Tú, nada más © ¡A LA VENTA!

By Themma

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Marcel; indiferencia. Anel; fragilidad. Sin saberlo viven escondidos en sus propias sombras, en sus mundos... More

Tú, nada más.
1. Sin remordimientos.
2. Entorno negro.
3. Condiciones.
5. No es una cita.
6. Nada más.
7. Vivir el momento.
8. Trampa agria.
9. Respuestas.
Puntos de venta en Latam y España.
│Play list│
*Galería*

4. Juego extraño.

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By Themma

CANCIÓN:  The Killers - Shot at the night.


Obsesionado, incluso molesto, pasó los días siguientes. La chica no le respondía los mensajes, tampoco las llamadas. Por si fuera poco, la buscó con la mirada en más ocasiones de las que algún día aceptaría. Nada, sus amigas ahí estaban, todo parecía normal, pero Anel y su delgaducha figura, ni rastro.

El viernes por la mañana, fumando mientras discutían por algo sin sentido Lalo y él, mientras Rodrigo los escuchaba tomando de su café a las casi siete de la mañana, la vio pasar. Iba bien cubierta por una chamarra, aferraba su mochila por el hombro, sus piernas vestidas con un jean y sus pies por unas botas afelpadas. Parecía un osito, pensó sonriendo.

— ¿Escuchaste?, imbécil –giró irritado.

— ¿Qué rebuznas, animal? –Lalo rodó los ojos.

—Este dice que no irá al Chanté. Vanesa y él –juntó sus dedos burlonamente Rodrigo. Marcel rio con descaro alzando las cejas dándole un par de golpes en la espalda notoriamente alegre. Sí, de pronto, sin más, se sentía entusiasta.

—Venga, dale con todo, Tigre –lo alentó carcajeándose.

Durante la mañana no se la topó y es que el campus era tan grande que tampoco era extraño pasar un par de días sin ver a algún amigo, o conocido. Sin embargo, daría con ella y le preguntaría por qué mierdas no le contestaba las llamadas. Aún tenía en el frigorífico el estúpido bote de helado sabor cereza que creyó, le gustaría. ¿Por qué lo hizo? Ni puta idea. Simplemente se detuvo en una nevería conocida y lo pidió, luego se encontró guardándolo ahí, por si ella deseaba un poco.

¿Le gustaba esa chiquilla? ¡Por Dios, claro que no!, pero sus labios se sentían como satén deleitoso cada que los atacaba y algo en su presencia lo hacía sentirse... necesario. Aunque si era sincero, eso último era una babosada, más de tres días sin que diera señales de vida le dejaba bien claro que esas eran sus putas fantasías, no la realidad.

Subió las escaleras de dos en dos, casi corriendo. La estuvo esperando abajo por más de media hora. Nada. Sabía que estaba en ese jodido edificio pues nuevamente se cercioró, como detective profesional en el que se estaba convirtiendo, que iba hacia allá. Se asomó en cada piso, al llegar al cuarto la vio. Le daba la espalda, estaba medio encorvada recargando su abdomen en el barandal de cemento. No traía puesta la enorme indumentaria que por la mañana la hacía parecer un... ¡Bah!, en ese instante tan solo llevaba un suéter de punto color celeste y su cabello recogido en esa sencilla trenza.

En serio era muy delgada. Desde atrás se veía con claridad cómo se le marcaban las costillas a pesar de no ser ajustado lo que llevaba puesto, aunque de alguna manera creía que con más masa muscular encima, seguiría siendo escueta, pero bien proporcionada.

Sacudió la cabeza haciendo a un lado sus tarugadas. Parecía concentrada. Curioso notó que llevaba una cámara en la mano y buscaba, ahí, en el exterior desprovisto de edificios, algo. Escuchó los "clic" más de una vez. Se movía poco, pero con gracia, delicadamente, suave. Ladeó la cabeza recargándose en el muro. Sacó un cigarrillo y al hacerlo, ella se enderezó y giró asustada.

Le dio una calada estudiándola. Aferraba el artefacto blanco con una de sus pequeñas manos mientras pestañeaba descolocada acomodándose los lentes, nerviosa.

— ¿Huyes de mí? –La desafío fumando otra vez al tiempo que entornaba los ojos. Ella negó acomodando un mechó de su cabello que cubría parte de su mejilla. De pronto un cardenal un tanto amarillento y no muy grande, llamó su atención. Estaba justo en la comisura de su labio. Acortó la distancia. Anel dejó de respirar al verlo moverse—. ¿Qué te pasó? –La cuestionó ya a un centímetro de su rostro. Dio otra calada y lo apagó con el pie intrigado. La chica iba a tocarse cuando él lo hizo primero generando que el ambiente, ahí, en pleno edificio, donde el aire entraba de forma brusca y fresca, se sintiera denso, espeso. Anel se alejó de su tacto y lo rodeó notoriamente nerviosa.

—Caí –agarró sus cosas que descansaban junto a un muro con la intención de bajar, de...

Su mano enredada en su muñeca, la detuvo.

— ¿Por eso desapareciste? –murmuró pegándola con indolencia a su cuerpo aferrándola por el vientre. Tan solo con sentir su pequeño trasero adherido a su hombría, ardía. ¿Qué mierdas tenía esa niña que lo encendía como una caldera? Ella gimió quedamente, él apretó un poco más, siguió un quejido. ¿Dolor? Aflojó su amarre haciéndola virar. Sin preguntarle hundió su boca en la suya. Ya no aguantaba un puto minuto más sin hacerlo. La joven, como solía, no se opuso. Aferró su mano al tiempo que colocaba su palma sobre su hombro y lo recibía desprovista de timidez, pero sin dar más—. ¿Estás mejor? –quiso saber entre besos ardientes. Anel emitió un sonidito nasal de aceptación—. Te llevo –anunció dando un paso hacia atrás.

— ¿A tu casa? –indagó esa vocecilla que comenzaba a conocer, peor, a echar de menos durante esos días. Era casi un susurro, delicada, cantarina. No podía concebir que hablara de otra manera.

— ¿A dónde más? No somos nada, ¿recuerdas? Me vería ridículo invitándote a comer –no sabía por qué decía esas estupideces cada que la tenía cerca, pero es que su existencia ya, para esas alturas, lo confundía tanto que se encontraba furioso, frustrado, molesto y ansioso, casi todo el tiempo.

Él no era buena compañía, no deseaba ni querer, ni que lo quisieran, no obstante, toda la situación con Anel le parecía tan absurda como deliciosa. El que ella se dejara llevar, el que nadie supiera lo que en realidad ocurría entre ambos, el que muriera por besarla cada puto minuto, el que eso se estuviera tornando un juego tan extraño que no paraba de pensar en ello, el que ella fuera consciente de que entre ambos no ocurriría nada salvo eso y continuara ahí. Dios, lo enloquecía.

—No tengo hambre –expresó secamente la joven. Un tanto confuso arrugó la frente, esa chiquilla tenía un problema con el sueño y con la ingesta, decidió notando otra vez esas ojeras, que no eran tan pronunciadas como la última vez que la vio, aunque las líneas rojas bajo sus ojos, sí.

—Vamos –sin decir más descendieron, él al frente con ella un par de metros por detrás. Más de media hora después llegaron.

Ni bien cerró la puerta cuando volvió a besarla. Se estaba convirtiendo en adicción cruel, desesperada. La pegó a la pared con brusquedad invadiendo su interior con lujuria. Anel ladeó el rostro quejándose. Marcel la observó deseoso.

— ¿Qué? –Sus delicados labios temblaban—. ¿Te lastimé? –Interrogó ardiendo por dentro, jadeando debido al desenfreno.

—Yo... sí –musitó avergonzada. Marcel se alejó un poco más frotándose la cara. ¡Ah! Debía refrescarse, tampoco era un mandril, aunque si no se echaba agua fría en el rostro seguro se convertiría en algo peor. No sabía qué le había ocurrido, pero evidentemente no fue tan leve y no deseaba dañarla más.

—Hay helado en la nevera... Ahora vengo –Anel lo observó irse frustrado con las manos en los bolsos del jean y doblar a la derecha varios metros más adelante. Iba a su habitación. Dejó salir el aire contenido y de pronto su pequeña tripa rugió. Se llevó una mano al abdomen sonriendo. No sabía por qué, ahí, en ese sitio, se sentía a salvo, más segura que en cualquier otro a pesar de que ese chico era osco, seco, duro, cruel muchas veces.

Anduvo hasta el frigorífico cuando su vista se topó con un frutero que tenía manzanas, duraznos y... plátanos. Sin dudarlo agarró uno sintiéndose famélica y comenzó a engullirlo. Dios, eso era celestial. Silencio, nadie que la acosara, que le... gritara que... De pronto recordar lo ocurrido en esos días le estrujo los pulmones.

Llegó justo cuando terminaban de cenar su madre y ese... ya no sabía ni que adjetivo ponerle. En cuanto la vio, dejó su servilleta de lino sobre la mesa, los gritos comenzaron. Que dónde estaba, que si creía la casa era un hotel, que no se mandaba sola, que si no acataba las normas la conocería, que... Miles de tonterías tuvo que escuchar mientras la aferraba con fuerza por el brazo. Aún tenía marcadas sus huellas, aunque ya no dolían.

—Mamá, me lástimas –le dijo en susurros. La mujer bufó como si estuviese harta. Lo cierto es que sabía muy bien Anel que estaba molesta porque algo ocurría con Alfredo, seguro discutieron pues él ni la veía mientras la retaba. Había llegado de su viaje horas atrás y siempre le daba los mismo donde estuviera, así que tampoco le creía toda esa letanía.

—Deja a Anel en paz, no desquites tus frustraciones con ella –ordenó con voz queda desde la silla su marido, con tono amenazante. Analí exhaló más rabiosa.

No, no de nuevo, cuando discutían las cosas se ponían aún peores.

—Es mejor que me vaya a mi habitación –dijo de pronto en voz baja Anel miedosa de lo que ahí pudiera ocurrir. Analí con los dientes apretados le dio una sonora bofetada que logró tumbarla justo al filo de la escalera que daba a una terraza. Cayó pegándose primero con un mueble en una de las costillas para luego descender varios peldaños golpeándose en varias partes del cuerpo.

Su madre la observó llena de ira desde lo alto, con la mirada desorbitada. Las lágrimas salieron sin poder evitarlo. Alfredo, que no perdió el tiempo, bajó corriendo y la levantó con cuidado no sin antes rozar su pecho con la mano. Deseaba gritar y por Dios que lo hacía en su interior. Se sentía al borde del colapso encerrada en un agujero con rejas y doble candado del que no lograba salir, menos porque la cerradura le era invisible, la oscuridad le impedía verla, ni siquiera saber si existía.

— ¿Estás bien? –asintió intentando alejarse, quitando sus manos asquerosas de su cintura. Lo odiaba, la odiaba y se odiaba.  Su alma rota, vencida sentía que ya no lograría jamás curarse, levantarse y pelear.

— ¡Déjala!, claro que está bien –bramó Analí desde lo alto mientras Anel se limpiaba las húmedas mejillas. ¿Por qué ya no la quería como antes? ¿Por qué... la veía con aberración, con rencor?

—Estás fuera de tus cabales, mujer –rugió Alfredo subiendo los peldaños y confrontándola.

Anel permaneció ahí, sintiendo cada uno de los raspones que la cantera le dejó, eso sin contar el dolor en uno de los costados, el filo del mueble se incrustó en alguna parte de su tórax y dolía como los mil demonios. Pero nada era peor que saberse lastimada de nuevo por ella, rechazada por quien le dio la vida, por quien solía mimarla, adorarla, aceptarla.

—Soy su madre, sé cómo educarla. No te metas –lo desafió. Cleo y Ary aparecieron de pronto. Su hermana bajó corriendo y se puso a su lado asustada al tiempo que la pegaba a su cuerpo sin comprender qué había ocurrido ahí.

— ¡¿Qué pasó?! Any, ¿estás bien? –No lograba emitir sonido.

—Tropezó. Cleo, llama al médico y tú, a la habitación. ¡Ahora! –exigió Alfredo dirigiéndose a su esposa. No dejaba opción a "no". Esta giró y avanzó orgullosa sin voltear una sola vez.

Entre ellas dos, y otra chica del servicio la pusieron cómoda sobre su cama. El doctor llegó unos minutos más tarde. Después de inventarle que resbaló por las escaleras, curó los raspones, que eran varios, y encontró un gran golpe en el costado, después de asegurarse de que no fuera fractura, le recetó descanso forzoso unos días. Su madre presenció todo mirándola amenazante, pues no deseaba que dijera en algún momento qué fue lo que en realidad ocurrió y a pesar de que el médico insistió en que lo dejasen solo con la paciente, no sucedió.

Analgésicos, noches incómodas, lágrimas y tristeza profunda, fueron sus acompañantes. Ary la iba a ver por la mañana y pasaba por la noche, sin embargo, la sentía tan ajena a ella que no se atrevía a contarle nada, eso sin contar las represalias que sufriría si se le ocurría. Aun así, su hermana mayor la intentaba distraer y le prometía que en cuanto terminara sus estudios vería la forma de que salieran de ahí pues aunque no sabía lo que ocurrió, sí estaba harta de la tensión en la que vivían.

Anel se sentía tan vacía, tan lejana, que no parecía siquiera escucharla. Alfredo la llenó de flores y chocolates que dejó en una esquina aborreciéndolos, no obstante, solo entraba cuando su madre lo hacía por las noches, un par de minutos.

Para el viernes no se sentía bien del todo, pero deseaba salir. No soportaba el encierro, esas paredes la consumían, le hablaban y le recordaban a cada momento lo patética que era, lo poco que valía, lo sola que estaba.

— ¿Así que el plátano está en la lista de lo que sí comes? –Anel salió de sus pensamientos. Ya iba terminando el segundo y ni siquiera se había percatado—. Por lo menos es una fruta... —soltó entrando a la cocina y abriendo el frigorífico. Sacó unos recipientes, los metió al microondas y después fue por un plato. Ella permaneció en su mismo sitio solo que ahora giraba observándolo moverse con esa seguridad que la llamaba—. Es lasaña ¿quieres? –Le preguntó sin verla.

—Yo...— sin esperar respuesta agarró otro plato.

—Comerás, un puto plátano no alimenta a nadie –la chica abrió los ojos, Marcel era un mandón, comprendió recargando sus manos en la repisa a un costado de su cadera.

Una vez servido la pasta le indicó con un ademán que se sentara. Su porción era cómica, mientras que la de él casi llenaba el plato.

—Si no la comes, pensaré que sí tienes un problema de anorexia.

—No lo tengo –se defendió Anel sentándose desganada.

— ¿Sí has notado cómo se te marcan las costillas, cierto? –tomó un enorme bocado y se lo metió a la boca como si nada.

—Dijiste que era mi cuerpo –Marcel negó observándola.

—Sí, tienes razón, me importa una mierda... Come –ella agarró el tenedor y comenzó a picar, se metió un pedazo diminuto a la boca incómoda—. ¿No te gusta que te vean? –preguntó de pronto él intrigado. El consomé del otro día se lo comió todo... La pizza ni la probó cuando estuvo sentado frente a ella. La chica se topó con su mirada curiosa, al mismo tiempo penetrante.

—Soy lenta –el chico soltó una carcajada.

—Eso es ser positiva, un caracol es más veloz –se levantó y fue hasta el televisor con su plato en mano. Ahí, en el sofá, ingirió en silencio perdido en las noticias deportivas.

Unos minutos después Anel había acabado. Ni ella misma lo creía. Se puso de pie y dejó el plato en la tarja. Marcel la vio de reojo sonriendo discretamente.

—Ya sabes... abre la nevera –lo hizo con timidez. Se movía como un fantasmita, en silencio, con asombrosa gracia. Giró para ver cuál agarraba. Se sintió satisfecho cuando se comenzó a servir el de sabor cereza.

— ¿Así que te gusta la fotografía? –Indagó al pasarle su plato para que lo dejase en el mismo lugar que el suyo.

—Sí... —este asintió recargando los codos en la barra.

— ¿De qué tipo? –Anel no comprendió su pregunta, por lo mismo hizo una adorable mueca con su boquita, lucía de nuevo cansada—. ¿Eventos, personas, paisajes? –sonrió relajada, como una pequeña emocionada. Algo se activó en su interior al verla hacer ese absurdo gesto. Una garra desconocida apareció sintiendo una dolorosa necesidad de ser usada para salvaguardar a ese ser que frente a él tenía.

—Paisaje... Las personas también... Aunque prefiero lo primero —asintió tomando una manzana y dándole una mordida enorme. Esa era la primera vez que le sacaba más de dos palabras de tirón.

— ¿Haces excursiones y esas cosas? –No parecía de ese tipo, eso sin contar que si caía seguro se rompería en pedacitos.

—Sí –abrió los ojos asombrado, intrigado. Anel notó su incredulidad.

— ¿Qué te pasó? ¿Cómo caíste? –Deseó saber sentándose en la alta silla. Comía como un pajarito, pero era tranquilizante verla hacerlo. La joven perforó con la mirada su helado.

—Tropecé y no vi las escaleras –él silbó mordiendo de nuevo la fruta.

—Eso debió doler –Anel dejó el tazón sobre la encimera asintiendo. Marcel arrugó la frente al notar que se retraía—. ¿Cómo es que decidiste estudiar Derecho si lo que te gusta es tomar fotografías? –Alzó los ojos pestañeando, agradeciendo con la mirada que cambiara de tema. Sin embargo, el rostro de él no mostraba ninguna emoción, de hecho parecía haberse endurecido.

—Ya ves... —murmuró desanimada, ni ella misma ya lo comprendía—. ¿Y tú?, ¿qué estudias? –Marcel se levantó encogiéndose de hombros.

—Administración financiera... pero eso ya lo sabías, tus amiguitas se la pasan espiándonos... Deben tener el currículo de todos —se burló con sorna. Anel torció la boca aceptando para sí que era cierto, aunque no se le ocurrió preguntarles.

—Les gustan –murmuró acomodándose un mechón como él comenzaba a entender hacía cada dos por dos. Entornó los ojos deteniéndose y observándola incisivamente.

— ¿A ti no? –La desafío. Hubiera dado lo que fuera por poder captar la imagen que tenía frente a él. Sus mejillas se encendieron de una forma tal que Anel tuvo que girarse abochornada—. ¿No vas a contestar? –Dios, ya estaba a su lado. Intentó esquivarlo, pero se lo impidió al tomar su barbilla y con el pulgar perder su atención en la herida de la comisura de su boca.

—B-bueno, sí... ¿a quién no? –admitió turbada. Marcel parecía complacido, con ojos dormilones observó un segundo sus pupilas tras sus gafas y luego aproximó la nariz a sus labios. Anel dejó de respirar. ¿Qué hacía? Los parpados del chico ya estaban sellados y la olía embriagándose de su esencia como si de un vino de reserva se tratara. Con deliberada decadencia depositó un beso en su cardenal, para luego lamerlo sensualmente. Anel posó una mano sobre su antebrazo sintiéndose mareada y con la otra se aferró a la superficie. La sangre bombeaba por todo su delgado cuerpo a un ritmo alocado, su pulso iba lento y rápido sin mantenerse regular, sus vellos se erizaban, su piel reaccionaba. Marcel pasó una mano por su espalda de forma suave para no lastimar su tórax. Metió la mano por debajo del suéter, masajeó de manera dulce y agradable ahí, dónde se podía sentir las huellas de ungüento. Anel dejaba salir pequeños gemidos mientras él seguía depositando besos cargados de lujuria y delirio por su pequeña boca. De un momento mordisqueó su labio inferior sin lastimarla, esto logró que ella los abriera y él de inmediato la devoró.

Duraron ahí, en ese sitio, más tiempo del que siquiera imaginaron. Con timidez Anel deseó también probarlo, sentirlo. Introdujo con lentitud su lengua a la cavidad que tomaba todo de sus ser. Marcel perdió toda proporción de nuevo  al sentirla ceder al fin. Se movía tierna, exquisita, sin ser invasiva solo haciéndose presente. Disfrutó el momento hasta que las manos de ella acompañadas de un gemido lastimero lo separaron.

¡Mierda, la volvió a lastimar! Su mueca lo decía.

—Lo siento –se disculpó al verla cerrar los ojos ante el dolor. La joven asintió con sus labios imposiblemente hinchados, con sus mejillas sonrosadas por lo que ocurría y con varios mechones de su cabello lacio esparcidos en su rostro. Carajo, se veía tan tierna y sensual, que deseó comérsela en ese puto instante. Sin embargo, Anel no parecía estar en condiciones—. ¿Te duele mucho? –Se sentía un idiota. La joven negó moviéndose torpemente, deseaba sentarse, primero debía ingerir los analgésicos—. ¿Qué hago? –su voz sonó ansiosa. Su preocupación la conmovió.

—Mi mochila... ¿Me la pasarías? –Una vez que la dejó sobre el sofá, fue por ella y se la tendió. La observó abrirla y sacar con sus frágiles manos unas medicinas. Debía ir con cuidado, no le gustaba esa sensación de aprensión que estaba experimentado al verla así— ¿Podrías darme... agua? –Su vocecilla tímida lo hizo reaccionar. De inmediato se la tendió. Anel tomó sus medicamentos haciendo muecas, luego cerró los ojos recargando su frágil cuerpo sobre los cojines.

— ¿Por qué los medicamentos? –deseó saber aún de pie.

—Me encajé un mueble en el costado –se sintió un miserable, menos mal que no se rompió la costilla, o algo peor. Unos minutos después seguía ahí, de pie, viéndola, pero Anel ya no se movía y su mano que tenía torno a su abdomen fue cayendo laxa a un costado del sofá. Pestañeó atento, incrédulo.

No, ¿era en serio? Se había vuelto a dormir. Tal parecía que era la Bella durmiente. Se llevó las manos a la cabeza. ¡Maldita chiquilla! Se frotó el rostro con ansiedad mirándola de nuevo. Sus labios ya estaban entreabiertos y su cabeza levemente ladeada. Una sonrisa torcida apareció sin más. Debía admitir que era tierna, que... De pronto se movió un poco, quejándose. No lo pensó. Acomodó bien sus cojines y la dejó ahí descansar por lo menos un rato. Debió pasar malas noches después de esa caída, de hecho intuía que debía estar en reposo.

Ahí, en cuclillas frente a ella se preguntó intrigado; ¿qué sería de su vida?, ¿qué historia tendría? Sacudió la cabeza regañándose. ¡A él qué mierdas le importaba! Le gustaba besarla, tocarla, verla derretirse así, sin más, pero de ahí en fuera no permitiría que nada avanzara. Todo a su alrededor cambiaría dentro de poco, así que más le valía aprovechar sus últimos momentos de diversión y esa chica le hacía pasar buenos ratos... Nada más.




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