A la medida (HP AU)

By rantingcat

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Martín es un jugador profesional de Quidditch con un futuro prometedor y buenos amigos que no siempre parecen... More

Uno
Dos

Epílogo

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By rantingcat


Manuel la va a buscar justo a la hora, de hecho, probablemente llegó un poco temprano, a juzgar por el tamborileo nervioso que hace con las llaves del auto que arrendó. Tiene puestos los pitillos que le regaló para navidad, y esas zapatillas terribles que guarda desde el colegio, con la suela toda rayada en letras de canciones que Tiare nunca ha querido escuchar. Sabe que la izquierda tiene un nombre escrito también, pero prefiere pretender que no está ahí, porque ni siquiera de niña le pareció un buen chiste, y ahora que es una adulta le avergüenza imaginar siquiera la cara de su hermano cuando recibió ese regalo en particular.

Manuel tiene la cara afeitada también, y ella sabe que es solo por ella, porque la va a buscar, porque sabe que no soporta esa barba de dos días que se deja cuando está trabajando demasiado. Ese pensamiento la hace sonreír, de la misma manera que habría sonreído hace años, cuando aún era una niña y Manuel aún vivía con la familia.

Aun así, ya no es una niña, y tiene un diploma para mostrarlo, aunque Manuel no pudo asistir a la ceremonia. Ese es el problema de Castelobruxo, —piensa, acarreando su maleta fuera del bus con un bufido exasperado— está lejos, y es muy complicado llegar.

Pero eso nunca más va a ser un tema para ella.

Se despide de beso en la mejilla con todo el mundo, riéndose entre promesas que no debería hacer realmente, porque ella sabe, más que ninguna otra persona, lo difícil que es mantenerse en contacto con la gente cuando están a más de una llamada de distancia. Por eso mismo se preocupa de dar abrazos y repartir buenos deseos, porque quizá no los vuelva a ver, y ha pasado tantos años con las mismas personas que la sola idea le duele.

Manuel la mira todo el tiempo, con una media sonrisa que le recuerda a su padre, y Tiare se la regresa, haciéndole un gesto con las manos y un "¡Ya voy!" silencioso con los labios.

No cree demorarse tanto, es solo un par de despedidas más, unas promesas vacías por aquí y por allá, y unas conversaciones importantes que quedan a medio terminar, antes de que regrese al lugar original, con las manos en la maleta, lista para ir al departamento vacío de Manuel, y luego de vuelta a la casa en Santiago a esperar que comience su nueva vida.

No cree demorarse tanto, pero cuando se voltea, Manuel ya no está solo en el asiento, ni tamborilea las llaves contra su pierna. Está riéndose, con un vaso de café en una mano y Martín Hernández al lado, hablándole tan cerca que algunas de las señoras que pasan los quedan mirando.

El problema con Castelobruxo es que está demasiado lejos, y su hermano odia escribir cartas.

Tiare los mira unos segundos antes de empezar a avanzar de nuevo, decidida a hablar con Manuel apenas tenga la oportunidad.

— ¿Te despediste bien? Si querí' te espero otro rato —le dice Manuel, a modo de saludo, aunque igual se levanta a darle un beso en la mejilla.

— No, si ya terminé —responde, sonriéndole. Manuel asiente nomás, guardándose las llaves en el pantalón. — ¿Quién es tu amigo?

Tiare ve a Martín fruncir el ceño, y se aguanta las ganas de sonreír, porque aún es demasiado temprano, y su hermano parece al borde de la risa también, aunque duda que sea por las mismas razones.

O quizás sí lo es, quizá ambos están pensando que ella debe ser la única que no reconoce a Martín como una figura pública hoy en día.

— Es Martín, mi amigo del colegio ¿te acordai? —dice Manuel por fin, carraspeando, y ahora es a él a quién Martín mira con el ceño fruncido, mascullando algo que Tiare no intenta entender.

— Ah, tu ex. —corrige, en voz alta, y Manuel carraspea, mirando discretamente alrededor, como si no hubieran estado pegados hace dos segundos.

— Su pololo, de nuevo —interrumpe Martín por fin, sonriendo con burla.

Es atractivo, Tiare puede admitir eso mientras lo saluda. Huele bien, y probablemente se preocupa mucho más por su ropa y su pelo que Manuel, pero aún así no le gusta. Aún cuando vio los posters de cuerpo completo que tenían algunas de sus amigas, aún cuando lo ha visto jugar y sabe que es realmente bueno.

Aún cuando Manuel parece feliz mientras caminan al auto, no le gusta.

Nunca le ha gustado, en verdad.


Tiare recuerda mejor que nadie el primer año que Manuel pasó en la casa, principalmente porque ella estuvo en casa también durante ese verano, mirándolo consumir libro tras libro, hasta que ya no quedaba nada que no hubiese leído en la biblioteca de la casa.

A veces jugaban juntos en sus consolas muggle, o estudiaban juntos también; Manuel era el único dispuesto a pasar tardes enteras intentando enseñarle encantamientos avanzados, y ella se lo pagaba obligándolo a acompañarla a practicar pociones, los dos escondidos en el quincho del patio, rodeados de todas las protecciones que a Manuel se le habían podido ocurrir, porque en realidad ninguno era particularmente dotado en esa área, y a Tiare le gustaba experimentar.

Era agradable tenerlo ahí para variar, hasta que ya no estaba.

Todos los días, a eso de las siete de la tarde, Manuel se encerraba en la biblioteca, con los libros y la chimenea. Nunca salía antes de las diez, pero cada vez que lo hacía, parecía estar en un peor humor del que había tenido al entrar. Pasaba del encierro de la biblioteca al encierro en su pieza sin decir una palabra, y al día siguiente, el proceso se volvía a repetir.

Su madre decía que era una fase, que se iba a estabilizar todo cuando encontrara algo en lo que ocupar su tiempo, además de obsesionarse con el novio. Su padre opinaba que debería ir a buscar otro novio, porque el rucio (como lo llamaban en la casa) probablemente no iba a volver, si era tan buen jugador como decían en la radio.

Su tío, que se encargaba de cuidar la parcela allá en el sur, pero venía de vez en cuando a pasar semanas enteras en la biblioteca buscando quién sabe qué, se reía sin humor, y a diferencia de todos los demás, se sentaba frente a Manuel a decirle que estaba perdiendo el tiempo.

— Necesitas algo tuyo, y el rucio no es tuyo. —decía él, y Manuel fruncía el ceño, pero nunca le decía que no. — Él tiene algo suyo allá, por eso se fue ¿o no?

Tiare nunca se metía en esas conversaciones, incluso si tenía sus propias opiniones, y Manuel parecía aliviado en verdad cuando se sentaba al lado de ella y en la mesa, libre de todos los comentarios bien intencionados de la familia.

— Gracias por no decirme nada —había dicho, durante una tarde especialmente mala, justo dos días antes de que Tiare tuviera que irse al colegio— De verdad.

— Está bien —dijo ella, sin despegar la vista de la pantalla. Estaba terminando la etapa ya y no quería distraerse en medio de la pelea.

Manuel se había sentado como indio a su lado, mirándola jugar en silencio. Tiare había supuesto que estaba haciendo hora, pero cuando dieron las siete y no se levantó, tuvo que voltearse a mirarlo, frunciendo el ceño.

— ¿Qué te pasa?

— ¿Qué debería hacer, según tú?

Manuel y ella nunca habían tenido una mala relación antes, porque Manuel era callado y ella era muy pequeña, y porque sus padres siempre tenían algo más que hacer, además de mirarlos a ellos. Siempre había algo más en la casa, algo más en el trabajo, algo más que hacía que Manuel terminara leyéndole cuentos antes de dormir.

Aun así, había una línea, entre no tener una mala relación y hablar de cosas reales. Podían hablar, siempre habían podido, hablar de juegos, de libros, de películas y materia, pero jamás habían hablado de la realidad antes, ni siquiera cuando sus padres habían empezado a dormir en camas separadas.

Simplemente no era algo que hicieran, hasta ese día.

— Deberías dejarlo, él decidió irse.

Se sintió un poco como estar en una novela, solo que si hubieran estado en una, habrían escuchado la música triste, y Manuel habría llorado en su hombro, quizá le habría hecho cariño en el pelo y luego se habrían quedado dormidos, hablando de cualquier cosa, o algo así.

En vez de eso Manuel asintió y se quedó sentado a su lado hasta que dieron las diez, mirando ausente hacia la pantalla del televisor.

Cuando volvió el siguiente verano, Manuel pasaba la mayor parte del tiempo en la parcela del sur, y solo venía a la casa semana por medio, cargado de libros nuevos. El siguiente verano, Manuel había estado en casa, pero mustio y aburrido. Habían hecho pociones juntos, y habían explotado un par de veces el quincho, pero nada duraba lo suficiente como para distraerlo de verdad.

A veces llegaban cartas de sus amigos, y Manuel partía a Brasil, pero siempre volvía en un humor extraño, uno o dos días después. En esas ocasiones Tiare lo encontraba sentado en el patio, mirando el cielo como si esperara ver algo más que nubes y sol.

Se había quemado varias veces ya, haciendo eso.

— ¿Qué haces? —había preguntado ella un día, sentándose a su lado con una sombrilla y un vaso de té helado.

— Me escondo.

— ¿Por qué?

— Porque todos quieren hablar del futuro —había respondido él, sonriéndole a medias.

— Ah, es entendible... pero no estás muy escondido acá. Yo te encontré altiro. —respondió Tiare, mirándolo con el ceño fruncido. Manuel solo se había reído, y luego le había dado la razón, sin moverse un centímetro.

Al final, el siguiente verano fue más de lo mismo, entre visitas de su tío, y opiniones de todos los que tuvieran boca para opinar. Todo el mundo tenía algo que decir sobre Manuel a esas alturas, y Tiare casi no se sorprendió cuando, al llegar del colegio, no encontró a su hermano en ningún lugar.

— Se fue a Europa con tu tío, querida —había dicho su madre, ofreciéndole un plato de tostadas y té, aunque Tiare siempre tenía el estómago revuelto después de viajar por portkey. — Fue a estudiar.

Tiare había intercambiado un total con treinta cartas con Manuel, durante los años que estuvo fuera del país, pero cuando su mamá le había preguntado si había podido contactar con él, luego de que su tío regresara solo, ella había dicho que no.

Justo como Manuel le había pedido.


Usualmente no le gusta estar ahí cuando Manuel pasa tiempo con sus amigos, pero hoy es un caso especial, así que cuando su hermano le pregunta si quiere almorzar con ellos, Tiare asiente, y lo deja llevarla a su tienda.

Sigue igual de pequeña y disimulada que la primera vez, aunque las escobas en las vitrinas han cambiado, y hay gente entrando y saliendo del lugar. Casi se siente mal de constatar que el letrero que hizo para Manuel sigue colgado afuera, porque siempre pudo haber hecho uno mejor, pero ahora es demasiado tarde, porque Manuel jamás lo va a bajar de ahí.

La cocina está tan alargada que hay partes donde el espacio se ve extraño, como si lo hubieran transfigurado mal, y Tiare trata de quedarse cerca de Manuel, evitando a toda costa mirar mucho esos lugares, por miedo a provocar ella misma que la ampliación colapse, con el puro poder de su miedo.

Nadie más parece notarlo, Miguel va pasando platos y platos de comida, mientras Sebastián y su novio los reparten por la mesa. Victoria está ahí también, hablando con una mujer que Tiare no reconoce, y que probablemente se siente igual de perdida que ella, a juzgar por las miradas indecisas que le lanza a los presentes. Casi tiene ganas de ir a hablarle, pero no es tan sociable, y de todas formas, tiene a Manuel al lado, preguntándole por el colegio y por sus planes para las vacaciones.

Lo único bueno de los amigos de su hermano, es que se puede reír libremente, de cualquier cosa, y ninguno le dice nada. Todos parecen satisfechos estando ahí, incluso Julio, que de vez en cuando le conversa un poco. Le habla más sobre el pasado que otra cosa, y Tiare lo deja, porque el pasado es la única cosa que tienen para conversar en realidad.

Al final de la comida, Miguel saca el postre y una botella de vino. Las copas aparecen frente a todos en segundos, y Luciano se ríe desde el fondo de la mesa, diciendo que alguien debería dar un discurso.

Martín, que está al otro lado de Manuel, le grita por querer figurar, y pone la mano encima del hombro de su hermano.

— Tiene que ser Manuel, boludo.

— Ah, ¡Si, si! Anda, Manu, levántate —dice Miguel, sonriendo malicioso cuando pone la botella en frente. — Hagamos un brindis.

Victoria se ríe, apoyándolos a gritos mientras su novia la mira, toda sonriente. Incluso Sebastián parece contento con la idea, porque eso es otra de las cosas que une a los amigos de su hermano, todos tienden a ser desagradables cuando se juntan.

— No hueón, comamos nomás. —gruñe Manuel, recibiendo un coro de abucheos.— Qué mierda les pasa si la hueá no es evento.

— Solo hazlo, Manuel, que se va desarmar el postre con el calor —alega Miguel, con un corito de asentimientos y "¡eso, eso!".

Manuel la mira suspirando, pero Tiare solo se encoge de hombros, porque son sus amigos, y no hay nada que ella pueda hacer para defenderlo de eso.

Ninguno de los dos tiene legeremancia, al menos no que Tiare sepa, pero Manuel parece entenderle, porque lo siguiente que hace es rendirse. Manuel carraspea con la mano contra la boca, aunque no se levanta de su lugar, y sus amigos se hacen callar unos a otros mientras esperan a que empiece el dichoso discurso.

— Bueno... —comienza, recibiendo algunas risas. Tiene las orejas rojas, y desde donde Tiare está, puede ver como Martín sonríe al mirarlo, totalmente concentrado, a diferencia del resto de sus amigos. — Ya, pucha, es que tu erai' la última que quedaba en el colegio —dice, mirando a Tiare con una sonrisa avergonzada. — Y la idea era celebrarlo, porque esta vez de verdad terminó la etapa. No hay más hermanos chicos, y ninguno de los presentes pretende tener hijos todavía.

Tiare escucha las risas, y uno que otro comentario sobre ser poético, seguido de algunos intentos por hacer silencio, pero nada de eso se registra en su cerebro, porque Manuel le está ofreciendo la copa y la botella con una sonrisa que parece estar pidiendo perdón.

— Y ya no te voy a ir a dejar al bus todos los años. Hueón, probablemente ninguno de nosotros va a volver a ir a ese terminal. Y como no pude ir a ver tu ceremonia de egreso, quería hacerte algo, pero estos hueones se sumaron sin preguntar.

En su ceremonia, la directora había dado un discurso largo, que probablemente había sido escrito antes, y detallaba cada una de las cosas que habían sido antes de entrar al colegio y todo lo que eran luego de terminarlo, listos para unirse al resto de los magos en Latinoamérica, y todo el mundo, si así lo deseaban.

Había hecho llorar a varias de sus compañeras y compañeros, e incluso su madre había parecido algo conmovida al respecto, aunque Tiare jamás estaba segura de qué parte de las cosas era la que realmente conmovía a su madre. ¿El discurso, el uniforme, el festín? No había forma de saberlo.

Había sido un buen discurso, y Tiare había aplaudido, pero lo hubiera cambiado por el de Manuel sin siquiera pensarlo, si se lo hubieran ofrecido.

Habría cambiado la presencia de sus dos padres, por tener a Manuel ahí mirándola conseguir el diploma.

— Que eres hueón —dice, riéndose bajito y dejando la copa y la botella en la pesa para poder abrazarlo.

Manuel se ríe, igual que sus amigos, y Tiare escucha las botellas abriéndose, y copas chocando, pero no se voltea a ver qué pasa en la mesa.

— Oye, yapo, ¿no quieres vino elfico? Es un buen año, dulcecito. —murmura Manuel, tocándole apenas la espalda con unas cuantas palmaditas. — Lo compré pa nosotros, pero estos hueones se lo van a acabar si no nos servimos.

Tiare lo suelta luego de un rato, y cuando voltea, su copa esta ahí, esperándola, llena de un líquido transparente que huele a fruta y alcohol. Manuel está diciéndole a Julio de dónde sacar las otras botellas, así que no la ve refregarse el ojo.

El que sí la ve es Martín, que le ofrece una servilleta con una sonrisa cómplice.

Tiare siente como toda su sangre va a su cara en cosa de segundos, concentrándose en sus pómulos y sus orejas, igual que Manuel, igual que su madre también. Piensa brevemente en tirarle el vino en la cara, pero al final desiste, porque sería un desperdicio.

El vino elfico es su favorito, a fin de cuentas.

La primera vez que Manuel llevó a Martín a la casa lo presentó como un amigo, y fue durante las vacaciones de invierno de su último año. Tiare acababa de entrar a Castelobruxo, y ya los había visto caminar tomados de la mano en el pasillo, pero no dijo nada para desmentir a su hermano.

Los nervios de Martín duraron casi las dos semanas que pasó con ellos, al menos cuando trataba con sus padres. Tiare lo había mirado tartamudear durante al menos tres minutos intentando decir la profesión de su papá durante la primera cena que habían tenido todos juntos, y para suerte del argentino, esa había sido la única.

La segunda vez que Manuel les llevó a Martín, lo llevó como su novio, y sus papás le tomaron atención realmente por primera vez. Tiare supuso que Martín no se había dado cuenta, y que Manuel no le había dicho nada, pero a causa de él tuvieron varias cenas todos juntos, y salieron a la playa durante una semana entera.

Su mamá fue la primera en decidir que ahora Martín se llamaba el rucio , y le había agarrado cariño rápido, porque siempre le habían gustado los rubios, según ella. Su papá solo la había mirado un rato, antes de volver al periódico mágico que estaba leyendo.

— Es de buena familia —había ofrecido, aparentemente satisfecho con el pololo de su hijo.— Además, parece talentoso.

Ni Manuel ni Martín habían estado presentes para esa conversación, porque ese día habían ido a pasear juntos por el centro justo después del almuerzo, para aprovechar Viña del Mar según ellos. Era la primera vez que Martín había salido de Santiago, en sus visitas a Chile, y aunque Tiare dudaba de que su hermano fuera el mejor guía turístico de la historia, habían decidido ir a perderse en el centro.

En ese entonces, ella había estado de acuerdo con sus padres. Martín era simpático y guapo, como los miembros de las bandas extranjeras que le gustaba escuchar, pero la mejor parte era que hacía reír a Manuel, y lo sacaba a explorar la ciudad sin nada más que un mapa mágico, sus varitas y el celular, y a esa edad, la idea le había parecido irresistiblemente romántica.

Habían visto a Martín en otras ocasiones después de eso, pero nunca por demasiado tiempo, y el día que se había ido a Norteamérica, Tiare había decidido que quizá no era tan romántico, eso de la aventura en un país extranjero.


El vino elfico puede tener varios sabores. A veces es frutal, como el que consiguió su hermano, y a toda la gente le sabe a una fruta distinta. Para ella es chirimoya, siempre lo ha sido, pero para Manuel es manzana verde, y así sucesivamente, todas las personas tienen un vino distinto en verdad, por eso es fácil embriagarse con vino elfico, porque es dulce y si compras varias botellas sin mirar el año, puedes tener tantos sabores que al final se te olvida que es alcohol.

Tiare lo sabe bien, lo ha experimentado ella misma, y aún así no deja de tomar hasta que uno de los amigos de su hermano anuncia que se acabó la última botella. Luciano se deja caer sobre la silla, medio derrotado con la botella vacía en la mano, y Sebastián se ríe nomás, haciéndole cariño en el pelo como si fuese lo más normal del mundo.

Probablemente lo es, pero Tiare no soporta verlo durante mucho rato. Hay algo, en su interacción fácil y amorosa, que le revuelve el estómago.

Por el otro lado de la mesa, Miguel está entonando una versión irreconocible de un clásico peruano, o eso dice él al menos. Victoria está intentando conectar un viejo karaoke sin mucho resultado, y su novia le hace fiesta a Miguel, marcando con las palmas un ritmo que solo ella entiende.

Manuel, a su lado, los mira a todos con los mismos ojos distantes que solía usar para ver el cielo en verano, moviendo de un lado para otro lo que le queda de vino en la copa.

— De verdad traté de decirles que no era necesario que vinieran. Quería hacerlo en el departamento, los dos nomás, porque sé que no te gustan tanto —dice, bajito, pero a Tiare no le sorprende. Así habla Manuel cuando está intentando decir cosas importantes. — ¿Estás enojada?

— No. —responde ella, encogiéndose de hombros. Al otro extremo, Victoria alza un grito de triunfo, y un poquito después empieza a sonar la música. — Está bien, no son tan malos.

— ¿Ni siquiera Martín? —pregunta Manuel, con un deje risueño en la voz, y Tiare busca con la mirada la cabeza rubia del argentino, pero no está en ningún lado.— Está bien, oh, si fue al baño.

— Me da lo mismo el rucio, tú sabes lo que haces.

Manuel se ríe cuando la escucha, y Tiare no puede evitar sonreír, porque seguramente es la única que le ha dicho eso en su familia. Quizá es la única que lo ha dicho en general, pero viendo a los amigos de su hermano, duda que cualquiera de esas personas tenga la validez moral para decir algo sobre las decisiones de Manuel.

Su madre le ha dicho, en más de una ocasión, que lo que en realidad pasa es que le tiene preferencia a Manuel, y Tiare siempre le dice que no, porque ella de verdad piensa que Manuel sabe lo que hace, independiente de los malos o buenos resultados que tenga.

Tiare está convencida de que si Manuel se tira de un barranco, va a hacerlo sabiendo perfectamente lo que implica caer.

— ¿Lo has llevado a la casa? —pregunta luego de un rato, viendo a Manuel tensarse de a poco, como una máquina antigua.

— No, pensaba invitarlo cuando te vayamos a dejar ¿Te tinca?

— Ya, pero quiero un portkey propio.

Ya es de noche para cuando los amigos de Manuel empiezan a irse. Tiare los ve meterse, uno a uno, por la chimenea improvisada que hay ahora al fondo del patio. Se dice que va a preguntar por eso en algún otro momento, porque hasta donde ella recuerda, Manuel odia la red flu, pero no se han vuelto a quedar solos desde que los demás se fueron.

Martín y Manuel conversan entre sorbos de té helado, y ella pretende ver su celular mientras los mira, esperando ver algo distinto, aunque no está segura de qué es. Su conversación se mueve entre las anécdotas de Quidditch de Martín y los pedidos más extraños que le han llegado a Manuel ahora que su tienda salió a la luz, pero también hablan de lo que acaba de pasar, de la novia de Victoria, de las canciones de Miguel, del vino, de lo que van a hacer en navidad.

No tiene nada de interesante, y de hecho es un poco incómodo, pero Tiare no puede dejar de escucharlos, e incluso se ríe de vez en cuando.

Martín la mira cada vez que pasa, como atraído por el ruido, y le sonríe con sus dientes blancos y sus ojos verdes, como un niño emocionado por la atención. Ella trata de devolverle el gesto como puede, porque Manuel está ahí, mirando todo con esa media sonrisa ausente que pone cuando cree que nadie lo está mirando a él.

No tiene nada en contra de Martín, no realmente, pero aun así le cuesta trabajo acostumbrarse a verlo ahí, cuando solo debería estar su hermano.

Ya son casi las once cuando Manuel por fin considera que están lo suficientemente sobrios para aparecerse. Tiare lo mira maldecir mientras intenta deshacer el hechizo de extensión en la cocina, y cuando por fin lo logra (luego de al menos cinco minutos maldiciendo la mala transfiguración de sus amigos), se voltea hacia ella, ofreciéndole su brazo casi sin pensar.

Martín llega justo para verlos, con la maleta de Tiare en una mano y unas bolsas en la otra.

— Voy ir sola, Manuel, si para algo saqué la licencia —dice ella, negando con la cabeza. No es su intención sonar irritada, pero a juzgar por la cara de Manuel cuando retrae el brazo, eso es exactamente lo que hace.

— Dale —carraspea Manuel luego de un rato, mandándole una mirada irritada a Martín, que hace un pobre esfuerzo por controlar su risa. — El otro día moví un poco los muebles de tu pieza, así que mejor te apareces en la cocina ¿ya? Te espero allá.

Manuel se desaparece con un crujido, y Tiare casi se siente mal por rechazarlo.

— ¿Vas a ir al departamento tú también? —le pregunta a Martín, enarcando una ceja cuando lo ve sacar su varita.

El argentino la mira confundido unos segundos, antes de adoptar una expresión avergonzada que le recuerda a la primera vez que lo vio en la puerta de su casa, con los pantalones del colegio y una maleta con ruedas en la mano.

— ¿Si? —Pregunta, riéndose incómodo. — ¿Es un problema?

Está tentada a decirle que sí, pero sería una mentira, y hay algo en la expresión de Martín que le impide decirlo.

Tiare siempre ha sabido que su versión de la historia no está completa, porque cuando Manuel habla lo hace por pedazos, y siempre se salta los detalles más importantes. Él siempre ha hablado así, como pretendiendo no decirle nada en realidad, y ella jamás se lo reclamó.

Supone que si iba a hacerlo, debió haber sido hace años, cuando Manuel le pidió su opinión por primera vez. Debió haberle preguntado por la historia entera, y por todos esos detallitos que se perdieron en las palabras de su hermano.

— No, está bien. —dice por fin, encogiéndose de hombros. — ¿Quieres ir conmigo?

Tiare le ofrece el brazo, más o menos de la misma forma en que Manuel lo había hecho con ella antes. Está segura de que no es necesario, y está a punto de retractarse cuando Martín le toma el brazo, encogiéndose de hombros.

— Tu hermano se va a sentir. —le dice, y Tiare se ríe casi sin querer, porque probablemente sería cierto, si no fuera porque es Martín.

Al final, supone que, si tiene un punto débil por su hermano, no puede evitar tener un punto débil por Martín también.

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