High School Pyrex ✓

By OdysseyRamirez

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Saga #School 1 High School Pyrex. Instituto para varones. Un reformatorio. ¿Entonces que hace una chica ahí m... More

High School Pyrex
Advertencia
1. Decisiones precipitadas
2. Instituto Pyrex
3. Nueva estudiante
4. Tratos propuestos
5. Viejos deseos
6. Desastrosa escapada
7. Fumador nocturno
8. Paradas silenciosas
9. Peculiar reconciliación
10. Curiosa preferencia
11. Cumpliendo deseos
12. Noches playeras
13. Típica realidad
14. Preparatoria Orange
15. Cruda verdad
Ares
16. Exasperante desigualdad
18. Tormentosa interrupción
19. Regreso Bailey
20. Tinta negra
21. Deformada A
22. Halloween colorido
23. Obra interminable
24. Touchdown problemático
25. Extraña soledad
Ares
26. Esa constelación
27. Libreta materna
28. Intensa competitividad
29. ¿Te quedarías?
Agradecimientos

17. Amor juvenil

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By OdysseyRamirez

☀ ¡Llegamos a los 4k! ☀




*

Que mamá regrese.

Sobre las palabras hay distintos tonos de colores, bolígrafos y marcadores, aún así, la caligrafía y el deseo están impresos en mi mente.

Debería decir que tengo una familia saludable y que nada me hace falta, cuando en realidad, mi familia está rota y me hace falta la otra persona más importante en mi mundo.

Mamá tiene metastasis pulmonar.

Todo empezó cuando regresamos de las vacaciones cuando nos quedamos donde la abuela Katty por tres semanas. El abuelo Darwin murió de cáncer mucho antes de que yo naciera, tarde o temprano a mamá le pasaría, según los doctores y las conversaciones que escuchaba a escondidas que tenían mis padres todo lo que sufrió mi abuelo era hereditario.

Solo tenía seis cuando la diagnosticaron. Tres meses después fue internada en un hospital del condado con todas las comodidades y tratamientos que a ella le favorecen. A los siete años sin mi madre en casa empecé la lista, el deseo porque mamá volviera se volvió sagrado y tuve que plasmarlo en mi lista porque sabía que algún día se volvería realidad. Muy a mi pesar, tres años después de no ver señales de mejoría y que no regresaría empecé a tachar el deseo.

Todos me dijeron cosas, toda mi familia vio mal que internaran a mamá pero era la única opción y forma de que estuviera viva un poco más. Cada palabra se grabó en mi mente, cada queja, cada siseo despectivo de una tía o un tío. Para mí las cosas siempre han sido diferentes. Para mí, el saber que mi madre aún sigue con vida es lo mejor pese a la distancia que nos separa.

Al principio, los tres meses que estuvo en casa fue algo difícil para ella, tener que respirar con aire prestado, la pérdida del cabello, el problema que era para ella subir las escaleras de la casa. Todo fue difícil. Sin embargo, siempre se encargó de tener una sonrisa en los labios y nunca mostrarse de algún modo convaleciente conmigo a su alrededor. Papá y yo le compramos una peluca que la hizo reír, la llevábamos al parque y a la playa de vez en cuando. Y, todas las noches, cuando faltaban minutos para que yo me fuera a dormir, ella, papá y yo nos acostábamos en el patio trasero de la casa a mirar las estrellas.

Por eso las estrellas me recuerdan a ella.

He destacado desde un principio que ella es lo mejor que tiene el mundo para padecer algo tan malo. Nadie puede cambiar mi pensamiento.

El último año no la he visitado porque temo ver algo peor de lo que ya había visto los años anteriores. Ella ha adelgazado, su cabello rubio con un corte al estilo Tom Cruise le queda maravilloso, tubos están en sus costados y una máscara de oxígeno reposa en su rostro. Eso es algo que no me gusta ver porque no me gusta recordarla tan mal.

No obstante, siempre la seguiré amando esté como esté.

Lo único que nos separa en este momento es una ventana de vidrio que me deja verla acostada en la cama. Entubada.

Recayó. El líquido viajó a sus pulmones, se asfixió por dos minutos hasta que la salvaron.

El lugar huele a antiséptico, alcohol y medicina. Me gustan los hospitales. Me gustan el olor, el aire acondicionado y las botanas de la cafetería. A diferencia de papá que odia los hospitales.

—La doctora Daisy dijo que está estable —anuncia papá.

Asiento automáticamente. Giro viendo sobre mi hombro a papá.

—Y así querías que fuera a casa —murmuro algo acusatoria —, si lo hubiera estado, ella no estaría aquí, en el mundo.

—Ava...

—Cada vez que pisa un escalón a la mejoría alguien la hace retroceder tres —esgrimo alejándome de la ventana cuando veo que una enfermera ha entrado a atenderla. Camino por el pasillo con papá detrás de mí —. Papá, yo no quiero…

Me envuelve en sus brazos negándome a terminar mi oración. Me acaricia el cabello y besa mi coronilla tranquilizándome.

—Todo va a pasar, si no lo hace, seremos fuertes. Podemos con esto.

—Papá…

Todos, Ava, todos estaremos en casa pronto.

—Pero…

—Por favor —pide —, por favor no metas el dedo en la herida. No me digas lo que ya sé, lo que puedo perder… —la suplica en su voz me sorprende, casi nunca veo a papá así de sensible.

Doy un asentimiento sintiendo sus dedos pulgares quitándome los restos de lágrimas que no me di cuenta y había soltado.

—Le llamaré a tus abuelos para que vengan a recogerte, no es conveniente que estés aquí.

—No —aseguro —. Quiero quedarme —le doy una sonrisa corta.

— ¿Estás segura? —doy un asentimiento pasándome el dorso de la mano por los ojos secando buen las lágrimas —, ¿si te dejo aquí unos minutos para buscar algunas cosas en la casa no pasará nada? —sacudo la cabeza — ¿Le llamarás a los muchachos? —asiento —Ava, trata de no verla demasiado, sé lo que causa en ti, no quiero que estés triste pese a la situación que pasamos, por favor, trata.

—Está bien, papá —aseguro.

Me da un último beso en la cabeza pues se aleja de mí en dirección a la salida de la sala de espera. El sonido de los celulares inalámbricos y las personas siendo llamadas por los parlantes del hospital son las cosas que llenan el silencio en el que me sumerjo cuando me encuentro sentada en el suelo frente la habitación donde mamá yace.

Le escribí a Phoebe y Max quienes no se negaron en venir. Sin embargo, han tardado en llegar. De vuelta en la sala de espera me entretengo contando el número de veces que llaman al teléfono de recepción.

Al cabo de un rato llega el abuelo Jace y la abuela Marcie.

—Hola, corazón —la abuela me da un abrazo apretado. Por la misma entrada por la que ellos llegaron se abre camino mi abuela Katty.

A diferencia de mis abuelos paternos mi abuela Katty es delgada, de figura esbelta, su cabello está bien arreglado y viste con prendas más refinadas que las de mis abuelos paternos.

Nuestra relación es como un tira y afloje, ambas nos hacemos falta pero cuando se le da de hablar sobre mi madre en el hospital internada nos declaramos guerra. Seguida de ella viene mi tío Rick pero no viene mi tía Mandy esa a la que le huí tirándome de la ventana— cosa que me extraña pues ella siempre está al pendiente de mi mamá.

En cuanto la abuela Marcie me suelta la abuela Katty se me aproxima.

— ¿Dónde está tu padre? —ni siquiera se molesta en saludarme, en darme al menos un abrazo decirme así sea ciegamente que todo va a estar bien.

—Hola, abuela. No te preocupes por mí, estoy perfectamente bien —esgrimo con desdén —. Mi papá se fue a buscar algo en la casa, pero no te preocupes, ya viene —mi abuela me ve con el ceño fruncido y la mandíbula tensa.

Ahí está, el filo que ninguna anticipó cuando se trata de mi mamá.

Pasa de mí en dirección a la administración. Le falté el respeto, no puedo esperar que me quiera en un abrir y cerrar de ojos pero ella se lo buscó, no la culpo, tampoco le niego la preocupación por su hija menor, solo pedía un poco de integridad y sensibilidad con su única niega.

El tío Rick me saluda con tacto, con el que a la abuela Katty le hace falta. Me dice en ese periodo de tiempo que Mandy está en las Bahamas por asuntos de trabajo. Por eso la ausencia.

Cuando me deja ir me encuentro con el abuelo Jace.

—Dilo —musito —, sácalo de tu sistema.

—Es imposible que compartas sangre con esa mujer —señala a Katty hablando con la doctora Daisy. La especialista de mi mamá.

—Comparto sangre contigo —bromeo por un breve instante.

—Yo no soy tan insensible como ella, te sonreí al menos.

—No esperaba mucho de ti tampoco —grazno tomando asiento con él en el sofá azul de la sala de espera —. Papá quería traerla a la casa.

—Que pésima idea.

—Solo para cumplir con mi deseo —el abuelo me encara. Conoce mi lista pero nunca le ha tomado importancia —. No quiero ni pensar en lo que habría ocurrido si ella estaba en casa.

—No te mortifiques, Marie.

—Abuelo —la voz me flaquea —, pudo morir.

—Pero no pasó —dice severo —. Tu madre está aquí, está estable, está bien, Marie. Por lo tanto, deja de mortificarte y piensa que ella va a recuperarse.

Apenas nuevo la cabeza como asentimiento a lo que me dice.

—Si ella…

—No seas así, Marie —me pide con la voz enronquecida —, ten en mente que esto es una secuela y nada malo va a pasarle; toma un descanso, piensa en los momentos bonitos con Dayana.

Habían muchos momentos bonitos con mamá. Como el final de su estadía en la casa, unos días antes de que la internaramos. Siempre íbamos a la playa o al parque. En una de esas visitas nos quedamos más tiempo del estipulado, estuvimos arrojándole piedras al mar, mamá estaba conmigo, papá no sé qué hacía en la camioneta. Ese día mamá me incentivó a que le dibujara algo en la arena; recuerdo que, el dibujo que hice en la arena fue borrado por el mar demasiado rápido sin embargo, lograron verlo.

Tenía seis, esa edad cuando los únicos dibujos que sabemos hacer son palitos y bolitas, para las mujeres se hacían triángulos de vestidos si es que no le hacían rectángulos. Hice nuestra familia, solo nosotros tres, fue en ese momento que decidí hacer mi lista de deseos, fue la idea más fugaz que tuve pero de alguna forma se fundió en mi cabeza y sigo sin soltarla.

Fue un bonito recuerdo.

Un rato después la desesperación de Katty se atenuó y terminó sentándose en una de las sillas de la sala de espera. Al mismo tiempo Max y Phoebe llegaron, al verme no dudaron en abrazarme y preguntarme cómo estaba mi mamá.

Daisy aseguró que estaba estable y eso me mantenía despierta.

Cuando papá llegó Katty lo atacó con preguntas e inquietudes, tuvieron que salir para no molestar a los pacientes debido a la voz alzada de mi abuela materna.

En este momento me encuentro en la cafetería del hospital con Max y Phoebe mientras nos comemos unos sándwiches tostados de jamón, queso amarillo y mayonesa.

— ¿Qué hicieron cuando me fui? —le pregunto a Phoebe qué tenía la clase siguiente a la de gimnasia también conmigo.

—Mandaron una tarea, te la paso más tarde —dice con las mejillas llenas del sándwich.

— ¿Y tú? ¿Qué hiciste? —me dirijo a Max esta vez.

—Nada, practicar y entrenar para las eliminatorias de este mes —asiento mordiendo el sándwich. Max deja caer su cabeza en mi hombro —sonríe, es deprimente verte así.

—No puedo estar de otra manera, Max —musito dejando en el plato el sándwich —. No cuando la preocupación sigue apretándose en la boca de mi estómago.

—Va a estar bien, siempre lo ha estado —quien habla ahora es Phoebe.

Nos interrumpe el particular tono de llamada del celular de Max sobre la mesa; el nombre Ares se lee en la pantalla. Mi amigo se disculpa dejando su cena en el plato antes de coger su celular, alejarse y atender la llamada.

Solas, Phoebe me encara.

—Preguntó por ti —arqueo las cejas —. Te vio entrar a la oficina del directo o así me dijo; luego me abordó de preguntas pero no le dije nada porque no sabía que ocurrida hasta que salimos de Pyrex y me enviaste ese mensaje.

—Mejor, no quiero ver su cara, no ahora —el hambre se me quita —. Espero que la llamada que le hizo a Max sea por tarea.

—A Ares no le conviene preguntarle a Max por ti, si no es idiota sabe que no me conviene.

—Tampoco es que va a levantar sospechas, te recuerdo que Max no sabe quién es en realidad Ares Costner.

Phoebe aprieta los labios, los suelta, lame su labio inferior y dice:

— ¿No crees que sería bueno que se vieran?

¿Qué?

—Tal vez hablen.

—No.

—Haz el intento, Ava.

—No, no, no —niego —. No quiero tener que ver con Ares, no cuando se ha portado así.

—Tú en parte también has tenido culpa y perdón que te lo diga pero dejarlo con las esperanzas rotas hace cuatro meses atrás es una muy buena razón para que te trate como lo hace.

A veces odio cuando tiene razón.

—Inténtalo, Ava. Sé que has sido tú quien ha dado el primer paso para todo pero si le das un incentivo quizás él por fin se salga de su coraza y te hable abiertamente.

Suelto una risotada.

—Phoebe, estamos hablando de Ares Costner. Tengo mas posibilidades de hacerme novia de Max que de escuchar a Ares diciéndome: me gustas y estoy para ti.

—Soñar no cuesta nada —dice —. No tengo dudas.

Vendremos mañana —promete Max —, de todos modos nos escribes cualquier cosa —le sonrío sinceramente antes de sentir como me abraza con Phoebe —. Trata de dormir, Ava.

—Lo haré —prometo separándome de él. Me da un beso en la coronilla y Phoebe no me suelta hasta que se asegura de que me quejo por el abrazo tan fuerte.

—Hasta mañana —se despiden dejándome en la salida del hospital, los veo alejarse por la calle hasta el carro de Max estacionado en la otra acera frente al hospital.

Me giro sobre mis talones con disposición a entrar al hospital otra vez. No obstante, cuando apenas voy a entrar el sonido rotundo de un motor deportivo me hace rodar el cuello y ver sobre mi hombro el Audi de dichoso español al que no me apetece verle la cara.

Se acerca con pasos firmes, con las llaves del auto tintineando en su mano derecha. Trae una sudadera roja y en el costado derecho de su cuello hay un papel plástico transparente, no distingo la razón por la que lo usa pero cuando se acerca hasta quedar a pasos de mí encuentro el dibujo de una golondrina perpetuado en su piel.

"Un nuevo tatuaje."

— ¿Qué haces aquí? —pregunto un tanto molesta por su presencia, me cuestiono la idea de que Max le dijo que estoy aquí, y aunque no tengo pruebas tampoco dudas, a veces Max no se sabe controlar la lengua.

—Estás bien —se dice más para él, con un alivio incierto en su mirada. Sin embargo, el gesto torturado que carga en el rostro no hace más que confundirme.

— ¿De qué hablas? —Murmuro.

—Le llamé a Max por algo y me mencionó que estaba en el hospital, una cosa llegó a la otra y supe que estabas aquí —la preocupación abandona su rostro transformando sus facciones en una expresión natural y aliviada —. ¿Qué haces aquí? ¿Pasó algo muy malo?

—Es personal —zanjo —, y si no tienes nada más que cerciorar si sigo viva entonces puedes irte —hago un ademán hacia su auto mal estacionado por su desasosiego anterior.

Un bufido seguido de una risa carente de humor bastante corta y condescendiente escapa de sus labios al mismo tiempo que una mueca de decepción se apodera de su fisonomía.

—Me estoy preocupando por ti y me echas como un perro a la calle.

—Jamás echaría a un perrito a la calle —justifico con indignación —. Por otro lado contigo…

—Estaba muriendo de nervios, Ava, me asusté cuando escuché de Max las palabras: hospital, visita y Ava en una misma oración —se lame los labios antes de morderse el inferior, su vista va al cielo que ha empezado a oscurecerse. Las luces exteriores del hospital se encienden y la vista que tengo no hace más que estrujarme el corazón —. ¿Sabes? Yo no soy feliz porque… Porque no tengo claro lo que siento por ti.

—Eso no me reconforta, Ares —espeto metiendo mis manos en el bolsillo único de la sudadera que traigo puesta, el frío del anochecer es gélido.

Nos quedamos en silencio porque ninguno sabe qué decir, no sabe qué responder ante nuestra situación. Mi cabeza no da para dramas amorosos, y aunque mamá esté estable no puedo concentrarme en Ares ahora mismo, mi mente está en la habitación donde mama está acostada y descansando.

—Tengo que volver —balbuceo haciendo un puchero inconscientemente como gesto nervioso, pues miento si digo que la presencia del español no me poner los nervios de punta —. Bonita noche, Ares.

Giro sobre mis talones sin darle tiempo a responder nada, y, por un breve instante la presión firme pero suave aprisionando mi codo no hace que me mueva de mi lugar.

—Solo respóndeme esto.

— ¿Me dejarás tranquila si lo hago? —como respuesta da un asentimiento —Okay, dime.

— ¿Todavía te gusto?

Arrugo las cejas mirando anonadada a Ares. Prefería escuchar otra cosa que eso porque la respuesta de esa pregunta tiene muchas complicaciones… Creo.

— ¿Es en…? —suelto un resoplido girándome en su dirección completa — ¿De todas las preguntas esa es?

—Dime, por favor.

—Ares…

Dime —insiste —, quiero estar seguro de que no estoy cometiendo un error.

— ¡¿Pero es que tú…?!

—Ava, puta madre, dime —brama con enfado, los ojos prendidos de inquietud.

"¿Y ahora cómo hago? No estoy lista para esto, ni siquiera si lo hacía más allá de ahora." Mi subconsciente no pasa desapercibido el horror que estoy pasando con responder esta pregunta.

Siento que en algún segundo voy a salir corriendo como una cobarde, aunque, mi sistema nervioso no hace más que ignorarlo mi miedo y mi cobardía.

Miro sus ojos de tono avellanado y toda yo siente un golpe de realidad, de que en serio me gusta Ares Costner y que no puedo decírselo porque temo su reacción. Mordisqueo mi labio inferior; estoy en problemas.

—Deberías saberlo, ¿no? En la playa me dijiste que sabías cuando alguien gusta de ti.

De repente Ares ha roto la distancia entre ambos agarrándome del rostro, sus dedos rasposos en mis mejillas, en mi nuca, en mi cabello. Sus ojos cada vez más oscuros pese a que hay una luminosidad perfecta gracias a las luces del hospital.

—Y lo sé, pero necesito que me lo digas. Necesito que me lo digas a la cara sin titubear.

—Con esto voy a titubear mucho, Ares —reflexiono —, además, si estás tan seguro deberías olvidarlo.

—Ava, dímelo.

¿Por qué?

—Porque estoy volviéndome loco —confiesa —. Estoy enloqueciendo aunque no lo demuestre, estoy perdiendo la cabeza.

—Yo te veo bien.

— ¡Ava, enseriate! Hablo en serio.

—Perdón —aprieto los labios, me encojo de hombros antes de seguir —: ¿Qué ganas sabiéndolo?

Paz. Por fin voy a sacarme todo del pecho e ir por la vida con una sonrisa.

—Eso no te lo crees ni tú —rueda los ojos al cielo —, sé que fue sarcasmo.

—Lo que consigo con esto es realidad, Ava. Realidad que no dudaré en aprovechar.

— ¿Cómo?

—Golpeáme luego.

El espacio entre ambos desaparece en el instante que sus labios chocan con los míos y no existe más nadie que él en este momento.

Cuatro meses. Cuatro meses que no besé a nadie y que ahora mismo se siente lo más espléndido del mundo.

Sus manos desaparecen de mi rostro envolviéndose a mi alrededor cuando el beso corto se vuelve algo lento y profundo, uno que me saca el aliento de repente. Me siento miserable al saber que no sé cómo besar todavía pero eso no pare importarle al español porque no hace más que besarme tan maravillosamente como las veces anteriores en las que hemos hecho esto.

Las manos me tiemblan, apenas puedo pasarla por su cuello cuando se separa de golpe. Una sonrisa apenada danza en sus comisuras.

—No me toques el cuello. Es por el tatuaje —bufo, intento replicar cuando no me da tiempo de nada puesto que vuelve a besarme con la misma o más intensidad que antes.

Me gusta esto.

Me gusta estar así.

Me gusta él y no puedo negarlo.

No es un beso muy duradero, tampoco tan vehemente dado que estamos en público y es bastante incómodo que los demás vean como nos estamos besando. Ares me ve luego de separarse. Sus cejas juntas, sus labios saturados de saliva... Cielos, es irreal.

—Todavía me gustas, Ares.

Lo único que hace es sonreírme. Junta su frente con la mía, cierro los ojos en ese momento.

—Gracias. Pero no pienso hacer algo al respecto, no ahora.

— ¿O sea que no somos novios? —Se ríe.

—No. Aún no.

¿Aún? —abro los ojos.

—No te precipites. No quiero enlazarte conmigo, no todavía, quiero que seas libre de momento.

Sonrío.

— ¿Eres algo así como un novio celoso y posesivo?

—Para nada —dice con hastío, haciéndome saber que de verdad le cae mal esos tipos —. No puedo negar que protejo lo que me costó ganar pero eso no me define ya como un loco, celoso y posesivo novio —murmuro con entendimiento. Ares lo nota, pregunta después —: ¿Te gusta ese tipo de relaciones?

La expresión que muestra y el tono que usa me hacen querer reírme en su cara. En serio le da repulsión ese tipo de casos.

—No —admito —, pero tampoco me quejo de que se pongan celosos.

—Ava, jamás me vas a querer ver celoso. Hablo con mucha seriedad, no quieres verme celoso.

—Sería fantástico.

—No, Ava. Soy un desastre, me pongo demasiado...

—Entiendo, ya, no tienes que explicarme.

—Por favor, no vayas hacer nada que me ponga en ese estado.

—Está bien.

"Menos mal no tiene ojos detrás de la cabeza pues crucé los dedos en su nuca."

—Ya me saqué un peso de encima —masculla aflojando su agarre en mí. Finalmente quedamos alejados —. No cumplí función aquí, por ende, me voy a casa.

—Okay —murmuro.

—Te veré luego —me rio por la nariz al mismo tiempo que sacudo la cabeza en una negativa suave — ¿Qué? —pregunta por mi risa.

—Nueve.

— ¿Huh?

—Las preguntas, me quedan nueve.

— ¿Qué vas a preguntarme, Ava?

La sonrisa tensa en mis labios es un signo de mis nervios. Los siento con él porque causa tantas sensaciones en mí que me resultan tan anormales; sin embargo, no me quejo de ellas, pues la última vez que me sentí así no la recuerdo, lo que recuerdo es lo bien que se sentía saber que tus sentimientos son bilaterales con lo de la otra persona.

Su rostro muestra impaciencia, su celo fruncido me hace sonreír un poco mas relajada. Ares nunca tiene ese ceño relajado, bueno, no más de cinco minutos.

—Ava, me estás matando.

No evito reírme de él. Hago gestos con las manos para calmar el ambiente y así disimular mi risa. Una inspiración profunda es la que tomo después cuando me armo del valor necesario para preguntarle lo siguiente:

— ¿Yo aún te gusto?

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