Si decides querer (Draco Malf...

By tigreDEpapel

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Segunda parte de "Lo que no sabes de mí (DracoMalfoy)" Después de tomar la decisión que le separaría de Nat... More

Nota de la autora
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14

Capítulo 1

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By tigreDEpapel

DRACO

Muchos de vosotros podréis decirme que hice mal, que fue un acto muy egoísta por mi parte no dejar a la pequeña Nathalie por lo menos la huella del amor, con la experiencia que le serviría tal vez para futuras vidas compartidas. No tengo por qué dar explicaciones a nadie. Hice lo que hice porque me pareció lo más correcto, porque quería asegurarme de que ella no volviera de ninguna forma conmigo y frenarme a mí en caso de que fuera al revés. Porque quería ahorrarle el sufrimiento de las noches de soledad en las que el "y si..." se cuela sin querer por los resquicios de la mente y ofrece los chupitos de cianuro como la vía más asequible.

Nat seguirá su vida, amará a alguien más, tal vez alguno de esos pelirrojos pobretones, pues su pequeño cuerpo tiene todavía mucho cariño que dar y nuestro recuerdo solo le podría servir para hacer eso un poco más difícil. No puedo decir lo mismo de mí. Tal vez nunca consiga salir adelante y me muera del asco, me dé a la bebida y lleve una vida de escritor bohemio retirado que vive en Londres capital, con tendencias suicidas y que escribe pequeños párrafos con ecos de épocas mejores, añorando aquellos días de su adolescencia en los que fue feliz. No lo sé, ¿y a alguien le importa? Yo me lo tomo con humor, porque si no lo hiciera, ahora mismo sería la joven sombra de un Goethe moderno.

En verdad, ahora que lo pienso, nunca he hablado de ella de una forma objetiva. Quiero decir, de manera que el lector pueda juzgarla a su gusto, sin que mis pensamientos influyan en su juicio como las opiniones políticas de un padre en su hijo inmaduro. Aunque, para qué engañarnos, no podría describirla sin mi toque personal.

Era de estatura normal, no sé, lo convencional para una chica de su edad, su metro y medio con unos 18 centímetros añadidos. Yo le sacaba unos buenos diez dedos a ojos de un enamorado, lo justo para poder besar su frente sin problemas cuando estábamos cerca. Una nariz respingona - casi como de niña pequeña, aunque pequeña no era - se distinguía entre el color crema de su rostro. Le quedaba bien a su cara. De sus ojos tendría mucho que decir, marrones claros para cualquier persona que no supiera mirarlos bien, pues había que poner especial cuidado en la tarea. Para mí, eran soñadores, eran ojos risueños y ojos que reflejaban ganas de vivir en todas sus muchas variedades, le daban personalidad. El pelo era su punto estrella y una de las cosas que más me gustaba de ella (físicamente hablando, claro) porque la hacía única a pesar de que hubiera mucha gente en el mundo que lo tuviera parecido. Hacía que te giraras en los días de lluvia para encontrarte con un revoltijo color castaño o provocaba un entrecerramiento de ojos cuando el sol le arrancaba reflejos dorados. Su voz, que sabía a fruta en las tardes veraniegas, no era del todo femenina, tenía un toque muy suyo. El labio inferior ligeramente más grande que el superior, escondiendo siempre la risa, me había regalado en su día suspiros sonoros y sentimientos primitivos. Sabían hacer sentir dentro de su inexperiencia y me gustaba pensar que encajaban a la perfección con los míos. También tenía una sonrisa muy bonita que no era difícil sacar a la luz, aunque los dientes de abajo estaban un poco torcidos y los paletos eran considerablemente más grandes que el resto.

No todo era perfecto, está claro. A veces me irritaba que quisiera tener todo bajo control o su molesta tendencia a comparar cualquier cosa nueva con algo que ya conociera. Prefería que se dejara llevar. Me preguntaba muchas cosas que quizá no me apetecía contar y en más de una ocasión tuve miedo de herir sus sentimientos con mi humor negro en el que tan poco metida estaba. Había momentos en los que se me calentaba la sangre por su conducta infantil y un tanto ingenua, aunque era algo que se me pasaba rápido. Normalmente el amor, por lo menos esa es la conclusión que puedo sacar de los grandes escritores decimonónicos, pasa por alto ese tipo de cosas transformando las rarezas de la persona en puntos de veneración para el otro.

Me enseñó muchas cosas, además de todas aquellas que una persona tan poco letrada como yo podría describir. Me habló de sus películas favoritas y de su afición por un tal Frank Sinatra. Según ella, disfrutaba la buena pintura aunque no la entendiera, le gustaba mucho escribir en papel cuando la punta del lápiz estaba muy finita y poseía una gran colección de velas. Como toda persona normal, tenía algunas inseguridades que yo ni veía ni entendía, de las que ella no quería hablarme y que me hubiera gustado disipar en una noche de lluvia. Una vez hablamos de que le habría encantado tener algún hermano y nos burlamos de la posibilidad de uno en mi familia. La oí mencionar con miedo tácito un deseo de futuro, el de formar una familia, y yo como cruel cobarde pasé de largo deslizándome lejos de ese tema. En aquel momento el único problema era reírse demasiado alto o haber elegido un jersey muy fino para la noche.

Sí, he de confesar que yo salí perdiendo con ese cambio tan drástico del destino. Fui yo el que se pasó el verano tumbado en la cama deseando que ella estuviera a mi lado y recreando la imagen de una mañana cualquiera después de amar con demasiado bullicio, en la que yo, habiéndome despertado primero, podía gozar de esa visión anhelada tan cerca de mí. Su respiración tenía el ritmo del sueño y yo me deleitaba al admirar su boca entreabierta y el color de la vida que se perdía por debajo de las sábanas. La vibración de sus pestañas me confesaba que se despedía del descanso y yo entonces me decidía a hacer una mediocre imitación de alguien que despierta.

Esos meses de calor no me fui con ningún colega a algún rincón en los que la fiesta y el alboroto eran los reyes. No asistí a ninguna de las cenas con la crème de la crème del Mundo Mágico que mis padres me concertaban. No me aparecí a ver alguno de los más ilustres partidos de Quidditch a los que nos solíamos presentar con el pase VIP colgando del cuello. Lo único que hice fue pensar y mantener largas conversaciones con Martel, mi elfo doméstico. Dentro de la mansión era la única persona que tenía un momento para escucharme y - ¡bueno! - al final acabé por cogerle bastante cariño.

- Debía quererla mucho, ¿no señor? - me había preguntado una vez que, sintiéndome inspirado, solté un buen repertorio de pensamientos inocentes que tenía miedo de escribir sobre el papel.

- Ay, Martel, tú no sabes cuánto - O sí, porque el pobre me había escuchado tanto que igual prefería las torturas de mi padre a tener que oírme de nuevo dándomelas de García Márquez.

Aparte de eso, me dediqué a evitar como se pudiera el tener que presentarme a las reuniones tan selectas que el calvo decrépito organizaba casi cada puta semana - en mi casa, por si no fuera poco -, aunque no me libré del castigo que me regaló esta vez: matar a Dumbledore. Sí, una nueva misión que me vino de regalo con tatuaje y todo porque ese insesible quería castigar a mi padre.

El momento había sido un puto infierno. Recordaba a mi tía, la muy zorra se relamía ante mi dolor y casi daba saltitos de alegría mientras la marca se iba grabando en mi piel. A mi padre le habría gustado estar ahí, pero - ¡Uy! - lo habían metido en Azkaban, por haber sido un inútil en aquella movida del Ministerio. No es que le echase de menos, pero por su culpa tendría que asesinar y llevar una marca en el brazo que dolía como sus muertos.

He de confesar que me hice el duro, que juré hacerlo con la mano en el pecho intentando infundirme un valor que no tenía mientras miraba a mi madre. Lo hacía por ella, estaba claro. Sabía que no le faltarían escrúpulos para hacer lo mismo con su vida que lo que había hecho con aquella profesora muggle encima de la mesa. Solo de pensarlo se me revolvía el estómago. Sí, acataba sus órdenes sin rechistar e intentaba no derrumbarme, pero lo cierto es que no quería asesinar al anciano.

Por mucho que le hubiera criticado, por tantas veces que había oído comentarios denigrantes por parte de todo aquel que rondaba mi casa, incluso por todas las veces que mi padre me lo había pintado como una persona repulsiva, no podía hacerle eso. El director lo hacía medianamente bien, sabía cómo llevar el colegio, cómo elegir a los profesores (bueno, igual en eso flaqueaba un poco), cómo cuidar de sus alumnos. Había veces que incluso me había admirado de la tranquilidad de la que siempre gozaba en momentos que gritaban pánico. Y, joder, era una persona. Era alguien vivo que no merecería decir adiós porque a un niño de 17 años se lo hubieran mandado.

El curso se me presentaba como una puta mierda. Me movería con la presión de que tendría que acabar con el viejo de una forma u otra, y encima el bicho verde también me había agenciado la misión de meter a sus acólitos en el cole al final del año (cosa para la cual tenía un plan gracias a una pequeña visita con mi madre a Borgin y Burkes, aunque también mucho trabajo por delante). Se venían risas. Todo eso sin olvidar que tendría que vivir con el hecho de que la vería, de que ella estaría allí y yo tendría que ser el egocéntrico y clasista Malfoy, odiador número uno de los sangre sucias y un asco de persona, en resumen.

Recuerdo el primer día de Septiembre como el peor de todos los que había vivido. Los alumnos se agrupaban con sus familias, baúles repletos, palmaditas en la espalda, el olor rancio surgido de la mezcla de los animales en sus jaulas y el sudor de la gente.

Yo había ido sin más compañía que la del equipaje y mi propia persona, pues mi madre no podía arriesgarse a ser vista en la situación en la que nos encontrábamos y yo ya tenía una edad para apañármelas solito. Zabini y yo nos quedamos en el vagón de siempre sin nadie más, no había ganas de compartir espacio vital con más gente de la necesaria.

- ¿Qué tal el verano? No has contestado a mis cartas - dijo mi amigo.

- Bastante mediocre.

Él no sabía exactamente lo que había ocurrido aquel día en la Torre. No tenía ni idea de por qué yo había decidido largarme del castillo a la mañana siguiente, diciendo a los profesores que tenía asuntos que resolver en mi casa. Se lo contaría, tenía claro que lo haría, pero en esos momentos no me apetecía hablar. Blaise debió notarlo, porque con la excusa de las vacaciones y de ver a la chica Ravenclaw, me dejó solo con mis pensamientos.

Durante el verano, Zabini me había escrito en varias ocasiones, pregutándome el porqué de mi huida, pero sobre todo si estaba bien, si necesitaba su ayuda para algo o si simplemente quería hablar. Me había parecido un poco ñoño al principio, ni que fuéramos niñas de primero, pero lo cierto es que apreciaba su gesto. Él también me había hablado mucho de ella. Según lo poco que se atrevió a contarme por escrito, la fue a visitar una tarde de verano, algo rápido pues no quería ser visto por el padre de la chica ni que los suyos notaran su ausencia. Conversaron y esas cosas, poco más podía decir de la pareja.

En verdad, me daba un poco de envidia. Los padres de mi amigo no eran mortífagos como tal, sino los llamados simpatizantes y la familia Lovegood poseía un registro limpio, aunque se les catalogaba como traidores a la sangre. No era lo que se podría llamar un "amor prohibido" en toda regla. Él podía ir a saludarla desde fuera de su vagón y charlar después en los pasillos, incluso tenían la posibilidad de darse la mano sin tener que estar mirando a todos lados. Pero sobre todo me daba envidia porque Blaise, si quería, se levantaba e iba a por ello. Tenía el valor para hacer las cosas, algo que siempre había apreciado en él.

Llegó no mucho después, con la sonrisa sellada en los labios y un buen humor que hasta logró dejar mis problemas a un lado.

- ¿Qué tal con la chica Lovegood?

- Muy bien o eso creo - respondió él, escueto, mientras quitaba el envoltorio a una rana de chocolate.

- ¿Eso es todo? Antes me contabas hasta los detalles más exactos - levanté una ceja y nos reímos recordando buenos tiempos.

- Tú lo has dicho, antes. No te lo contaría si se diera el caso, pero la verdad es que no ha pasado nada más.

- Vaya, no esperaba eso de mi Blaise. Será que es estrecha - cómo me gustaba verle esbozar esa sonrisa sarcástica.

- Prefiero esperar. Todavía tenemos mucho tiempo por delante.

Era la respuesta correcta. Zabini siempre sabía qué decir. Me habló de su verano, intentando de alguna forma que yo me olvidara del mío. El cabrón era un buen amigo, había que reconocérselo.

- Me ha contado un pajarito que tienes que matar al viejo.

- ¿Podrías, por favor, no gritarlo a los cuatro vientos? Gracias.

- ¿Qué me das?

- Un besito, no te jode - el moreno se meó con eso - Ahora en serio, nadie puede enterarse de esa mierda.

- Bueno, tío, si necesitas ayuda ya sabes que conmigo puedes contar - me informó con la boca llena de chocolate.

Justo cuando dijo eso, se oyó una especie de explosión y en cuestión de segundos nuestro campo de visión se redujo a una neblina negra. No duró mucho, lo necesario para oír a la gente preguntándose qué coño había pasado y sus cuerpos siendo movidos por el pánico. Cuando el humo oscuro se disipó, la puerta de nuestro vagón estaba abierta.

- Pues vale - Zabini se levantó para cerrarla mientras se limpiaba los dedos de restos del dulce y luego se volvía a sentar.

Seguimos hablando de bobadas sin darle más importancia a lo ocurrido. Como esperaba que hiciese, no tardó en hacer referencia al asunto que tan reciente tenía sobre la memoria. Lo hizo como era típico en él, camuflándolo entre la ironía y la naturalidad de una pregunta normal, pero no pudiendo esconder su curiosidad.

- Oye, ¿qué tal con... ella?

Por lo que fuera, el serpiente sabía que había pasado algo en ese punto. Lo notaba en la forma de pasarse la mano por los pantalones y cómo evitó mirarme directamente.

- Escucha... Yo, pasó algo, tuve que hacer... Bueno, ella ya no sabe nada.

- ¿Qué?

- También quería hablarte de... sobre tu chica. Preferiría que ella tampoco mencionara el tema.

En ese momento, noté algo de movimiento justo encima de nosotros, donde se encontraba el equipaje. No hacía faltar ser un genio para relacionar eso con la puerta abierta de antes y aquel humo sospechoso, así que decidí ser un poco más cuidadoso.

- Ya hablaremos en un sitio más... privado.

Dirigí un segundo la vista hacia el sitio y al parecer, Blaise entendió a lo que me refería. No dijimos mucho más, ya se veía el enorme castillo invitándonos a nuestro siguiente año docente.

Antes de salir del compartimento, eché un vistazo al lugar donde me había parecido notar algo. No olía nada bien, pero por lo menos lo había captado antes de decir algo indebido.

- Vete saliendo, tengo que comprobar una cosa - le dije al moreno.

Él asintió mientras sacaba sus cosas con la dosis necesaria de magia, no le sería difícil acoplarse a alguno de los grupos. La gente no tardó demasiado en desalojar el tren, ruidosa, como siempre. Con un movimiento de varita hice que todas las ventanas quedaran tapadas y me encargué yo mismo de la última.

- ¡Petrificus Totallus!

El brillo salió rápido de la punta de mi varita y se dirigió de lleno a ese lugar entre mis dos maletas. El ruido sordo que hizo al caerse me confirmó que mis sospechas no eran vanas. No lograba ver qué era lo que había caído, pero dirigí mis pasos hacia el centro del vagón, donde había sonado el golpe. Efectivamente, noté con la punta del zapato un cuerpo inmóvil que parecía respirar de manera irregular.

- Pero bueno, bueno, bueno. ¡Qué tenemos aquí! - dije cuando mis dedos atraparon la Capa de Invisibilidad y dejaron ver a Potter - El cararrajada haciendo travesuras, eso está muy pero que muy mal.

Me parecía demasiado cómica su forma de mirarme, como si quisiese estrangularme con sus propias manos. Una lástima, porque mi hechizo le había dejado completamente inmovilizado y solo podía hacer que sus ojos se entrecerraran en un intento por reflejar su ira. Me entraron unas ganas enormes de escupirle, pero no lo hice, soy un hombre con modales. En su lugar me incorporé para pasearme por el vagón, pues no quería que la rabia me indujera a hacer algo de lo que podría arrepentirme. Joder, podía haber escuchado algo importante y mandar todo a la mierda.

- ¿No te enseñó mamá que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas, Potter? - me incliné un poco para ver si reaccionaba - ¡Ah, claro! Ya estaba muerta cuando tú aún babeabas.

El crujido de algo al romperse me dio un escalofrío cuando su cara impactó con la suela de mi zapato. La sangre no tardó en brotar, decorando la desfiguración de su cara con un bonito color carmín, mientras él intentaba retorcerse de dolor. No quería demorarme mucho más con el payaso porque el tren podía ponerse en marcha en cualquier momento y también porque esa cara ensangrentada me estaba empezando a parecer repulsiva.

- Disfruta tu viaje de vuelta a Londres - añadí para luego volver a taparle con la manta invisible y salir de allí como si no hubiera pasado nada.

La verdad es que su extrema curiosidad me iba a venir hasta bien, pues tenía mucho que hacer en Hogwarts y tener al chiquillo entrometido rondando por ahí no era lo que más me apetecía en ese momento.

- Llega con retraso, Malfoy - me informó el conserje nada más entrar en el recinto escolar, mientras apuntaba algo en una libreta.

- Usted al parecer lo ha tenido siempre - prácticamente le escupí y dirigí mis pasos a la entrada del castillo.

Iba pensando en que seguramente me habría perdido la ceremonia de selección de los nuevos, algo que no lamentaba pues no me encontraba de humor para ver a un montón de críos pecosos y escandalizados temblar bajo el Sombrero Seleccionador. En efecto, el comedor estaba llenito hasta los topes, nadie reparó en mi presencia pues la sala entera se volcaba en el banquete, pero yo no pude apartar la vista de ella.

Ahí estaba, una fina sonrisa pintada con esmero y esa naturalidad en cada uno de sus movimientos. Había cambiado durante el verano, tenía el pelo algo más corto y la piel unos tonos más morena, al menos lo que permitía ver el uniforme. Llevaba recogido la parte de arriba del pelo y lo demás lo había dejado suelto como con descuido, provocando que unos mechones rebeldes le cayeran sobre la frente. Pero no solo era físicamente, había algo en ella que me parecía distinto, un color nuevo que flotaba cerca y hacía que se la viera de manera diferente.

Recordé la última vez, cuando la tenía en mis brazos, los ojos cerrados y una expresión de cansancio en la cara. La había llevado a la enfermería, inconsciente, después de todo lo que había pasado en la Torre, intentando que el calor que me daba su cuerpo pudiera quedarse a mi lado para siempre. Luego había hecho un intento muy malo de despedirme con un beso inocente sobre su frente, antes de llamar a la puerta de la enfermería y salir de ahí sin ser visto.

Supongo que notó el peso de mi mirada sobre sí, porque se volvió un poco hacia la puerta y sus ojos tuvieron la mala suerte de chocar con los míos. Por un momento sentí que no era yo el que le devolvía la mirada, sino que era una escena que yo mismo contemplaba desde fuera, escondiéndome de mi propia vanidad. En los bordes de sus ojos bailaban la lástima, el miedo y una pizca de hostilidad, un conjunto que volvía a ver por primera vez desde el año pasado.

Fue entonces cuando me di cuenta de lo que había hecho. Fue justo en ese instante cuando el peso de la realidad cayó verdaderamente sobre mí, aplastándome con toda su fuerza, borrando cualquier resto de duda o posibilidad. Nadie me había preparado para sentir aquello, nadie me había dicho que verla sería jamás tan doloroso y habría hecho cualquier cosa por que no me hubiera mirado así, al menos en ese momento, aunque nada cambiara cuando se girara de nuevo.

Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para moverme y apartar la vista de la chica que ahora reía de algún mal comentario por parte del Weasley mientras se llevaba la copa al borde de los labios. El nudo interno se me desaflojó un poco al verla alegre y despreocupada. Por primera vez mi egoísmo se hacía a un lado para dejar paso a algo nuevo, una especie de empatía mal camuflada. Ella estaba feliz, podía volver a reír y hacer bromas, bailar y leer los libros que le apetecía sin ese sentimiento continuo de no poder dejar algo atrás. Me robó un sonrisa cuando tiró sin querer la jarra de zumo que tenía al lado y se llevó una mano a la boca mientras con la otra buscaba su varita.

Por el bien de mi salud mental, decidí sentarme de espaldas a su mesa, aunque la sensación agridulce de saber que estaba tan cerca me picaba por detrás. Me quedé escuchando los comentarios de mis compañeros de casa, sus aventuras veraniegas por muy poco fiables que me parecieran, tratando de llevar la vida normal que ya había perdido. De vez en cuando, en el momento en el que empezaba a sentir los efectos iniciales de un impulso, tenía que dirigir la mirada hacia cualquier otra parte del comedor.

Dumbledore presidía la mesa de los profesores, como siempre. Ahí estaba, en medio de todos ellos, como si fuera el icono de lo bueno y la reencarnación de la paciencia. Me pareció incluso que me miraba a menudo de reojo, como si supiese mi secreto y se quisiese asegurar de que no lo cometía a la vista de todos.

- Te has perdido la presentación de los profesores - me comentó Nott.

- Tampoco es que me interese mucho - respondí.

- Bueno, este año hay sorpresitas. Snape dará Defensa Contra las Artes Oscuras.

¡Vaya con el tío! A este sí que le había sentado bien el verano. Me giré para mirar la figura oscura con pelo sucio que hacía lo posible por no entrar en ese círculo social. No se mostraba muy entusiasmado con la idea, la inexpresión de su cara parecía un tatuaje imposible de borrar. Inconscientemente llevé la mano a mi antebrazo izquierdo. Al tocar la marca, pude revivir una vez más el momento en el que me la hicieron. Quería olvidar que tenía esa mierda ahí, pero la jodida dolía con ganas cuando menos se esperaba, tal vez para recordarnos nuestra situación de vez en cuando.

Este capítulo por alguna razón me gusta mucho. Me ha quedado bastante largo, espero que no se os haya hecho pesado, pero quería una buena bienvenida para la nueva historia.

No quiero alargarme, pero quería comentar una cosita. Ya sé que igual encontráis alguna incongruencia, tal vez algo que no tiene mucho sentido, pero es debido a que en un principio no pensaba seguir con la historia y tal vez algunas cosas quedaron en el aire. Únicamente era que tuvieráis en cuenta eso Estoy haciendo lo posible porque quede bien.

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