás el perfecto; confío en ti. —sin más que decir, colgó el celular y lo guardó en el bolsillo interior de su gabardina.

—¿Con quién hablabas, bastardo? —Chuuya alzó una ceja mirándolo con el entrecejo arrugado y un mohín en el labio.

Dazai cerró los ojos esbozando una sonrisa; con la mano libre, pues la otra agarraba firmemente la enguantada de su pareja, le dio un pequeño golpecito en la nariz.

—Hablaba con una rata, puedes estar tranquilo.

—Espero que sea cierto, no quiero tener que castrarte. —el pelirrojo le devolvió el golpe, pero en las costillas y sin escatimar en la fuerza que empleaba.

Se dobló de dolor, maldiciendo por lo bajo y disfrutando en el interior; desde que se había enamorado de ese jalapeño de metro sesenta con más genio que un volcán en actividad, se había convertido en un masoquista de clóset. Solo esperaba que Fyodor eligiese un anillo perfecto, pues le costó más que solo explicaciones. Confiaba en él, por algo era su mejor amigo.

En un principio tenía la idea de dejar medio ciego a Chuuya con un spray de pimienta, pero la desechó. ¿Y si le costaba la vida tal jugarreta? Mejor no jugársela.

Pararon en el cruce peatonal, esperando a que el semáforo cambiara de color. Regresaban del consultorio de Mori Ōgai, doctor conocido de la pareja y que se encargaba de curarlos en casi todos sus percances. Habían ido a llevarle un regalo de parte de ambos y a felicitarle, pues su esposa —y hermana mayor de Chuuya—, Kouyou, estaba embarazada.

Rojo.

Comenzaron a caminar a la par de las demás personas que a esas horas regresaban a casa o salían a cenar. La tarde estaba casi al convertirse en noche, las nubes que se divisaban en el horizonte tenían el típico color borgoña y magenta de esa estación del año. El aire, ya un poco frío, agitaba las hojas caídas de los árboles; secas y marrones, formando pequeños remolinos en los que el ojiazul reparaba, curioso, como un niño, vagando en los recuerdos de su niñez.

Dazai se percató de ello, guiándolo de la mano, sin sacarlo de su ensoñación. Él también lo recordaba, aunque Chuuya no lo hiciese. Se habían conocido en la preparatoria, después de unos intensos meses de acoso por parte del castaño; sin embargo, no había sido la primera vez que se vieron. Cuando niños, de unos 7 u 8 años, Chuuya lo había salvado de un perro callejero. Puede que no fuese más grande obra de caridad —ni que el perro fuese tan feroz como él lo vio—, pero había significado mucho. Aún más el abrazo sobre protector que el pelirrojo, aún con una rama en la mano, le dio; colocando su cabeza castaña contra su pecho.

Había sido la única vez, pues ahora era todo lo contrario: Chuuya se apoyaba en su pecho.

No estaba 100% seguro que se tratara del mismo pelirrojo que ahora sonreía gentilmente a los niños que le miraban curiosos por la calle, pero él deseaba pensar que sí era así.

Que el destino siempre los preparó para estar juntos.

Pasaron frente a la cafetería que frecuentaban a veces cuando ambos se sentían demasiado perezosos como para cocinar. Y cuando digo "ambos" me refiero a Chuuya, Dazai es un peligro con piernas de pollo desnutrido en la cocina. No quieran saber los problemas que le ha causado a los bomberos.

—Eso se está volviendo peligroso. —le escuchó hablar.

Dirigió su vista a donde miraba Nakahara, divisando, a la derecha, un grupo de edificios en obras. Al parecer, pertenecientes a alguna empresa extranjera de renombre. No era extraño ver ese tipo de obras. Yokohama era una ciudad muy enriquecida económicamente. Sin embargo, el problema era una grúa gigantesca que soportaba unas vigas de metal casi sobre la vía de los transeúntes, a unos metros encima. Si los cables de metal se rompían, solo quedaría rezar que nadie estuviese debajo.

—Chuuuuuuya~, ¿qué harías si esas vigas se soltasen justo ahora? —nunca sería suficiente tiempo para molestar al pelirrojo; además, pasaban justo debajo de las vigas en esos momentos y sintió un pequeño repelús por parte del más bajo.

Los orbes azules se clavaron en él de manera intensa, en parte regalándole por decir ese tipo de cosas, en parte demostrándole la veracidad de sus palabras:

—Te daría una patada bien lejos de ellas y salvaría a todo el que pudiese.

—Wao~ —emitió con asombro exagerado—, tienes un gran corazón; quizás en otra vida pudiese pertenecer a un mafioso desalmado.

—Matar por trabajo no tiene por qué impedirte salvar a los inocentes —razonó, sin dejar de hacer contacto visual. Dazai se perdía en ese mar infinito cada vez que le miraba, deseando poder ahogarse en él, deseando que nunca dejase de mirarlo. De repente, vio su entrecejo hundirse y girar su rostro con una mueca—. Y tú corazón no sirve ni para comercializar en el mercado negro.

Digamos que eso a Dazai le dolió un poquito no más; había recibido insultos peores.

Iba a devolverle la pulla cuando le vio mirar al cielo nocturno, ya pintado de algunas estrellas. Se quedó mudo. Simplemente estudió su rostro por milésima vez, memorizando cada detalle, analizando cada milímetro, amándolo cada vez más.

—Las constelaciones más hermosas son las de invierno. —dijo, no mirando al cielo, no refiriéndose a la bóveda añil que se levantaba sobre ellos; sino admirando a la persona que tenía delante, que caminaba enganchada a su brazo, entrelazando sus dedos, a la persona que tanto amaba.

Chuuya le miró, un poco confuso por lo dicho. Él creía que se refería a las estrellas, así que asintió, inocentemente.

—Bastardo, ¿estas Navidades trabajarás? —preguntó, sentándose en un banco del parque cercano al apartamento donde vivían. La madera fría crujió un poco bajo su peso.

El castaño ocupó un puesto a su lado.

—Chibi, tú sabes mejor que nadie que lo que menos hago es trabajar —respondió alzando los hombros con indiferencia—. El otro día hice volar la noria de Yokohama sin querer.

—Eres Dazai Osamu, un bastardo arrogante y frío que lo tiene todo bajo control. Esa ni tú te la crees. —chasqueó la lengua.

—Tienes razón, quizás sí que fue un poquito intencional.

Un silencio se adueñó del ambiente.

Un silencio cómodo, como todos los que tenían. Habían olvidado la última vez que ese tipo de ambiente había resultado incómodo. Se entendían perfectamente. No necesitaban palabras o acciones, solo eso; solo un silencio donde lo que hablaba eran sus corazones.

—Te llevaré al festival. —dijo el castaño, perdido en el brillo de la luna.

Chuuya lo miró confuso.

—¿Eh?

—Para eso me preguntaste si trabajaba en Navidad. Deseas ir a ese festival desde el año pasado.

—¿¡Quién quiere pasar tiempo contigo en un festival?! Es tan cursi. —trató de ocultar su cara, pues estaba rivalizando con el color de su cabello.

Río entre dientes. La faceta tsundere de su pareja se le hacía tan tierna. Aparentando cosas que no es.

—Soy Dazai Osamu, un bastardo arrogante y frío que lo tiene todo bajo control —copió sus palabras con sorna, mirándole por el rabillo del ojo, con aire arrogante—. Así que llevaré a Chuuya Nakahara, un enano tsundere, diva y amante de los horribles sombreros, al festival de Navidad.

Chuuya quería golpearlo, no por haberle parafraseando, no por haberle dicho esa sarta de insultos bien camuflados; sino por siempre ver a través de él. Apretó las manos sobre sus muslos. Los nudillos se tornaron blancos bajo el cuero negro de sus guantes. Tragó toda la ira acumulada y murmuró, entre dientes:

—Promételo.

—¿Eh? —Dazai era ahora el confuso; fue imposible escuchar lo que dijo.

—Bastardo, ¡promételo! —repitió, agarrándolo del cuello de la camisa y pegándolo a él. El mar de sus ojos, embravecido.

«Que lo prometa, ¿eh?»

Dazai odiaba esa palabra. Odiaba las promesas, hacerlas y cumplirlas. Le parecían una excusa barata creada por el ser humano para asegurar algo que estaba fuera de su propio alcance. Sin embargo, sonrió, perdido en el pasado.

Habían sido las mismas palabras.

—Lo prometo. —dijo el castaño mientras miraba los pétalos del árbol de sakura bajo el que se encontraban, caer en una danza hasta el suelo.

¡Ni siquiera me dejaste terminar, bastardo! —sentado a su lado, estaba Chuuya, mirándole molesto y avergonzado. Todos los almuerzos los pasaban allí, viendo florecer y marchitar a su compañero de historias.

El castaño alzó la mano abierta en dirección al cielo y agarró un pétalo que caía en esos instantes.

—Sea lo que sea que me vayas a decir, lo prometo.

No es como si Chuuya fuese a preguntar «Osamu, ¿prometes siempre estar junto a mí?»

—Mierda. —murmuró el pelirrojo. El castaño siempre estaba a un paso por delante de él.

Lo amaba y sabía que él lo amaba, mas tenía una necesidad impropia de escuchar aquellas palabras. Las necesitaba, como el candado que cerraría el pacto que había aceptado cuando le correspondió. Porque, a diferencia de Dazai, Chuuya consideraba sagrada una promesa.

La campana tocó, dando inicio a las clases de la tarde.

Una bola de papel chocó contra los rizos castaños, despertándolo del estupor que le causaba la asignatura. La tomó en sus dedos y la abrió, leyendo. Sonrió divertido; Chuuya podía ser tan tierno. Escribió su respuesta y se la lanzó de vuelta, con la mala suerte de golpear en el objetivo equivocado.

El profesor de matemáticas, Kunikida Doppo.

—¡CHUUYA, DAZAI! ¡A DETENCIÓN!

¿Ventajas?

Que el local donde se daban los castigos tenía una puerta estilo occidental con perilla y cerrojo. Y él tenía la llave.

Atrajo a Chuuya pasando un brazo por detrás de su cuello, acurrucándolo en su pecho. Disfrutó el calor de sus cuerpos extendiéndose por su pecho y dijo, imitando las mismas palabras de su adolescencia.

Palabras que solo diría a esa persona:

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lo vean a que me refiero
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ya se la saben votos y comentarios