OJALÁ...

By LeslieLaFuente

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Él necesitaba una esposa, ella necesitaba dinero. Enamorarse no era una opción...pero el destino tenía otros... More

Sinopsis
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Personajes
Capítulo 7
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Asesino: Parte 1
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Asesino: Parte 2
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Asesino: Parte 3
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Ian
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Epílogo
Extra - Ian
Booktrailer
Extra II: Ian.

Capítulo 8

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By LeslieLaFuente

Doy vueltas de un lado a otro de la espaciosa habitación rebuscando en mi cabeza una frase, una línea, una idea...cualquier cosa que me ayudase a escribir el primer capítulo de mi novela, pero por más que intento pensar en algo, la maliciosa sonrisa de Ian era lo único que llega a mi mente. Luego de haberme marchado de su despacho, subí corriendo al dormitorio sin ni siquiera girar la vista atrás. Tenía miedo que, de haberlo hecho, hubiese tomado el primer jarrón, libro u objeto puntiagudo que se pudiera utilizar como arma y estampárselo en el centro de la cabeza, tal vez de esta manera, sus pocas neuronas hicieran contacto y dejara de decir sandeces.

Ese hombre pone mis nervios en punta, ya no sé cuándo habla en broma o cuando es serio. No sé cómo reaccionar de manera lógica y pausada ante él y sus provocaciones. Tarde o temprano, siempre termina por estallar mi carácter como si se tratase de una bomba nuclear con un reloj en cuenta regresiva.

Tomo mi agenda de notas y el bolígrafo por quinta vez consecutiva desde que decidí ponerme manos a la obra «¡Vamos Harley, tú puedes!», me digo a mí misma para darme ánimos, sin embargo, lo único que logro escribir sobre la blanca hoja son líneas repletas de insulto y defectos de Ian Cates. «¡Mierda! ¿Quizás estoy exagerando un poco?». Debo relajarme, es solo mi primer día de casada en comparación al largo año que me queda por delante. Dicen que los primeros meses de un matrimonio suelen ser los más difíciles debido a la adaptación de la vida en pareja, tal vez Ian y yo estábamos demasiado acostumbrados a la vida en soledad y por ello terminábamos discutiendo seguidamente.

Según Cooper, Ian no ha tenido parejas desde la muerte de Melanie, y yo, bueno, mejor yo no opino, ya esa es otra historia, hasta un perezoso debía de tener más vida romántica y sexual que la mía en estos últimos años; cualquiera que supiese de mi vida íntima diría que estoy haciendo los votos para ser monja en un convento.

Escucho a lo lejos el tono de mi teléfono celular sonar con la canción acústica de The Kill del grupo 30 Seconds to Mars. En el fondo, agradezco la interrupción del rumbo que comenzaban a tomar mis pensamientos, sino sabe Dios como hubiese acabado mi charla mental. El sonido proviene de mi equipaje, aun sin sacar de la maleta. Busco a ciegas, estirando la mano entre las diversas pertenencias rezando para que no se cayese la llamada. Finalmente, luego de minuto y medio, logro localizar el móvil. Observo el número en la pantalla y veo que se trata de Ana.

«¡Diablos! Olvidé llamarla esta mañana para informarle que llegue bien». De esta mi amiga me mata, dudo mucho que acepte la excusa de mi catastrófico despertar el día de hoy.

—¡Ana! —contesto la llamada emocionada, es genial volver a escuchar una verdadera voz amiga.

—¡Harley! Gracias a Dios que respondes.

Al escuchar su voz, a pesar del poco tiempo transcurrido, me doy cuenta de cuanto la extraño, no por el hecho de que no la he visto hoy, sino porque no sé cuándo la volveré a ver. Quitando mi propio sentimentalismo me percato de algo importante, la voz de Ana se escucha nerviosa, un segundo más en tardar en responder y puedo jurar que se hubiese echado a llorar.

—¿Qué ocurre? —pregunto preocupada, si le ha sucedido algo a Ana jamás me perdonaré por no estar ahí para apoyarla.

—Escucha atentamente Harley, te compraré un pasaje de regreso para hoy mismo, o si prefieres voy yo y me invento alguna escusa familiar para traerte de regreso a Luisiana.

—¿Qué estás hablando Ana? Explícate de una buena vez, me estás comenzando a asustar.

—Estas en grave peligro Harley. —Los pelos de mi piel se erizan ante su confesión—. Luego de que te marchaste me quede pensando una y otra vez en el nombre de Ian Cates, juraba y volvía a jurar que lo había escuchado en otro lado y no exactamente ligado a la cría de caballos como me contaste tú. —Exhala un rápido suspiro antes de decir sus siguientes palabras, sin embargo, yo ya sé de qué se trataba—, Harley, tu esposo fue acusado del asesinato de su ex mujer hace cinco años.

Ambas hacemos silencio por unos cuantos segundos, si hubiese caído un alfiler en medio del dormitorio habría sido capaz de escucharlo con total claridad. Ninguna se atreve a decir palabras y; no obstante, sé que soy yo la que debe de hablar, le debo una explicación a Ana, pero cuando logro articular sonido lo único que sale de mi boca es:

—¿Lo has descubierto?

—¿Lo sabes y aun continúas ahí? ¿Cuándo lo descubriste? —Su voz parece aún más alterada y nerviosa, si es que eso era posible, presiento que mi respuesta la iba a incomodar más.

—Escucha Ana, tienes que prometerme que me dejaras explicarlo todo. —Hago una breve pausa para notar su reacción, pero a través de la línea telefónica solo se escucha silencio—Lo descubrí desde antes de aceptar su propuesta, y luego el me lo contó también.

—¡Estás loca! O sea, ¿sabías que ese hombre es un asesino y aun así te casaste con él? ¿Es eso lo que me estas intentando contar?

—No, no y no, Ian no es un asesino. —Siento la extraña necesidad de defenderle.

—Harley, fue acusado del asesinato de su esposa, ¿es qué no lo entiendes? —Me habla muy despacio, como si le estuviese explicando la situación a una niña pequeña.

—Tú lo has dicho, fue acusado, nunca se demostró nada.

—Eso no significa que no lo haya hecho.

—Nadie en la hacienda piensa que Ian fuese culpable. —Con la velocidad de un cometa, surca por mi mente el rostro de Roger, pero lo desecho tan rápido como llego—. Yo no creo que sea culpable.

—¡No le conoces de nada! —Su tono de voz no es de una total molestia, sino más bien de alguien que intenta hacer entrar en razón a un necio.

Me miro frente al espejo, la respuesta que me acababa de dar Ana ya la he pensado yo muchas veces y siempre llegaba a la misma conclusión: Cierto, lo conozco de no más de tres días, es un completo extraño, por su actitud no me cabe duda de lo narcisista y arrogante que llega a ser...aun así, ninguno de esos elementos lo convierten en asesino, a pesar de no saber nada de él, mi instinto grita por su inocencia.

—Solo lo sé. —Son mis únicas palabras.

—¡Por Dios! ¿Dime que no tienes el síndrome de Estocolmo?

La seguridad de mi postura debió de significar algo para mi amiga porque su reciente pregunta sonaba más como una broma que a recriminación.

—No seas tonta—rio—, Además, como puedo tener el síndrome de Estocolmo si eso es solo para los secuestrados y yo me encuentro aquí por elección propia.

«A pesar de que el día de hoy ha sido un completo infierno», pienso.

—Ve a saber tú como es eso posible, con lo loca que eres, seguro que ya caíste en las garras de la belleza de tu sexy marido.

—Mi sexy marido es un idiota.

—Pero un idiota sexy, vamos, ¿No me digas que no has babeado por él en alguna ocasión desde que le conoces?

Tiene razón, soy consciente de lo condenadamente caliente que es el vikingo, aun así, eso Ana no necesita saberlo.

—Dudo que puedas soportar un año sin tirártele arriba.

—No estoy tan desesperada Ana. —Ahora la enojada soy yo.

—Punto uno: Ya perdí la cuenta del tiempo que llevas sin pareja y sin sexo, y punto dos: Ustedes se devoraban con la mirada cuando estaban aquí en tu casa, creo que ambos se atraen.

—Deja de decir sandeces, no pasará nada, recuerda que es solo un contrato.

«Con un tío que esta de muerte». Me maldigo interiormente por la traición realizada por mi subconsciente.

—Lo que tú digas.

El silencio vuelve a apoderarse de la conversación, la tensión del inicio aún se percibe en el ambiente. Ya el momento de las bromas había pasado.

—Estoy preocupada Harley—dice Ana finalmente.

—Lo sé cariño, pero confía en mí, Ian no es una mala persona, capullo sí, asesino no.

—Sigue preocupándome que te suceda algo.

—Estaré bien, si te sientes más cómoda ven a visitarme pronto, el vikingo no se opondrá.

—No dudes que lo haré, y si te hace algo me las pagará.

Ambas reímos, sé que Ana se ha quedado un poco más a gusto con mi invitación. Nos despedimos y estamos a punto de colgar cuando una idea pasa por mi cabeza, antes de pensarlo dos veces grito el nombre de Ana.

—Necesito un favor.

—Sabía que algo iba mal, te ha amenazado seguro. —Vuelve a sonar alarmada.

—No seas tonta, no es nada de eso...pero está relacionado.

—¿Qué quieres decir? —Su voz está en el mismo tono de seriedad que el mío.

—Necesito todos los informes que puedas conseguir sobre las acusaciones de asesinato de Ian de hace cinco años.

—¿Para qué quieres eso?

—Me gustaría verlo con mayor detenimiento, solo he podido leer par de artículos.

—Entiendo ¿qué te hace pensar que tengo acceso a ello?

—Eres periodista, no te será difícil conseguirlo, además si no lo puedes lograr tu no lo conseguirá nadie.

Siento a Ana reír por lo bajo.

—Tú sí que sabes cómo convencerme, dame unos días para ver qué puedo hacer por ti guapa.

—Gracias.

Esta vez ambas colgamos el teléfono sin otra interrupción. No tengo claro mi nuevo capricho de ver esos informes y artículos; no obstante, mi curiosidad me impulsó a pedirle a Ana que los buscase para mí, es como si una voz en el centro de mi cabeza me indicase que necesito leerlos. «Necesitar». No comprendo porque utilizo exactamente esa palabra, pero es la que más se acomoda a lo que estoy sintiendo.

El ruido que produce mi estómago me aparta de mis pensamientos e impulsa a la realidad, no he comido nada en casi todo el día y muero de hambre. Decido bajar a la cocina para ver que puedo conseguir de comer, son pasadas las seis de la tarde, a esta hora ya estaría preparando la cena en mi antiguo hogar.

Estoy en la planta baja cuando siento un raro olor salir de la cocina, agudizo el olfato y me doy cuenta que se trata del aroma de la carne quemada, y es muy potente, apuro el paso rezando para que la casa no este quemándose. Cuando entro, me quedo parada rígidamente mientras observo como Ian maldice tratando de voltear un pedazo de carne.

—¿Qué diablos sucede aquí?

Veo como Ian se sobresalta al percatarse de mi presencia y, por primera vez desde que le conozco, parece avergonzado.

—Estaba haciendo la cena—responde con una voz firme, aun así, su instinto es mirar al suelo y colocarse entre el fogón y yo bloqueándome la visión de la carne quemada.

«¡Confirmado! Está avergonzado». Debo admitir que luce tierno, pero me voy a divertir un poco tomándole el pelo.

—¿Y qué cocinabas? ¿Veneno?

—Pues no preciosa, cocinaba unos filetes de ternera, no has comido nada en todo el día y necesitas fibra en tu cuerpo.

Pasa su vista del suelo a la sartén, continua sin mirarme a mí, cosa que agradezco pues me permite ocultar mis mejillas sonrojadas. Si planeaba reírme de él lo he olvidado por completo. Veo en una de las paredes de la cocina, colgado en una percha, un delantal blanco, voy hacía el y me lo coloco.

—¿Qué haces? —pregunta Ian.

—Ayudarte, no pienso dejar que me envenenes.

Lastimosamente, los filetes ya no tenían salvación, por lo que fue necesario botarlos y comenzar unos nuevos, me encargo de esta labor mientras le indico a Ian que cortase un poco de verduras para acompañar la comida. Veo que en más de una ocasión casi se corta con el afilado cuchillo y comienzo a ponerme nerviosa.

—Y, cuéntame ¿qué se supone que comías antes? Porque creo que ha quedado más que claro que cocinar no es lo tuyo.

Se toma su tiempo para responder, aun así, puedo notar como se relaja con mis palabras y casi que sonríe.

—La mujer de algunos de mis hombres me enviaba comida y la conservaba en la nevera por algunos días, o sino compraba comida pre-cocinada cuando iba a la ciudad y también la guardaba.

—¿Por qué te ofreciste a compartir la cocina esta mañana si no sabes cocinar?

—No es parte del contrato que tengas que hacerme la comida, pensé que si nos dividíamos la labor nos ayudaría a disimular.

De repente se me ocurre una idea.

—Bueno, como no deseo morir envenenada, te propongo un trato. —Veo que despierto su curiosidad—, Yo cocinaré para ti todos los días.

—Interesante, continúa.

—Deberás llevarme a la ciudad cada vez que vayas.

—¿Por qué quieres ir a la ciudad?

—Eso ya es cosa mía, entonces ¿Tenemos un trato?

Veo que se lo piensa durante unos segundos, vacila en su decisión.

—De acuerdo, tú ganas, pero por Dios no más vegetales—ríe sinceramente—. No soy una vaca para estar comiendo hierba, prefiero la carne.

—A mí tampoco me gustan las verduras, pero hacen bien a la salud.

Su risa es contagiosa y me hace reír a mí también, su sonrisa me encandila, debería de mostrar ese tipo de expresiones más seguido, se ve realmente guapo; dan deseos de tocarle para ver si es un sueño o una realidad. Pienso en la conversación con Ana de hace un rato, mi nuevo marido verdaderamente es sexy y deseable, a pesar de su reputación, debe de robar suspiros, miradas y mojar más de una braga por donde sea que pase.

Me sobresalto a mí misma con el rumbo de mis pensamientos provocando que casi me queme con el fogón.

—¿Te sientes bien? —Le escucho decir.

—¿Por qué lo preguntas?

—Tus mejillas están rojas. —Su afirmación no hace más que aumentar mi vergüenza—. Quizás sea el calor, no pareces muy adaptada al sol.

—Debe ser eso.

Corto la conversación y continuamos preparando la cena, una vez que está lista comemos en silencio, no un silencio incomodo como el que teníamos en el avión o en el coche de camino acá, sino uno agradable y tranquilo. Recogemos y limpiamos los restos de los platos, Ian se asegura de darle de comer a Holmes y subimos al dormitorio.

—Será mejor dormir temprano, tenemos mucho trabajo mañana.

Asiento, no es necesario que me lo dijese dos veces, todo el sueño acumulado del día anterior más el ajetreo de hoy comenzaban a causar efecto en mí. Ian entra al cuarto de baño para darse una ducha y yo aprovecho la soledad para colocarme el pijama y preparar mi cama-sofá, seguía siendo tentador dormir en el enorme y cómodo colchón de la cama matrimonial que había justo a mi lado, pero el solo pensar que sentiría el fuerte cuerpo del vaquero a mi lado causaba un nudo de sensaciones en mi interior.

Por fin me acuesto y acomodo mi almohada, mientras me tapo y preparo para dormir, Ian sale del cuarto de baño. Al igual que la noche anterior lleva el torso desnudo y una fina toalla rodeando su cintura. Me pierdo en la imagen de su estructural cuerpo mojado aun con finas gotas de agua que se deslizan lentamente dibujando cada contorno de sus fuertes músculos. Siento como mi boca se humedece y me visualizo a mí misma deslizando mi mano por todo él, siguiendo el contorno que trazan las gotas de agua. Toma una nueva toalla y se seca sus húmedos cabellos, jamás pensé que la visión de un hombre secándose el cabello podría ser tan erótica, pero no era cualquier hombre, es Ian Cates, y todo en él, cada célula de su cuerpo gritaba erotismo y sexo.

Ian levanta la vista en mi dirección, no dice nada, no se ríe, no se burla, solo se mantiene observándome y, si mis instintos no me fallan, lo hace con la misma intensidad que yo a él. Me doy cuenta que llevo varios minutos mordiéndome el labio, por lo que no sé cuál será la imagen exacta que contemplan sus ojos. Las palabras de Ana vienen de repente a mi mente.

«Ambos se atraen... Se devoran con la mirada».

Me siento enojada ahora, frustrada, porque me doy cuenta que es cierto lo que decía mi amiga, Ian provoca en mí deseos pecadores, y eso me molesta, sin filtrar en mi cabeza las siguientes palabras solo suelto:

—¡Creído!, ni que estuvieras tan guapo.

Me percato de la mirada confundida en el rostro del vikingo por mis repentinas palabras, tal parece que se ha quedado en shock. Aun así, no le doy tiempo a contestar, estiro la mano para apagar la lámpara más cercana a mí, giro dándole la espalda cortando toda posibilidad de conversación.

—Buenas noches.

Son mis últimas palabras mientras intentos que los latidos de mi corazón se normalicen.

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