OJALÁ...

By LeslieLaFuente

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Él necesitaba una esposa, ella necesitaba dinero. Enamorarse no era una opción...pero el destino tenía otros... More

Sinopsis
Prólogo
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Personajes
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Asesino: Parte 1
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Asesino: Parte 2
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Asesino: Parte 3
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Ian
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Epílogo
Extra - Ian
Booktrailer
Extra II: Ian.

Capítulo 1

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By LeslieLaFuente

5 años después (Luisiana).

Corro de un lado a otro de la cafetería con la bandeja repleta de tazas de café en la mano. No llevo ni dos días en el nuevo trabajo y ya he destrozado tres platos y discutido con dos clientes que no paraban de mirarme el trasero, solo espero que el señor Bernard, mi jefe, no me despida por estos pequeños problemas. Necesito con urgencia el empleo o lo más probable es que termine durmiendo en la calle para finales de mes.

Era pasado el mediodía del lunes y la cafetería se encontraba repleta de clientes, algunos eran turistas que llegan a disfrutar de la ciudad, otros, trabajadores de centros en los alrededores que se hallan en su horario del almuerzo y desean descansar un poco antes de regresar a su jornada laboral. La cafetería no era la más grande de la zona, sin embargo, posee un ambiente cálido y acogedor. Decorada con un auténtico estilo de los años sesenta, cuenta con varios pares de mesas y una barra con taburetes para los que deseasen sentarse más cerca del mostrador.

Nunca nos faltaba clientela debido a los exquisitos pasteles de Marta, nuestra cocinera. A sus casi cincuenta años de edad era una diosa de la repostería capaz de elaborar desde las recetas más simples a las más complejas. Antes de comenzar a trabajar aquí, solía venir bastante seguido solo por una buena taza de café y una rebanada de pastel de chocolate, de solo pensarlo mi boca se vuelve agua.

«¡Céntrate Harley, tienes trabajo que hacer!» me regaño mentalmente. Llevo una bandeja con par de sándwiches a una de las mesas cercana a la puerta de entrada para luego regresar tras el mostrador a por nuevas órdenes.

— ¿Qué tal las cosas por allá? —pregunta Marta desde la cocina.

—Un poco ajetreadas, pero por lo menos no he roto nada hoy—contesto en broma.

—Deberías poner en tu nueva novela tu experiencia como camarera en la vida de la protagonista, a tus lectores les podría gustar.

—Estoy segura que no pararían de reírse; no obstante, para eso primero debo lograr que alguna editorial quiera publicar mi libro.

La tristeza invade mi voz, han sido tiempos difíciles para mí este último año, todas las editoriales que conozco rechazaron mis manuscritos y la verdad es que comienzo a perder las esperanzas. Gané un poco de dinero vendiendo algunos cuentos y reseñas por internet, pero no me alcanza para pagar todos los gastos del apartamento, y las deudas ya comienzan a acumularse, incluso corro el riesgo de que presenten cargos legales contra mí por no pagar el alquiler. Necesito un milagro para salir de esta.

Me sobresalto cuando siento la mano de Marta sobre mi hombro dándome ánimos. Conozco a la mujer casi desde que era una niña, es un lugar pequeño y casi todos en el barrio nos conocíamos; es agradable tener personas como ella con las que contar, se siente menos solitario. Bernard era uno de los pocos que se había mudado recientemente, adquirió el local hace apenas medio año y lo convirtió en un lugar acogedor para los clientes. Es un hombre de estatura baja, rondaba los cuarenta años de edad y aun así ha perdido prácticamente la mayor parte de su cabello.

—Será mejor que lleves este café a la mesa cuatro—dice la mujer a mi lado—. No te preocupes yo me encargo de la barra en lo que regresas.

Asiento tratando de colocar una falsa sonrisa en mi rostro. Coloco la taza con el humeante líquido en su interior sobre la bandeja y me encamino a servir a los clientes. Falta solo menos de medio metro para llegar a la mesa cuando un alto hombre pasa despistado por delante de mí provocando que tropiece y caiga al suelo, mientras el caliente café termina derramándose sobre su costoso traje negro de negocios.

Todos los ojos de la cafetería están sobre nosotros, el hombre ante mí me tiende la mano para ayudar a ponerme en pie.

—Dios bendito, lo siento mucho no era mi intención. —Me llevo las manos al rostro, avergonzada.

—Tranquila ha sido culpa mía, iba hablando por teléfono y no te vi.

Debo alzar la cabeza para lograr mirar su cara, es varios centímetros más alto que yo, su piel luce bronceada por el sol, la barba un poco espesa y cabello demasiado largo para ser un hombre de negocios, sus fuertes brazos tampoco encajan en esa descripción de hombre de oficina, si no fuese por el costoso traje me atrevería a decir que tiene todas las pintas del mundo de un vikingo. Sus penetrantes ojos oscuros están fijos en mí, me hacen sentir pequeña e indefensa, a pesar de su gentileza a la hora de ayudarme a levantarme del suelo, algo en él me aterra.

—Por favor, lo siento mucho—repito—. Su próximo pedido corre por mi cuenta.

El desconocido va a decir algo cuando la chirriante voz de mi jefe se hace sentir a mis espaldas.

— ¡Harley! —grita, es hora de mi reprimenda del día —, Es tu tercer fallo en menos de setenta y dos horas, a este paso me dejarás sin clientes.

—Ha sido un accidente señor Bernard.

Todos en la cafetería continúan prestándonos atención, incluyendo al desconocido que aún no se mueve de su sitio.

—Es que eres muy despistada Harley, ya te he dado muchas oportunidades, pero no puedes seguir trabajando aquí.

— ¿Estás bromeando cierto? —alzó un poco la voz, comenzaba a dejarme de importar que me escucharán o armar una escena—No puedes hacerme eso, sabes que necesito el dinero o me echarán a la calle.

—Pues hubieses puesto más atención en tu trabajo en vez de estar en las nubes imaginando historias que nunca publicarás, esta cafetería es real y no una de tus ilusiones y por ello hay que atenderla correctamente.

«¡Hasta aquí!», no voy a soportar que este hombre me humillase y se burlara de mis sueños delante de todos, amaba demasiado mis metas personales como para permitir eso.

—Perdone, pero la culpa del accidente ha sido mía y...—dice el moreno junto a mí, no obstante, le interrumpo con una mano.

—No es necesario que me defienda señor, yo me marcho de este recinto.

El moreno me mira de arriba abajo como si me estuviese evaluando, sin embargo, le ignoro para dirigirme a mi jefe.

—Vaya usted a ver dónde consigue una nueva camarera que soporte su miserable paga y malos tratos, no debe preocuparse por mí ya que me marcho y como consejo personal le recomiendo que deje de ser tan gruñón antes de que pierda el poco pelo que le queda en la cabeza.

Por el rabillo del ojo veo como el desconocido lucha por contener la risa, pero hago caso omiso a todo. Sin dar tiempo a que mi nuevo ex jefe diga algo salgo de la cafetería con la cabeza bien en alto intentando mantener la escasa dignidad que me queda. No me molestaba el regaño, sin embargo, jamás permitiría que nadie humillase o pisoteara mis sueños de esa manera.

Ya fuera del local, siento como las piernas me tiemblan bajo los pantalones. El valor mostrado segundos antes comienza a ser sustituido por un nuevo sentimiento: miedo. «¿Qué se supone que haga ahora? ¿Cómo voy a conseguir el dinero para pagar mis deudas?». Suelto mis rubios cabellos que hasta el momento llevaba sujetos en una coleta alta y camino calle abajo pensando en mis problemas. No he recorrido ni media manzana cuando siento una voz masculina llamándome.

—Señora, un momento por favor.

«¿Cómo que señora?», Solo tengo veintiocho años, ¿Tan vieja me veo? Horrorizada, giro para toparme al moreno de la cafetería, reprimo mis deseos de arrojarle una piedra en la cabeza por la manera en que me ha llamado. Se detiene a mi lado, su mirada continúa siendo fría, intimidante y distante. Va a decir algo cuando me adelanto.

—Mira te he dicho que siento mucho lo de tu traje, no tengo dinero para pagarte la tintorería, pero si insistes puedes pasarme la factura y ya yo me las arreglaré.

Sé que sueno descortés, sin embargo, no me importa, mi paciencia en estos instantes está totalmente agotada.

—No vengo por eso, la verdad no me interesa el traje. —Su voz no muestra signos de empatía—. En realidad, no pude evitar escuchar que necesitas dinero y me siento fatal que hayas perdido tu puesto de trabajo por mi causa, por ello quiero realizarte una oferta laboral.

No me creo ni por un segundo que en verdad lamente lo de mi puesto de trabajo, sin embargo, me encuentro tan aturdida por sus palabras que dejo pasar ese pequeño detalle.

— ¿De veras? —pregunto, castigándome interiormente por permitir que mi voz suene desesperada.

—Por supuesto, podemos ir a tomar un café y te cuento los detalles.

—Perdona, pero no pienso regresar al establecimiento del señor Bernard—señalo.

—No soy de la ciudad y no conozco mucho, aun así, creo que hay otra cafetería solo una calle más abajo ¿Te parece bien?

Digo que sí y nos ponemos en marcha, ninguno habla en todo el camino, solo le observo cada pocos segundos por el rabillo del ojo, algo en este hombre pone mis pelos de punta, pero lo que más me incomoda es no saber que es.

Llegamos al nuevo establecimiento y tomamos asiento en una mesa para dos, un joven camarero de apariencia más joven que nosotros toma nuestros pedidos y se retira dejándonos nuevamente en completo silencio. El desconocido no dice nada, solo me observa como si me estuviese evaluando, determinando si soy apta o no para lo que está a punto de pedirme, luego de cinco minutos en la misma situación me atrevo finalmente a preguntar:

— ¿Va a decirme de qué se trata o debo adivinarlo yo?

— ¿Te han dicho que tienes una lengua muy viperina? —pregunta, pero no parece molesto con mis palabras, todo lo contrario, no muestra ningún tipo de emoción.

—Lo siento—miento.

Nos traen nuestras tazas de café y el desconocido da un sorbo de la suya, luego de eso continua.

— ¿Cuánto necesitas el dinero?

—Estoy segura que en el establecimiento del señor Bernard escuchó que tengo muchas deudas y estoy a punto de perder mi casa.

Asiente.

—Y si yo te dijese que puedo pagar tus deudas, además de ofrecerte un contrato por un año en donde ganarás mucho dinero, incluyendo hospedaje y comida, claro está ¿Qué de dirías a ello?

— ¿Es una broma?

—Yo no bromeo señora...—Hace un gesto con la mano indicando que desconoce mi apellido.

—Señorita Medeiro—enfatizo la primera palabra, cada vez que me decía señora es como si una cana brotara de mi cabello.

—Como le informaba señorita Medeiro, yo no hago bromas y menos de este tipo.

— ¿Y cómo conseguiría yo tan magnífico trabajo?

—Muy fácil. —Sonríe, más con malicia que con emoción—Cásese conmigo.

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