Solo de los dos, Christhoper...

By guillermobossia

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Nicolás Arnez se encuentra muy seguro de algo: debe ocultarle a su familia que le gustan los chicos. Es amant... More

PRÓLOGO
Personajes
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Epílogo

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By guillermobossia

La noche nos pilla en plena carretera. Desde el interior de la camioneta, observo las últimas calles de la ciudad y me despido de ellas con una sonrisa de gratitud. He pasado una tarde genial en Seattle y ahora solo anhelo volver una próxima vez para reencontrarme con la agradable energía que he percibido hoy.

Es inevitable sentir un poco de escalofríos cuando el paisaje se vuelve tenebroso a mitad del camino. Los campos oscuros nos custodian a cada lado mientras los atravesamos y, por un momento, el ambiente tétrico me inspira una horrible sensación de miedo.

Solo las luces del coche iluminan la autopista y me siento como si estuviera en los zapatos de un protagonista de una película de terror. Por más que no quiera, mantengo la mirada al frente y me planteo no voltear a mirar por la ventana. Mis caóticos pensamientos me presentan una escena en la que una mujer vestida de blanco o un loco con motosierra se aparecen en medio de la pista y el coche se detiene de forma inesperada.

«Tengo que dejar de ver esos programas paranormales», me digo para no acrecentar mi temor.

—Está tenebroso, lo sé —concuerda Christhoper al ver cómo me hundo en el asiento y me cruzo de brazos—. ¿Prendo la radio?

Niego con la cabeza. Estoy muy concentrado en el camino y tener la música de fondo mientras me imagino cosas, solo va a acrecentar mi ansiedad. Prefiero ir en silencio y a la expectativa de notar si hay algo extraño en la carretera.

Dejo de ver al frente cuando pasamos por el bosque, pues mi imaginación empieza a jugarme una mala pasada y le busco formas de monstruo o personas a las sombras de los árboles. Así que paso a revisar el Instagram como alternativa de distracción para terminar con este comportamiento tan inmaduro. Un par de minutos después, la señal empieza a fallar y recurro a mi galería como segunda opción.

Sin embargo, y para nuestra mala suerte, una gota cae sobre el parabrisas, provocando que Christhoper y yo nos miremos preocupados, con los labios y los ojos entreabiertos. Maldigo cuando una segunda y tercera gota no se hacen esperar y caen acompañadas de decenas de gotas que terminan por humedecer el parabrisas.

Christhoper enciende el limpiador para quitar el empañamiento y reduce la velocidad.

—Tendremos que esperar a que termine de llover. No podemos arriesgarnos a continuar y sufrir un accidente —sugiere él, muy preocupado al igual que yo.

—A pocos metros hay una especie de restaurante con un estacionamiento —informo después de buscar en Google Maps un lugar donde ubicarnos. Al ser una carretera oscura, es peligroso si nos detenemos aquí.

—¿Es donde se encuentra ese cartel? —Señala a lo lejos y entrecierro los ojos para afinar mi visión.

—Parece que sí.

Efectivamente, avanzamos y llegamos a un restaurante de comida rápida que tiene un pequeño estacionamiento con áreas verdes. En el interior, las luces están apagadas y detrás de la puerta de cristal se lee un cartelito que dice «cerrado». Solo ha quedado encendido el cartel electrónico que se levanta sobre el restaurante y que intuyo debe ser como una señal para saber que estamos a minutos de llegar a Portland.

Los primeros cinco minutos estamos mirando en silencio cómo la lluvia golpea el parabrisas y este se limpia, aunque es vano porque se vuelve a humedecer segundos después.

—¿Sabes? Es una pena que estemos afuera de un restaurante de carretera y esté cerrado. Me ha dado hambre —comento en voz baja.

El único sonido que proviene del exterior del vehículo, es el de la lluvia. Prácticamente, estamos en medio de la nada, varados gracias a una lluvia de otoño que amenaza con hacerme llegar tarde a casa. Papá o Estefano deben estar escribiéndome y yo aquí sin tener ni una sola raya de señal.

Ay, no.

En serio, no mentía cuando dije que llegué tarde a la repartición de la buena suerte.

—Si de algo te ayuda, el hambre es mental, como el frío o las ganas de ir al baño —responde a la vez que se quita el cinturón de seguridad, se hunde con total comodidad en su asiento y me ofrece una mirada pícara—. Si tienes frío, puedo abrazarte para que se te pase. En cambio, si tienes hambre, creo que no podré ayudarte. A menos que quieras tenerme como tu cena. Yo encantado, por supuesto.

Me guiña un ojo.

—Siempre tan servicial. —Me quito el cinturón de seguridad sin dejar de mirarlo—. ¿No es de mala educación pedir la cena sin preguntarle al otro lo que desea?

—No si ya se conoce lo que el otro quiere pedir... —Se lleva el dedo índice a los labios y me hace un gesto para que guarde silencio—. Pero sí es de mala educación hablar mucho cuando la cena ya está servida. Se puede enfriar.

Me muerdo el labio inferior y, con dificultad, me incorporo hasta su asiento, colocándome a horcajadas sobre él.

—Oh, no sabía que ya se había servido la cena —susurro, acercándome a sus labios. Él observa los míos antes de asentir con lentitud.

—Buen provecho, joven Nicolás —dice y roza nuestros labios con la intención de tentarme para que sea yo quien ceda e inicie el beso.

Pero no lo hago.

Me quito de encima, ante su mirada desconcertada y paso a ubicarme en los asientos traseros por el pequeño espacio que hay entre el lugar del copiloto y del conductor.

Sus ojos me siguen a través del espejo retrovisor y le sonrío desde aquí atrás. Mis manos descienden hasta el cinturón de mi pantalón y lo desabrocho, no sin antes echarle un vistazo rápido a Christhoper, quien ahora está observando mis acciones por encima de su hombro.

Cuando mis dedos abren el botón del pantalón y bajan la cremallera de una manera dolorosamente lenta, su voz me detiene:

—Ni se te ocurra tocarte la ropa —ordena en tono serio—, porque yo mismo me encargaré de arrancártela.

Y lo veo salir de la camioneta.


⚠️*Advertencia: Antes de comenzar, quiero decirte que las siguientes escenas contienen sexo explícito. Si no es de tu agrado este tipo de contenido, te sugiero que bajes hasta el final del capítulo. 


A los pocos segundos, la puerta de los asientos traseros se abre y aparece él, con el cabello y la ropa empapada. Una vez adentro, me toma del cuello y busca mis labios para probarlos de una manera desenfrenada, dejando atrás el orgullo que mantuvo hasta hace medio minuto.

No deja pasar más tiempo para separarse y deshacerse de mi polera en cuestión de segundos. Miro cómo la prenda se pierde por los asientos delanteros mientras sus labios vuelven a mi encuentro, pero esta vez atacan mi cuello.

Me quedo quieto y lo dejo actuar, tiene la mitad de mi cuerpo desnudo y no desaprovecha la oportunidad. Chupa, besa y lame mi cuello sin piedad, como si quisiera dejarme marcas a propósito para tener evidencia de lo que estamos haciendo.

Mis manos buscan su cinturón y, a pesar de la torpeza que me genera el estar cegado de deseo, logro abrirlo, al igual que el botón de su pantalón. Siento su boca bajar por mi clavícula y luego mi pecho hasta que se detiene en uno de mis pezones y empieza a besarlo y a lamerlo, provocando que suelte el primer jadeo de la noche. Es una escena demasiado excitante ver cómo se complace en esa zona y a la vez sentir su húmeda lengua haciendo de las suyas con mi piel sensible.

Sus manos llegan al botón de mi pantalón, lo desabrocha y sin tomarse el tiempo de quitar prenda por prenda, me termina bajando el bóxer también. Me sostengo de sus hombros mientras le ayudo a deslizar ambas vestimentas por mis piernas. Al deshacerse de ellas, se toma su tiempo para contemplarme desnudo en la semioscuridad de su camioneta. Su expresión es de total admiración.

Sé que no tenemos mucho tiempo hasta que cese la lluvia, por lo que tomo la iniciativa esta vez y le bajo el pantalón y el bóxer azul que trae puesto. Su erección se libera y abandono mi trabajo de descenso con las prendas para tomar su miembro y envolverlo con mi mano.

Si hay algo que aumente mi excitación, es ver cómo su rostro se contrae de placer y su boca suelta gemidos mientras subo y bajo, masturbándolo de manera suave y trazando círculos en el glande.

Cierra los ojos, deja caer su cabeza hacia atrás y es mi momento de repetir aquellas acciones de la otra vez que no terminaron por satisfacerme, pero que se quedaron en la cabeza de ambos: el camino de besos que dejé por todo su abdomen.

Me sostengo de sus caderas para mantener el equilibrio en el poco espacio que tenemos aquí atrás. Siendo sincero, me habría gustado que sucediera en mi habitación o en la de él, sin embargo, la cama es algo muy monótono y no creo que haya podido esperar hasta que lleguemos a Portland. Mi pantalón hubiese explotado en cuestión de segundos.

Le dedico una mirada rápida cuando me planteo seguir bajando más. Siento que puedo llegar a desconocerme si Christhoper sigue observándome, así como si estuviera dispuesto a concederme el permiso para hacer de todo. Es por eso que, vuelvo a tomar su miembro con mi mano y antes de continuar con mis planes, enarco una ceja a modo de aprobación y aguardo. La manera en que sonríe y se muerde el labio inferior, es más que suficiente para darme luz verde y meterme toda la polla a la boca.

El gemido que suelta no es indicativo para detenerme. Al contrario, el movimiento de mi boca sigue ejecutándose con fuerza y eso hace que sus manos viajen hasta mi cabello para sostenerse. En un primer momento, busca mantener mi cabeza en esa zona baja y evitar que termine, pero luego es él quien se suma a la faena y empieza a embestir mi boca, empujando las caderas y tomando el control de este acto.

Nuestras miradas se encuentran por segundos, él me aprecia desde arriba con las mejillas encendidas y algunos cabellos pegados a su frente gracias a la lluvia y el sudor. Dejo salir su salada y dura masculinidad de mi boca y me limpio los labios con el dedo pulgar. Ahora, es el turno de mi lengua, la cual deslizo por todo el largo mientras mis manos acarician sus muslos.

De pronto, se incorpora para besarme y subirme a la misma altura que él. Sus inquietas manos recorren la piel de mi cintura hasta terminar en mis nalgas y apretar una con fuerza. Gimo en su boca y eso resulta ser satisfactorio para Christhoper, pues me otorga una mirada de suficiencia antes posicionar sus dedos en mi orificio y acariciarlo con movimientos circulares.

Comprendo que es una dolorosa estrategia para que sea yo quien agilice las cosas y, aunque no quiero echar mi brazo a torcer, sé que no es momento para mantener el orgullo y el control.

Ruego con un «por favor» cerca de su oído y, dos segundos después, tengo uno de sus dedos dentro de mí, moviéndose a un ritmo moderado. Su boca ataca de nuevo la zona de mi cuello y como si no fuera suficiente para él tener mi débil cuerpo, estremeciéndose frente al suyo, introduce otro dedo, cambiando la velocidad de su jugueteo.

El húmedo contacto se extiende por unos minutos más a lo largo de todo mi cuerpo. Su trabajo de dilatación ha terminado y me lo hace saber con otro apretón de nalga.

—¿Tienes protección y lubricante? —pregunto luego de robarle un beso corto.

—No tengo lubricante, pero, en momentos como este, la saliva es de mucha ayuda por si no lo sabías.

Él se incorpora hacia uno de los compartimientos, saca un paquete de preservativo y me lo entrega con una mirada curiosa. Frunzo el ceño como primera respuesta y empiezo a creer que he confundido los roles.

—Quiero que tú me lo pongas —aclara con un gesto obvio.

—Oh, claro. —Sonrío y rasgo el papel metálico del paquete.

Llevo el látex hasta la punta de su glande y, con las manos temblorosas, lo deslizo hasta que llega a la base. Christhoper me sonríe, orgulloso, y me siento como un estudiante que ha hecho la tarea de manera correcta.

—Ya ha parado de llover —comento y realizo una señal para que guarde silencio. Afuera, ya no se oye el sonido de la lluvia.

—La lluvia ha terminado, pero nosotros no. —Se encoge de hombros y deja besitos cortos en mi mandíbula.

Nuestros labios se vuelven a fundir bajo la semioscuridad de su camioneta y acaricio sus mejillas antes de separarme y acostarme en el asiento. No obstante, y con una fuerza impredecible, me da la vuelta y quedo acostado boca abajo, a su completa merced.

No protesto. Me quedo en silencio a la expectativa de sus siguientes acciones. Solo atino a apretar los labios. A pesar de que solo he hecho esto una vez, siento un poco de temor como si fuera la primera, pues no tengo experiencia y no quiero que él se sienta decepcionado si no llego a complacerlo.

Levanto mi cuerpo, apoyo las manos y las rodillas sobre el asiento mientras que Christhoper se posiciona detrás de mí. Me toma de las caderas y tras encontrar una manera cómoda de ubicarse en el angosto espacio que tenemos, apega su cuerpo al mío.

Dejo salir un jadeo y muerdo mi labio inferior cuando separa mis nalgas y comienza a frotar su miembro en mi entrada. La excitante y desesperante situación va a terminar con mi ansiedad si no acelera el fin de las preliminares.

A estas alturas de la noche, poco me importa si aún no he llegado a casa o si mi familia me está explotando de llamadas el móvil. Ya pensaré en alguna excusa para justificar mi tardanza, porque ahora no tengo cabeza para nada, mi cerebro se encuentra dopado de placer.

Me preparo mentalmente para dar el siguiente paso, miro por encima de mi hombro y observo que Christhoper se asegura de que el preservativo esté firme. El momento ha llegado. Quito la mirada para no tensarme cuando escucho que escupe y aplica saliva en mi entrada.

Vuelve a tomarme de las caderas y cierro los ojos. Siento el primer contacto de la penetración como un pequeño cosquilleo que desaparece a medida que él se introduce con lentitud.

Mis piernas comienzan a flaquear y uno de sus brazos me rodea la cintura al percatarse de ello. Por mi parte, me apoyo con fuerza en el acolchado del asiento a la vez que él termina de penetrarme por completo, provocando que mis gemidos escapen de mis labios durante cada segundo que intento adaptarme a su tamaño.

Aprieto los labios, Christhoper se mantiene quieto por unos segundos mientras me acaricia el trasero a la espera de que mi cuerpo se acostumbre a tenerlo dentro. Para transmitirme calma y confianza, se incorpora y empieza a besar la parte superior de mi espalda. Después, mi hombro se convierte en su nueva víctima y no lo juzgo, esa zona es muy curiosa por las bonitas pecas que nacen ahí.

Mis pensamientos viajan a aquella mañana en la que lo vi en el baño del sótano de mi casa. Solo traía puesto un bóxer y me burlé de él diciendo que, debajo de esa tela, no había mucho que mostrar. De saber que ambos terminaríamos así, me hubiese tragado mis palabras, pues ahora no me causa gracia.

Sí había más.

Mucho más.

Las caderas de Christhoper inician sus movimientos de forma pausada y suave. Su miembro entra y sale de mí, acompañado de los gemidos que suelto con cada estocada que da. Mis uñas se clavan en el tapizado del asiento, mi cuerpo está ardiendo en llamas y ni qué decir de las gotas de sudor que caen por mi frente.

La velocidad de sus embestidas aumenta y no tiene caso reprimirme los gemidos. Ya no me importa nada. Ni siquiera el hecho de que haya alguien dentro del restaurante y esté observando cómo la camioneta se mueve de forma extraña.

Un par de nalgadas de su parte no se hacen esperar. Mi piel escuece, pero nada que no pueda tolerar y más si se trata de él.

—Quiero ver cómo disfrutas mientras te doy placer —pide luego de retirar su miembro y me hace un gesto para que me dé vuelta.

Lo hago y me siento a horcajadas sobre él, adoptando una posición más cómoda para seguir con la faena en esta parte trasera del coche.

Me penetra de golpe y coloca sus manos en mis caderas. Soy yo quien ahora tiene la misión de moverse, por ello, me sostengo del respaldo del asiento y bajo el guiado de Christhoper, meneo las caderas y doy unos suaves sentones.

Los gestos de placer que se forman en su rostro, junto a sus gemidos, me generan otro nivel de excitación. Ambos estamos completamente empapados de sudor. Su pecho sube y baja, su aliento choca con el mío cuando me acerco a besarlo, sus mejillas están rojas y las pupilas de sus ojos las tiene dilatadas.

—¿Te gusta? —interroga cerca de mis labios.

—Sí —gimo después de asentir.

Pone una expresión seria y temo estar haciéndolo mal.

—¿Qué es eso de «sí»? —Bufa y se humedece los labios—. Se dice: sí, mi amor.

Pongo los ojos en blanco y río. Solo él tiene la capacidad de hacer bromas en momentos candentes como este.

—Sí, mi amor —corrijo y sonríe, satisfecho.

—Mucho mejor. —Guiña uno de sus ojos y me da otro apretón de nalga.

—Y, a ti, ¿te gusta? —quiero saber.

Me recorre el cuerpo con la mirada.

—Me encanta. —Asiente—. Y más si aguantas toda mi polla. Buen muchacho. —Acaricia mi mejilla con su pulgar, el mismo que luego introduce en mi boca para que lo chupe.

—Qué bien follas, cabrón —le digo en español y, como no entiende, solo sonríe.

Decido acelerar mis movimientos, aun con una de sus manos, dirigiéndome y no hay nada más sexi que la forma en cómo comienza a gemir a centímetros mis labios. Sus ojos no abandonan los míos en ningún momento y yo tampoco quiero perderme el momento en que llega al orgasmo. Y sé que está cerca cuando aumenta la fuerza de su agarre en mis caderas.

Deja caer su cabeza sobre el respaldo, siento que su masculinidad palpita en mi interior y se corre en medio de nuestros gemidos.

Atrapa mis labios y me araña la espalda con suavidad. Las respiraciones de ambos continúan agitadas mientras nos recuperamos de la explosión de sensaciones que hemos tenido. Sus trabajados pectorales están cubiertos por pequeñas gotas de sudor que también se extienden por todo su hombro.

Lo miro y una cadena de recuerdos me invade el pensamiento, especialmente la primera vez que lo vi. Y es que a veces me cuesta asimilar que entre Christhoper y yo está pasando algo. Si pareciese que solo fue ayer cuando mi hermano lo trajo a la casa y hoy nos conocemos hasta sin ropa.

Esta noche me he entregado a él y espero haber tomado la decisión correcta.

—Ahora es tu turno de acabar —informa, envolviendo mi pene con su mano.

Sonrío y asiento, otorgándole el permiso para que vuelva a tomar el control absoluto de esto. Esa mirada lasciva que se le forma en el rostro, es indicativo de que me prepare porque parece que no será solo una simple paja.


¡Buenas!

No voy a comentar nada al respecto, solo los dejaré que se calmen y se echen aire porque esto ha sido fuerte, lo sé. 

Pronto estaré dejando mis comentarios de este capítulo en Instagram. Es posible que demore un poco en actualizar la historia porque sé que estaré algo ocupado en el trabajo esta semana que viene. 

Nos vemos pronto. 

Los quiero mucho. ❤

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