SILENCE || Levi Ackerman (En...

By cherrynh98

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Uɴᴀ ᴘʀᴏᴍᴇsᴀ, ᴜɴ ᴇɴᴏʀᴍᴇ sᴇᴄʀᴇᴛᴏ, ᴜɴᴀ ᴄᴀɴᴄɪóɴ ʏ ᴇʟ sᴏʟᴅᴀᴅᴏ ᴍás ғᴜᴇʀᴛᴇ ᴅᴇ ʟᴀ ʜᴜᴍᴀɴɪᴅᴀᴅ. Gritar, cantar, reír, ll... More

|Sɪʟᴇɴᴄᴇ|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ I|
|Nᴏᴛᴀ ɪᴍᴘᴏʀᴛᴀɴᴛᴇ|
¡ANUNCIO IMPORTANTE!
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ II|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ III|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ IV|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ V|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ VI|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ VII|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ VIII|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ IX|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ X|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XI|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XII|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XIII|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XIV|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XV|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XVI|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XVII|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XVIII|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XIX|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XX|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXI|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXIII|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXIV|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXV|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXVI|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXVII|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXVIII|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXIX|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXX|
|Esᴘᴇᴄɪᴀʟ ᴅᴇ Nᴀᴠɪᴅᴀᴅ|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXXI|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXXII|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXXIII|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXXIV|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXXV|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXXVI|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXXVII|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXXVIII|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXXIX|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XL|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XLI|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XLII|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XLIII|
|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ ғɪɴᴀʟ|
🍒Aɢʀᴀᴅᴇᴄɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ʏ ɴᴏᴛɪᴄɪᴀs🍒
🍒Pᴀʀᴀ ᴜꜱᴛᴇᴅᴇꜱ🍒

|Mᴏᴍᴇɴᴛᴏ XXII|

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By cherrynh98

Hange se mordía las uñas de manera nerviosa, dando vueltas por toda la oficina y asomándose por la ventana cada cinco segundos. Dio ligeros golpecitos al piso con la punta del pie, se mordió las uñas, se recostó sobre el escritorio con la cabeza colgando; la situación era así de grave que incluso intentó ordenar un poco sus cosas.

La noche estaba fresca, se preguntó si su pequeña soldado habría empacado un suéter, si no, esperaba que el ministro agarrara caballerosidad de donde no tenía, y le prestara su saco. Los nervios la invadían, dejándole un cosquilleo imparable en el estómago. Estaba preocupada, por supuesto que sí; Geheim había abandonado el cuartel un par de horas antes, acompañada del hombre que pretendía hacerle daño. Se sentía como una madre asustadiza, aguardando por ella incluso fuera pasada la media noche.

Alguien tocó la puerta, se sacó el dedo pulgar de la boca con un hilo de saliva colgando, y corrió a abrir. Del otro lado apareció un enano loco de la limpieza mata titanes, con su muy común frente arrugada. El hombrecillo chasqueó la lengua al ver su aspecto desaliñado y entró sin esperar invitación. Antes de cerrar la puerta detrás de ambos, Hange verificó que no hubiera nadie rondando por los pasillos.

—No lo hagas tan evidente, gafas —la regañó buscando un lugar dónde sentarse.

El desorden de su amiga había sido algo a lo que tuvo que acostumbrarse a la fuerza, y es que Hage tenía un modo sumamente extraño de organizar sus cosas y saber dónde identificarlas sin necesidad de brincar en medio del enorme pozo de papeles. Era una situación crítica a sus ojos, pero extrañamente, sea como fuera que la mujer con lentes acomodaba todo, funcionaba; por eso tuvo que quedarse callado y pensarla un sinfín de veces antes de visitarla.

—Lo siento, no hace falta que te diga lo nerviosa que estoy, ¿verdad?

—No, claro que no.

La mujer con coleta se pegó a la ventana empañándola con el vapor expulsado de su boca.

Tsk, deja de hacer eso, mierda.

—¿Sudeon ya se fue? —Pudo verlo negar en el reflejo del vidrio.

De igual manera, se encontraba en ese estado gracias al regreso del asistente del ministro al cuartel general del Cuerpo de Exploración. Ella, al ser la encargada de buscar la dichosa carta, tuvo que retrasar el plan hasta que el empleado no saliera de ahí.

—Sigue sacando cajas como si su existencia dependiera de ello —se quejó el hombre de baja estatura.

—Es normal, supongo que se deberá al viaje. —Lamió la ventana quedando asqueada por el sabor a polvo y mugre.

—Erwin ha calculado el tiempo que tarda en llevar las cosas hasta la carreta —avisó removiendo una montaña de hojas apiladas para poder tomar asiento sobre la esquina del escritorio—. Ese estúpido, casi podría llegar a jurar que compró todo Shiganshina, no tienes idea de la cantidad de equipaje que lleva.

—¿Y cuánto hace?

—¿Cuánto hace en qué? —preguntó extrañado.

—¡Del tiempo, Levi! —le recordó.

La castaña se golpeó la frente con la palma de la mano y se giró en dirección al vidrio para seguir investigando si todavía soportaba unos meses más sin limpiarlo.

—No mucho, tal vez cinco minutos.

—¡No serán suficientes! —vociferó con las manos en lo alto.

—Baja la voz, idiota, nos descubrirán por tu culpa —bufó—. Estudiamos el perímetro, parece que ha terminado de vaciar el ropero, ahí te esconderás durante el tiempo que sea necesario hasta que salga de nuevo.

—¡Ah, no, eso sí que no! —Río con nerviosismo—. No soporto estar encerrada.

El hombre bajito se puso de pie en un salto, se aproximó hasta ella y la tomó por el cuello de la camisa con fuerza.

—Escúchame bien, cuatro ojos de mierda, eres la única que puede caber ahí e investigar entre ese desorden sin tardar y sin que nadie se dé cuenta.

—¡Tú también puedes!

La soltó con rudeza haciéndola tambalear.

—Yo soy el encargado de la distracción en caso de una emergencia.

—Yo soy buena distrayendo. —La recorrió con la mirada cargada de ironía. Hange suspiró—. De acuerdo, supongo que los nervios me ganarían.

—No supongas, estás en lo correcto. Tus lazos con la mocosa muda te están afectando en esta misión.

El hecho de que la mencionara, le cambió el ánimo de manera repentina. Sonrió de oreja a oreja, se colocó una mano sobre la cadera y con la otra lo señaló con un atisbo de complicidad. Levi retrocedió asustado.

—¿Sólo yo? —burló.

—No, también el cejotas. Esa mocosa tiene algo que los vuelve idiotas a todos —giró el rostro en otra dirección.

—Mhm... —refunfuñó molesta al ver que él lo evitaba todavía— De acuerdo, no lo digas si no quieres.

Tsk, no sé de qué mierda me hablas —caminó hacia la puerta—, y apresúrate que llegó la hora de tu gran actuación.

Se enderezó ante la noticia y corrió detrás de él intentando alcanzar sus pequeños pasos.

En el camino se preparó mentalmente, repasando los posibles lugares que el primer ministro usaría para resguardar algo de tanta importancia.

Ambos se pegaron a la pared, solo hacía falta que doblaran en la esquina y se encontrarían con el pasillo que daba al fondo con la habitación del ministro. A pesar de que la puerta estaba cerrada podían escucharse los pasos de Sudeon andando de un lado para otro, atareado con tanto trabajo.

—Cada vez que sale —susurró el azabache—, cierra con llave.

—Significa que tienen algo grande que esconder —soltó una risa desquiciada frotándose las manos.

—Los guardias fueron quitados gracias a una orden de Erwin —continuó sin prestarle atención—. Tendrás que cerrar por dentro una vez que entres.

—¿Y cómo sabré cuando venga? —preguntó asustada.

—Escucharás el sonido de las llaves —contestó simple. La puerta fue abierta y el sonido de cajas cayendo resonó en todo el lugar—. Ahora ve, está a punto de avanzar.

La empujó con el pie.

—Pero, Levi...

—Que vayas, no hay tiempo.

Rodando, Hange se pasó a la otra esquina espiando hasta que los pasos de Sudeon se acercaron con forme avanzaron los segundos. Debido al montón de cajas sobre sus manos, el asistente no pudo ver el momento en el que la castaña caminaba agachada en dirección a los aposentos de su señor.

La loca de los titanes anduvo en puntillas cuidando no hacer ningún ruido. En su chaqueta encontró la llave que la pequeña soldado le confió a Erwin Smith, la introdujo con total concentración sacando la lengua con gracia; y cuando la puerta hizo click, un sonrojo se instaló en sus mejillas, así como la locura se apoderó de sus ojos oscuros.

—Esto será interesante —musitó entre pequeñas risas.

Los músicos emitieron una melodía lenta recibiendo quejas de los presentes, pero, al final de cuentas todos esos hombres sudorosos se pusieron de pie y comenzaron a bailar abrazados, mejilla con mejilla, derramando lágrimas a un amor imposible. Geheim desvió los ojos del azul penetrante del ministro cuando él le sonrió seductoramente.

Después de la pequeña discusión —si es que se le podía llamar así—, tuvo que quedarse como siempre, en silencio absoluto, para evitar arruinar lo mucho que había avanzado. No sabía si debía tomar sus palabras como una señal de que conocía a su madre y era el responsable de su desaparición, cuando lo único que había hecho era preguntar sobre ella y acusarla de mentir sobre su pasado. Esto último la alarmaba porque, si su intuición y presentimiento fallaron, significaba que Rächer Königreich sabía más de lo que decía, la conocía más que cualquiera dentro del legión, y buscaba sacar provecho de ello para algo que desconocía hasta el momento. Estaba atrapada, sabía que su mentira no duraría mucho más tiempo.

—Belle fille, ¿baila? —preguntó sacándola de sus pensamientos, alargando la mano en su dirección.

Torció la boca en un intento de sonrisa tratando de ocultar el miedo que le provocaba la idea de tenerlo demasiado cerca.

No de este tipo, tengo dos pies izquierdos cuando se trata de baladas. —El hombre sólo le entendió 'pies izquierdos' gracias a que la pelinegra levantó el dedo medio e índice.

Incluso con su simple excusa, él río. Parecía que los tragos ya habían hecho efecto suficiente para sonsacarle cualquier tipo de información que ella deseara... o eso era lo que se animaba a pensar.

—¡Vamos, que yo le enseñaré! Soy todo un maestro cuando se trata de danza.

La tomó del brazo sin previo aviso y tiró de ella hasta la improvisada pista de baile, donde los clientes movieron las mesas hasta el rincón para abrirse paso. Al fondo de la taberna, Phanship se guardó sus reclamos recordando la paga.

Su cercanía la hizo sentir nerviosa, y más aún cuando la pegó a su pecho por más que puso resistencia. El aroma de su colonia carísima le llenó la nariz, era un olor empalagoso que le irritó los ojos. Su enorme mano le rodeó la poca cintura que tenía, juntándola más a su robusto cuerpo; le tomó la muñeca con la otra y la obligó a bailar a un ritmo lento.

—En los bailes de palacio, soy bien alabado por mi ligereza de pies —sonó enorgullecido.

Le sonrió forzadamente y desvió su atención a otro lugar que no fuera él. Estaba demasiado incomoda, llegando a sentir repulsión. Cuatro simples palabras la pusieron alerta y tensa en cuestión de segundos.

—¡Pero qué hermoso anillo! —exclamó con admiración—. ¿Dónde lo ha conseguido?

Decidió utilizarlo esa noche con intención de que él lo notara o mencionara algo que pudiera relacionarlo a él, además de que le brindaba una extraña confianza al saber que su madre pudo haberlo utilizado en ese tiempo que llevaban sin verse. Aunque su pregunta ya la esperaba, le fue imposible no sorprenderse. ¿Qué tan cerca estaba de la verdad?

Regalo.

—¡Vaya que su pretendiente tiene buen gusto!

Lo miró extrañada, separando el rostro para poder verlo mejor.

—¿Pretendiente?

—No soy tonto, belle fille, ese anillo es de compromiso —le tomó los dedos para darle una vuelta lenta—. ¿Piensa casarse?

Rápidamente movió la cabeza en negación.

—Es una lástima —dijo con pesar—, su belleza no durará para siempre, puede que su pretendiente se canse de esperar por usted.

Entonces su amor sería una mentira.

El de coleta río sin abrir la boca.

—Belle fille, su inocencia me sorprende —al principio no lo entendió—. No todos se casan por amor.

Elevó ambas cejas.

—¿Usted?

—¿Yo qué? —Le apretó la mano.

—¿Usted iba a casarse por amor?

Una gota de sudor le recorrió la sien al hombre con el que bailaba.

—Se lo dije desde un principio, ella era a quien más amaba —sostuvo desviando la vista hacia los clientes que lloraban sobre el hombro del otro.

Eso no significa que no tuviera más motivos —le dijo una vez que sus ojos recorrieron el grosor de sus labios.

—El pasado ya no importa —comentó en medio de un suspiro—. Sólo el ahora.

Geheim supo que se negaría a contestar aquello por más ebrio que estuviera.

El resto de la canción ninguno de los dos hizo el intento de entablar una conversación, aparentando apacibilidad frente a los demás. Cuando los músicos terminaron, tomaron asiento de nuevo y encargaron más tragos para el representante del rey.

Geheim se acomodó el vestido por debajo del trasero captando la atención de su acompañante, quien se relamió los labios al ver su actuar. Se preparó para su siguiente jugada ensayando mentalmente su inocencia. Le colocó la mano sobre la suya.

Ministro, yo le he hablado de mi madre —se aseguró de que le hubiera entendido—, así que pienso que es justo que usted haga lo mismo sobre su amada.

El hombre deshizo el tacto con rapidez.

—¿Por qué debería hacer eso? —Alzó una ceja—. Usted no me ha dado suficiente información.

El siguiente tarro de alcohol fue puesto frente a él. Phanship se marchó no sin antes lanzarle un vistazo preocupado a la pequeña soldado, incluso él podía notar que las intenciones del hombre a su lado comenzaban a cambiar, y le había prometido a su amiga cuidar de la muchacha muda.

Vinimos para conocernos, señor —recordó.

La expresión divertida de la pelinegra despertó algo en su interior y... exterior. Le dio un sorbo a su bebida pasando la lengua por la orilla, sin quitarle los ojos de encima.

—Quizás tenga razón. Estoy dispuesto a mancharme la boca con su nombre solo por usted. Aunque yo también debería hacerle la misma pregunta, belle fille.

Adelante —desafió enderezándose.

—¿Por qué tanto interés en ella?

Dio gracias al cielo en que ya tenía una respuesta preparada.

Me intriga conocer a la mujer que le hizo tanto mal —repitió varias veces, tratando de mantener la pena fingida.

El hombre soltó un suspiro.

—Me halaga que comparta mi dolor, pero lamento decirle que ya le he dado suficiente información, no hay mucho qué decir sobre ella. Solía ser una prostituta del subterráneo, me enamoré de ella, ella fingió hacerlo sólo para quedarse con mi fortuna y ahora está pagando por ello —resumió sonriendo al final.

No podía ser tan fácil, ¿verdad?

Bufó con decepción y recargó la mano sobre la barra para insistir con el tema del anillo, no pensaba quedarse quieta tan fácilmente. Lo último que le dijo con respecto a él no le era de mucha ayuda. Ocultó su sonrisa triunfante cuando Rächer Königrecih rozó sus dedos sobre la piedra.

—Me intriga demasiado esta preciosa joya, ¿puedo saber quién se la ha dado?

Se sintió feliz de que su plan estuviera dando frutos. Aprendió bien que el alcohol en las venas hacía a las personas más conversadoras de lo normal. »¡Gracias, Hange!«

Alejó la mano para juguetear con la sortija.

—¿Le gusta?

—Me trae recuerdos —informó formando un puchero.

¿Sobre su amada?

El terror se instaló en su interior cuando él asintió sin demostrar interés alguno.

—Le regalé uno exactamente igual el día que le propuse ser mía.

Las ganas de llorar la invadieron. Todo parecía encajar de algún modo.

—¿Qué le pasó?

—¿Ella? Ya le dije que está encer...

No, no —lo interrumpió negando con ambas manos—, al anillo.

El hombre se encogió de hombros con una simpleza que la hizo hervir de furia.

—Pienso dárselo a la que, he decidido, será mi esposa.

La pelinegra pasó saliva sonoramente, preguntándose si hablaba sobre ella, rezando, por primera vez, en estar equivocada.

—¿Cuándo?

El ministro sonrió de lado, se terminó la bebida, e inclinó el cuerpo en su dirección. La nariz casi le rozaba el pecho, pero la soldado reunió todas sus fuerzas haciendo a un lado el miedo para quedarse quieta. Si no podía soportar la cercanía de un hombre como él, por más simple que fuera, ¿cómo podría enfrentarse a las verdades ocultas que la rodeaban?

—¿Qué importa eso? —Sus orbes azulados la escanearon con intensidad—. El futuro no me preocupa.

Creía que sí. Habló sobre el miedo que le provocaba no conseguir lo que quería —le recordó con recelo—, ¿mentía?

El aire expulsado por su nariz velluda le traspasó la ropa dejándole una sensación de calor.

—Tiene razón, belle fille. Es sólo que, cuando se trata de su compañía, lo demás pierde importancia.

Su comentario le dejó un mal sabor de boca.

¿Y qué es aquello que anhela tener? —retomó el tema inicial antes de que su comportamiento subiera de tono a algo que no podría controlar.

El castaño se relamió los labios luego de beber.

—Quiero a mi reina.

Nuevas dudas se incrustaron en su cabeza. ¿Hablaría de alguien noble?, de ser así, cualquier supuesta relación con su madre se vería descartada, pues estaba más que claro que ellas jamás serían tal cosa por la sencilla razón de pertenecer al mundo bajo tierra. ¿Sería una forma romántica de llamar a la nueva mujer que supuestamente amaba?, no lo creía, viniendo de él, sabía que Räher Königreich no era del tipo romántico, entonces, ¿a qué se refería con eso? No pudo indagar más, de hacerlo, terminaría descubriéndose.

—Sólo ella me hará conseguir lo demás, casi estaré completo el día en el me pertenezca. Con ella a mi lado, seré invencible, belle fille.

La segunda idea comenzó a ser más posible, aunque no terminaba en creérselo del todo.

Forzó una sonrisa antes de tomar su vaso vacío y elevarlo en dirección al cielo.

Salud, por su reina —festejó.

El ministro pegó la bebida a la suya tomando con desespero por sentir el delicioso sabor que un desconocido ponía en él. Ninguno de los dos desvió la mirada del otro, y Geheim bajó el tarro cuando él lo hizo, simulando agitación después de haber soportado la respiración durante ese lapso.

El de orbes azules se limpió la boca con el dorso de la mano dejándose los bigotes húmedos. Con cuidado de no asustarla —aunque en realidad fallaba en su tarea—, se acercó tanto como pudo a la pequeña soldado y le ofreció el brazo.

—Será mejor que nos vayamos, es tarde y mañana hay demasiados preparativos, belle fille —su tono ebrio regresó, como si sólo hubiera estado aparentando rudeza durante el tiempo en el que conversó con ella de asuntos de interés para los dos.

La pelinegra tuvo miedo de que todo lo que el representante del rey le hubiera dicho se trataran de mentiras. De cualquier modo, ya no podía hacer nada, la noche había avanzado con rapidez, permitiéndole rescatar poca información —de utilidad o no— y confiaba en que para ese entonces sus capitanes ya habrían conseguido las piezas faltantes del rompecabezas.

Las gafas comenzaron a resbalarse por el puente de su nariz, las subió con el dedo índice mientras rebuscaba entre las cajas amontonadas frente a la cama vacía del ministro. Sudeon se había marchado un par de minutos antes, el tiempo se le terminaba antes de volver a esconderse dentro del ropero.

Levantó el colchón en busca de la carta; revisó en los sacos perfectamente doblados dentro del baúl; en las libretas con caligrafía desordenada y poco entendible; dentro de los frascos de perfume, mareándose ante el olor tan empalagoso; incluso entre la ropa interior del representante del rey, y vaya que quedaría perturbada por el resto de su vida. Por donde quiera que mirara, la correspondencia no estaba por ningún lado.

El sonio de las llaves la puso alerta. Aventó la ropa de nuevo a la caja y corrió hasta meterse dentro del armario. Dejó la puerta entreabierta para poder respirar y evitar morir asfixiada ahí adentro. «Por Geheim, por Geheim», se repitió constantemente.

El asistente del ministro apareció azotando la puerta, se quedó extrañado a mitad del camino observando el modo tan desorganizado en el que creyó haber dejado las pertenencias de su amo, bufó cansado y empezó la tarea una vez más. Hange se regañó mentalmente por ello, estuvo a punto de arruinarlo todo.

Un solo rayo de luz se filtraba por la abertura, mas no era suficiente para sentirse cómoda. Fue ahí, con Sudeon doblando ropa con agilidad, con el aire faltándole cada vez más, y la sensación de estar a punto de morir, que se planteó una idea que esperaba fuera errónea. Decidió en qué lugar buscar, aunque realmente había estado esperando para que fuera el último, con la ilusión de poder darle a su enana una noticia positiva entre tantas que le llegaban a diario.

Cuando Sudeon se fue, abrió las puertas dobles con rudeza y cayó de bruces sobre el suelo. Se quejó de dolor, luchando por ponerse de pie, y soltó un suspiro antes de dirigirse a la chimenea.

Si el ministro ocultaba algo, Hange sabía que no sería lo suficientemente estúpido para dejar la evidencia de un modo fácil de encontrar. Revisó por encima, y, efectivamente, tal como hubiera deseado que no fuera, se encontraba el sobre. La esperanza murió de manera instantánea al revisar el interior. No había rastro alguno de una carta.

Revisó el remitente y destinatario corroborando que pertenecía a Rächer Königreich, hasta que sintió aumentar la temperatura de sus pies incluso a través de las botas gruesas. Bajó la vista encontrándose con las cenizas de madera. Se colocó en cuclillas solo para darse cuenta de que aun habían pequeñas brasas de fuego ardiente, tan diminutas que tenía que pegar el rostro si quería alcanzar a verlas.

Una gota de sudor le recorrió la frente. Se sintió nerviosa como pocas veces lo hacía, no era una sensación buena como cada vez que se enfrentaba ante un titán, no, era mucho más turbulenta. Como pudo, lanzó el sobre al lugar donde antes se encontraba y metió las manos entre los restos.







El soldado más fuerte de la humanidad tomó su taza incapaz de dar un sorbo más a su té negro. El cuartel ya estaba completamente vacío debido a las altas horas, los grillos ya cantaban en el exterior, la temperatura disminuyó considerablemente obligándolo a usar una camisa larga por debajo del uniforme. Erwin estaba ahí, a su lado, recargado sobre la silla con total tranquilidad como si nada estuviera pasando. Odiaba verlo así, «¿qué acaso nunca se altera?».

—¿Y Mike? —preguntó para romper con el irritable silencio.

—Sigue vivo —se limitó a responder el hombre con cejas prominentes.

Levi asintió sin saber qué más decir, no era un hombre de muchas palabras.

—¿De qué mierda te ríes? —cuestionó con notable enojo al verlo curvear los labios por un segundo—. No estamos para risas, idiota.

—Ya lo sé.

—¿Entonces?

—Creo que debes ser más ingenioso con tus temas de conversación, es todo —se encogió de hombros.

Emitió un chasquido de lengua.

—Bien, entonces... —lo pensó un momento— ¿qué tal la investigación del dedo?

Ese tema le resultó más interesante al rubio. Se puso recto sobre el asiento a la par que cruzaba las manos por encima de la mesa.

—Aún no tengo noticias, es probable que lleguen después de la expedición.

—¿No hay un modo de que pueda ser más rápido?

—Lleva tiempo, Levi.

El de baja estatura se cruzó de brazos dejando la taza a un lado.

— Ya lo sé, pero te das cuenta de que para ese entonces ella...

—Sí, Levi —lo detuvo antes de que revelara información de más—. Es un riesgo que tenemos que tomar.

Resopló con molestia a punto de añadir algo más de no ser por la respiración agitada de la loca de los titanes acercándose. Ambos hombres la miraron con cierta sorpresa al notar lo sucia que se encontraba, con el hollín manchándole la cara y el uniforme repleto de cenizas.

—¿Qué sucedió?, ¿encontraste algo? —Erwin la interrogó de manera inmediata.

Hange se detuvo sofocada frente a ellos, se colocó las manos sobre las rodillas tratando de recuperar la respiración haciéndoles una señal de espera. Ambos capitanes disminuyeron su tamaño buscando un mejor ángulo para mirarla.

—¡Habla ya! —demandó el pelinegro.

—El ministro... él —jadeó— el ministro... la carta... —pasó saliva sonoramente— quemada... la chimenea... pedazos.

Levi chasqueó la lengua mientras que el más alto únicamente atinó a tomar asiento de nuevo.

Incluso aunque ya habían considerado esa posibilidad, se dieron cuenta del gran error que cometieron al subestimar a Königreich. Erwin comenzó a idear más formas de conseguir información, pero de nada les serviría ahora que la siguiente salida estaba tan cerca. Lo mejor sería dejar de lado el tema relacionado al representante del rey hasta solucionar la enorme tormenta que se acercaba a la Legión de manera veloz.

Levi se puso de pie acaparando la atención de sus amigos dirigiéndose a la salida del comedor después de tomar su capa verde.

—Enano, ¿a dónde vas?

—Por la mocosa —habló sin voltearse—. Si el viejo ha quemado esa cosa, no tiene caso que siga distrayéndolo.

—¿Y si aún no le ha sacado información valiosa?

El rubio y la castaña se pusieron de pie siguiéndolo hasta las caballerizas donde el de baja estatura se dedicó a preparar la silla de su caballo.

—Yo creo que ha sido tiempo suficiente. La idiota no sabe quedarse quieta por mucho tiempo.

Erwin no protestó, pues que el de hebras carbonizadas fuera por la pequeña soldado lo dejaba un poco más tranquilo, después de todo, había depositado toda su confianza en que él sabría mantenerla a salvo.

—¿No llevarás uno más para el ministro? —preguntó al verlo ya montando a la enorme bestia.

—Que se las arregle como pueda, sólo nos hizo perder el puto tiempo. —Y partió a todo galope con una extraña sensación dentro del pecho.

Abandonaron la taberna en el momento preciso antes de que los demás iniciaran una pelea no producida por la imprudencia de la mujer con gafas. El frío le azotó con fuerza la piel desnuda de los brazos obligándola a abrazarse a sí misma en busca de resguardo. Las calles estaban oscuras, ni una sola alma en pena rondaba los alrededores.

Los gritos fueron opacados por las paredes. Ambos miraron en todas direcciones en busca del carruaje, pero no estaba ahí.

—Ese estúpido sí que se tomó la orden en serio —habló arrastrando las palabras.

A su lado, Geheim pudo notar el modo en el que su cuerpo se tambaleaba debido a lo alcoholizado que estaba. Cuando el ministro la miró, se atrevió a preguntar:

¿Nos quedaremos aquí?

—¡Para nada! No pienso quedarme y que alguien ponga en duda mi reputación al verme salir de un lugar como este.

Puso los ojos en blanco harta de su actitud tan engreída. Nadie lo conocía ahí, no entendía por qué fingía que sí.

—¡Caminemos! Ya nos encontraremos con Sudeon en el camino —ordenó con el dedo señalando las estrellas.

La propuesta no le gustó. El mal presentimiento aumentó con rapidez con forme pasaron las horas, gritándole en el interior que no era buena idea quedarse con él a solas, mucho menos andar donde nadie podría ayudarla o verla si se encontrase en peligro.

Le colocó una mano sobre el brazo para atraer su atención y poder hablar antes de que las antorchas desaparecieran dejándola sin voz más de lo que ya estaba.

Quiero quedarme y esperar.

—¡Ja! —río con burla captando su mentira—. ¿Va a decirme que le da miedo la oscuridad cuando se pasó la mayor parte de su vida en ella?

Formó una mueca y bajó la cabeza sabiendo que no habría modo de convencerlo. Al final de cuentas, estaba ebrio, no podría hacerle ningún mal.

El ministro la tomó por el antebrazo con rudeza obligándola a caminar.

—Vamos, si nos apresuramos, tal vez nos encontremos con el estúpido de mi asistente en la salida del distrito.

Se dejó guiar con la oscuridad siguiéndolos.

Las calles comenzaron a tornarse cada vez más descuidadas y oscuras, poniéndola alerta al darse cuenta de que ese no era el camino que habían seguido al llegar durante la tarde a la ciudad. El cosquilleo en su estómago aumentó, frunció el entrecejo y tiró de su brazo para captar su atención.

El hombre barbudo gruñó con fuerza y se giró hacia ella.

Este no es el camino correcto.

La joven de cabellos oscuros esperó alguna respuesta de su parte, y cuando no llegó, comprendió que él ni siquiera podía verla gracias a la mala iluminación de las calles mezclado con su estado de ebriedad.

—Siga —ordenó tirando de ella nuevamente dándose media vuelta para continuar.

El cuerpo de Geheim se puso pesado ante su insistencia en llevarla por un camino que, supuso, él tampoco conocía. Intentó por incontables veces deshacerse de su agarre, pero el ministro se negaba a dejarla ir tan fácilmente, ignorando el mareo constante y las ganas de vomitar.

Un callejón oscuro a su derecha captó la atención de ambas figuras y su corazón se aceleró cuando el representante del rey avanzó en su dirección después de meditarlo un poco.

No quiero —puso resistencia tanto como pudo.

Se planteó la idea de golpearlo y salir huyendo antes de que las cosas se salieran de control, pero una vocecilla en su interior le repitió una y otra vez que tenía que ser fuerte, fingiendo que aquel día estaba superado y ya nadie podía hacerle daño del mismo modo otra vez.

—Necesito orinar. —Su explicación no la dejó del todo convencida—. Quiero que me acompañe —arrastró las palabras—, si llego a caer, la necesito para que me ayude.

El temblor de sus manos aumentó. La luna menguante observó todo desde lo alto iluminando en escases el cuerpo robusto de Rächer Königreich, permitiéndole a la chica verificar que no mentía al darse media vuelta, quedando de frente a la pared. Desvió sus ojos oscuros del hombre cuando escuchó el sonido del cierre al ser bajado, seguido del agua impactando contra el suelo y la pared.

—Bonita sorpresa... —la voz cantarina inundó su cabeza.

Cerró los ojos con fuerza tratando de concentrarse en cualquier otra cosa antes de caer en el pozo sin fondo de sus memorias. Sin darse cuenta, una lágrima le recorrió la mejilla. Por más que quisiera evitarlo, ese recuerdo siempre la atormentaría, impidiéndole avanzar, llegando de repente cuando más creía haberlo olvidado.

La niña pequeña y asustadiza que vivía en su interior golpeó las paredes de su pecho tratando de salir.

—Sladky. —Se cubrió la boca con la palma de la mano cuando el tono rasposo le causó náuseas.

—Belle fille —la voz del ministro llegó para hundirla cada vez más—. No vamos a hacernos idiotas, ¿de acuerdo? Usted y yo no somos aptos para salir fuera de los muros, somos unos simples cobardes —terminó con dificultad abrochándose el pantalón de vestir.

A tientas, Geheim buscó la pared para poder sostenerse al sentir sus piernas flaquear. Y las lágrimas en sus ojos no le impidieron verlo girarse con torpeza hacia ella.

No entiendo de lo que me habla.

Incluso aunque él no le entendió por la oscuridad obstruyendo su visión, sin darse cuenta, contestó sus palabras.

—¿Cree que no me di cuenta? —Avanzó lento y titubeante—. Pude presenciar el momento justo al quedarse paralizada frente a los titanes antes de siquiera matar a uno —su voz fue burlona—. ¿Por qué? ¿Se dio cuenta de que este mundo está perdido y que jamás podremos ganar?

Por acto reflejo, la soldado retrocedió incapaz de centrarse o pensar en nada más que en un par de ojos ámbar y dentadura amarillenta. Aquel timbre resonó en cada rincón de su ser.

La oscuridad no le gustaba, mucho menos los callejones sin salida con apariencia solitaria, y todo junto le dejaba una amarga sensación, un miedo imparable que recorría cada fibra de su cuerpo, dejándole descargas eléctricas que no hacían más que aumentar la agonía que crecía a cada instante dentro de su pecho, impidiéndole reaccionar con rapidez ante el peligro. La muerte estaba cerca, casi parada frente a ella, y no podía verla.

La lucha en su interior le bloqueó la vista, sin darse cuenta del momento preciso en el que el primer ministro de la corte real colocó ambos brazos a su costado aprisionándola.

Bufó molesta y trató de apartarlo.

Muévase.

«No voy a fallar, esta vez no».

La sonrisa blanca del hombre brilló con el reflejo de la luna deslumbrante. Inclinó el rostro a un lado acercándose cada vez más.

—Usted y yo no estamos hechos para riesgos, nuestro lugar está aquí, dentro de estas murallas, mientras los demás mueren en nuestro nombre —su gesto se ensanchó al percatarse de sus ojos cristalizados. Rächer Königreich era consciente del miedo que ocasionaba en ella, y eso le fascinaba más que nada, lo hacía sentirse poderoso. Nada se le compararía a eso—. Venga conmigo, belle fille. Usted fue hecha para estar a mi lado.

No —esa respuesta claro que la comprendió.

El señor Königreich dejó caer la cabeza hacia atrás en una sonora carcajada.

—¿Ahora va a negarse, cuando la he visto tratando de llamar mi atención desde que llegamos a la ciudad? —preguntó en tono alto cuando el sonido cesó—. Incluso desde antes, no crea que no lo he notado.

No es lo que cree —Geheim apretó los labios. El corazón le golpeó el pecho cada vez más fuerte.

—No se haga la estúpida —el olor a alcohol le inundó las fosas nasales y una gota de saliva le impactó contra el ojo—. Usted me desea... incluso más que yo a usted.

Se equivoca —arrugó la nariz, pero no pudo detener las lágrimas de miedo y odio puro.

—Veo que le gusta hacerse la difícil —lo vio relamerse los labios—. Eso es algo que me encanta de usted y hace que esto que siento aumente a cada segundo.

¡Si digo que no, es no! —De nada le servía explicarle si él no le entendía en lo más mínimo.

—Afortunadamente para ambos, tengo experiencia con las mujeres, y sé que, aunque ahora lo niegue, no significa que no sienta lo mismo —pegó más el rostro al suyo. La joven se aferró a la pared, con el pecho subiendo y bajando con rapidez debido a la agitación—. Venga conmigo, belle fille, quiero que sea mía.

La adrenalina recorrió su cuerpo, e ignorado a la Geheim pequeña, alzó la rodilla golpeándole con fuerza la entrepierna. El ministro se agachó gimiendo de dolor, mientras se sujetaba el área afectada tratando de controlar el inmenso dolor que sentía. «Lo hice... ». Se guardó una sonrisa triunfante y le escupió en la cabeza con victoria.

—Maldita zorra —masculló con dificultad.

No. —exclamó con poder aunque él no pudiera entenderle.

Caminó por la orilla buscando un modo por dónde salir y alejarse antes de que él se recuperara y, confiada, le dio la espalda. Avanzó a la salida dando con la calle que los llevó a la taberna unas horas antes. Observó ambas direcciones, pero nadie rondaba por ahí a tan altas horas, sólo estaba ella. Pensó en regresar con Phanship para buscar ayuda o alguien que le llevara de vuelta al cuartel.

—Vas a pagarlo caro —el susurro en su oreja le erizó la piel.

De pronto sintió un jalón en sus hebras cortas. El cuero cabelludo le ardió como nunca antes. Gimoteó luchando porque el hombre la soltara sin obtener éxito alguno. De reversa y a rastras, Rächer Königreich la llevó de nuevo al interior del callejón.

—¡¿Quién crees que eres para tratarme de ese modo?! ¡Sólo eres una maldita puta que no vale nada! —La soltó de golpe.

Su cabeza impactó contra la pared produciendo un sonido seco. Las lágrimas aparecieron de nuevo, alejando todo sentimiento de victoria que pudo haber saboreado con anterioridad. Un mareo hizo presencia. El ministro se colocó frente a ella escupiéndole tal como Geheim lo hizo al principio. Al final, soltó una risa tosca.

—Ya no eres tan valiente, ¿verdad? Te pedí que estuvieras a mi lado por las buenas, pero no lo quisiste así —se encogió de hombro—. Ya veremos si dices lo mismo después de esto.

Sin previo aviso, se abalanzó contra ella quedando de rodillas en el piso, forcejeando con una pequeña soldado desorientada por el golpe. Geheim no iba a rendirse, incluso cuando sintió sus ásperas manos buscar a tientas el modo de desatar sus tirantes gruesos, manoteó en todas direcciones esperanzada en acertar en algún punto clave para que la soltara y así ganar un poco tiempo.

Lanzó una patada en dirección a su entrepierna, fallando por completo cuando él fue consciente de su plan y juntó las rodillas.

—¡Buen intento, belle fille! —se burló—. Pero no volveré a ca... —fue interrumpido por un puñetazo en su mandíbula.

Todo pareció estabilizarse con lentitud en la visión de la pelinegra.

—¡Estoy cansado de esto! —vociferó con fastidio aumentando la rapidez de sus movimientos.

Los hilos tronaron cuando el ministro consiguió romper la tela con fuerza, para después hacer lo mismo con los botones de su camisa blanca. El aire fresco le golpeó la piel desnuda y la desesperación se apoderó de ella. Tenía que hacer algo antes de que él consiguiera su cometido.

Puso todo su esfuerzo al tratar de levantarse, sintiendo sus dedos recorrer su pecho con lujuria, pero estaba atrapada. Las manos del ministro la tenían rodeada, así como su cuerpo pesado le impediría salir sana y salva de todo eso con facilidad.

Lloró de impotencia sin dejar de lanzar puñetazos en su interior. Sus nudillos impactaron contra su sien, sin embargo, Rächer Königreich no se inmutó.

—No funcionará. —Al escuchar su voz comprendió que estaba perdida. Ya no había ni una sola pizca de alcohol en su organismo, todo lo estaba haciendo de manera consciente y sería mucho más difícil pararlo.

Despegó la espalda de la pared en un nuevo intento de ponerse en pie, pero él pegó su pecho al suyo dejando caer todo su peso sobre ella. Pataleó con fuerza, la vista se le nubló a causa de las lágrimas y constantes sollozos se escabulleron entre sus labios sin permiso alguno.

Le pateó el estómago con la bota robándole el aire por un par de segundos. Vio una luz de esperanza que terminó siendo arrebatada con brusquedad cuando él se obligó a olvidar la sensación y le propició una bofetada. De su labio inferior corrió un pequeño y delgado hilo de sangre.

Lo siguiente que sintió fue como el ministro tiraba de su cabello para alzarle la cabeza. Sus ojos marrones hicieron contacto con el azul ardiente. Notó, gracias a la poca luz de la luna, que había conseguido hacer un par de hematomas y rasguños en su rostro. «No todo está perdido».

Jamás le daría el lujo de conseguir lo que quería sin antes haber peleado, no dejaría que la Geheim del pasado hiciera presencia en ese momento. Más que nada, tenía que demostrarse a sí misma que había madurado y que su pasado quedó enterrado a más de tres metros bajo tierra.

—De nada va a servirte pelear, estúpida. ¡Déjate de juegos de una maldita vez!

—No. —Se arrepintió al instante que sus cuerdas vocales emitieron sonido por primera vez en mucho tiempo.

Los ojos del ministro se abrieron a tope con sorpresa, y sonrió socarrón.

—Sabía que podías hablar —le lamió la mejilla con lentitud causándole asco absoluto—. No dejes de hacerlo, Geheim, permíteme escucharte. Gime para mí.

Giró el rostro cuando trató de besarla, cerrando los ojos como si eso fuera a poner una barrera invisible entre ambos que la salvaría de su destino. Le pegó en el pecho con ambas palmas de las manos sin dejar de lanzar patadas en direcciones desacertadas.

Los dedos gordos del ministro se aferraron a su cabello con más fuerza antes de hacerla golpearse contra la pared varias veces, consiguiendo que el vértigo la debilitara por completo.

Su vista se tornó borrosa y sintió la sangre recorrer su nuca.

—No te resistas, sabes que quieres hacerlo.

Su garganta emitió un sonido de desaprobación. Le enterró las uñas en el dorso de la mano y esta vez fue él quien gimoteó.

—¡Agh! —exclamó con furia poniéndose de pie sin soltarla.

El señor Königreich tomó su rostro con la mano libre apretando sus mejillas hasta crearle heridas en ellas. Una gota de líquido espeso y carmesí brotó. Su lucha por apartarlo no dio ningún fruto.

—Comienzo a creer que tienes alguna obsesión con hacerme sufrir y esperar —en un movimiento rápido y cargado de brusquedad, la arrinconó contra la pared de nuevo, pegando la pelvis a la suya, permitiéndole así sentir el modo en el que algo duro y grueso crecía dentro de su pantalón—. Y no tienes idea de cómo lo disfruto.

Le ladeó la cabeza para tener entrada libre a su cuello. Sus labios pegajosos succionan su piel dejándole enormes marcas rojizas. Para ese momento, el corazón de la recluta Brandt dolía más que cada golpe que le había propiciado hasta el momento.

Por más que lo intentó él no la soltó. Le dio un pisotón solamente consiguiendo un quejido; le arañó la cara le golpeó el estómago, tiró de su cabello, pero nada surtió efecto. El estado endeble en el que se encontraba su conciencia y cuerpo no daba para más.

—Comienzas a ponerte pesada —dijo entre jadeos—. Quiero que sepas que esto no será personal, ¿de acuerdo?

No comprendió sus palabras hasta que no la soltó. Le colocó las manos sobre los hombros obligándola a colocarse de rodillas incluso cuando luchó por no hacerlo, para después darle una patada que la lanzó a medio metro de distancia. Sus ojos se cerraron al momento del impacto. Ya no tenía energía alguna.

Lo sintió colocarse encima de ella, para después lamerle desde la clavícula hasta el inicio de sus senos de la manera más repulsiva que alguien pudiera haberlo hecho.

—Anda, linda... —suplicó entre jadeos— déjame escucharte.

—Por favor... —rogó en un susurro— No.

La risa ronca del ministro le llenó los oídos, mientras le aprisionaba las muñecas por encima de la cabeza para tener mayor libertad de recorrerla.

La vida pareció cobrar sentido y se dio cuenta de cuán equivocados estaban los demás al pensar que el enemigo serían los titanes, aquellos seres disfrazados de humanos que gozaban del sufrimiento y tratarlos como simple ganado. El verdadero monstruo estaba dentro de esas tres murallas, oculto entre la gente, aguardando el momento preciso para atacar y convertirse en el rey de todo. En ese momento, Geheim se sintió la presa, y el cazador estaba a punto de terminar su trabajo.

—Pelea. —El tono infantil de sus pesadillas hizo presencia—. Pelea...

—No, por favor —rogó una vez más.

El ministro detuvo sus besos para mirarla a la cara.

—Sabes que en verdad lo quieres —respondió simple antes de ocultar la cabeza entre sus pechos nuevamente.

—Por favor... —sintió sus manos deslizar su vestido con lentitud.

—Pelea...

—Por favor —el frío le caló en los huesos—. Por favor.

Su pecho se llenó de adrenalina.

—Pelea, pelea, ¡pelea! —La voz aumentó el tono repitiendo lo mismo incontables veces.

La llama de la esperanza tomó un último aliento.

—Tal vez es un regalo de Ymir.

Había guardado silencio tanto tiempo, reservando su voz para ese último esfuerzo.

—¡Pelea!

Una sola oportunidad, cientos de posibles resultados. Las lágrimas cayeron por sus mejillas rozándole las heridas ocasionando un ardor infernal. Él no se detendría, lo sabía, y ya no podía intentar forcejear. Pelearía, pero no de la forma física.

—No confíes en nadie. —De mala manera, se dio cuenta de que su madre estaba equivocada, pues todos necesitaban de todos, y ahí, fuera quien fuera, confiaría en él.

—¡Pelea!

Inspiró hondo y entonces gritó con todas sus fuerzas. Sus cuerdas vocales fueron azotadas con el aire expulsado, creando así un alarido que suplicaba por ayuda. Era su última opción, tenía que tener esperanza en que alguien podría llegar a escucharla. La joven muda desapareció sólo por un par de segundos en los que su grito resonó varias calles a la redonda, llegando a oídos del llamado 'soldado más fuerte de la humanidad'.

El capitán Levi reconocería aquel timbre donde fuera. La voz rasposa de la mocosa muda se quedaría grabada en su cabeza, mas no sabía si para bien o mal. De cualquier modo, habría deseado jamás escucharla de nuevo si sería de ese modo. El tono desgarrado de aquel grito de súplica, llegó acompañado de cientos de recuerdos de su infancia, haciéndolo sentir como un niño pequeño que lloraba la muerte y ausencia de su madre.

Re direccionó el andar de su corcel oscuro y pronto descubrió el callejón de dónde provenía aquella voz. Su corazón se aceleró y la sangre le hirvió en furia al ver la imagen proyectada a varios metros de distancia.

De manera torpe se bajó del caballo en un salto, mientras al fondo se seguían resonando las suplicas de ayuda por parte de la soldado. Era entendible sentirse desorientado, pues tantas noches cargadas de sufrimiento compartido con su madre jamás se borrarían de su cabeza.

Se tambaleó un poco al llegar a la esquina obligándose a seguir cuando notó los sucios movimientos del viejo decrépito. El ministro se desabrochó el pantalón mientras que con una mano le cubrió la boca a la joven.

—Sh... silencio, no queremos que nadie nos escuche, ¿de acuerdo? Ya verás que lo vas a disfrutar más que yo, me suplicarás por más.

Un aura oscura rodeó al hombre más fuerte de la humanidad. Ignoró la pregunta de por qué ella no se estaba defendiendo, se apresuró hasta ellos y acertó una patada en el rostro regordete del ministro.

El golpe fue tan brutal que el hombre más alto salió volando en dirección a la pared impactándose contra ella creando un sonido seco. Levi chasqueó la lengua cuando vio el diente blanco resplandeciente a unos metros de distancia, y evitó que sus ojos claros hicieran contacto con el oscuro de la mocosa. Si la veía, sus fuerzas se reducirían a ceros.

Se burló internamente cuando lo observó tratando de colocarse de pie con dificultad. No se lo permitió. Le pateó la cara una vez más regresándolo a su lugar. Lo tomó de las hebras oscuras y largas, y le alzó el rostro para que pudiera ver el infierno ardiendo en el frío de sus orbes grisáceos.

—Vamos, levántate —gruñó—. No me hagas esto tan fácil.

El ministro ni siquiera tuvo tiempo alguno de responder para cuando la rodilla del hombrecillo le quebró la nariz. El líquido carmesí manchó la escena dejándola marcada para siempre. Los huesos de su rostro crujieron ante cada rodillazo.

El labio se le rompió, ambas cejas se abrieron, mientras sus ojos se hincharon de manera exagerada. Su rostro comenzó a quedar irreconocible. La rapidez del capitán Levi superó cualquiera que hubiera visto antes, sin darle oportunidad de siquiera intentar cubrirse. «Es un demonio», pensó en medio del dolor.

Los dedos largos y finos del pelinegro lo soltaron con brusquedad. Rächer Königreich cayó al suelo de bruces solo para ser pateado con fuerza sobre su estómago.

—¿No dijiste que ibas a disfrutarlo? —cuestionó Levi sin detenerse—. Yo me estoy divirtiendo.

Lo tomó de los hombros para arrinconarlo contra la pared consiguiendo separar sus pies varios centímetros del piso. El viejo escupió sangre manchándole la chaqueta, y eso fue el colmo para el que Hange solía llamar 'loco adicto a la limpieza".

Levi le dio un rodillazo en la entrepierna, manteniéndose en esa postura durante varios segundos de tortura para el castaño, donde sólo se retorcía y gimoteaba de dolor.

—Quise hacer esto desde el maldito primer día en el que te vi —espetó. Sus manos aprisionaron su cuello—. Odio los tipos como tú que se aprovechan de los demás sólo por diversión, ¿o vas a decirme que ella fue quién lo pidió? —Ejerció más presión en ambos agarres—. ¡Habla, pequeña mierda!

Lo soltó de golpe. El señor Rächer luchó por agarrar un poco de aire.

—¿Ahora eres mudo?

—Es... una... pu-ta —tosió al finalizar cada palabra.

El rostro del capitán se mantuvo apacible, incluso cuando volvió a golpearlo por incontables veces, gozando cada uno de sus lloriqueos y quejidos. Se deshizo de toda la tensión que había acumulado con el paso de los meses, de ese sentimiento extraño que se apoderaba de su cuerpo cada vez que la mocosa muda pasaba largas y eternas horas con el viejo, haciendo cosas que desconocía y lo ponían de mal humor.

Enterró su bota oscura en la mejilla herida del representante del rey, siendo consciente de las piedras encajándose en su otro extremo.

—Quiero ver que lo intentes de nuevo, repugnante mierda de animal.

Cuando el hombre bajo sus pies dejó de luchar por su vida, se permitió girar en dirección a su principal objetivo. El cuerpo semidesnudo de la mocosa se vio reflejado por la luz azulada de la luna. Notó su pecho subir y bajar con dificultad, así como también el modo en el que pasaba saliva y las lágrimas inundaban sus mejillas heridas, sintiéndose satisfecho de haber creado unas peores en el anciano de cabello oscuro.

La observó desde lo alto sin saber muy bien cómo actuar, cuando la sonrisa ensangrentada de la subordinada de Erwin Smith lo dejó anonadado. Todo aquello le recordó el día en el que la salvó de Samuel y Brunn, preguntándose la relación que todos esos acontecimientos tenían.

Cuando cayó en la cuenta de que podría morir congelada, se quitó la capa con rapidez y se colocó en cuclillas para poder cubrirla con ella. Sin pensarlo del todo, le apartó el flequillo que cubría sus ojos marrones y se sintió extrañamente bien cuando notó el mismo brillo de siempre en ellos.

—Oí, ¿puedes levantarte? —Se alarmó cuando ella no respondió, sólo dedicándose a observarlo con cierta gratitud—. Oí...

La sangre brotando de su cabeza lo asustó. Tenía que llevarla al cuartel cuanto antes para que pudieran atenderla de manera adecuada.

—Yo... —se golpeó internamente cuando se escuchó a sí mismo titubear al hablar— no te asustes, ¿entendido? —No supo por qué su explicación, mas no iba a arriesgarse a que ella tratara de alejarlo por miedo a que pudiera hacerle algún daño como la primera vez.

Le pasó una mano por debajo de las rodillas y otro por la espalda. Gehein Brandt rodeó su cuello con ambas manos y recargó la cabeza sobre su pecho para aumentar la cercanía. No lo soportó más y comenzó a llorar.

Su pecho se llenó de alivio puro, no podía creer que de nuevo estaba a salvo. Se sentía en deuda con aquel enano gruñón por haberla rescatado de su pasado. Cerró los ojos con fuerza.

El cuerpo del capitán se puso rígido ante su actuar al no estar acostumbrado a tanta cercanía, sin embargo, el malestar desapareció cuando la mocosa muda pronunció—: Heichō —cargado de cientos de emociones encontradas.

Guardó los cometarios y regaños por dejarle toda la camisa manchada, prometiéndose una actitud indiferente al día siguiente, y sólo por esa noche le permitió refugiarse en su pecho.

Holaaa, tanto tiempo, jaja. ¿Cómo han estado? Yo muy bien, un poco emocionada por volver con nuevo capítulo. Como dije anteriormente, tardé un poco más en actualizar porque se toca un tema fuerte, y no quería hacerlo tan explícito y molestar o dañar a alguno de ustedes, aunque yo sé que puede que varios lean cosas más fuertes, muchos no, y lo que quiero es que todos nos sintamos bien y cómodos con la historia, así que si a alguien le molestó la forma en la que lo escribí o algo, no duden en decirme y puedo configurarlo para ustedes, aunque tomen en cuenta que el capítulo se verá reducido.

Bien, supongo que debí aclararlo al inicio de la historia, y de hecho quizás configure un poco la parte de 'nota importante', pero temas como estos se verán durante el transcurso de toda la historia, así que lamento si a alguien no le gusta, y entiendo si es por eso que dejan de leerla; a pesar de todo, trataré estos temas con todo el respeto y delicadeza que me sea posible. Pero ya saben, cualquier duda, queja o sugerencia, son bien recibidas.

Bueno, cambiemos un poco de tema. Pensaba publicar ayer pero estuve ocupada, es que.. ¡Fue mi cumpleaños! Ya cada vez me hago más vieja, jaja. Trataré de no demorarme demasiado con la siguiente parte, por lo tanto, no tengo fecha o día exacto. 

Así que: ¡Nos leemos luego! Mientras tanto cuídense muchoooooo.

Con amor: Cherry. 

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