Cuatro Momentos (Drummond #3)

By Gaby_SWSD

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Un mal inicio... Weston Drummond es el cuarto hijo de lord Wulfric Drummond, regente de Savoir, quien después... More

Nota introductoria
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Epílogo
Nota Final

Capítulo 23

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By Gaby_SWSD

Laraine se había retirado de la mesa, como de costumbre tras haber desayunado. Ni siquiera había notado que Weston también se había levantado y la seguía, hasta que escuchó.

–Quizá podrías acompañarme.

Laraine giró y lo miró, largamente, esperando que continuara con su idea. Sin embargo, Weston no parecía estar dispuesto a decir nada más. ¿Acompañarlo? ¿A dónde? ¿Qué quería decir? De todas maneras, ¿estaba hablando siquiera con ella? Sí, debía estarlo haciendo, pues aún la miraba y parecía esperar una respuesta.

–¿Lara? –vocalizó sin sonido, solo para que ella lo notara. No estaban muy lejos del concurrido salón. A continuación, dijo en voz alta–: ¿Vendrás conmigo al pueblo?

–Weston, yo... ¿de qué estás hablando? ¿Por qué iría al pueblo?

–¿Por qué no? –preguntó, mientras ella retomaba su camino hacia la biblioteca y él la seguía.

–Porque... tengo mucho trabajo que hacer. Aquí –señaló y entró al despacho.

–¿Y es necesario que tú lo hagas todo?

–Sí. ¿Quién si no?

–No lo sé. ¿Podría ayudarte?

–¡No! –exclamó, alarmada. Sin saber por qué, reaccionando con exageración. No era como si pasar unas horas más al día a su lado fuera a cambiar lo que ella sentía... o pensaba, sí, pensaba de él–; es decir, no es necesario. Sigue con tu rutina. Yo también tengo la mía.

–De acuerdo –Weston parecía decepcionado–. Si cambias de idea, siempre puedes llamar por mí.

–No será necesario –insistió.

–Lo sé, pero me gustaría que lo tengas presente. ¿Sí?

–Wes... –musitó y negó rápidamente–. Weston, no es necesario que...

–¿Qué?

–Ser amable conmigo, ¿sí? Está bien si cada uno... vive su vida, a su modo. Me gusta así.

–¿Qué quieres decir? –Weston ocultó una sonrisa triste–. ¿Es una manera de advertirme que mantenga mis narices fuera de tus asuntos?

–Si así lo quieres tomar... –contestó Laraine, aunque tenía una pequeña sonrisa.

–Entiendo. Adiós –Wes se inclinó hacia ella– Lara –susurró y le rozó la mejilla con los labios brevemente.

–¡Lord Drummond! –soltó, llevándose la mano al rostro. Él, afortunadamente, había huido de inmediato, sin esperar su reacción. Joven inteligente.

Mientras se dirigían al pueblo, Weston, Garrett y Manfred se cruzaron en una intersección del camino con Arley y Candra, quienes tenían el mismo destino y habían venido del bosque. Weston se dirigió hacia ellos. Saludó con su cuñada y a continuación miró a Arley, atentamente. Eso le pareció curioso a Garrett, pero no hizo comentario alguno.

–Precisamente quería encontrarte –Wes sonrió levemente–. ¿Arley, cierto?

–Sí, mi lord –respondió el aludido, con recelo.

–¿Quieres acompañarnos? Veo que también se dirigen al pueblo. Podríamos ir juntos –se encogió de hombros– y observarías por tu cuenta mis actividades ahí.

–¿Disculpe? –el joven arqueó una ceja–. ¿Insinúa que espío sus actividades, lord Drummond? –inquirió, burlón.

–¿Insinuarlo? Pensé que lo había dicho claramente –y amplió la sonrisa. Para su sorpresa, Arley le correspondió–. Entonces, ¿vamos?

–Sí, mi lord –asintió y, aunque estaba indeciso al mirar hacia los rezagados, Candra y Garrett, aceptó encabezar la marcha junto con Weston y Manfred.

Por su parte, tras intercambiar los saludos de rigor, Garrett se mantuvo en silencio junto a Candra. A su lado, nunca sabía muy bien lo que debía decir.

–¿Te encuentras bien? –preguntó Candra. Garrett asintió–. ¿De verdad? –volvió a confirmar con la cabeza–. ¿Qué sucede?

–¿Por qué?

–Han pasado cinco minutos. Nos hemos cruzado con media docena de personas y tú no has dicho una palabra –Candra frunció el ceño, confusa–. ¿Te encuentras bien? –repitió.

–Es mi forma de ser –respondió, escueto.

–¿De verdad? En las noches, tú... –Candra se calló, como si apenas hubiera notado lo que estaba diciendo–. Lo siento.

–No. Yo... –Garrett suspiró–. No sé qué decir.

–¿Acerca de qué?

–De ti. Siempre que estoy a tu lado, no sé qué decir.

–Oh –Candra se quedó pensativa–. Lo que sea, puedes decirlo todo. O nada.

–¿Ah sí?

–Sí. ¿Puedo decirte también lo que sea?

–¿Puedo evitarlo? –soltó, con solo un toque de diversión.

–No –Candra exclamó, alegremente–. Me gustas –susurró– especialmente en las noches, durante tus entrenamientos –sonrió–. Eres un guerrero.

–Yo...

–Lástima que estés comprometido –se encogió de hombros, cortando sus palabras–. ¿Alcanzamos a los demás? Creo que, si nos retrasamos más, Arley vendrá dispuesto a pedir mi cabeza.

O la mía –pensó Garrett, aunque no estaba preocupado por ello. En realidad, estaba bastante distraído por las palabras de Candra. ¿Significarían algo? ¿O tan solo una mera apreciación de la realidad? ¿Cortesía?

Qué más daba. La intención de ella no cambiaría lo que era. Una mujer de Nox. Un peligro para cualquier persona de Savoir y del reino en general.

Aún peor. Era la hermana de la regente. De la bruja de Nox.

Esos eran sus pensamientos y la miró. Candra se había detenido a platicar con una mujer del pueblo quien, a pesar de estar cómoda con la joven, le dirigía miradas subrepticias de alarma. Garrett no se inmutó, estaba acostumbrado.

Luego Candra se despidió, giró y sonrió de lado, en dirección hacia él. Eso era todo. Como cada noche, cada vez que la miraba. Todo desapareció.


***


–Un panorama interesante –exclamó el anciano a sus espaldas. Shamus giró y le hizo una leve reverencia, antes de volverse hacia el frente. Era curioso que no lo hubiera escuchado entrar a la torre de vigilancia, pero por supuesto, ese hombre no era cualquiera. Atherton de Nox era un oponente formidable–. Capitán, ¿ha decidido dónde reposan sus lealtades? –inquirió en tono burlón. Shamus se limitó a encogerse de hombros–. Ya veo.

–Mi señor, mis lealtades no cambian.

–¿No? –preguntó, poniéndose a su lado para mirar el pueblo que se extendía ante sus ojos.

–No. Mis lealtades siempre están acordes con mis intereses.

–Nuestros intereses coinciden, me parece recordar.

–Creo que recuerda bien, señor.

–Tengo al capitán de la guardia de Nox de mi parte. Así como a otros personajes interesantes. ¿Qué puedo hacer al respecto? –el anciano pareció meditarlo–. Ah, creo que debemos hacer algo con ellos.

–¿Señor?

–Se está tardando, capitán –Atherton extendió su mano–. ¿Lo nota?

Shamus siguió con la mirada la dirección que le señalaba, mas no encontró nada extraño. Sí, era Laraine, si no estaba equivocado, quien caminaba en dirección al pueblo. ¿Qué había...?

Luego ya no lo hacía. Se detuvo, giró y regresó sobre sus pasos. No obstante, tras unos minutos, retomó su camino original y continuó unos metros más hasta detenerse y... ¿estaba regresando al castillo nuevamente?

Indecisa. Laraine se estaba debatiendo sobre algo... ¿o alguien?

No. Eso era imposible. Ella nunca se cuestionaba. Si decidía hacer algo, simplemente lo hacía. Esa impulsividad era lo que la hacía perfecta para sus planes. Para él. ¿Qué sucedía?

–¿Lo ha notado, capitán?

–Le preocupa.

–¿A usted no?

Shamus volvió a encogerse de hombros. De todos modos, fuera el recién llegado esposo o no, eso podría cambiar de un momento a otro. ¿Por qué preocuparse?

–He escuchado... –cambió de tema Atherton– que uno de los guardias del joven esposo de mi nieta está herido.

–¿Qué ha dicho? –inquirió, desconcertado. Sin embargo, al encontrar la sonrisa del anciano, lo entendió–. Ah.

–Sí, capitán. Precisamente.

–Es una lástima. Los accidentes suceden. ¿Cierto?

–Precisamente –Atherton suspiró–. Es una lástima que con las personas de Savoir los accidentes parezcan más propensos de aparecer –culminó y con un gesto de despedida, se alejó del lugar.

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