Greenwood II SAGA COMPLETA

By GeorgiaMoon

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NOVELA FINALISTA DE LA PRIMERA EDICIÓN DEL PREMIO OZ DE NOVELA JUVENIL YA A LA VENTA EN LIBRERÍAS, publicado... More

¡GREENWOOD VUELVE A WATTPAD!
«Greenwood»
Prefacio
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciséis
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Veinte
Veintiuno
Veintidós
Veintitrés
Veinticuatro
Veinticinco
Veintiséis
Veintisiete
Veintiocho
Veintinueve
«La maldición de la princesa»
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciséis
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Veinte
Veintiuno
Veintidós
Veintitrés
Veinticuatro
Veinticinco
Veintiséis
Veintisiete
Epílogo
Nota final

Ocho

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By GeorgiaMoon

—¿Puedes explicarme de nuevo por qué tenemos que colarnos en la trastienda y no entrar por la puerta como las personas normales? —susurré con exasperación.

Harry me tapó la boca con la palma de la mano.

—Porque la tienda está cerrada ya. Además, aquí tienen las cosas más interesantes —me respondió en un susurro también, aunque estaba calmado—. Entremos ahora. —Se detuvo y dio media vuelta—. Por favor, por lo que más quieras, no tropieces. No sabemos si este lugar tiene cámaras de vigilancia o no.

Asentí y tragué saliva.

La pregunta sobre la cicatriz de Minerva me quemaba en la punta de la lengua a medida que avanzábamos por la tienda, pero sabía que ese no era el momento para preguntárselo.

—¿Qué buscamos exactamente, Harry? —Intenté despejar mi mente y centrarme en lo que habíamos venido a hacer.

—En el libro de mi padre he visto unas anotaciones, y en ellas dice que hay runas antiguas en algún lugar del bosque. Están en un idioma antiguo que no he podido identificar, así que quiero encontrar algún libro que me ayude.

—Esto será como encontrar una aguja en un pajar.

—Lo sé, pero tenemos que intentarlo. Tú revisa el ala este y yo el ala oeste. En diez minutos nos encontramos aquí y vemos qué hemos encontrado.

—De acuerdo. —Asentí y me dispuse a perderme entre todos aquellos objetos tan extraños.

—Esme —me llamó Harry de repente, y me di la vuelta—. Confío en ti.

Sonreí llena de orgullo y asentí. Realmente me sentía parte del plan. Estaba contenta de que por primera vez en mi vida alguien me tuviera en cuenta.

Comencé a mirar qué cosas había. Eran mucho más escalofriantes que las que había en la tienda de Portland. Garras de águila, ojos de salamandra, saliva de ciempiés y escamas de anguila. ¡Incluso piojos en recipientes herméticos! Libros y más libros de brujas, leyendas del norte y de animales ocupaban las estanterías, pero ninguno de ellos hablaba de runas. También había cabello humano, cabezas reducidas, tentáculos de pulpo, extracto gelatinoso de medusa, cráneos con formas extrañas y ojos pardos que me observaban como si tuviesen vida propia. Era todo asqueroso. Runas en el bosque de Greenwood, ¿era eso posible?

—¿Esme? ¿Estás por aquí? —susurró Harry en la oscuridad. Le iluminé la cara con la linterna—. ¡Mis ojos! ¿Quieres dejarme ciego?

—Perdón —contesté entre risas.

—Bueno, ¿has encontrado algo?

—Solo orejas de rata disecadas y una cabeza reducida —respondí leyendo lo que tenía justo delante.

—Yo solo he encontrado larvas de caracol en conserva y pieles de serpiente. ¿Para qué querrá alguien excrementos de rata? Vámonos, aquí no encontraremos nada de lo que buscamos.

El viaje de regreso a Greenwood fue algo silencioso, realmente esperábamos encontrar algo, pero si en una tienda como aquella no habíamos hallado un libro que pudiera ayudarnos, ¿dónde íbamos a hacerlo? Expulsé el aire de mis pulmones, desanimada, y miré a Harry de soslayo, que tenía parte de la frente pegada al cristal.

—¿Quieres que ponga música? Creo que tengo algo de Madonna —pregunté.

—No, quiero que me des un libro que me ayude a descifrar las runas extrañas del bosque de Greenwood.

Suspiré de nuevo y agarré con más fuerza el volante.

—Ya lo encontraremos, por eso no te preocupes.

—Pero no voy a poder dormir tranquilo pensando en el libro. ¿Por qué no las tradujo? —se preguntó a sí mismo y gruñó, hundiéndose más en el asiento.

—Quizá él tampoco sabía lo que querían decir.

—Pues menuda gracia.

Sonreí ante la negatividad de Harry. Yo también quería descubrirlo lo antes posible, pero teníamos que ir paso a paso y tener paciencia.

—¿Dónde están las runas? ¿Es un lugar que conocemos? —pregunté mientras tomaba la carretera que nos llevaría de vuelta a Greenwood.

—No lo sé, parecía una pared y allí estaban los caracteres dibujados. Es un esbozo hecho a lápiz, Esme. De hecho, ni siquiera sé si existen.

Me quedé en silencio. ¿Qué podía decirle? ¿Que todo se iba a solucionar cuando ni yo misma sabía cuál debía ser nuestro próximo movimiento? Si me hubiera contado antes lo de las runas, las habríamos buscado. Harry había dicho que confiaba en mí, pero ¿por qué no me lo había dicho antes? No pude evitar sentirme molesta por ello.

Era de noche y, cuando llegamos al bosque, escuchamos las aves rapaces emprender su vuelo. Harry sonrió al ver un búho volar por encima de nuestras cabezas. El ambiente era húmedo. Aparqué el coche en el Árbol Blanco y Harry me cogió de la mano para adentrarnos con paso decidido en la espesa masa verde del bosque.

—¿Dónde vamos? —pregunté. No había ni rastro de la niebla por el camino.

—A la Cueva del Búho —respondió Harry.

—¿Por qué?

—Ayer leíste las coordenadas cuando fuimos.

—Ya, ¿y?

—Cuando pasamos la noche en la cueva, yo no pude hacerlo porque la brújula no funcionaba.

Me quedé en silencio y miré la mano de Harry enlazada con la mía. Notaba cómo el pulso se me aceleraba al pensar que Thomas había dicho que era mi novio. Pero después recordé que había mencionado que también había otra chica.

¿Qué demonios estaba pensando? Harry podía hacer lo que quisiera y podía besar a tantas chicas como le diera la gana.

—¿Y si la cueva tiene algo? Un extraño magnetismo o algo por el estilo —propuse, y Harry se quedó quieto en el camino, mirando el suelo.

—No lo sé, sería raro.

—Pero tú mismo dijiste al padre de Melissa que algo extraño ocurre en el bosque. ¿Y si es algo... sobrenatural?

Harry arqueó una ceja y me miró fijamente a los ojos.

—No digas estupideces, Esmeralda. La magia no existe.

Siempre me llamaba Esmeralda cuando estaba molesto.

Suspiré y puse los ojos en blanco.

—Eso también lo dijo el tío Vernon.

—Pero eso es ficción, esto es real.

No dije nada más. Pero entonces, cuando iluminé el camino con la linterna, me di cuenta de que había unas huellas en el sendero. Huellas humanas. Harry no vio nada y fue directo a la cueva, que se encontraba escondida tras un barranco. Yo seguí las pisadas que se adentraban en el bosque. Tampoco pensaba alejarme mucho, simplemente quería ver hacia dónde llevaban.

Oía como algo o alguien susurraba mi nombre.

—Lo sabía. ¡Lo sabía! Dentro de la cueva, la brújula no funciona, pero fuera sí. Tiene que haber una explicación, tengo que encontrar... —La voz de Harry se desvaneció.

Mis botas se hundían en el barro. Apartaba con la mano derecha las ramas de los árboles mientras que, con la izquierda, iluminaba el camino. Tan solo unas semanas antes, habría estado aterrada por estar sola en el bosque a pesar de tener a Harry a escasos metros, pero aquellas pisadas parecían sospechosas.

Pensé que estaba soñando cuando vi un arco entre los árboles.

Debía medir unos cuatro metros de alto y dos de ancho; era de piedra y de un color oscuro. Algunas enredaderas trepaban por las columnas y unos búhos tallados adornaban la imponente estructura.

—¿Esme? ¿Dónde estás? —dijo Harry, pero no respondí, estaba demasiado absorta en aquello—. ¿Esmeralda?

Los pasos de Harry sonaban cada vez más cerca. Quería contestar y decirle que estaba bien, pero el arco me había dejado sin palabras. Pronto unas manos me agarraron de los hombros.

—¡Esme! ¿Sabes lo que me he asustado? ¿Por qué te has ido sin decir nada? He pensado que tú también habías...

—Mira esto —lo interrumpí.

—¿Qué es?

—No lo sé —respondí sin poder apartar la mirada del arco.

—Dime que esto que hay en la piedra son runas.

Leí la inscripción del arco:

—El ojo del necio por alto todo lo pasa. Temerario viajero, adéntrate, el tiempo te aguarda.

—¿Qué?

Ese «qué» fue tan contundente que me hizo fruncir el ceño. Volví a fijar la vista en el arco. Lo ponía claramente.

—Te invita a entrar a... —respondí, pero no terminé.

—Eso ya lo he entendido, pero ¿cómo puedes saber lo que dice? Está en un idioma extraño.

—Pues yo lo entiendo.

—Y no tengo ni la más remota idea de cómo, pero parecen las mismas runas de las que habla mi padre en el libro.

—¡Pero si se lee claramente! —exclamé, todavía en mis trece, señalando con la luz de la linterna la piedra.

Me quedé en silencio y pensé en lo que estaba pasando. Había seguido las huellas de alguien en medio del bosque y me habían llevado hasta un arco de piedra que contenía un mensaje que únicamente yo entendía. ¿Me estaba volviendo loca? A mi lado, Harry se removió inquieto y me cogió de la mano mientras miraba a nuestro alrededor con ojos cautos.

—Esme, creo que deberíamos irnos. ¡Ya!

Y la locura comenzó.

La niebla se movía entre los árboles con una rapidez sobrenatural. Echamos a correr y me caí, pero Harry me levantó enseguida.

—¡Vas demasiado rápido! ¡Suéltame la mano! —imploré, y tropecé con una piedra. Caí al suelo y me raspé la rodilla.

Harry continuó corriendo hasta que se dio cuenta de que nuestras manos ya no estaban entrelazadas.

—¡No te voy a dejar sola en el bosque! ¡Corre!

Mis pulmones no podían tomar más aire y sentí el mismo miedo que cuando me quedé sola por primera vez. Notaba la mano de Harry, lo sentía distante, como si no estuviese en el bosque, ni en Greenwood, ni en Oregón, ni en el mundo. La soledad me rodeó con un gélido abrazo. De repente, se me nubló la vista. Lo único que veía era una luz que parpadeaba, y también escuché una carcajada infantil. Un niño y una niña corrían entre los árboles del bosque. Sus risas llenaban el ambiente húmedo y tétrico, absorbían la soledad con su felicidad e iluminaban todo con su vitalidad. Pero, de repente, comenzaron a discutir, y aquella felicidad desapareció cuando la niña recibió un empujón por parte del niño y cayó por un barranco que apareció de la nada.

Ya ni siquiera recordaba mi nombre. Lo único que veía eran las letras del arco de piedra que había en medio del bosque. Sin embargo, el frío dio paso al calor y los brazos de alguien me rodearon de nuevo, sacándome de aquel estado somnoliento del que no sabía cómo despertar.


Al abrir los ojos vi que ya no estaba en el bosque de Greenwood, sino en mi habitación y que Harry estaba a mi lado.

—¡Harry! —exclamé. Me reincorporé en la cama y le zarandeé el hombro con ansiedad. Él abrió los ojos con pesadez a la vez que los frotaba y sonrió, somnoliento. Sus facciones eran más suaves cuando dormía—. ¿Qué haces en mi habitación?

—He dormido bien, gracias. —Soltó una risa sarcástica.

—He tenido un sueño muy extraño.

—¿Qué has soñado?

Nos incorporamos y nos quedamos sentados en la cama.

—Tú y yo íbamos a Portland en busca de un libro, pero no lo encontrábamos. Entonces volvíamos a Greenwood, al bosque, y allí había un arco... Bueno, no me acuerdo de mucho más.

Harry juntó sus manos en el regazo y me miró fijamente a los ojos, como si tuviese que decirme algo muy importante. Entonces, entrelazó sus dedos con los míos y me acercó a él, sorprendiéndome con un abrazo cálido.

—No ha sido un sueño. Ha sido real —susurró contra mi cabello. Me liberé de su abrazo enseguida.

Me gustaba la sensación, pero necesitaba más respuestas.

—¿Qué pasó ayer por la noche?

—Te desmayaste.

—¿Por qué? —Fruncí el ceño apartando mis ojos de los suyos, pero él no lo hizo.

—Después de leer las runas, perdiste fuerzas y caíste al suelo mientras corríamos de vuelta al coche.

Comencé a recordar todo. En mi cabeza se reproducían escenas de la noche anterior, como si fueran fotogramas de una película. Recordé que le había pedido a Harry que me soltara la mano, pero él me dijo que no me dejaría sola, y después ya no recordaba nada más, salvo la imagen de los dos niños peleándose. Aquello me resultaba vagamente familiar.

—¿Y cómo llegamos aquí? Es decir, ¿qué haces tú en mi habitación? —pregunté, y me volví a acercar a él.

—Conduje tu coche y te traje a tu habitación.

—Pero, Harry, tú no tienes el permiso de conducir. ¡Es peligroso! Podríamos habernos matado.

—Que no lo tenga no significa que no sepa conducir. Y, además, ambos estamos bien, ¿verdad?

Me abrazó una vez más y me quedé sorprendida. Me gustaba esa nueva faceta de Harry. Él era el sol que brillaba en la oscuridad de Greenwood, cálido y tímido; un rayo de luz. Sin embargo, su calidez no evitó que un escalofrío me recorriera el cuerpo al recordar lo ocurrido en el bosque.

—Leí las runas —susurré.

—Lo sé —respondió, y sentí su aliento en mi oreja.

—Tú no pudiste.

—Lo sé. Me asusté mucho, pensé que te había pasado algo grave, pero cuando te traje a tu casa y te dejé en la cama, vi que solo estabas dormida.

—¿Por qué me ha pasado esto?

Harry contestó sin ni siquiera mirarme.

—No lo sé.

—Pero esto es grave. ¿Y si es algo malo?

Se quedó en silencio y frunció los labios antes de mirarme.

—Lo descubriremos. —Cambió de tema—. Vamos a desayunar. Creo que tu madre ha preparado algo de repostería.

Bajamos las escaleras de mi casa hasta llegar a la cocina, y él no soltó mi mano en ningún momento. Todavía me desconcertaba que estuviese allí y que hubiese dormido en mi cama, conmigo. Quizá estaba preocupado por mi repentino desmayo y quería comprobar personalmente que estaba bien. No lo sabía, pero se lo agradecía. Sin embargo, me desilusionó pensar que posiblemente aquel no había sido nada más que un gesto amable, porque si lo que Thomas había dicho era verdad, él estaba saliendo con una chica.

—Buenos días, chicos —dijo mi madre con una sonrisa al vernos entrar por la cocina.

—Buenos días, señora Grimm —saludó Harry.

—Oh, por Dios, no me llames señora. Me hace recordar que tengo cuarenta y cinco años. Llámame Donna, es más informal.

Harry soltó una pequeña carcajada y se sentó a la mesa. Mi madre lo bombardeó con dulces.

—Está bien, Donna.

—Así me gusta. Esme, ¿ya te encuentras bien? Harry te trajo ayer diciendo que no te sentías muy bien y que te dormiste durante el camino de vuelta.

Asentí algo aturdida mientras me sonrojaba. Me alegré de que mi madre no hubiese puesto ninguna pega a que durmiera conmigo en mi habitación. Entonces recordé que siempre me intentaba emparejar con cualquier chico que se acercaba a mí. ¿Había algo más bochornoso que aquello?

Gracias a Dios, mi madre se marchó al comedor, y Harry y yo nos quedamos solos.

—¿Sabes qué? Creo que sería interesante ir a ver a Luna, la madre de Minerva —susurré mientras mordía la galleta. Harry se congeló en la silla.

No quise que mi madre nos escuchara. Conociéndola, si supiera que en realidad me había desmayado en el bosque después de leer unas runas, sin saber cómo ni por qué, me llevaría de cabeza al hospital y después Thomas discutiría la posibilidad de llevarme al circo y ganar algo de dinero con ello.

—¿Por qué crees eso? —musitó sin despegar los ojos de su galleta.

—Creo que el bosque es mágico y, bueno, la madre de Luna sabe de estas cosas, ¿verdad?

—Ya te he dicho que la magia no existe —respondió con el ceño fruncido.

Harry hizo añicos la galleta, tanto que solo quedaron unas migajas.

—¿Después de lo de ayer sigues creyendo que no existe?

—Lo máximo que hará Luna es leerte la mano, y nadie puede demostrar que lo que diga sea cierto. No hay pruebas.

—¿Cómo explicas que pudiera leer las runas? —insistí.

—No llevaba las gafas, posiblemente no lo vi bien.

—Una visita a Luna no hará daño a nadie.

Harry se quedó pensativo en su silla y se miró las manos, retorciéndolas y jugando con sus dedos.

—Hoy es lunes y ya no hemos ido al instituto...

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Clase? —lo interrumpí, y él soltó una carcajada.

—Hoy es Lunes, Esme. Tu madre me ha dicho esta mañana que me quedase contigo y que no me preocupase por mi madre, que la había llamado y le había explicado todo este lío.

—Bueno, pues ya que no hemos ido, podríamos aprovechar para ir a ver a Luna —insistí de nuevo.

—No lo sé, Esmeralda. No creo que sea muy buena idea.

Me quedé en silencio y observé su rostro. Apretó la mandíbula con fuerza. Lo único que se escuchaba era el sonido de su pesada respiración, y entonces pensé en por qué no quería ir a visitar a Luna.

—Es por Minerva, ¿verdad? —pregunté cruzándome de brazos en la mesa. Harry alzó la vista de inmediato y se sonrojó.

—¿Por qué dices eso? —murmuró, y volvió a apartar los ojos, esquivando mi mirada.

Me coloqué el pelo detrás de las orejas y contesté:

—Es obvio que a ti te gusta mucho Minerva, pero no sé por qué la evitas tanto. Díselo y ya está. Después de todo, te enamoraste de ella cuando tenías doce años.

—¿Por qué dices eso?

—Cada vez que hablas con ella o lo que sea, te sonrojas y la miras con ojos tristes, como si quisieras decirle algo, pero nunca no lo haces. Además, me dijiste que cuando tenías doce años te enamoraste de alguien, y que ella y tú erais amigos cuando erais pequeños.

Sus ojos verdes volvieron a posarse en los míos con determinación.

—Está bien, vayamos a ver a Luna. —Se levantó de la mesa—. Pero quiero que sepas que lo que pasó entre Minerva y yo no es lo que crees. Ahora voy a mi casa a cambiarme de ropa y vuelvo a por ti en diez minutos. —Se marchó de la cocina hacia la puerta de la entrada, pero antes de salir se dio la vuelta y me miró—. No esperes mucho de ella.


Quince minutos después, estábamos en la calle de camino a casa de Minerva. Aunque Harry no hablaba, sus ojos decían más de lo que se pensaba. Quizá había sido demasiado directa con lo de Minerva, pero quería dejar las cosas claras. No me apetecía verlo como un alma en pena cada vez que la mencionaba. Admitía que Harry era un chico guapo y atractivo, y Minerva también lo era, con su cabello rizado y grandes ojos marrones; harían una buena pareja. Si él estaba enamorado de ella, tenía que lanzarse y decirle que la quería. Y si aquello significaba que yo tenía que ayudarlo, lo haría.

Al cabo de un rato, llegamos a la tienda.

—Quiero advertirte que no voy a creerme nada de lo que diga Luna —dijo Harry después de un buen rato en silencio.

—Da igual, quizá nos diga algo que nos interese o que nos dé una pista. —Me encogí de hombros y él me sujetó la puerta.

—Sigo pensando en que todo lo que necesitamos lo encontraremos en el libro de mi padre y no aquí.

Rechistó y chasqueó la lengua.

—Te repito que no hay nada malo en echar un vistazo y charlar un poco con ella.

Observé la tienda. Me recordaba ligeramente a la de Portland, aunque no era tan extraña. Había figuras de budas y animales por doquier, pero hubo algo que realmente captó mi atención. Se encontraba en una esquina de la tienda. Estaba escondida y era bastante grande, debía de medir unos dos metros de alto. La mujer de la escultura vestía unas túnicas que le cubrían la mayor parte del cuerpo menos los brazos. En la cabeza llevaba puesto un casco y en la mano derecha aguantaba una espada. Un pequeño búho se posaba en su hombro derecho, mirando fijamente al infinito, mientras la cara de la mujer estaba ligeramente ladeada hacia la izquierda.

—Minerva, diosa romana de la estrategia en la guerra y la sabiduría. Siempre ha estado aquí —habló Harry, mirando la estatua con cierto respeto—. Vamos a buscar a Luna y acabemos con esto cuanto antes.

Asentí en silencio y pensé de nuevo en la posible relación de Harry con Minerva. Si lo que había dicho en mi casa era cierto, no habían tenido nunca ninguna relación sentimental. Sin embargo, la expresión en su rostro cada vez que la veía era algo innegable. Quizá mentía. Quizá le daba vergüenza admitir que le gustaba Minerva, pero no había nada de qué avergonzarse, porque, después de todo, aquello era absolutamente normal. Se conocían desde hacía muchos años y habían sido amigos cuando eran pequeños. Aunque aquella cicatriz y la historia del accidente que me contó Nora me dejó inquieta. ¿Y si los niños de mi visión en el bosque eran ellos dos ¿Minerva y Harry?

—Creo que Luna no está aquí —dije al darme cuenta de que la tienda estaba desierta.

—Es posible que esté arriba, en la casa. Espérame aquí, iré a mirar —respondió.

Harry desapareció por unas escaleras.

La tienda era pequeña y extrañamente acogedora. Al contemplar las imágenes de cerámica con forma de soles y lunas que colgaban en la pared, vi un cuadro apoyado en la esquina contraria a la de la estatua. La imagen mostraba un gran árbol de hojas de color esmeralda. Tres figuras humanas se encontraban frente a él, de espaldas. No se les veía el rostro. La pintura era oscura, aunque el árbol y las personas que había delante de él estaban iluminadas. Me acerqué a paso lento y observé los detalles; la pintura estaba rodeada por un marco rústico de madera con un decorado floral precioso y había un búho en la copa del árbol. En el lienzo también había una inscripción.

«El que lo lleva en sus ojos, la que lo recibe en su nombre y la que tiene la clave para entrar en él».

Con suma cautela, alcé la mano y acaricié la pintura.

—¿Esmeralda?

Luna me observaba desde el mostrador. No la había visto llegar. Había aparecido de la nada.

—Oh, señora Nox, pensaba que estaría en su casa. Harry ha ido a buscarla.

—¿Harry Sendler? —Arqueó una ceja y asentí—. ¿En qué puedo ayudarte?

—Pues... —¿A qué habíamos venido exactamente? Solo quería hablar con ella, así que dije lo primero que se me ocurrió—. Me gustaría que me leyera la mano.

Luna sonrió y me señaló el mostrador, donde me tendió una silla. Me senté en ella. Llevaba un colgante de un búho alrededor del cuello. Era evidente que Minerva era su hija; eran muy parecidas. Aunque los ojos de Luna eran de un color ámbar muy amarillento, casi daban miedo. De repente, cerró los ojos, me tomó la mano derecha entre las suyas y me acarició suavemente la palma con las yemas de los dedos, como si estuviera concentrándose en algo. Pronto los volvió a abrir y sonrió.

—Esmeralda. La que lleva el color del bosque en su nombre, la chica que se marchó del sur para venir a Greenwood —susurró. Desvió la mirada de nuevo a mi mano—. Hay algo que te preocupa, ¿no es así? Algo que tienes muchas ganas de saber pero temes cuestionar. Dime, ¿me equivoco? —Negué con la cabeza y ella volvió a sonreír—. Veo ambición en la palma de tu mano, aunque tienes muy buena intención. No quieres desaprovechar tu oportunidad y ser una insensata, como hizo otra persona no hace mucho tiempo. Tu línea de vida es larga, vivirás bastantes años. Pero, sin embargo, la del amor es corta, aunque profunda. Eso significa que hay alguien que pronto llegará a tu lado, y esa persona te ha querido y te querrá durante mucho tiempo. Tienes suerte, no como yo... —dijo con cierta ironía—. Pero no hablemos de mí, hablemos de Esmeralda Grimm. ¿Qué te preocupa, aparte de lo que quieres saber con todo tu ser? ¿Alguien me había querido durante mucho tiempo?

Pero eso era imposible. Nunca había tenido novio y apenas conocía a ningún chico. Solo a Thomas y a Harry. Pero aquello no era lo único que me preocupaba.

—¿Es posible que el bosque sea mágico? —pregunté en un susurro y agaché un poco la cabeza. Luna hizo lo mismo.

Sus ojos ámbar me miraron fijamente y un escalofrío me recorrió el cuerpo entero, desde la cabeza a los pies. Luna esbozó una ligera sonrisa.

—Nada es lo que parece en Greenwood.

—Entonces es verdad...

—Creo que tú ya sabes la respuesta —respondió sin dejar de sonreír. Alzó la vista y giró la cabeza hacia atrás—. Y tú también lo sabes, ¿a que sí, Harry?

Levanté la vista hacia las escaleras y vi que nos estaba observando apoyado en la barandilla de metal.

—Ya le estás llenando la cabeza de tonterías, ¿verdad, Luna? —dijo Harry entre risas, y bajó las escaleras corriendo. Llegó a mi lado a la velocidad de un rayo.

—Cuánto tiempo sin verte, Harry. Pensaba que nunca me harías una visita —contestó con cierto recelo.

—Sabes muy bien por qué no vengo —respondió él cortante, y enseguida me miró a los ojos—. ¿Nos vamos?

Asentí sin saber muy bien qué debía decir, porque Luna y Harry conversaban con cierta familiaridad.

—Dame la mano.

—No creo en estas cosas —contestó Harry.

—Ya te di en una ocasión una razón para creer, y quiero volver a leerte la mano. Ahora.

—Tenemos prisa, en serio.

—Dame la mano —repitió Luna.

Harry bufó, se acercó al mostrador y le tendió la mano. Puso los ojos en blanco y ella le dio un golpe en la cabeza. Harry gruñó y Luna volvió a cerrar los ojos mientras le acariciaba la palma con las yemas de los dedos, justo como había hecho conmigo. Él se removió inquieto. Parecía que quería zafarse de ella lo antes posible. Harry frunció el ceño sin despegar la vista de Luna. Entonces, ella abrió los suyos y lo miró.

—Veo que continúas con tu idea de descubrirlo. Pero has cambiado de táctica, ¿eh?

¿Lo sabía? ¿Luna sabía lo que Harry había descubierto sobre Melissa? ¿Sobre el libro?

—Sabes que lo haré.

Harry se liberó de Luna. Vi que tenía la palma de la mano roja, parecía que Luna le había levantado la piel.

—No lo harás si no abres los ojos y miras quién hay a tu alrededor.

Harry se quedó en silencio y miró a otro lado, cruzándose de brazos. Tuve la sensación de que sabía de quién hablaba, pero no quise arriesgarme.

—No quiere escucharme —musitó él entre dientes, y se dio la vuelta.

Me agarró del brazo y tiró de mí para salir de la tienda, pero la voz de Luna nos sorprendió a ambos.

—En el fondo, ella lo sabe.

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