Ú R S U L A
Hace cuatro años.
La puerta principal se abre y Bruno pasa de largo hasta la habitación ante mi atenta mirada, encima cierra de un golpe sin decirme nada pero no le tomo importancia y sigo a lo mío.
Resoplo una vez más tocándome la barriga mientras miro por la mesa, ¿dónde he dejado el mando del televisor?
Paso al sofá, entre cojines logro tocarlo pero no lo alcanzo, por lo que los arrojo al suelo.
Pero me olvido del objeto cuando mis ojos se posan en la jeringa.
Lo agarro, aún se puede distinguir el líquido que reside dentro.
No puede ser, pienso.
Doy media vuelta y me adentro en la habitación donde Bruno está tirado en la cama.
— ¿Has vuelto a la mierda esta?
— ¿Qué coño haces con eso? — me observa enfadado.
Su mirada está perdida por más que intenta centrarse.
— Me dijiste que lo habías dejado.
Se pone de pie y anda hasta estar de frente para quitarme la jeringuilla de la mano.
— Lo he intentado reina, te juro que sí.
— No pienso aguantar esto ni un segundo más.
Me doy la vuelta con intención de irme pero me agarra del brazo.
— Aguantarás lo que a mi me dé la gana, ¿entendido? — no hablo y me zarandea. — Respóndeme.
— Sí.
— Bien, ¿has hecho ya la cena?
— No hay nada.
— ¿Te lo has terminado todo? Joder deja de comer ya, te estás poniendo como una puta vaca — me suelta el brazo bruscamente.
No hay nada porque el dinero en comida te lo gastas en heroína, pienso en decir, pero opto por callarme.
— Perdón — susurro.
— Fuera — señala la puerta con la cabeza.
Me suelta y vuelve a tumbarse en la cama mientras yo miro hacia abajo: una gran humedad se posa sobre mis pies.
No, ahora no.
Vuelvo a subir la mirada rezando porque no se haya dado cuenta pero su expresión me dice que sí.
— ¿Te has hecho pis? — frunce el ceño.
— Creo que he roto aguas — susurro con la voz temblorosa.
— Ve al hospital o a donde tengas que ir — desvía la mirada del suelo con asco.
— ¿No me vas a acompañar?
— ¿Yo? Ese crío lo decidiste tener tú cariño, ahora asume las consecuencias.
No sé porque pensé que se interesaría en esto.
Me voy de la habitación procurando mantener la calma, según los libros que he leído las contracciones no tardarán en aparecer.
Recojo el bolso de deporte que ya tenía preparado para esta ocasión, salgo de casa y bajo las escaleras con el móvil en la oreja en un intento de contactar con mi madre.
Después de unos tonos me salta el contestador y vuelvo a intentarlo.
Uno, dos, tres...
— ¿Diga?
— Mamá — suspiro aliviada.
— Úrsula, ¿has visto qué hora es? Nos has despertado.
Llego al final de las escaleras y me apoyo en la barandilla.
— Creo que estoy de parto.
— Ve al hospital.
Ya joder, ya sé que tengo que ir al puto hospital, pienso.
— Estoy en ello pero necesito que estés a mi lado.
Respiro hondo y empiezo a caminar por las oscuras calles solo iluminadas por coches que pasan de vez en cuando.
— Te advertí que no iba a ser fácil tener un hijo a tu edad y aún así no me hiciste caso, ¿ahora buscas mi ayuda? No cielo, las cosas no van así.
— Ni siquiera sé porqué se me pasó por la cabeza que a la hora de la verdad me ayudarías mamá... ¿Sabes qué? Puedo superar esto sola, gracias por nada — cuelgo y suspiro.
No he dado ni dos pasos y ya estoy fatigada así que decido pararme en una parada de autobús.
Voy a sentarme cuando un dolor punzante que me atraviesa la columna vertebral hasta la zona baja hace que me doble hacia delante, es como si me intentarán desgarrar algo interno sin ningún tipo de pudor.
Me toco la barriga mientras cierro los ojos con fuerza, el dolor es insoportable.
No voy a poder aguantar esto, pienso.
Las luces de unos faros me iluminan pero no tengo fuerzas para mirar de qué se trata.
Escucho como la puerta de un coche se abre y luego unos pasos acercándose a mi.
En otra ocasión el miedo me hubiese invadido pero lo doloroso que es el proceso me da más terror.
— ¿Te encuentras bien? — pregunta una voz masculina.
— Haz que pase, por favor — le agarro de la chaqueta.
— No sé bien que te pasa pero será mejor que respires hondo — su voz suena angustiada.
Sigo su consejo e inspiro y expiro profundamente, de a poco el dolor se me pasa y me veo capaz de incorporarme hasta estar recta.
— Hola — el tipo sonríe y le observo detenidamente — ¿Estás mejor?
— De momento sí pero no pasará mucho hasta que llegue la siguiente contracción — frunce el ceño y le señalo la barriga.
— ¿Estás de parto? — asiento. — A esta hora no pasa el colectivo, ¿qué hacías aquí?
— Necesitaba descansar y me vino el dolor.
— Deja que te lleve yo — me agarra el bolso que en algún momento se me cayó.
— ¿No es molestia? — cuestiono dudando.
— No, vamos — me tiende el brazo y me ayuda a montar en el carro.
Una vez estamos montados en el asiento delantero me mira y dice:
— Tranquila, todo estará bien.
Y me doy cuenta de que solo necesitaba esas cuatro palabras para poder seguir adelante.
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