Anne Of The Present

By armoniadeamor

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Anne Shirley nació con la aventura tatuada en sus clavículas y las ganas de descubrir el mundo bordadas en su... More

Primera parte
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Segunda parte
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By armoniadeamor

Anne.

Es increíble cómo algo puede ser de una forma durante años y luego, en un segundo, sufrir una variación tan abrupta y repentina que dudas que pueda llegar a ser lo mismo otra vez.

La antigua ciudad de Bosra estuvo habitada durante dos mil quinientos años, y luego, en el dos mil trece fue bombardeada con morteros y todo lo que se creía respecto a ella dejó de ser. Lo mismo pasó con múltiples monumentos que se mantuvieron durante períodos increíblemente largos de la historia y luego, en un pestañeo, o gracias a una guerra, cambiaron para siempre.

Un día estás, y al otro todo un pueblo te está buscando con carteles llenos de tu rostro, sale toda tu información en la sección de personas extraviadas de la policía que tanto odias, y tu nombre resuena por todas las calles que recorriste miles de veces.

Llamándote, rogando que las cosas no cambien para siempre.

Había pasado veinticuatro horas y Venus aún no aparecía. Así que varios vecinos —incluyendo las personas que tantas veces hablaron mal de ella—, se unieron para buscarla en los lugares que el señor Le Brun estipuló como los frecuentes. Los más religiosos hicieron vigilias de oración en su honor, y todos sus amigos ayudamos a su padre a imprimir carteles con su rostro cuando la policía cortó el tránsito para poder controlar quién entraba o salía de Avonlea.

Ya a las dos de la mañana, yo estaba junto a Roy en un rincón de la vigilia, su rostro antes lleno de vitalidad, lucía cansado, casi sonámbulo. Como si le hubieran absorbido toda su juventud.

—Volverá, o la encontrarán. —le dije pasándole un café de una de las mesas que habían adaptado los de la iglesia para que los voluntarios de búsqueda, y sus conocidos pudieran comer algo—. Estoy segura.

No dijo nada y sólo me abrazó, reposando la cabeza en mi hombro. —Tengo miedo, Anne.

El verlo vulnerable por primera vez desde que lo conocí hizo que tuviera unas increíbles ganas de llorar, así que no fui capaz de responder nada y sólo correspondí con más fuerza su abrazo.

Desde esa posición podía ver el rostro de los demás a unos metros de nuestra posición, algunos hablaban entre ellos, otros se abrazaban con los brazos a sí mismos, y Aline estaba tan shockeada por toda la situación, que Cole estaba dándole comida en la boca.

Hay silencio, hay tensión, hay miedo.

A pesar de que era verano, nunca sentí una noche tan fría como esa.

Acaricié el cabello de Roy con mis manos en un gesto maternal, hasta que el orgullo nefasto volvió a su cuerpo y se apartó de mis brazos.

—Iré a su casa a ver si encuentro algo. —me avisó de forma casi mecánica, como si fuera un robot.

Yo me sentí aún peor. —Ya fuiste cuatro veces, no sé si...

No me dejó terminar y alzó los hombros con desinterés. —No me puedo quedar quieto en esta mierda.

Y antes que pudiera responder desapareció en la negrura de la noche otra vez, aferrándose a la idea de que Vee llegaría como si nada con su vestido rojo y su maquillaje corrido a la casa que la vió crecer.

Sabía que muchos estábamos ensimismados en esperar lo mismo.

Detesto esperar, detesto no poder resolver las cosas y tener que ver cómo suceden frente a mí mientras estoy a brazos cruzados viendo como la energía de todos se consume de a poco.

—Debes dormir algo, Lys. —escuché la voz comprensiva de mi amigo cuando me dirigí en su dirección—. No has descansado nada hace dos días.

La rubia nisiquiera lo miró.

Cole al verme pareció un tanto aliviado, y se incorporó a mi lado. —Tengo miedo de que se desmaye en cualquier momento.

Afirmé con la cabeza como si fuera una doctora haciendo un veredicto. —¿Hace cuánto no duermes tú?

—Yo estoy bien. —me respondió.

—Todos estamos diciendo lo mismo, pero tus ojos hablan por ti. —traté de convencerlo de ir a descansar—. Yo me haré cargo, ve a casa.

—Puedo con esto. —contraargumentó en un susurro—. Tú has dormido menos que yo.

—Yo estoy acostumbrada a no dormir, lo hice durante años.

—No puedo dormir Anne, ni aunque quisiera. —me confesó pestañeando con tristeza—. Mamá está con la vigilia, me llamó cuando me topé con ella...no sé porqué.

Aparté la mirada de Aline y la posé en los ojos preocupados de mi amigo. —¿Le respondiste?

Negó. —No puedo lidiar con sus gritos, no ahora.

—Quizás no quiere gritarte.

Suspiró. —Es mamá, siempre quiere gritarme. Debe estar avergonzada porque la gente de la iglesia sabe que no estoy de vacaciones con la familia.

Posé una mano en su pecho luego de pensarlo por unos segundos. —Deberías escuchar lo que tiene para decir, Cole. No es tiempo de mantener rencores...la vida cambia muy deprisa, no sabes si habrá una próxima vez.

Nuestros ojos se dirigieron a las voces provenientes de los voluntarios de búsqueda que aparecieron de pronto junto al grupo. Entre ellos Gilbert, Matthew, Muriel, Bash y el Señor Le Brun junto a la mamá de Venus, tan preocupados que incluso desde la distancia en la que estábamos podía notar sus manos temblar.

Pensé en la desesperación que debían estar sintiendo y casi vomité ahí mismo.

Algo en Cole cambió y supuse que había pensado en lo mismo. —Tardaré cinco minutos en hablar con ella y volveré a ayudarte.

Apreté su mano antes que caminara hacia la vigilia. —No te preocupes.

Ayudar a Aline fue como darle comida a un abuelo senil o a un bebé. No hablaba, no se quejaba, nada. Sólo hacia lo que le pedía con la mirada fija en sus pies.

Terminó quedándose dormida con la cabeza en mi hombro mientras yo acariciaba su cabello de la misma manera que Marilla lo hacía con el mío cada vez que las pesadillas interrumpían mis sueños.

Pasé tanto tiempo en esa posición que mis extremidades terminaron durmiéndose por completo.

Gilbert llegó antes que Cole hacia mí, una manta en sus brazos. —Por fin se durmió.

Afirmé con la cabeza. —El cansancio mental puede alejar al físico, pero tarde o temprano éste gana.

Puso la manta sobre mis piernas y las de Aline. —No diré que sigas tú propio consejo de descansar, porque sé tú respuesta.

—Me conoces bien. —respondí con una sonrisa triste, él se sentó a mi lado soltando un suspiro, era una reacción casi general—. ¿Cómo les..?

—Nada. —completó por mí desordenado su cabello con frustración—. Ni en casa de Keth, ni en la fiesta a la que fue ayer, nadie la ha visto.

—¿Creen que quizás escapó?

—Con todas mis fuerzas, eso espero. —respondió él—. Sobretodo ahora que los policías están buscándola en las arboledas a los costados de la carretera que une Charlottetown y Avonlea. Piensan que quizás...

Un escalofrío recorrió mi cuerpo y me sentí incapaz de pensar en la posibilidad. —Entiendo.

Pareció notar, como siempre, que no quería hablar al respecto. —Vi a Cole hablando con su mamá, pensé que ellos...

Afirmé con la cabeza. —Ella lo buscó, tarde o temprano tenía que pasar. Espero que no le haga mucho daño otra vez.

Frunció el seño con incredulidad. —Estaban abrazados.

Abrí la boca con sorpresa, esperaba una conversación medianamente civilizada pero ni de cerca algo así. —¿De verdad?

Asintió. —Y lloraban...creo que en momentos así todos dejamos de lado el orgullo al necesitar contención de personas que amamos tanto.

Pensé en él, en sus abrazos y en la conversación que le debía, me sentí pésimo. —Sé que dijimos que hablaríamos, pero no creo que sea el mejor momento para...

No me dejó seguir hablando, cosa que agradecí enormemente. En su lugar, negó con determinación. —Yo tampoco puedo pensar en nada más ahora.

Posé mi mano libre mano en la suya cuando sentí la presión en mi pecho aumentar. —Eres una persona increíble, si algo te pasara, yo...

Apretó la mía. —Nada me pasará, ni a Venus.

Su mirada llena de seguridad hizo que yo recuperara la mía. —Eso espero.



Venus no apareció al día siguiente, ni después de ese. De hecho, de pronto, casi como si el tiempo hubiera pasado en un parpadeo, llegó la graduación y la silla con el apellido Le Brun estaba vacía.

Y aunque por esa misma razón los chicos no querían hacer nada para conmemorar su salida de la escuela, el Ministro estipuló que quiénes no se graduaran, no tendrían la licencia de secundaria.

Creía que Vee sólo estaba de fiesta y por lo tanto, no valía la pena perder la tradición que mantenía la Escuela por más de cincuenta años. Pero todos sabíamos que en realidad era porque Jack, su hijo, se graduaría también.

Porque claro, no era como si los padres de Venus no durmieran, Aline hubiera dejado de hablar y todos los demás parecieramos muertos vivientes.

—No iré a un carajo. —soltó Roy cuando comencé a arreglar su camisa en la sala donde todos se preparaban.

—Vas, recibes el diploma y te bajas, —le contesté tratando de calmar su ánimo—. tendrás que hacer todo el año de nuevo si no.

Pareció meditarlo por unos segundos. —El Ministro no puede hacer eso.

—El Ministro puede hacer cualquier cosa. —le respondí pasando una mano el cuello azul perfectamente planchado—. Incluso retirarme del Centro si no doy el discurso que quiere.

—Es una mierda.

—Ya podrás escupirle cuando te gradúes. —exclamé acariciando su nuca, para así intentar tranquilizarlo un poco.

—Desde luego que lo haré. —fue su respuesta y yo sonreí con melancolía.

La Directora Stacy interrumpió nuestra conversación poniendo una mano en mi brazo, su mirada era de culpa, sabía que yo no quería hablar en público, pero estaba atada de manos. —Anne...ya te toca.

—Iré a ver a Aline. —se despidió Roy.

Asentí. —Si necesitas ayuda, sólo llámame a mí aparatito.

No me respondió y salió de la sala, yo no pude impedir que un suspiro sonoro abandonara mis labios antes de seguir a la Señorita Muriel por los pasillos.

No quería dar un discurso sobre compañerismo y amor sabiendo que una de nuestras compañeras se encontraba desaparecida hace cinco días.

Y no sólo no quería, sino que me sentía incapaz, como si todo mi cuerpo me dijera que no era justo, que parecía como si estuviéramos pasando página sin ella entre nosotros.

Estaba a un lado de la tarima donde el ministro hablaba en el micrófono mientras los chicos comenzaban a pasar en fila por el pasillo. —Hay que pensar en lo lindo de cerrar ciclos con personas con las que compartieron toda su infancia, y que seguramente las acompañarán una vez terminada esta etapa para pasar a la vida adulta.

Nunca había sentido apoyo de su parte, y no le creía ni un poco esas palabras que parecían haber sido copiadas de alguna página de internet, así que fijé mi mirada en las personas que tanto quería y que sabía que podían darme la fuerza para todo lo que tenía que decir a continuación.

Miré los ojos de Moody a un lado de Gilbert y como se sonreían a labios cerrados, luego fijé mi mirada en el entrecejo de Roy y en sus manos entrelazadas con las de su melliza, observé a Josie Pye, a Tillie, a Charlie, y hasta a Jane, aferrándome a los momentos lindos que habíamos vivido.

—Ahora una estudiante distinguida de un curso más pequeño y la presidenta de nuestro Centro de Alumnos expresará unas emotivas palabras conmemorando este momento.

Aplausos, el nerviosismo recorriendo mi estómago cuando posé mis ojos en el centro de padres donde el Señor Le Brun se mantenía con la mirada perdida en algún punto.

Subí regalándole mi mejor sonrisa a los presentes mientras comenzaba a abrir el papel donde había vomitado palabras melosas que en esos momentos no sentía ni de cerca. —Éste es un momento que nunca olvidaremos; nos despediremos de las personas maravillosas a las que llamamos amigos y en muchas ocasiones hasta familia. Hay que vivir esta ocasión con la mirada en alto, saber que por fin consiguieron eso por lo que tanto lucharon, sus sueños y...

No pude seguir, las palabras se quedaron en mi boca y mi corazón dejó de latir por completo cuando mis ojos se posaron en los dos policías entrando por detrás del gimnasio en dirección al padre de Venus.

Sentí como si me hubieran dado una patada en el estómago, dejándome completamente sin aire, pensé en la posibilidad de nunca volver a recuperar la respiración.

La Señorita Stacy fue quién se acercó a unos metros de mí cuando notó mi silencio. —¿Anne?

Posé mi mirada en mis amigos, el seño fruncido en sus rostros, quise gritarles que no se voltearan, que vivieran en la ignorancia sólo un minuto más.

—Yo... —mi voz sonó como si estuviera bajo el agua o en otro condado, me pellizcaba el interior de mi mano seguramente dejándome marcas, pero sin poder decir ni una sola palabra más.

No fue necesario, porque entonces un sonido grave, horroso y que yo no había oído en toda mi vida resonó de pronto por todo el gimnasio, llamando la atención de todos.

Un sonido proveniente del Señor Le Brun.

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