Esposa del CEO

By EliseCastro

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Una bebida alcholizada y una habitación equivocada será más que suficiente para cambiarle la vida a la retraí... More

Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta
Capítulo treinta y uno
Capítulo treinta y dos
Capítulo treinta y tres
Capítulo treinta y cuatro
Capítulo treinta y cinco
Capítulo treinta y seis
Capítulo treinta y siete
Capítulo treinta y ocho
Capítulo treinta y nueve
Capítulo cuarenta
Capítulo cuarenta y uno
Capítulo cuarenta y dos
Final
Segundo libro
¡2da parte disponible!

Capítulo veintiuno

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By EliseCastro

Había algo que no estaba bien.

No podía decir exactamente de qué se trataba, pero estaba completamente segura de eso.

Erick no le decía nada, pero era capaz de mirar la inquietud en sus ojos. De un momento a otro había parado las compras y se sentaron en una cafetería a descansar. Él estaba frente a ella con los brazos cruzados, sumergido en lo más profundo de sus pensamientos mientras él refunfuñaba cosas que ella no entendía y fruncía el ceño.

— ¿Recordarme incesantes veces que el rojo no es mi color te ha puesto de mal humor? — Anastasia dejó de lado su té helado para romper con el silencio. — Pues tú tampoco te ves muy atractivo con el gris y no me ves haciendo pucheros.

— No estoy haciendo pucheros, los hombres como yo no hacemos puch... — Se calló de repente cuando parte del glaseado de un postre fue a parar a su cara repentinamente. — ¡¿Qué crees que estás haciendo?!

— A los niños hay que disciplinarlos para que no digan mentiras. — Comenzó a reírse al ver la crema deslizándose por su cara.

— Eres una desvergonzada, no sientes ni la más mínima cantidad de respeto hacia mi persona. — Con una servilleta y el ceño fruncido de nuevo se limpió la cara, solo para recibir otro golpe de glaseado. — ¡¿Pero qué diablos está mal contigo?!

— Hiciste otro puchero. — Escondió tras su espalda la cuchara de plástico, el objeto con el que le estaba arrojando la crema.

Pero sus intentos de alivianar el ambiente fueron en vano, la furia de Erick se había triplicado de repente. — Eres una Russo, debes dejar de comportarte como una mocosa y madurar. Este tipo de juegos patéticos no deberían ir con la personalidad de la señora Russo ni te llevarán a algo bueno ¿Crees que causarás una buena impresión a mi familia arrojándoles crema en la cara? Te degollarán.

— No necesitas ponerte tan a la defensiva, si todo lo que quieres es a alguien callada te hubieras casado con un maniquí. — Gracias al mal humor de Erick regresó a estar en completo silencio, mirando a las personas caminar a través de la vitrina junto a la que estaban sentados. — ¿Q-qué es esto? — Preguntó justo el momento después de que su mirada fuera cegada con glaseado.

Giró la cabeza para ver a Erick cuando pudo retirarse los excesos, él se encogió de hombros. — Estabas haciendo un puchero.

— Lo hiciste a propósito, tú, idiota.

Y justo después de que se limpiara la cara comenzó una pequeña lucha con la crema de los pasteles. Lucha que de alguna manera extraña se convirtió en una guerra de comida feroz entre ambos.

— ¡¿Por qué no te detienes?! — Preguntó Erick cuando ya estaba al borde del desespero.

— ¡¿Por qué no te detienes tú primero?! — Respondió de vuelta.

— ¿Y perder contra ti? Primero muerto.

Era completamente divertida la manera desesperada en que había pedido al menos un pastel entero solo para tratar de atinarle a su rostro, con una pésima puntería de por medio.

— ¡Basta, los dos! — Una siniestra voz hizo que se detuvieran, a juzgar por su apariencia se trataba de la dueña del lugar. — Esto es un café decente, no un campo de batalla. Limpien sus rostros y lárguense de aquí de inmediato, si vuelvo a ver sus caras lo lamentarán.

Anastasia y Erick salieron de la tienda como perritos regañados, ella giró su cabeza hacia él. Estaba completamente lleno de pastel y crema, desde su reluciente cabello hasta elegantes zapatos, se veía tan gracioso que no pudo evitar el reírse — No sabía que la gente rica también podía verse así.

— Tengo muchos atributos que no conoces, Anastasia. — Sonrió, limpiándose la cara.

— Luces terrible. — Se sinceró ella.

— Lo dice la chica que en lugar de limpiarse se dispersó aún más la crema ¿Qué edad tienes? ¿Cinco años? — Él mismo se encargó de limpiarla tanto como pudo con su propio pañuelo, sujetándole el rostro. — Deja de moverte tanto.

— Estás frotando demasiado fuerte, mi piel se irritará. — Se quejó, forcejeando contra la mano que insistía en limpiarla. — Ya detente, no soy un bebé.

— Si no te quedas quieta usaré mi saliva para limpiarte justo como a un bebé. — El comentario la dejó helada, Erick se veía como todo un maniático a pesar de que su propio cuerpo seguía sucio. De un momento a otro su mano tembló y su mueca se deformó como si estuviera aguantando la respiración, dejando salir una refrescante risa como una explosión sorpresiva directa de su boca. — ¿Qué está pasando? Realmente te ves mal.

Ella apartó su mano, contagiándose de la risa. — ¿De verdad va a permitir el heredero legítimo de la familia Russo que una ''¿Simple trabajadora'' Lo humille de esta manera, exiliándolo de su negocio dentro del establecimiento de su hermana? ¿No piensas ir a chantajearla para obtener una compensación?

— Tú me tienes en un terrible concepto. — Sonrió de lado, avanzando en el camino.

— Es el concepto que te has ganado.

Él detuvo su camino al plantarse frente a ella. — ¿No cambia ni siquiera un poco por estar embarrado de pastel?

— ¿Estás diciendo que debo bajar la guardia solo porque te dejaste ensuciar esa ropa lujosa y bonito peinado que cargas? — Erick era todo un desvergonzado, se había delatado a sí mismo en el momento en que la tomó del mentón para alzar su mirada. — Mantén la distancia, Erick. Necesito mi espacio personal.

— Nunca antes me hubiese atrevido a hacer tal cosa. — No se apartó, aunque las manos de Anastasia habían parado a su pecho, usando fuerzas flojas para empujarlo. — ¿No piensas darme una compensación por los daños causados a mi persona? Este incidente podría llevarme a un hospital psiquiátrico.

— ¿Nunca te han gritado?

— Por supuesto que no ¿Quién crees que soy? — No titubeó al responder. — Hasta ahora la única persona gritona y molesta en mi vida eres tú.

— Erick, ya lo había pensado antes, pero... Un grito o regaño por parte de tus padres, despertar tarde, saltar sobre los charcos bajo la lluvia, incluso andar en bicicleta o dejar los deberes de lado para tomar un merecido descanso. Tú no conoces los pequeños placeres de la vida, ni siquiera algo tan básico como es un castigo. — Toda la vida de Erick era completamente rígida, incluso llevaba montones de trabajo a la casa y no había estado comiendo debidamente. — ¿Tan importante es esto para ti que tienes que llegar tan lejos?

Él lo pensó antes de contestar, ambos avanzaban con las bolsas de compras en las manos. — Para eso fui criado, Anastasia. Toda mi vida la he pasado con un libro en la mano y cientos de tutores entrando y saliendo de casa, sin envidiar a mis hermanos que salían a divertirse e iban a clases como personas normales mientras yo me quedaba solo en un estudio abarrotado de libros universitarios. Es mi esfuerzo de toda la vida ¿Cómo podría dejarlo?

—Atarte a algo que consumirá todas tus fuerzas, energías y ganas de vivir — Anastasia no podía mirar a través de Erick y averiguar lo que estaba pensando. — ¿Realmente es todo lo que quieres?

Erick se apartó por sí mismo. — Me pregunto si alguna vez tuve algo como eso siquiera.

De nuevo estaba haciendo esa expresión melancólica en su rostro, pero ella no sabía qué hacer al respecto. Solo podía quedarse callada y esperar en silencio. Las cosas seguían confusas en su cabeza, por la manera en que hablaba a Erick le habían lavado el cerebro para trabajar duro desde muy joven y así convertirse en el ''Hijo perfecto'' de la familia Russo.

Pero ¿Por qué la necesidad de privarlo también de tener libertades? ¿Todo lo que le había contado tenía que ver con sus anteriores esposas y la misteriosa muerte que su nombre cargaba a rastras? ¿Raquel tendría algo que ver? ¿Quién era el niño de la fotografía destruida?

— ¿Estás bien? Has palidecido de repente. — Anastasia regresó a sus cabales, apartando la mano de Erick; se había dejado llevar demasiado, no podía olvidar que su objetivo era investigarlo a él y descubrir la verdad. — ¿Quieres tomar un descanso?

— Sí, eso me gustaría.

Aunque había entrado por un momento al baño a limpiarse el rostro con agua seguía sintiéndose pegajosa e incómoda. Cada vez que se relajaba aquellas preguntas regresaban a su cabeza para no dejarla en paz.

¿Qué pasaría si ella era la siguiente víctima y todo era una fachada?

Erick estaba sentado en una banca, tenía los ojos cerrados, se veía realmente agotado. Tanto que incluso cuando Anastasia se sentó a su lado no despertó, le pareció extraño, él siempre reaccionaba rápido a sus movimientos.

— ¿Erick? — Lo llamó en voz baja, moviendo un poco su cuerpo y él siguió sin contestarle. — ¡¿Erick?! ¿Qué sucede? ¿Me estás jugando una broma? ¡Esto es de mal gusto! Ya despierta.

Su rostro empezó a reflejar pánico cuando no lo hizo, Anastasia lo haló de la camisa y alzó la mano para tomar impulso y abofetearlo. Pero él mismo la detuvo, abriendo los ojos y deteniéndola poco antes de que se estampara contra su mejilla.

— ¿Qué crees que haces? Es de mal gusto despertar a las personas con un golpe. — Anastasia lo soltó de repente, tomando aire al borde del desespero. — ¿Qué sucede?

— ¡¿De qué rayos hablas?! Erick tú no despertabas, sin importar qué tantos insultos te arrojasen — Llevó la mano hasta su frente, midiéndole la temperatura — ¡Estás helado! ¿Te sientes tan mal? ¿Por qué no me lo dijiste? Regresemos ahora a casa.

— Estoy bien, no necesitas preocuparte por algo como esto. — La detuvo.

— ¡¿Cómo puedo no preocuparme?! ¡Creí que estabas muerto! Deberías ir al hospital, nos vamos.

— ¡Anastasia solo concéntrate en hacer tu trabajo! — Alzó la voz, enojado. — Solo hemos estado tonteando desde que llegamos, ni siquiera ensayamos lo que vamos a decir en el evento.

Anastasia permaneció en silencio y volvió a sentarse. — Bien, te ayudaré a que caves tu propia tumba, pero no pienses que iré a tu funeral.

— Eres mi esposa, tendrás que ir quieras o no. — Ahora que la situación se volvió seria y apta para trabajar continuó hablando. — Entonces necesitamos ensayar lo que diremos, te he traído hasta acá para que nadie capaz de espiarnos pueda escuchar nuestras voces combinadas con el bullicio de tantas personas alrededor. Entonces, empecemos...

* * *

Fue una sesión de estudio realmente larga y agotadora, Erick ya tenía todo preparado perfectamente Y Ana solo necesitaba ser la marioneta que controlaría tras el escenario y fuera de las luces reflectoras, casi como una sombra que estaba allí para decirle qué hacer.

— Ya tenemos todo lo que necesitamos, es hora de irnos. — Erick salió de una tienda en particular a la que había entrado solo, pero no veía nada en sus manos.

No lo pensó demasiado, quizá solo había saludado a un amigo.

— ¡Erick! Olvidaste esto. — Era la voz de la trabajadora de aquella tienda, que había salido corriendo a entregar el pequeño paquete de Erick. — Chico tonto ¿Cuándo dejarás de ser tan olvidadizo?

¿Olvidadizo? ¿Erick?

¿La persona capaz de recordar quién le rompió el crayón rojo una mañana del 06 de abril durante el kínder?

Supo de qué se trataba realmente cuando la vio.

Piel como de porcelana, un sedoso cabello rubio cuyos mechones revueltos por la brisa casi le cubrían la cara, con una sonrisa impecable, contagiosa, feliz que llegaban hasta sus ojos verdes. La mirada de idiota que estaba haciendo Erick al verla, definitivamente se trataba de ella.

Ya no necesitaba buscar ninguna respuesta, ellas llegaron por su propia cuenta.

La mismísima mujer del colgante de corazón estaba de pie frente a ella: Raquel, la persona que la sacaría de todas sus dudas y cuya presencia era más que necesaria para arreglar su vida y librarla de las garras de aquel hombre.

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