Seven.
Llevo casi tres horas como imbécil sentado afuera de la habitación que tenemos con Astrid sin obtener respuesta alguna parte de mi hermosa novia, mis golpes en la madera de la puerta eran cada vez más desganados y puedo jurar que si no me abre pronto me dormiré aquí mismo.
Los minutos pasaban y los ojos parecieran pesarme más y más, se estaba volviendo hasta torturante en algún punto tratar de mantener mis ojos abiertos.
No sé en qué momento paso, pero caí en un profundo sueño en el pasillo mientras estaba apoyado en la puerta de la habitación.
De un momento a otro sentí mi espalda y mi cabeza chocar contra algo completamente frio y cuando abrí los ojos note el techo de mi habitación y me senté. La mitad de mi cuerpo de la cadera para abajo estaba en el pasillo de la casa y la otra parte de mí dentro de la habitación.
Volví a recostarme en el piso y suspire mientras cerraba los ojos con fuerza.
- Joaco...- me nombro. - ¡Joaco!- insistió a lo que solo le devolví un gruñido de mi parte.- ¡Joaquín!- grito y abrí los ojos de golpe.
- ¿Si preciosa?- fue lo único que atine a contestar al notar que estaba parada junto a mí.
- Súbete a la cama, hace frio para que estés ahí.- dijo y pego media vuelta para meterse a la cama.
Me levante rápidamente y sacudí mi cuerpo.
- ¿Puedes cerrar la puerta? por favor...- escucho su voz entre dormida.
No contesto y solo me limito a acercarme a la puerta y cerrarla con seguro, giro sobre mis talones y camino hacia la cama, me meto en ella y ciento como Astrid rápidamente se acurruca en mí con su cuerpo helado, y en ese momento me cayeron todas las fichas.
- Preciosa...- la llamo.
- ¿Mmm?- pregunto entre dormida.
- ¿Me has pedido que suba a la cama porque te ha dado lástima que este durmiendo en el pasillo y hacia frio, o solo porque no puedes dormir sin mí?- pregunto rodeándola con los brazos.
- Cincuenta, cincuenta...- contesto y se giró quedando frente a frente conmigo.
Se escondió en mi pecho, me abrazo fuertemente y subió toda su pierna encima de mí. Eso fue más que suficiente para que me muriera de amor y se me olvidara que me había tenido tres horas afuera golpeando como imbécil y no sé cuánto tiempo durmiendo en el pasillo de mi casa.
- ¿Sigues molesta?- ella asintió sin decir palabra.- Esta bien, estas en todo tu derecho. Solo quiero recordarte que te amo muchísimo y eres la princesa más hermosa que he conocido. ¿Si?- asintió repetidas veces y se acurruco más en mi.- Has eso de nuevo y te juro por Dios que me tienes a tus pies.
Volvió a hacerlo y su risita al escucharme suspirar fue música para mis oídos; y pensar que he estado tantas veces a punto de perderte que hasta me cuesta creerlo.