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INTRO (LEER)
PRIMERA PARTE - APOLO & DAFNE
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SEGUNDA PARTE - ORFEO & EURIDICE
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TERCERA PARTE - EROS & PSIQUE
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EXTRA #1
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Lauren

— ¿Todavía no te acuerdas de por qué estabas enojada? —Su voz susurrante es todo lo contrario a lo poco inseguras que son sus manos cuando me acaricia la cintura, manteniéndome con la espalda en la pared que vibra aún más en mi piel cuando el ruido que nos rodea aumenta.

Ojalá tuviera claro qué es lo que me gusta tanto y me tiene tan sonrojada. Si la situación de que hayan más personas fuera del cubículo, la actitud segura de Camila o el sólo hecho de sentirla. De estar con ella. Porque no estoy muy segura de muchas cosas, pero sí lo estoy de que nunca, jamás, alguien había hecho que me resultara tan fácil olvidarme de las cosas. ¡O dejar de pensar cuando es mi especialidad!

Y no hablo sólo de lo mucho que quiero que me toque cuando estamos solas, sino de que su personalidad tan diferente a la mía es algo que me atrae incluso cuando me exaspera, que me gusta mucho, y creo que es algo que he sentido desde la primera vez que estudiamos en mi casa.

Escucho no tan vagamente la voz de las chicas que gritan borrachas en los lavamanos y más que avergonzarme, me incita a continuar. A eso me refiero. A atreverme a hacer cosas sin pensar en las consecuencias. Ahora odiaría que Camila se detuviera y por más que quiera convencerme de que estoy olvidando que hay personas que podrían escucharme, sé que no es verdad y que esa posibilidad de ser descubierta es lo que me hace seguir.

—Son varios los motivos —respondo.

— ¿Sí?

— ¿No crees que con haberme gritado es suficiente?

—Ah, ¿los tienes acumulados?

—Exactamente. —Ella finge no estar convencida, rozándome la piel de las mejillas con sus labios suaves cuando planea volver a mi cuello—. ¿Vomitarme una camiseta que me gustaba mucho, tampoco? ¿O haberte enojado porque estoy en una cita? No estuvo bien que me gritaras. —Murmuro, ladeando la cabeza para hablar cerca de su oreja y que pueda escucharme sin necesidad de elevar la voz.

—Cierto, ¿cómo olvidarlo? Hablando de eso, veo que estás muy entretenida en tu cita. Se nota que estás loca de amor.

La miro mal porque por lo que la conozco, sé que seguirá presionándome hasta que admita que tiene razón y que ya ni siquiera sé por qué estaba tan convencida en repetir que mi interés por Nicholas seguía igual que en un principio cuando es claro que no. Camila besa la comisura de mi boca y cuando me acerco para besarla, siendo fácil de convencer, se aparta y lentamente empieza a levantarme la camiseta para acariciarme la cintura. Me muero por besarla otra vez. Pero quiero que sea ella quien me bese.

—Entre más tardas más haces que no quiera ni verte de lo enojada que estoy —le digo sin apartar la mirada.

Hace un mohín con la boca.

— ¿Lo dices como algo malo, Lauren? Porque si te digo la verdad, me gustaría verte furiosa. —Con la punta de sus dedos perfila el borde de mi pantalón en la piel expuesta debajo de mi ombligo, estremeciéndome por la lentitud con la que lo hace.

Su piel fría se contrasta con la cálida que está la mía y la manera en la que me mira como retándome a no demostrar cómo me siento hace que tome una respiración profunda y apriete mis labios cuando sigue tocándome.

—Tú... —Me aclaro la garganta antes de decir—. Tú también dijiste que estabas enojada conmigo.

—Lo estoy.

—Y celosa. —Le recuerdo, en parte porque necesito que lo diga de nuevo para creerlo y porque hay partes de mí que dudan mucho si es verdad o no. No imagino a alguien como Camila celosa de mí cuando he sido quien más demuestra el querer estar cerca de ella, y menos sabiendo que sigue enamorada de Nicholas.

— ¿Te gusta que esté celosa, Lauren?

—No, no. Para nada, hablaba en serio cuando dije que no fue mi intención que estuvieras aquí y-... —me apresuro a responder hasta que me doy cuenta que todo es parte del juego y que no me lo preguntaba en serio—. Oh. —Me disculpo, sintiéndome de pronto muy nerviosa—. Lo siento. Yo... Jamás había hecho esto de encerrarme en un baño, ¿sabes? O hacerlo en público. O hacerlo en general... ¡No! No digo que vamos a hacerlo, sólo... Todo esto de besarnos a escondidas es nuevo para mí. Eso es lo que quiero decir.

—También es nuevo para mí —bromea, con una voz tan falsa que la empujo con suavidad mientras me río—. Hablas mucho cuando estás nerviosa.

—Lo sé, disculpa.

—Y te disculpas mucho también.

—Lo digo sin pensar, supongo que también es parte de los nervios. —Suelto otra risa y la veo fruncir un poco el ceño. Es durante tan poco tiempo que sólo dura un segundo, y estoy segura que de no haber estado tan atenta a su rostro no me habría dado cuenta, pero lo vi—. ¿Qué?

—Nada. —Niega con la cabeza.

—Hiciste esta expresión. —La imito sin dejar que lo niegue—. ¿Qué pasó?

—Tu risa —me dice, mirándome sin mucha expresión cuando descansa de esa actitud presumida—. Lo noté cuando llegaste al bar con tu amiga, la rubia. Haces un sonido raro.

— ¿Raro? —Sólo asiente con la cabeza, sin decirme nada más.

Me inclino para ser yo quien la besa, riéndome otra vez porque es primera vez que me dicen algo así, y cuando se relaja al sentirme muy diferente al beso que le di por primera vez, muerdo con fuerza su labio inferior hasta que se aleja sorprendida. Camila frunce el ceño, una mezcla entre el ardor que le dejaron mis dientes y la irritación de haberse dejado tomar desprevenida.

— ¿Por qué hiciste eso? No fue un insulto, no tienes por qué atacarme. —Se lleva unos dedos a la boca y me mira con falsa desaprobación.

—Y tú no puedes decir cosas como que mi risa es rara y no esperar que me muera de curiosidad. ¡Suena exactamente como un ataque! —le digo, exagerando—. ''Rara'' no una palabra que me halague, Camila.

— ¿También te vas a enojar por eso?

—No, sólo me enoja cuando me hablas mal. Eso es lo que no me gusta.

Ella resopla.

—No recuerdo haberte hablado mal. —Su voz suena desganada, pero siento que sus dedos vuelven a acariciarme inconscientemente la cintura y quiero creer que no lo hace para distraerme del hecho de que sí me trató un poco mal. No directamente, pero alzó la voz—. ¿Por qué tienes que iniciar una pelea justo ahora?

—No estoy buscando ninguna pelea —le sonrío, pasando mis brazos por sobre sus hombros—. Te estoy diciendo lo que no me gusta para que no lo hagas de nuevo o entonces sí me verás enojada.

— ¿Y esperas que te haga caso? —Enarca sus cejas.

—No, sé que no lo harás, así como yo tampoco lo dejaré pasar cuando se repita. Contigo nunca se sabe. —Y eso es lo que más me asusta, que con Camila nunca se sepa—. Ni siquiera sé cuándo me hablas en serio y cuándo no.

—Puedes preguntarme.

—Claro, como si fueras a decirme la verdad.

— ¿Lo dices por lo de los celos? Porque si te digo que estoy celosa de ti, es porque estoy celosa de ti. —Me quedo callada al escucharla porque ese no es el punto de lo que intentaba decirle, no quiero que esté celosa de mí y no es algo que me haga sentir mejor. Mi instinto sigue diciéndome que no le crea, que no es sincera, pero no sé. No sé qué creer.

Se hace una pausa hasta que sus manos empiezan a subir por mis costillas y, considerando mi reacción aún dispuesta, bajan por la zona central de mi abdomen mientras vuelve a besarme la mandíbula. Aguanto la respiración.

—Si quieres que me detenga, entonces me detengo —me avisa—. Me gustaría mucho que pudieras ver la cara que pones cada vez que empiezo a tocarte. Cómo me haces saber que quieres que siga por más enojada que estés —cambia el tema, y yo también me distraigo cuando con sus dedos ahora toca el borde de la tela de mi ropa interior mientras sonríe porque es consciente de que está poniéndome la piel de gallina—. Nunca lo hubiera dicho al conocerte, Lauren.

Lamo mis labios al sentirlos resecos.

— ¿El qué?

—Que tus primeros besos serían así —me responde; y ya no se trata de las cosas que dice, sino de cómo las dice. Me he dado cuenta que en general Camila es bastante graciosa y extrovertida, tiene ocurrencias que me cuesta entender la mayoría del tiempo, pero cuando tenemos este tipo de acercamientos es muy intimidante. Es tan segura de sí misma, de lo que hace, que se me hace imposible no sentir cosquillas en el estómago.

—No son así —le aclaro—. Ésta es la primera vez.

Sonríe sin hacer comentarios al respecto. Quizás debí hacerme la interesante y dejar la duda respecto a mi... experiencia, por decirlo de alguna manera, pero siempre digo lo primero que se me pasa por la cabeza y estoy segura de que por eso sonríe. Porque lo sabía.

—En la universidad pasas muy desapercibida, casi no te noté hasta que empezaste a pasar más tiempo con Nicholas e incluso en la fiesta pensé que eras aburrida y sin personalidad al quedarte callada cuando me desperté.

Ruedo los ojos.

—Bueno, fue algo mutuo porque tampoco me caíste muy bien esa noche. Aunque yo no pensé que no tuvieras personalidad, sino que tenías una horrible.

—Horrible es una palabra fuerte. ¿Lo sigues pensando?

—A veces —bromeo, mirándola—. Como ahora.

Camila presiona su rodilla entre mis piernas, casi como si fuera un accidente, y entonces dejo de reír porque la tensión pasa a ser más que tensión. El cosquilleo que sentía al principio ya no sólo está en mi espalda, sino también en mis brazos y en mis muslos. Quita su rodilla antes de que pueda acostumbrarme a la idea y apenas tengo tiempo de frustrarme de que esté jugando conmigo cuando finalmente me besa.

Lo hace diferente, más brusco y sin darme oportunidad de nada. Es como si estuviera luchando por no hacerlo, como si quisiera tener el poder de apartarse antes de que sea demasiado tarde. Cierro mis ojos y la beso de igual manera, sin disminuirme y con la misma necesidad y fervor que ella.

Y cuando admite no poder dejar de hacerlo, cuando finalmente se rinde al murmurar que le encanta cómo se siente, no es un beso lento, sino uno cargado de lo molesta que seguramente está por sentirse corroída por los celos. Por el enojo. Las ganas. Por todo.

Trato de concentrarme en su lengua caliente acariciando la mía, pero es difícil cuando mis piernas inquietas necesitan volver a sentirla antes de hundirme en llamas. Me atrevo a morder de nuevo su labio inferior, casi con la misma fuerza con la que está besándome, y en lugar de responderme igual, Camila trata de impedírmelo para mantener el control, pero me resisto a cedérselo tan fácil como la primera vez. Me niego a quedarme sin hacer nada hasta que la siento sonreír y finalmente me permite morderla.

La escucho quejarse cuando al ya no sentir su lengua, la busco con la mía, pero también se presiona más contra mí y ya no siento sus dedos en mi piel, sino que acomoda una de sus piernas entre las mías para presionarla tan suavemente que tengo que apartarme para respirar cuando las primeras oleadas de placer me recorren la espalda porque ya no la presiona queriendo ser casual, sino que lo hace con intención.

Y ni siquiera espera que le pida que lo haga otra vez cuando vuelve a hacer presión entre mis muslos, esta vez con más fuerza, y hacer que mis caderas se muevan en busca de hacer que la sensación perdure, que tarde un poco más que esos segundos en los que tengo que volver a cerrar los ojos. Respiro hondo.

Me asusta pensar en que incluso si supiera que otra persona fuera capaz de hacerme sentir así, no querría que lo hiciera. Me asusta pensar que aunque puedo besar a otra persona, aunque sé que puedo acostarme con quien quiera, también sé que es mi decisión, y que no quiero estar así de cerca con nadie más que no sea Camila. Así que viéndolo de esa forma, la decisión es bastante simple: Tengo que terminar lo que está empezando con Nicholas.

—Te gusta demasiado que te bese como para pensar en mí como alguien insoportable. —susurra en mi boca al presionar su pierna una cuarta vez y hacerme respirar más rápido, más irregular—. Mírame y dime otra vez que mi personalidad es horrible. —Sonríe. Al escucharla, instintivamente cierro mis piernas para presionar mis muslos cuando algo muy parecido a un corto circuito me recorre el cuerpo.

Echo la cabeza hacia atrás porque la sensación es intensa, y suelto una exclamación porque me siento asfixiada cuando ya mantiene su pierna entre las mías sin moverse, pero presionándose. Estoy embargada en este calor que se acumula en mis hombros cuando vuelve a besarme el cuello. Ladeo mi rostro para besar su mejilla y gimo suave en la comisura de sus labios cuando empieza otra vez a moverse.

Ya ni siquiera hace pausas, sino que la frota de la tal forma que la sensación se incrementa en todo mi cuerpo, como si vibrara junto a la pared a mis espaldas que resuena con fuerza con la música. Me deslizo hacia abajo y tengo que sostenerme con más fuerza de sus hombros para no caerme mientras mis caderas aumentan la sensación.

Camila me sujera con el peso de su propio cuerpo cuando sin apartar su mirada de mí, lleva una de sus manos hasta mi entrepierna para hacer un movimiento constante y circular sobre el pantalón que me hace mover todo mi cuerpo para incrementar la presión y aumentar el torbellino que me invade cuando respira en mi boca. Creo que va a besarme, pero no lo hace.

— ¿Por qué no me pides que pare? —Susurra, sin verse la mitad de lo afectada que yo estoy. La odio un poco por eso.

—Porque no quiero que lo hagas —respondo con honestidad—. M-Me gusta cómo se siente.

— ¿Tanto como para olvidar el hecho de que estabas en medio de una cita? —su tono de voz ahora es autoritario, y gimo cuando su mano se presiona más. Sé que esto está mal. Sé que merezco lo peor por no reaccionar y decirle que se detenga, pero no puedo hacerlo. No puedo pedirle que se aleje cuando necesito que siga.

—Sí. —Suelto en medio de un suspiro y mi estómago se siente como si fuera una olla de presión que está a punto de explotar—. Sí. No pares. —Dejo caer mi cabeza hasta su hombro y creo escucharme susurrar que lo haga un poco más rápido porque todo este tira y afloja me está haciendo caer en una espiral insostenible.

No soy consciente de lo que digo y casi no tengo tiempo de avergonzarme por admitir que no me importa que Nicholas pueda estar buscándome hasta que Camila obedece, y entonces me obligo a enderezar mi cuello para mantener mi rostro frente al suyo mientras la siento ya no sólo entre mis piernas, sino en todas partes.

— ¿Te gusta que lo hagan así... —Sonríe al presionar toda su palma en mi pantalón—. ¿O así? —Agrega cuando usa sólo sus dedos. Me muerdo el labio inferior para no responder y me acerco para besarla, pero Camila se aparta—. ¿Está cambiando la manera en la que piensas en mí? Porque me gustaría que cuando lo hagas, recuerdes esto.

Gruño.

—Lo tendré en cuenta, gracias.

—Ah, así que admites que lo harás otra vez. —Se burla—. ¿Cuántas veces al día?

—Ándate a la mierda.

— ¡Te lo pregunto en serio! Dime, ¿cómo piensas en mí? ¿Como algo bueno o algo malo? Espero que lo segundo.

—Pienso en ti... En general, supongo, como piensa toda la gente, tampoco te creas la gran cosa. Ya sé por dónde quieres ir y no tengo ganas de seguir hablando.

—Te estás sonrojando mucho —murmura—. Está bien, cambio de tema. Mmmm. Ya sé. ¿Te acuerdas de lo que te pregunté el otro día cuando estuve en tu casa?

Niego con la cabeza.

— ¿Sobre qué?

—Sobre si te gustaba suave... o duro. —Con su nariz me roza la mejilla y me enloquece que nunca se detenga y que no tema avergonzarme porque sabe, tanto como yo, que me gusta lo que está haciéndome—. Te encanta que te hable así, ¿verdad? Se nota. Te haces la buena pero te gusta cuando te hablo sucio.

Dios, hasta la voz se le pone más ronca y su mirada hace que olvide cómo se respira. Cierro los ojos y entonces se aparta un poco.

—Si te hago una pregunta es porque quiero que me respondas —me exige.

—Me gusta. —le contesto; me aclaro la garganta porque me cuesta hablar—. Me gust-... —Camila me detiene.

—Nah, no me lo digas. Quiero descubrirlo sola.

Nos quedamos en silencio, mirándonos hasta que mueve sus dedos con más ansias, con más control. Suspiro entre excitada y acobardada al escuchar más claramente que el baño empieza a llenarse, aunque el ver que Camila está tan dispuesta a continuar sólo me hace sentir más caliente, con más adrenalina. Siento que su cuerpo también se pega al mí cuando gimo despacio.

Con la punta de su lengua me acaricia una parte de la barbilla mientras siento que toda la cara me arde, y luego muerde con cuidado la zona más cerca a mi oreja, la más sensible. Suelto otro jadeo porque me está costando respirar.

— ¿Te digo un secreto y prometes guardarlo? —Me pregunta.

Camila no deja de mirarme los labios y yo no dejo de pensar en que el aire se siente más pesado, más cargado de toda esta ansia de que me toque, pero no sólo que lo haga, sino que sea debajo del pantalón porque ninguna otra cosa parece ser suficiente. Nada me satisface hasta que la siento directamente donde más me gustaría tenerla ahora.

—No me acerqué a un desconocido en un bar para ponerte celosa a ti —murmura—. No lo hice con esa intención, pero eres tan caliente cuando estás celosa que no pude dejar de mirarte cuando te vi. Ojalá te hubieras acercado en ese momento, Lauren.

— ¿A qué te refieres? —Le pregunto.

Pero no alcanza a responderme porque mi celular vibra en el bolsillo delantero de mi pantalón, y está guardado tan cerca de mis muslos que la vibración provoca que la tensión que llevo acumulando desde que nos encerramos en el cubículo se duplique. ¡Se triplique! Mierda. No.

Gimo más fuerte porque el teléfono no se detiene, sino que vibra más, y por suerte sólo lo hago una vez y estoy segura de que fue por la sorpresa, pero Camila se ve tan confundida como yo cuando la empujo con suavidad para ver quién me está llamando.

Es oficial. Me quiero morir de la vergüenza.

—El teléfono —le digo para que entienda; cuando se da cuenta, enarca sus cejas y esboza una sonrisa con malicia—. No. En serio, no digas nada. Me... Me tomó por sorpresa, ¿está bien? —Intento explicarme—. Jamás me había p-pasado algo así y no me di cuenta que estaba tan cerca. ¡No te rías!

—Con que te gustan las cosas que vibran —me molesta, sonriéndome con malicia—. Acabas de iluminarme con muchas ideas para...

—Ay, Camila, no empieces o en serio voy a querer matarme y cargarás con la culpa por burlarte. Haz como que nunca viste nada. Por favor. —le ordeno. En realidad, le suplico, y cuando enciendo la pantalla se me cae el alma a los pies porque es como si recién volviera a recordar dónde estamos y con quién vine en primer lugar.

Es Nicholas.

Y no sólo eso, sino que tengo algunas llamadas perdidas de Sophie, así que no es difícil imaginar que ambas están buscándome y que Nicholas debe suponer que estoy perdida en algún lugar. Me gustaría ser capaz de pensar razonablemente y salir del baño para ir a pasar el resto de la noche con él e ir a su departamento como se suponía que lo haríamos, pero lo que menos puedo hacer ahora es usar la cabeza.

—Podría... Podría enviarle un mensaje, ¿verdad? —Pregunto en voz alta y no es que tenga miedo de decirle la verdad, sino que es un pésimo momento y no quiero que se entere así, no quiero hacerle daño a nadie—. Espera, no. No es mi obligación responderle cuando resulta obvio que no quiero hablar con nadie. O quizás sí porque vine con él.

—Será mejor que le contestes o se va a preocupar. —Me interrumpe Camila. Al mirarla, pienso que podría estar enojada, y al no estarlo, creo que me está haciendo una mala broma porque no estamos hablando de una llamada normal, sino de Nicholas. Se ex por el que casi me asesina—. Puede que tus amigas estén buscándote. —Añade, mirándome—. Deben estar preocupadas, Lauren.

—Sí, seguramente. —Es lo único que digo, pero no hago nada. No puedo moverme. No quiero moverme.

Camila contesta la llamada por mí, fingiendo estar tranquila, y me observa atentamente mientras me llevo el teléfono a la oreja. Frunzo el ceño y resoplo, apoyándome en la pared. No entiendo si Camila está jugando conmigo o la discusión que comenzó denante era sólo para fastidiarme, pero me frustra no entenderla. Me frustra que a veces haga lo contrario a lo que creo que hará.

— ¿Nicholas? ¿Hola? —Le pregunto, ocultando mi decepción con bastante éxito a pesar de que mi voz suena ahogada y enronquecida. Estoy tan excitada que eso me molesta, y estar molesta hace que la ropa interior me incomode todavía más. Escucho que la señal se interrumpe cada vez que Nicholas trata de hablar y presiono más fuerte el teléfono en mi mejilla—. ¿Ahora me escuchas? Estoy en el baño... Sí, ¡en el baño! —Alzo la voz.

Camila me indica que le muestre el teléfono y al ver que la llamada no se ha terminado, se acerca a mí cuando vuelvo a ponérmelo en la oreja para escuchar también. Le hablo más fuerte, tratando de hacerle saber que iré a la barra para que Audrey no esté buscándome como una desquiciada.

— ¿Lauren?

— ¡Te escucho! —Grito por sobre la música—. Estoy en el baño, Nicholas. ¡En el baño! —Me exaspero porque no escucha aunque no es su culpa.

Quiero gritar de frustración porque además de llamarme en el peor momento, se le ocurre hacerlo cuando está en medio de un bar lleno de gente en el que obviamente no podrá escucharme. Siento la respiración de Camila en mi mejilla mientras ríe.

Quizás debería enviarle un mensaje para cancelar lo de hoy y pedir que nos veamos otro día para hablar. Tengo que ser directa al hacerle saber que no quiero volver a tener una cita con él y tiene que ser rápido.

—Tan seria y enojada. —Murmura Camila, besándome el cuello—. Eso me recuerda que todavía no hago nada por hacer que me perdones —baja la voz.

—Lo harás después. ¿Nicholas? —Sigo intentando hablar con él, pero Camila no se aleja. Todo lo contrario.

Sus labios me hacen cosquillas, sentirlos besándome me pone la piel de gallina y enderezo mi espalda cuando, insinuante y lento, una de sus manos empieza a remover mi pantalón como si quisiera quitármelo. Mi piel arde con sólo volver a sentirla, y la tensión en mi entrepierna me ciega, a pesar de que no desabrocha mi cremallera. No hace más que amenazarme con hacerlo.

La miro sin entender y ella mira hacia el techo, haciéndose la confundida.

—Veamos qué tenemos aquí... —susurra. La piel de sus yemas ya no está fría, sino más caliente, pero igualmente me estremezco y es como si todo mi cuerpo reaccionara con ardor por la anticipación cuando lo hace. No me toca directamente, sus dedos sólo contornean el borde de mi pantalón cuando se encarga del botón, pero contraigo la expresión al sentir que cada vez se atreve a más.

— ¿Qué estás haciendo? —Murmuro, mirándola.

—No seas maleducada con Nicholas, háblale otra vez —no tiene problemas en ordenarme—. Quiero que le digas de mi parte que disfrute el haberte llamado mientras estábamos en medio de algo porque será la única vez que te hará gemir. —Lo disfruta, goza de verme con la llamada encendida mientras mi rostro arde de vergüenza—. Dile también que no vuelva a hacerlo porque te lo advierto, Lauren, a mí no me gusta compartir nada.

Bien. Siempre he odiado la posesividad, pero quizás ahora pueda hacer una excepción. Ella mete su mano dentro de mi pantalón y me acaricia de lado a lado sobre la ropa interior mientras besa mi cuello. La escucho murmurar y me estremezco cuando sus movimientos son más precisos. Cierro los ojos y aprieto mis labios con fuerza.

—Me molesta sentirte tan mojada y no poder hacer nada —me dice ella, aumentando el ritmo cuando empiezo a suspirar por lo bien que se siente; mi mano sostiene con más fuerza el teléfono y me siento incapaz de hacer nada más que quedarme quieta—. Me molesta no poder saborearte como quiero.

Saborearme. Quiere bajar. Oh.

Siento una segunda punzada ahí. Cierro mis piernas sin darme cuenta, y es una pésima idea porque la mano de Camila queda en mis bragas y mi espalda se arquea suave por no querer que se detenga.

—No pares. —Repito, porque por más que quisiera ser responsable y pedirle que por ahora no podemos hacer nada, no puedo hacerlo, incluso si escucho que Nicholas intenta hablarme mientras Camila hace este tipo de cosas. La muy odiosa no se enfadó cuando se dio cuenta que era él el que estaba llamándome porque sabía perfectamente lo que iba a hacer.

— ¿Lauren? —Escucho a Nicholas cuando mejora la señal, aunque con todo el ruido todavía me cuesta entender; Camila lo escucha también, o al menos se da cuenta por mi cara que estoy escuchándolo porque el lugar de detenerse, continúa—. ¿Dónde estás? —Se escucha más alto—. Audrey dice que también ha estado buscándote y que no respondes sus...

—Estoy en el baño. —Lo interrumpo y aprieto los labios con fuerza cuando Camila, viéndome seria y con cierto destello de orgullo en sus ojos, me rodea la cintura con su otro brazo para presionarme—. Iré... Iré enseguida.

Planeo colgarle cuando vuelve a hablar.

—No estás enfadada, ¿o sí? —Su voz se escucha entrecortada por la interferencia, pero sé que suspira cansado—. Escucha. Sé que fue una noche rara, que no salió como esperabas y que debes estar pensando que-...

—No, no me pasa nada... —Camila empieza a presionar dos de sus dedos al verme hablar en un lugar bastante específico y ahí no me puedo controlar—. ¡E-Espera! —Se me corta la voz—. Mierda, no. Eso no. Eh, disculpa. Discúlpame, Nicholas. —El grito no era para él, sino para ella, porque sabe perfectamente lo que está haciendo y también aprovecho de disculparme por todo lo que está pasando.

—Lauren, ¿estás bien? —Aunque Nicholas siga hablándome e intente hacerse escuchar al gritarme de vuelta, cuelgo la llamada y miro a Camila como si se hubiera vuelto loca.

—Camila... —Quería quejarme pero me suena más como una súplica porque además suelto una bocanada de aire—. No vuelvas a hacer eso. Mierda, ¿y si... y si me hubiera escuchado? ¡Se habría enojado mucho!

Camila empieza a sacar su mano, pero niego con la cabeza para que no lo haga.

— ¿No acabas de decir que me detenga? —Pregunta.

—No. ¡O sea sí! Pero no me refería a eso. Sí quiero que sigas. —Susurro.

—Lauren, Lauren... —Vuelve a donde estaba, torturándome—. Estás llena de sorpresas. ¿Cómo es que pareces avergonzarte al hablar conmigo y luego ni siquiera sonrojarte porque te toco mientras hablas por teléfono? —No parece querer una respuesta, y no me creo en condiciones de poder dársela—. ¿De verdad quieres que siga?

Asiento con la cabeza y entonces besa de forma más ávida mientras gimo en ella, gimo en su boca y eso la incita a aumentar el ritmo porque también jadea en mis labios al escucharme.

Creo que alguien toca la puerta, no estoy segura. Pero ni siquiera me volteo a indicar que está ocupado porque no puedo concentrarme en nada más que no sean los dedos de Camila y cómo me observa mientras le pido que no se detenga, mientras le ordeno que continúe porque ya estoy al borde de colapsar.

—No habría dejado que te escuchara, Lauren —me dice, sin parar de besarme. No sé qué significa eso, pero no me importa. No me interesa.

—Sigue. —Repito, no sé por cuánta vez consecutiva—. Se siente bien, Camila. Muy bien. —Cuando rodea mi clítoris y se concentra en él, rozándolo con sus dedos y la tela de forma un poco brusca, es como si hubiera una explosión creciendo desde mis piernas hasta mis hombros—. Mierda. —gimo su nombre más fuerte de lo normal y ella me cubre la boca, riéndose.

—No hagas tanto ruido.

—Perdona —suelto sin pensármelo mucho y sin disminuir el ruido porque no creo que pueda—. Es que... Es que no quiero que te detengas. Por favor. —No me importa suplicar ni qué tan ridícula suene pidiéndole que siga.

Cuando la tensión se vuelve insoportable en mis muslos, cuando mis piernas tiemblan y mi cuerpo entero está tenso, no puedo continuar besándola porque siento que me falta el aire, que me ahogo en esta energía inagotable que parece acabar conmigo cada vez que se acerca a mis muslos y tengo problemas para sostenerme.

—Sigue conteniéndote, Lauren. Intenta hacerlo durar todo lo que tú quieras —me dice, acariciándome en círculos, consciente en que eso me lo hace más difícil. Mi cabeza cae hasta que de nuevo junto mi frente con la suya y mis manos van hasta su nuca, pero tenso mis piernas para hacer que la tensión previa dure un poco más porque luchar contra ella es adictivo.

Tardo en darme cuenta que continúo un poco tensa por estar en un lugar público, pero la ansiedad de estar tan cerca disminuye cualquier otra cosa.

—Mírame —me pide Camila—. No dejes de mirarme, ¿está bien? —No me muevo, pero sé que entiende que no lo haré cuando fijo mi vista en la suya y lucho con todas mis ganas de dejarlo ir.

Suelta mi cintura para reemplazar su mano por la otra y aunque pienso que es sólo tema de comodidad por los minutos que llevamos en la misma posición, sentir su dedos más fríos envía chispas a mi estómago y a mis hombros. Suspiro, poniéndome de puntillas y bajando cuando ya casi no puedo soportar la tensión en mis piernas.

—No te corras —dice en voz alta—. Todavía no.

Toda la piel me arde, no sólo la de mi rostro, y es tan, tan difícil controlarme cuando en ningún momento rompe la barrera de mis bragas y alarga el placer entre mis piernas. Alguien vuelve a tocar la puerta, pero ninguna responde. Entreabro mis labios y me aferro con fuerza a su vestido, mentalizándome en resistirme un poco más. Tan sólo un poco más.

Gimo cuando me frota con intensidad y mis piernas temblorosas se sacuden con violencia; pero no es hasta que Camila se lleva los dedos húmedos hasta su boca, los mismos con los que estuvo tocándome, que no siento que pierdo completamente el control de mi cuerpo. Ahí no puedo resistirme más.

Ya no controlo mi voz y ni siquiera puedo apartar la vista de lo que está haciendo porque es lo más caliente que alguien ha hecho frente a mí. Y no pasa mucho tiempo hasta que me dejo vencer, hasta que me rindo y trato desesperadamente de mantener los ojos abiertos para no perderme nada, para continuar viéndola.

Dudo que existan palabras para expresar lo que se siente cuando la tensión se libera, pero está en mi cuerpo entero y manteniendo sus dedos en movimiento, Camila vuelve a sostenerme con el otro brazo para no terminar de forma vergonzosa en el suelo. Una descarga de adrenalina me invade los músculos por esos segundos y llega un punto en el que por más trate, tengo que cerrar los ojos.

La música, las voces a mi alrededor me desconciertan porque por un momento olvidé que todavía estábamos aquí y respiro, apoyando mi cabeza en el hombro de Camila al no tener fuerzas para seguir sosteniéndome.

Que se haya llevado los dedos a la boca después de haberme tocado es, fácilmente, el momento en el que más perdí todo rastro de pensamiento coherente porque... Wow. Es una imagen que no voy a olvidar nunca. Nunca, jamás. Lo juro.

Pasan varios segundos antes de que Camila rompa el silencio que sólo existe entre nosotras.

— ¿Estás bien? —Me pregunta, a lo que asiento con la cabeza, sin moverme todavía—. ¿No te vas a caer? —Entierro mis dedos en su estómago al saber que me está molestando y se ríe. Se aparta a tomar un poco de papel higiénico para limpiarse las manos y me avergonzaría si no estuviera tan concentrada en volver a respirar normal.

No tengo tiempo para extrañarla porque luego abraza mi cintura para seguir sosteniéndome y se inclina para amenazar con morderme. Aparto mi rostro y ruedo mis ojos.

— ¿Ya no estás enojada? —Se burla.

Arrugo mi nariz y hago como que lo pienso.

—No —murmuro, soltando un grito dramático cuando alcanza mi cuello y me amenaza con morderme—. ¡No! Ya no, ya no. —Aprieto mis dientes mientras río, tratando de empujarla por las cosquillas.

Camila se detiene y mirándome divertida, se queda en silencio. Yo también lo hago. Y en todo caso, no es una expresión que dure demasiado porque no tarda en ponerse más seria y suspirar, el ceño se frunce levemente cuando aparta la mirada, medio incómoda o dándome la sensación de que lo está.

— ¿Tú estás bien? —Le pregunto.

Se aleja cuando está segura de que no voy a tropezarme, y tengo la sensación de que no. Que no lo está, pero que se esfuerza por sacudir la cabeza y volver a la actitud que tenía hasta hace un par de horas atrás.

—Claro que sí, Lauren. —Me sonríe y no sé muy bien cómo interpretarlo—. ¿Qué te hace pensar que no lo estoy?

—Estás seria —le digo, acomodándome la camiseta y el pelo para no verme tan desordenada—. Oh, espera, ¿quieres que yo también... —Me detengo cuando niega con la cabeza. No se me había pasado por la cabeza preguntarle eso hasta ahora y me siento desconsiderada—. Bien, porque tendrías que enseñarme antes. —Me aclaro la garganta y me rasco la nuca, riéndome—. Nunca antes se lo he hecho a... Ya sabes, una mujer.

—Yo tampoco —me dice, sin cambiar mucho su expresión—. Sólo es instinto, creo.

Espero calmarme un poco más antes de volver a hablar porque fue corto, pero intenso, diciéndole lo que pensé hace un rato.

— ¿Sabes qué? Le diré a Nicholas que desde ahora es mejor sólo ser amigos —le digo, sin saber muy bien qué hacer por su cambio repentino de actitud—. Tienes razón, no puedo salir con dos personas al mismo tiempo.

— ¿Salir? —Frunce el ceño—. ¿Piensas que vamos a salir?

—No así como salir oficialmente, pero... lo que sea. Como quieras llamarlo. —Me río.

Recuerdo que dijo no querer nada conmigo hace literalmente horas, pero trato de no pensar en ese pequeño detalle. Las cosas han cambiado hasta ahora, o al menos es lo que me demuestra porque si no quisiera nada de nada, no me habría devuelto el beso cuando me acerqué y definitivamente no estaríamos encerradas aquí.

— ¿Segura que estás bien? —Le pregunto otra vez para asegurarme.

—Sí, sí. Sólo estoy cansada —suspira y se lame los labios—. Creo que bebí demasiado y estar aquí llena de humo de marihuana no me ayuda. ¿Por qué la gente siempre fuma en los baños?

—No lo sé —murmuro—. Pero no quiero irme.

Camila apoya sus manos en la pared a sus espaldas.

—Nadie quiere marcharse cuando termino con ellos. —Bromea—. Es mi especialidad.

— ¿Hacerlo en un baño? Qué clase.

—Técnicamente no lo hicimos —me aclara—. Sólo te toqué.

— ¿Es lo que dirás para sentirte mejor?

—Es lo que diré porque es lo que pasó —responde—. Me ofende que pienses que esto es todo lo que puedo dar cuando quiero tener sexo con alguien.

Lo dice tan segura que la empujo porque es muy egocéntrica.

— ¡Me ahogo! ¡Auxilio, me muero! —Exclamo en voz baja, como siempre que hace comentarios así.

—Ya cállate —dice, rodando los ojos.

—Para tu información, no lo dije porque muera por quedarme contigo, sino porque me urge una ducha y Audrey quedó de llevarme a casa antes de irse a la de Sophie. —Hago una mueca—. Tengo que esperarlas hasta que... Hasta pase algo interesante con Aiden, supongo. Y no quiero salir mientras espero.

— ¿O sea que estás admitiendo no querer quedarte conmigo? —Finge estar ofendida—. Creo que quedarnos aquí es tu mejor opción. Además, no querrás encontrarte con Nicholas después de lo que pasó aquí, ¿o sí?

—Por supuesto que no. Menos ir a su departamento como planeaba, qué vergüenza. —Me cubro la cara—. Tendré que decirle que de la noche a la mañana se me pasó el interés —vuelvo a mirarla—. O decirle que... La verdad. Que estas dos citas no han funcionado tan bien como deberían. Será una conversación incómoda.

—Tampoco es como que hubiera mucho interés, Lauren. O no me habrías besado minutos después de tomarle la mano. —Se ríe—. Ten en cuenta que además, él te dejó sola casi toda la noche, así que no creo que le rompas el corazón. Lo superará.

—Pero haberte besado fue... No lo sé. Creo que me dejé llevar porque el mojito me hace ser más valiente. —Me llevo las manos hacia la espalda y la miro orgullosa de mí misma—. No sabía que iba a hacerlo hasta que lo hice.

Enarca sus cejas.

—A mí me dio la impresión de que fuiste a buscarme justamente para eso. Estabas muy decidida.

— ¡Estaba temblando del miedo, Camila! —Confieso—. Literalmente.

Camila rueda los ojos. Y a pesar de que está de mejor humor por olvidar lo que sea que haya pensado antes, no se ve interesada en seguir con mi broma, o seguir hablando en general. Pero tampoco muestra señales de querer abrir la puerta al mantenerse así, de pie frente a mí. Nos quedamos en silencio hasta que el pensamiento de que hayan varias personas esperando que salgamos fuera del cubículo me hace reír.

— ¿Qué? —Me pregunta Camila.

—Nada —le contesto—. En serio no quiero irme. —Repito.

—Yo tampoco tengo muchas ganas.

— ¿Por qué no?

—Porque podría irme a mi casa, pero no me agrada mucho la idea. No quiero tener que soportar lo que me espera cuando llegue. —Resignada, hace un mohín con la boca—. Es insoportable.

— ¿Quién? —Le pregunto porque me pierdo—. ¿Tu hermana o tu mamá?

—Ambas, aunque ahora no me refería a ninguna de ellas —me dice, encogiéndome de hombros—. Hablaba más bien de... De cómo me siento estando ahí. No me gusta estar sola, como te dije en la tarde. Odio mi casa.

—Entonces podemos quedarnos aquí hasta que sí quieras irte y no tengas que estar sola —me dice—. Podemos quedarnos todo el tiempo que tú quieras.

Arruga la nariz.

—Ojalá pudiera sentirme mejor con eso.

— ¿El miedo a estar sola hace que no quieras irte de tu casa? —Me atrevo a indagar más—. Lo digo porque cualquier en tu lugar estaría feliz de vivir en otra parte, Camila, y tengo la sensación de que quisieras que tus papás no vuelvan a tocar el tema de la residencia.

—Puede ser. —Responde—. No lo sé, tampoco me importa mucho encontrarle explicación. No quiero hablar de eso, sólo lo dije porque... —Suspira, encogiéndose de hombros—. Porque bebí demasiado.

—Está bien, nos quedaremos hasta que te sientas mejor —le digo, decidida, porque además me gusta estar con ella—. No soy la más indicada para subirte el ánimo o darte consejos porque como te dije en la tarde, nunca me he sentido así, pero piensa que al menos ahora, estás aquí conmigo. No estás sola. Eso puede ayudar.

Camila me mira por unos segundos y después, aunque no muestra mucho interés porque presiento que no le gusta mostrarse de otra forma que no sea la fachada que siempre tiene, asiente con la cabeza. Y sonríe.

—Sí —murmura, siguiendo con esa sonrisa débil que me hace pensar en ella como alguien tierna por primera vez, aunque no sé son sonría con esa intención o sólo estoy hablando porque me gustaría que lo fuera—. Eso puede ayudar.

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