#ProyectoPlaya

By paulavelc8

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Esta es una historia que esconde más de lo que pueda parecer a primera vista. Con unas vacaciones en la playa... More

Carla
Iván
Carla
Carla
Iván
Iván
Iván
Carla
Carla
Carla
Ana
Iván
Carla
Carla

Ana

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By paulavelc8

— ¡Vaya! —exclama Ale nada más atravesar el umbral de la puerta—. André no exageraba. Este sitio es increíble

No le falta razón. Parece que estemos en la mejor discoteca de la ciudad un sábado por la noche. El salón de baile es mucho más grande de lo que imaginaba. En el centro se congregan varios grupos de personas de diferentes edades, repartidos desde la inmensa ventana con vistas al mar que ocupa todo el extremo izquierdo, hasta la plataforma en la que está subido un tipo con una camisa de flores toqueteando una mesa de mezclas. Las enormes lámparas de cristal que cuelgan del techo están ahora apagadas, y la poca iluminación de la sala proviene de unos cañones de luz de colores situados junto a la mesa del dj que, a intervalos, enfocan la pista de baile y a toda la gente que está allí.

Una canción sin letra comienza a sonar por los altavoces y todo mi cuerpo retumba al ritmo de la batería. Sonrío como una idiota. Cojo a mis amigas de la mano y las insto a buscar un sitio para dejar los bolsos y ponernos los tacones de nuevo.

Marta ha sido la encargada de salir de casa con un bolso de tamaño gigante para guardar ahí los tacones y poder escalar sin problemas la pared trasera del hotel. Debo reconocer que ha sido un poco más complicado de lo que pensábamos por la poca visibilidad y porque ninguna de nosotras es aficionada a los deportes de riesgo. Subir varios metros en vertical sin un arnés y con un vestido completamente escotado por la espalda que apenas me tapa los muslos, no ha sido la mejor experiencia de mi vida. Pero ya estamos aquí. Y tengo intención de disfrutar a tope nuestra primera noche de vacaciones.

Cuando por fin veo una esquina vacía cerca de la entrada, me lazo hacia ella como lo haría un jugador de rugby. La gente a mi alrededor me mira como si estuviera loca y yo les contesto con una mueca burlona. Dejamos las cosas en la mesa baja que hay y nos sentamos en las sillas de alrededor para calzarnos.

Acabo la primera. Cojo un billete de mi cartera y me pongo en pie.

—Voy a la barra —anuncio por encima del volumen de la música—. ¿Os pido lo de siempre?

—Lo mío sin alcohol.

Miro a Carla como si se le acabase de separar la cabeza del cuerpo. Ella chasquea la lengua.

—Aún es pronto y no todas tenemos tu aguante.

Marta y Ale asienten y se suman a su petición.

—Pues sí que empieza bien la noche —me quejo alejándome de allí.

Localizo la barra, por encima de la multitud, al otro lado de la pista de baile. Está iluminada por unos fluorescentes de luz tenue que permiten ver las botellas que hay ordenadas en las estanterías de metal. Me hago paso a codazos y pisotones para llegar hasta allí. La gente baja la cabeza, malhumorada, pero yo suelto un gruñido y vuelven a lo suyo. Es una de las cosas malas que tiene mi estatuara; para la gente que mide más de un metro sesenta soy invisible.

Cuando por fin llego, veo a una camarera rubia atendiendo a una pareja de ancianos que no oyen bien a casusa del volumen de la música. Ella les grita para que se enteren de lo que les está diciendo y ellos responden algo que no tiene que nada que ver con la conversación. No puedo evitar reír ante la escena.

— ¿Qué te pongo?

Otro de los chicos que hay detrás de la barra llama mi atención. Aprieto los labios con fuerza para disimular la carcajada y me vuelvo a hacia él.

—Un ron–cola y tres coca–colas. A secas —añado—. Mis amigas son una panda de aburridas.

El chico sonríe por del puchero que hago y extiende una mano hacia mí.

—Ya veo. ¿Me enseñas tu tarjeta, por favor?

Me quedo quieta un momento. ¿En serio me está pidiendo el DNI? Entiendo que mi estatura pueda confundir a veces, pero tengo veintitrés años, por dios. Solo de pensar que tengo que atravesar otra vez la marea de gente me mareo.

—Tengo el DNI en el bolso pero te aseguro que soy mayor de edad.

El chico tose para disimular la sonrisita que se le ha formado en los labios y me mira de arriba abajo. Se detiene unos segundos de más en el escote de mi vestido negro y yo me cruzo de brazos. Vuelve a mirarme a los ojos con una expresión divertida.

—No lo dudo. Pero yo me refería a la tarjeta del hotel. Se la dan a todos los huéspedes al mismo tiempo que la llave de la habitación. Sin esa tarjeta no vas a poder consumir nada en toda la noche.

Creo que se puede apreciar lo pálida que me quedo incluso con esta pobre iluminación. ¿Una tarjeta? André no nos dijo nada de ninguna tarjeta.

El camarero me mira fijamente y, poco a poco, su cara va cambiando. Ya no parece el tipo alegre y divertido de hace unos segundos. Su expresión se está volviendo desconfiada. Frunce el ceño y me vuelve a mirar de arriba abajo, pero sé que esta vez no lo hace para observar mi cuerpo y mi vestuario, sino para ver si le resulto familiar.

Trago saliva y mis ojos vuelan de un lado a otro, buscando cualquier manera de escapar de esta situación. El camarero abre la boca para decir algo y al mismo tiempo extiende el brazo izquierdo para llamar la atención de la chica que estaba atendiendo a la pareja de ancianos.

Estoy a punto de echar a correr y volver con las chicas cuando una mano se posa en mi hombro.

—María, te estaba buscando. Cómo vas a pedir nada si tenía yo la tarjeta en el bolsillo del pantalón.

Un chico alto de pelo castaño claro me tiende un trozo negro de papel plastificado. Tiene el nombre del hotel y un número escrito en letras doradas.

—Ponle lo que haya pedido —le dice el desconocido al camarero.

Él sigue desconfiando, se lo noto, pero al tener la tarjeta encima de la barra no hay nada que pueda hacer o decir. Se da la vuelta y comienza a preparar las bebidas.

Tarda menos de un minuto en dejar los cuatro vasos encima de la barra. El desconocido coge dos y yo los otros dos.

—Gracias —susurro mientras le guio hacia la especie de reservado del que nos hemos apropiado.

—De nada. Te he visto a lo lejos y me ha parecido que había algún problema.

—Lo cierto es que me has salvado —admito—. Por cierto, no me llamo María.

El chico echa la cabeza hacia atrás y suelta una carcajada. Yo me quedo embobada viendo cómo sube y baja su pecho a causa de la risa. Antes los nervios no me han permitido fijarme en él, y ahora que lo hago me doy cuenta de que no está nada mal. Medirá cerca de un metro noventa, que lejos de desagradarme, me encanta; tengo debilidad por los chicos altos. Bajo la camisa informal que lleva puesta, se adivinan unos pectorales bien definidos. Y por si eso no fuera suficiente para darme cuenta de lo en forma que está, sus bíceps están ahí para recalcarlo. Su pelo castaño, ahora revuelto, cuenta con algunos mechones más claros, y sus ojos, de un color parecido, me miran divertidos.

—Es el primer nombre que me ha venido a la cabeza. Creo que es el más común en España, tenía bastantes posibilidades de acertar —para un segundo en medio de la pista y me mira a los ojos—. Me llamo Iván.

—Ana.

Me acompaña hasta nuestra mesa, pero antes de llegar Carla sale a nuestro encuentro y me quita los vasos de la mano. Sin mirar siquiera a mi acompañante, vuelve corriendo con las demás y se deja caer en la silla. Le da un golpe a su teléfono móvil que bien podría haber rajado la pantalla, para después guardarlo en el bolso de Marta de malas maneras. Veo como le da un gran sorbo a mi bebida, y acto seguido, coge las manos de Ale y Marta y las saca a bailar.

—Y esas son mis amigas —río ante la cara de confusión de Iván.

El asiente sin decir nada. Nos acercamos a la mesa y dejamos los otros dos vasos encima. Cojo el mío y le doy un trago.

—Dime una cosa —dice de pronto—, os habéis colado, ¿no?

Toso cuando el líquido se me va por el otro lado. Alcanzo una servilleta y me limpio la boca. Cuando me giro para mirar a Iván, tiene una sonrisita de suficiencia en los labios.

— ¿Qué?

—No hace falta que disimules. Mi amigo y yo tampoco hemos entrado por la puerta —señala a un chico casi tan alto como él que está en la barra—. Lo que no sé es como sabíais dónde estaba la entrada secreta.

Lo miro un momento con los ojos como platos. Luego bajo la vista y le pego otro trago a mi bebida. Cuando levanto la cabeza él me sigue mirando con la misma sonrisa de antes. Suelto un suspiro.

—Nos lo ha dicho esta tarde un camarero en un restaurante —confieso en voz baja.

—André —le oigo decir entre dientes.

— ¿Lo conoces?

—Trabajó aquí el primer año que nos colamos en esta fiesta. Nos pilló por no tener tarjeta y tuvimos que contarle cómo habíamos entrado.

—Vaya, un delincuente reincidente.

Él se ríe por lo bajo. Podría acostumbrarme a esa risa y a la forma en la que se estremece su cuerpo con ella.

— ¿Cuánto tiempo os vais quedar?

—Todo el verano. Los dos meses completitos. Hemos alquilado un apartamento aquí cerca. ¿Tú vives aquí, en Verlán?

Él asiente y sonríe. Se pone en pie y saca de uno de los bolsillos delanteros de su pantalón la tarjeta que me ha salvado antes. La deja encima de la mesa y me guiña un ojo.

—Si tú o tus amigas queréis algo más, esto os lo conseguirá.

Da un paso para alejarse hacia la pista de baile, pero me levanto y le sujeto por la muñeca.

—Espera. ¿Y tu amigo y tú? Este pequeño tesoro es vuestro.

Se da la vuelta y me mira fijamente con una sonrisa traviesa. Retrocede un par de pasos hasta colocarse a mi altura. Contengo la respiración cuando se agacha, muy despacio, y su sonrisa se ensancha volviéndose tremendamente peligrosa.

—No te preocupes. Si en un rato la necesito, te encontraré.

***

— ¡No podíamos habernos colado en un sitio mejor! —grito cuando llego a la esquina de la sala que se han agenciado las chicas—. Voy al baño, que con tanto cubata gratis voy a explotar.

— ¡Buena suerte! —grita Marta para hacerse oír por encima de la música—. Ale y yo hemos ido antes y había una cola de quince minutos.

— ¡No jodas! —me giro hacia el extremo opuesto de la habitación donde se encuentran los cuartos de baño. Desde aquí no se ve ninguna fila—. Bueno, da igual. Me colaré. Seguro que están tan borrachas que ni se enteran.

—Claro, no como tú.

—Ya te gustaría tener mi aguante —le guiño un ojo y doy media vuelta.

El camino hasta los baños resulta ser más complicado de lo que pensaba. Son las cuatro y media de la mañana y ha llegado ese momento en el que el dj decide descansar unos minutos de las más de dos horas que llevamos escuchando reggaeton y música electrónica, y pone la típica canción de verbena de pueblo que viene con coreografía de serie.

Me abro paso entre la gente que lo da todo en la pista y llego a la zona de los baños sin que me hayan tirado nada por encima de milagro.

Cuando miro al frente, el rostro se me descompone. Me encuentro al final de un amplio pasillo del mismo color que el salón de baile. El suelo de madera está aquí enmoquetado, dándole un aire más serio. En la pared derecha hay algunos cuadros un tanto extraños que representan lugares de Verlán—el puerto, la Gran Roca, lugares que ya no existen que fueron sustituidos durante la expansión del pueblo—, en la izquierda una puerta de madera con la palabra empleados escrita en un letrero azul. Y al final de todo, dos puertas con los típicos dibujos de un hombre y una mujer grabados en la madera. Y entre ellas y yo unas quince mujeres de todas las edades.

— ¿En serio?

Suspiro sonoramente y me acerco hasta la última persona de la fila. Observo a esas chicas. Como bien había deducido antes, no están demasiado sobrias. Incluso hay algunas sentadas en el suelo con la cabeza apoyada en la pared; creo que están dormidas. Quizás si no hago ruido...

—Si quieres te puedo colar en el baño de chicos —me susurra al oído.

Pego un brinco y me doy la vuelta para encontrarme unos ojos divertidos a tan solo un palmo de los míos.

— ¡Iván! —le pego un manotazo en el hombro—. Me has asustado.

—Me sentía solo en la pista de baile —hace un mohín.

Pongo los ojos en blanco y sonrío. Después de dejarme la tarjeta encima de la mesa me he acercado hasta mis amigas para anunciarles que no nos íbamos a gastar ni un céntimo esta noche. Creo que el suspiro general que han soltado podía oírse por encima de la música. He bailado con ellas durante un rato, hasta que mis ojos se han topado con los de Iván. Él me estaba sonriendo y yo he fingido no verle. De reojo, he visto cómo se echaba a reír y le decía algo al oído a su amigo para, acto seguido, caminar directamente hacia mí. Desde ese momento y hasta hace unos minutos, hemos estado bailando los dos juntos.

—No creo que este sea el estilo de música que te gusta.

—Tú no me conoces —cruza los brazos sobre el pecho y finge enfadarse—. Soy un apasionado de las coreografías grupales. Bailo La Macarena que da miedo.

—Eso seguro —vuelvo a sonreír—. Oye, ¿y no prefieres esperar a que pongan otra vez reggaeton para sacarme a bailar?

Dirijo una mirada significativa a su entrepierna. Sí, ahí sigue, donde la he dejado hace un rato. Iván sigue la dirección de mis ojos y estalla en una carcajada.

—Ya te lo he dicho: te echaba de menos.

—Ya lo veo.

Los dos nos devolvemos una mirada llena de intención. Iván abre la boca para decir algo, cuando un grito de emoción escapa de mis labios. Al parecer el dj está de vuelta.

— ¡Me encanta esta canción! Llevaba toda la noche esperando a que la pusieran. Mis amigas y yo la bailamos en todas las discotecas.

Doy un salto y una palmada al mismo tiempo que el cantante comienza a entonar el estribillo. Me giro en dirección a la fila de chicas que esperan para entrar en el baño y comienzo a contonearme. Muy despacio al principio, y con más fuerza cuando llega el momento álgido de la canción.

En mitad de mis movimientos noto algo duro a mi espalda y recuerdo que he dejado a Iván ahí. Opto por fingir que no me he dado cuenta y sigo bailando, esta vez mucho más sensual y provocativa.

Descubro que mi estrategia ha tenido éxito cuando siento como Iván se tensa a mi espalda. Apuesto a que si no estuviera la música tan alta podría escuchar perfectamente cómo inspira con fuerza. Sonrío para mí y sigo bailando, restregándome contra él.

Sus manos no tardan ni diez segundos en sujetarme firmemente por la cintura y acercarme aún más a él. Ahora puedo sentirla perfectamente. Su erección se pega a la parte baja de mi espalda y yo aprovecho para agacharme, tocar la moqueta con las manos y subir muy lentamente hasta quedar erguida.

—Ana... —le oigo decir entre dientes.

Hago caso omiso y sigo restregándome contra él hasta que termina la canción.

Es entonces cuando me giro, despacio, con la expresión de no haber roto un plato en mi vida, y le miro. Aún mantiene sus manos en mi cintura, y sus ojos, antes marrones claros, ahora parecen el más negro de los chocolates.

—No sabes lo que estás haciendo —susurra mirándome fijamente.

— ¿Yo? Si solo estaba bailando mi canción favorita —finjo una inocencia que no he tenido en la vida.

—Ana...

Con un movimiento rápido que no me espero me estampa contra su cuerpo. Su erección se me clava en el vientre y soy consciente entonces de lo excitado que está. Sonrío. Me encanta. Yo le he provocado esto. Tengo delante a un tío de casi metro noventa y espalda de nadador respirando entrecortadamente y más duro que una piedra.

Divertida, paso mi mano por encima del bulto de sus pantalones y remato con un suave pellizco. El leve espasmo que consigo a cambio me sabe a gloria.

— ¡Dios! ¡Me cago en...! —suelta dando un paso hacia atrás y sujetándome con fuerza las muñecas— Ven conmigo.

Me río mientras me arrastra por el pasillo en dirección a la pista de baile. Por un momento creo que ha perdido la cabeza y estoy a punto de quejarme, cuando frena en seco delante de la puerta de empleados. Me suelta y observo sorprendida como, con manos temblorosas, le da la vuelta al cartel azul y rescata una pequeña llave plateada que estaba pegada con celo.

— ¿Haces esto muy a menudo? —pregunto divertida.

—Es solo para emergencias —contesta con la respiración agitada al tiempo que intenta introducir la llave en la cerradura, sin éxito.

— ¿Y esto lo es?

—No lo sabes tú bien.

—Una idea me hago —me río por lo bajo.

No puedo evitar echar una rápida mirada a sus pantalones. Sí, definitivamente es una emergencia.

Disimuladamente, cierro las piernas y aprieto los muslos. Tengo mucho calor y no es por la cantidad de alcohol que he ingerido esta noche. Estoy excitada, para que voy a mentir. Siempre que activo el modo provocador para encender a un chico, acabo yo igual o peor que él; es un efecto secundario no del todo desagradable.

Por fin, Iván consigue atinar con la llave y abre la puerta de golpe. Me coge de la mano y me introduce rápidamente en el interior del baño de empleados. Cuando los dos estamos dentro, cierra la puerta con llave y la deja puesta en la cerradura. Supongo que es un buen método para que nadie nos interrumpa.

Oigo una especie de gruñido y antes de que me dé cuenta Iván estampa mi espalda contra una de las paredes y me acorrala colocando sus brazos alrededor de mi cabeza. Sus ojos se clavan en los míos con una intensidad abrumadora y siento cómo me tiemblan las rodillas.

—Así que... Este es tu lugar secreto —me burlo con la respiración entrecortada.

—Cállate —contesta divertido.

Acto seguido acerca su rostro al mío y se abalanza sobre mis labios. Yo le respondo, aliviada, y no tardo ni dos segundos en abrir la boca. Su lengua se introduce en mi interior y juega con la mía. Instintivamente alzo mis brazos y me agarro a su cuello. Pero enseguida me doy cuenta de que eso no es suficiente. Coloco mis manos en su pelo y con suaves tirones le obligo a acercarse más. Iván no se queja. De hecho, parece que él también necesita desesperadamente más contacto.

Aún con las manos apoyadas en los azulejos de la pared, da un paso al frente, abriéndome las piernas y colando su rodilla entre ellas al mismo tiempo que profundiza el beso. Su lengua se mueve ahora despacio, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo.

Pero yo no quiero más tiempo. Lo necesito ya.

Suavemente atrapo su labio inferior entre mis dientes y tiro de él alejándome de su boca. Como respuesta Iván se acerca aún más a mí y presiona con su rodilla ese punto entre mis piernas que lleva llamándolo a gritos desde hace un buen rato.

—Ah... —escapa traicioneramente de mis labios.

Echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos. Ya he dejado de sentir el frío de los azulejos en mi espalda desnuda. Ahora mismo solo puedo ser consciente del sonido de nuestras respiraciones y de mi deseo, que va en aumento a cada segundo que pasa.

Iván me sube el vestido hasta la cintura y lentamente introduce sus dedos en mi ropa interior. Muy despacio, los pasea por mis labios hasta llegar al centro de mi humedad. Cierro los ojos con más fuerza que antes y me obligo a no emitir ningún sonido. No después del gemido que me acaba de arrancar. No hasta que sea yo la que silencie los suyos, uno a uno, contra mi boca.

Él se da cuenta de lo que estoy haciendo. Hunde la cabeza en el hueco de mi hombro e inspira con fuerza. Siento su sonrisa burlona como si me la hubiera grabado a fuego en la piel y cierro los ojos con tanta fuerza que empiezo a ver puntitos negros bajo los párpados.

—Veo que tú también te lo has pasado bien esta noche.

—Me gusta la fiesta —me obligo a mirarle.

— ¿Y yo? ¿Yo no te gusto? —repite el mohín que ha fingido en el pasillo.

—Eres lo menos malo que había.

Ríe entre dientes y niega con la cabeza. Parece que hemos invertido los papeles: él está tranquilo y burlón, con un brillo divertido en los ojos, mientras que yo estoy a punto de perder la cabeza.

Iván me mira a los ojos sin dejar de sonreír y, con un movimiento rápido, introduce un dedo en mi interior. Aprieto los labios con fuerza para evitar que me vuelvan a traicionar y cojo aire por la nariz. En un lugar alejado de mi mente oigo su risa. Sabe que en este juego, que no sé muy bien cuándo ha empezado, va ganando.

No sé de dónde saco la fuerza de voluntad necesaria para llevar las manos a su cinturón y desabrochárselo en una milésima de segundo, pero cuando oigo su exclamación de sorpresa sé que he hecho bien.

Sin que me dé tiempo a reaccionar, Iván me baja las bragas negras de encaje y me coge a pulso para sentarme en la encimera de los lavamanos. Doy gracias a los cielos porque no sea de los que rompen la ropa interior en un arrebato de pasión. Rápido se lleva la mano a los bolsillos del pantalón y busca desesperadamente hasta que saca un paquetito plateado que no tarda en abrir. También doy gracias por eso. Yo nunca salgo de fiesta sin preservativos en el bolso, pero ahora mismo mi maravilloso clutch está en la especie de reservado del que se han apoderado las chicas.

Instintivamente me arrastro por la fría superficie hasta quedar en el borde. Iván, por su parte, se apresura a bajarse el pantalón. Me hace gracia que sus bóxers sea del mismo color que mi ropa interior. Pero no digo nada. Me mantengo en silencio y observo cómo los desliza también por sus piernas, liberando una erección que no desmerece en absoluto con lo que había imaginado.

Él se da cuenta de que observo su miembro fijamente, impaciente, y sonríe burlón. Yo me humedezco los labios con la lengua cuando Iván, muy despacio, se coloca el condón. Acto seguido agarra con fuerza su erección y la dirige a mi sexo. La apoya en mi entrada y yo cierro los ojos, esperando la primera estocada. En cambio, siento como, lentamente, pasea la punta por mis pliegues, esparciendo mi humedad y volviéndome loca. Se demora todo lo que quiere y más, y yo siento cómo me hierve la sangre en las venas. Cuando por fin llega al vértice de mis piernas, un relámpago me recorre entera y abro los ojos de golpe. Iván me está mirando fijamente, la mandíbula tensa y el pecho subiendo y bajando a una velocidad de vértigo.

En seguida comprendo que está intentando arrancarme otro gemido. Echo una rápida mirada a la mano con la que sujeta su miembro, temblorosa, y vuelvo a fijar mis ojos en él.

—No merece la pena —jadeo.

Él entiende a la primera lo que le digo y vuelve a colocar su dura erección en mi entrada. Sin previo aviso empuja sus caderas con fuerza introduciéndose en mi interior por completo. Los dos soltamos una exclamación al mismo tiempo.

Echo la cabeza hacia atrás y mi corta melena negra me hace cosquillas en la espalda. Vuelvo a incorporarme para mirarle a la cara. Tiene en los labios una sonrisa de suficiencia que desearía poder borrar de un plumazo.

Empieza a moverse con la violencia de quien lleva horas esperando el alivio. Sale del todo de mí y vuelve a introducirse con furia. Dentro, fuera; dentro, fuera.

Durante una de sus embestidas siento que resbala con demasiada facilidad debido a mi excitación así que contraigo mis músculos internos antes de que se vuelva a colar en mi interior.

— ¡Joder! —grita cuando entra en mí con la misma intensidad que hasta ahora y se encuentra con esa resistencia— Como sigas haciendo eso...

No le dejo terminar la frase. Comienzo a contraer los músculos de mi vagina rítmicamente, haciendo presión sobre su pene, cada vez más hinchado. Sonrío ampliamente cuando veo la reacción que le provoco: aprieta tanto los dientes que temo que se rompan; sus ojos están cerrados con fuerza; y lo mejor, un grave gruñido reverbera en su garganta.

Pero mi triunfo no dura demasiado. Iván abre los ojos de golpe. Me dirige una mirada encendida que no sé identificar, y que tampoco me da tiempo a intentarlo. Antes de que me dé cuenta, entierra su mano entre mis piernas y comienza a dibujar círculos sobre mi clítoris hinchado. Ahogo un jadeo y me arrastro todavía más hacia el borde de la encimera.

Cuando se asegura de que yo estoy tan perdida como él, empieza a moverse de nuevo con un ritmo mucho más rápido que antes. Vuelvo a echar la cabeza hacia atrás. Ya no me importa que él gane este increíble juego de provocación al que llevamos jugando mucho rato, demasiado. Gimo con fuerza con cada una de sus embestidas, e Iván tampoco se corta.

Siento cómo mis músculos se tensan y sé que estoy a punto. Iván también lo nota y acelera sus embestidas a un ritmo que no creía que fuera capaz de imponer. Su mano también se mueve con rapidez entre mis piernas y yo siento que me ahogo. Con la mano que tiene libre me agarra de la barbilla y me obliga a levantar la cabeza. Me mira solo un instante antes de lanzarse a por mi boca. Yo le respondo, sin ser consciente del todo de mis movimientos.

Al cabo de un minuto noto cómo se hincha dentro de mí. Rompo el beso y le miro, desesperada. Él entiende lo que quiero decir sin necesidad de palabras, y acelera el movimiento de sus dedos al tiempo que aumenta la presión. Me mira con una intensidad que me hace imposible mantenerle la mirada y cierro los ojos, dejándome arrastrar por las sensaciones.

De pronto siento un hormigueo que nace donde nuestros cuerpos se unen y se va extendiendo por todas mis extremidades.

— ¡Dios! ¡Ah...!

Iván me besa para acallar mis gritos y pronto me doy cuenta de que también lo hace para silenciar los suyos.

Todavía no han terminado mis espasmos cuando él apoya su cabeza en el hueco de mi hombro y empieza a jadear con fuerza mientras el orgasmo le recorre de arriba abajo. Sus piernas apenas le sostienen y su cuerpo tiembla con violencia. Con un par de estocadas finales termina de vaciarse.

Aún con la cabeza enterrada en mi hombro y sin salir de mi interior, me acaricia la espalda desnuda con delicadeza. Yo agradezco ese contacto y cierro los ojos mientras me termino de recuperar.

Unos minutos después, Iván sale de mí. Aún un poco atontada, observo cómo se quita el preservativo, le hace un nudo y lo tira en la papelera que hay debajo de la encimera. Yo me apresuro a bajar, intentado no desequilibrarme, y me subo las bragas. Cuando Iván sale del baño yo ya estoy mirándome al espejo y colocando cada pelo en su lugar. Veo cómo sonríe a través de su reflejo.

—Para ser lo menos malo de la fiesta creo que te lo has pasado bastante bien —dice, recuperando la pulla de antes.

No puedo evitar contagiarme de su sonrisa. Me doy la vuelta despacio y apoyo las manos en la encimera. Lo miro de arriba abajo. Ahora que vuelvo a estar de pie frente a él parezco un pitufo.

—Nah... Solo fingía para no herir tu frágil ego masculino.

—Ya... ¿Y esos gemidos que he escuchado?

—He oído que la rubia de la barra tiene un gato. Eso habrá sido.

Iván estalla en una carcajada mientras niega con la cabeza y se pasa una mano por el pelo, revolviéndolo más si cabe.

Lentamente se acerca a mí con una sonrisa lobuna que hace que me estremezca. Agachándose, se coloca a la altura de mi cara y susurra:

—He ganado.

Trago saliva sin apartar la mirada de esos ojos marrones que vuelven a tener el color de siempre.

—No sé de qué me hablas.

—Lo sabes perfectamente.

Cierro los puños con furia cuando una sonrisa socarrona aparece en sus labios.

—La próxima vez no te lo pondré tan fácil —suelto sin pensar.

Inmediatamente me doy una bofetada mental. ¿Es que el orgasmo me ha desintegrado todas las putas neuronas? Me maldigo una y mil veces cuando veo cómo se ensancha su sonrisa.

—Te tomo la palabra.

Tan rápido como ha empezado esto, se acaba. Iván se dirige a la puerta y gira la llave.

—Cuando termines cierra la puerta con llave y vuelve a esconderla detrás del cartel, ¿vale?

— ¿Para que mañana vuelvas a repetir esto con otra turista borracha? —pregunto burlona.

—Ana... —suspira y baja la cabeza. Cuando la vuelve a levantar tiene otra vez esa maldita sonrisa en la boca— Lo que hemos hecho aquí no creo que pudiera repetirlo con nadie.

Y sin dejar de sonreír, abre la puerta y desaparece de mi vista. ¡Cómo odio y adoro esa sonrisa a partes iguales!

***

Vuelvo con las chicas cuando la pista de baile se ha vaciado considerablemente. Echo un vistazo a mi reloj y me sorprendo al ver que pasan de las seis. Va a amanecer dentro de nada.

— ¿Tanta gente había en la fila del baño? —me pregunta Marta cuando llego al reservado.

—Bueno...

Abre los ojos como platos y me examina de arriba abajo.

— ¡No! —se pone las manos en la boca y ahoga una risita.

Yo me río a modo de respuesta.

—Os lo cuento de camino a casa.

Esas palabras parecen revivir a Alejandra que estaba casi dormida en una de las sillas. Me mira con los ojitos entrecerrados y una sonrisa plantada en sus labios. Carla está a su lado, dando vueltas a un vaso de tubo donde, imagino, había unos hielos, ya derretidos. Me acerco hasta ella y le agarro del brazo. Las cuatro salimos sin problemas por la puerta principal del hotel y nos encaminamos en dirección a la que va ser nuestra casa durante los dos próximos meses.

Primera noche superada con nota.

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