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By teffyrula

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❝ Me iré viajando a donde mis fantasías me guíen; bailando un compás que sólo nosotros sabemos de qué va. Por... More

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By teffyrula

(。☬ Kyoutani Kentaro ☬。)

Si tienes una epifanía, puedes estudiar tantas teorías sobre reacción a ellas para saber y entender con cuál te identificas. Desde el corazón con latidos fuertes, lágrimas silenciosas, piernas entumecidas o un pitido por lo oídos. Hay otras personas que ven alucinaciones metafóricas, esas
pueden ser la sensación de choque contra un cristal, la melancolía de ver el cielo ser incendiado o la tenue agonía de tener la sangre corriendo por las venas a una velocidad poco humana.

Pero para Kyoutani, fue algo muy inefable, poco descriptiva la transición de un entendimiento. Vió chispas. Brillantes, pequeñas pero por montones.

Como aquellas que encendiste junto a él hace muchos años en un festival.

Si vamos a un contexto mas amplio, Kentaro no tenía amigos, al menos no unos verdaderos. Desde que estaba en secundaria le tenían miedo o rabia, pero no un camino de entrada para la efectividad amistosa. Porque resulta ser tan alzado y altanero que la discordia parecía vibrar a su alrededor como manto protector, pero ¿Sabes? Para él fue suficiente contigo. Listo, eso es todo. No había más razones de elogiar esas conclusiones, no eran del otro mundo, pero si en su momento. Apareciste diciendo algo tipo Kyoutani-kun, tus notas. Las dejaste en tu asiento”; alzando una ceja con los labios apretados, fue sugerente a una fachada de miedo pero eran nervios. ¿Por qué le entregas sus notas de clase? ¿No lo odiabas? Podría jurar que una vez empujó la puerta del salón con fuerza y te golpeó, no a propósito pero jamás se disculpó. Hasta sus compañeros preferían pegarle antes que darle una mano, porque impartía incongruencias groseras desde todos los ámbitos.

De mala gana, aceptó tu ayuda, hasta para estudiar, ya que ese examen que se aproximaba a los dos días no parecía ser sencillo y sonreías ilusa. A su parecer, debía decir que si.

Una cosa llevó a la otra, de aquí a allá, de allá para acá. Era una conexión sospechosa lo que había ahí, porque nadie se fijaría en Kyoutani Kentaro y tú lo hiciste. El muy cabrón perdía la paciencia hasta por salirse de las líneas, ah, pero lo que hacías era soltar una risilla adorable y para él era suficiente.

Meramente suficiente.

Y tal vez ahí estuvo el problema. Era ciego, muy ciego. Aceptaba tu ayuda pero no tus sentimientos, o ni los vió, seamos francos. Esto no es historia de hadas, esto es amor, un primer amor que falló desde distintas dimensiones que hasta las entidades mayores no apostaron a largo plazo por ustedes.

Eras su única amiga, pegada a él como garrapata y él a ti como un chicle. ¿Para qué arriesgarse a más? Si los sentimientos no son correspondidos, nos marchitamos por dentro, nuestro aliento huele a flores de cementerio.

Los problemas conductuales de Kentaro no eran tuyos y mucho menos podías arreglarlos. Gritaba alto, feo, que odiaba que le dieran órdenes, que jugaría como quisiera y sobre todo lo demás, que no necesitaba a nadie.

Oh, Kentaro. ¿En serio lo dijiste?. Tenían solo 15 años, los adolescentes se deprimen por todo. Esas palabras no tallaron, amedrentaron cal pesado en tu pecho. Te dolieron, y tu primer mecanismo de defensa fue alejarte. No le preguntaste si eso te incluía a ti, ¿valía la pena? Eran unos niños. Te diste esperanzas sólo porque se reía junto a ti, porque fueron juntos a un festival de verano y te dejó teñir su cabello. Pero gritó tan fuerte que no necesitaba a nadie que en tu cerebro eso fue un aviso en luces incandescentes “No te necesito tampoco”.

La rabia por su rostro, cuerpo y alma lo cegaron por completo. Así para dejarlo medio imbécil, desafiar tu cariño y no darse cuenta de lo que había hecho.

Por eso nunca decía lo siento. Tampoco lo dijo aquella vez.

¿Lo peor de todo? Es que te quería. No sabemos en qué forma, pero lo hacía, a su manera. Tan dañino cabeza dura son los adolescentes frustrados como él.

No fuiste a preparatoria junto a él, te fuiste. Tan lejos como pudiste, con el corazón a puño cerrado, porque latía pero ya no te pertenecía y eso dolía aún más que el rechazo. Aún más que los gritos, su tonta discusión o las advertencias que todos te daban. Porque tus emociones hacia Kyoutani eran inmarcesibles. Preferías que fueran así, planas sin ser apagadas, llanas sin ser masacradas.

¿Él? Estaba ciego. Se vuelve a repetir porque es importante aclararlo, es un punto feo pero debemos ser directos. No podemos enmascarar la verdad de los pensamientos de alguien. En un principio no le importó, después si creyó que la había cagado, y cuando se graduó del Aoba siendo el As junto a Watari Y Yahaba cabía la posibilidad de que te extrañaba, posibilidades muy acertadas.

—¿Kentaro-kun? –tu rostro ladeado a la izquierda le dejaron sorprendido–.

Mierda, se cruzó contigo en el parque del este diagonal a esas tiendas de respuestos donde solía sacar a pasear su perro labrador.

Latido, latido, latido.

Estabas unos centímetros más alta, con pantalones cortos y una camiseta ancha.

Latido, latido, latido.

Tu rostro confuso aludió de continuo de forma natural una sonrisa tierna, de extrema confianza.

Latido, latido, latido...

—Hey –respondió. Sus ojos abiertos de la sorpresa–.

Fue todo lo que pudo decir. Su corazón estaba en un solo de batería, con una tonada de piano progresiva, relativamente rápida y triste. Esas melodías que no cantan mucho pero a la vez dicen de todo.

¿Por qué no paras de hablar? ¿No estás molesta? Basta. Estás llenando su pecho de melancolía y no se siente bien, pero sonríes y le  es suficiente, meramente suficiente. Porque eras como guitarra acústica en el transfondo del caos que él no reconocía como remordimiento, al menos no todavía.

—Deberíamos ir por un helado ¡Ven! Yo invito, como en los viejos tiempos –le tomas del brazo y el labrador saltaba a tu alrededor emocionado–.

Y se repitió la historia.

Aceptó de mala gana tu invitación. Tu charla de que irías a la universidad central de Tokyo, y él catatónico dijo que también iría allí. ¿Qué? Podrá ser un cabeza dura, pero si tiene materia gris ahí dentro y no estaba de más probar suerte.

Era mucho más maduro que antes. Mucho, demasiado. Cabe destacar que por dentro gritaba eufórico de verte pero en persona solo gozaba de escucharte. Su corazón bombeaba sangre a mil a su cuello. La garganta se le cerraba cuando dijiste un chiste tonto.

—Kentaro-kun. Siempre me habías gustado ¿sabes? 

No fue una broma, pero sus labios dibujaron una sonrisa, no lo pudo evitar. Lo sabía, entendía eso. Que tu corazón le pertenecía sin haber firmado nada. Te vió con una sonrisa digna de un perro loco, asintió, más para si mismo.

Porque tenías razón. Eso lo mataba en mil maneras.

También sonreías nostálgica, dolorosa pero a la vez de la forma más bonita que nunca antes te había visto. Y ahora te veía. Lo veía, lo entendía. Tus ojos no brillaban.

Eran chispas.

Millones de ellas. De colores celestiales.

Que absorbieron su insensatez, tuvo impulsos de gritar. Pero no lo hizo.

—Lo siento.

El silencio caluroso vació tu mente veraniega.

Se te aguaron los ojos a una potencia en carrera. Sonreíste a un volumen más arduo.

Existen promesas silenciosas, y bastó con que te dijera eso para discernir que te prometió algo: mi corazón te pertenece, así haya estado equivocado.

Dicen que existen muchas maneras de consagrar una epifanía a tus sentidos. Como hormigueo en las manos o frío en los pies.

Pero ustedes vieron chispas. Millones de ellas, centenares.

Tantas que al apagarse, aún había llama y el pecho les latía.

(。☬ Sparks - Coldplay ☬。)
Álbum: Parachutes
2000

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