Destino Medieval© EE #1 [En E...

By Nathzel_02

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💫Esta historia es completamente de mi autoría por lo que se prohíbe su copia o adaptación.💫 •Primer libro d... More

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đź‘‘CapĂ­tulo Iđź‘‘
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đź‘‘CapĂ­tulo XIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XIIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XIVđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XVđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XVIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XVIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XVIIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XIXđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXIIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXIVđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXVđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXVIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXVIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXVIIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXIVđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXXđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXXIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXXIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXXIVđź‘‘
Orden de la saga
Seguimos vivos, pero a qué costo.

đź‘‘CapĂ­tulo XXXIIIđź‘‘

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By Nathzel_02

Malek pov

Con el alba, mientras Beth descansaba a mi lado en el lecho, no creí que tendría que tomar la espada y vestir mi armadura para proteger a Britmongh de una vil y cobarde traición. Prifac, ese reino que gozó de nuestras riquezas, poder y lealtad, deseó atacarnos sin que pudiéramos defendernos. Desearon acercarse a mis tierras, tomarlas como suyas y ejecutarnos a todos, pero no lo permitiría.

No temía por mi ejército y tampoco por mí porque portábamos la gloria y el honor de un reino bendecido por el Señor. Confiaba en las hazañas de mis hombres, pero temía por mi pueblo y mi reina. Ellos debían estar preocupados, esperando a ser protegidos por nosotros y Beth... Mi mujer era audaz y sabia, pero también débil, inocente y temerosa.

Elizabeth no tuvo que decirme que temía, con observar sus ojos lo supe. Deseé permanecer a su lado, abrazarla y jurarle que ejecutaría a todo aquel que quisiera ingresar a mis tierras, pero no pude hacerlo. Como rey, debía proteger a mi pueblo y si me quedaba con ella procuraría su bienestar ante todo.

Si un traidor tocaba uno de sus cabellos...

Mi reina no debió estar entre medio de la espada de Prifac y la de Britmongh. Ella no tenía que haber pasado por eso, pero fui egoísta. La amaba tanto que no podía pensar en reinar sin su presencia.

— Elizabeth...— Murmuré.

Me causaba malestar que la traición de Prifac fuera cercana al ataque en contra de mi mujer. Ella habría dicho que era demasiada casualidad para su agrado, pero yo no creía en su difineción de esa palabra.

Las casualidades no eran reales. Estaba el destino, que gracias a eso pude conocer a Beth y existían las traiciones.

— ¿Dónde están? — Escupí con malestar.

No deseaba estar lejos de Beth, mi pecho dolía de tan solo pensar que se encontraba temerosa y llorando. Quería cabalgar hacia el castillo, buscarla y abrazarla.

Ser rey poseía sus ventajas, como lo era el poder y la riqueza, pero también había desventajas y una de ellas era estar frente a un ejército que haría lo mismo que yo. Si huía, mi pueblo perdería su fe en mí y se echarían a morir, pero si luchaba, nuestras armaduras resplandecerían con honor.

Mi ceño se frunció mientras observaba las tierras frente a nosotros. No había soldados enemigos, pero escuchaba sus rugidos de guerra a la lejanía. Giré la cabeza para ver por dónde nos atacarían, pero mi pecho dolió al ver que se encontraban ingresando a mis tierras por detrás.

Malditos cobardes.

— ¡Fue una emboscada! ¡Atacan el pueblo! — Grité con todas mis fuerzas y comencé a cabalgar lo más rápido que era posible.

Cuando ingresamos a Britmongh mis soldados no dudaron en ejecutar a todo aquel prifactano que tratara de impedir que llegara al castillo. Tuve que luchar contra algunos hombres que yacían protegiendo la entrada y aunque eran salvajes, mi armadura y espada resplandecieron una vez más.

En mi cuello había algo que me causaba malestar, era como si un hombre me sujetara con fuerza e impidiera que pudiera respirar como era debido. Deseaba echarme a llorar como un crío que se hallaba en medio de una guerra sangrienta.

De un salto, bajé del corcel para acabar con la vida de otros soldados enemigos que me impedían la entrada al castillo y aunque fui rodeado y herido, ataqué sin piedad hasta que sus cuerpos cayeron al suelo. Cuando acabé con ellos, caminé sobre sus cuerpos y empujé la pesada entrada, encontrándome con algunos sirvientes que yacían sin vida.

Corrí por el castillo gritando su nombre, ingresando a cada aposento y preguntando a los servidores que se encontraban heridos, pero nadie sabía en dónde se encontraba mi reina. Ella no se hallaba en ninguna parte y temí que hubiera sido tomada por el enemigo.

Toda Europa conocería mi ira si algo le había sucedido a mi mujer.

Recorrí las pocas estancias en las que no había ingresado y al empujar la pesada entrada de una de ellas, me llené de tranquilidad al ver aquel exótico cabello. Sin embargo, lo que en un comienzo fue alivio, se convirtió en preocupación y temor al ver sus ojos cristalizados. Elizabeth temblaba y no parecía poseer la fuerza suficiente como para seguir manteniéndose de pie. De un solo tirón, el rey de Prifac sacó la espada que estaba incrustada en el estómago de mi mujer, haciendo que cayera al suelo mientras soltaba un agónico alarido de dolor.

Desee ir hacia Beth y ponerla a salvo, pero Brontol, ese hombre que nos había traicionado, impidió que llegara a ella. El que fue mi aliado blandeaba su espada mientras veía el sufrimiento de mi reina y sonreía.

— La sangre de su mujer luce bien en mi espada, apreciado aliado. He de decirle que Charlotte lo reverencia y le desea una larga y abundante vida. — Aquellas palabras encendieron una llama en mi interior, una que hacía que me ardiera el cuerpo y que deseara acabar con todo.

— ¡Voy a matarle! — Bramé, empuñando mi espalda y lanzándome hacia él.

Mi espada exigía tener la sangre del traidor sobre ella. Solo podía ver y escuchar al rey de Prifac mientras nuestras espadas se encontraban. Sabiendo que mi mujer yacía herida y que no podría llegar a ella sin acabar con el causante de su dolor, ataqué sin temor a morir.

Cuando mi espada no chocaba con la suya, mi mano cerrada golpeaba su rostro y estómago, logrando que su cuerpo se debilitara y que después de poco, pudiera herirlo. Tan pronto como mi espada lastimó la mano que sujetaba la espada enemiga, me alejé de su cuerpo, sujeté la empuñadura y la empujé con todas mis fuerzas hacia él. De su boca salió un gruñido mientras la sangre brotaba de su herida, tiñendo el filo de mi espada y mis ropajes. La retiré con violencia, haciendo que Brontol cayera al suelo y de un solo movimiento le corté la cabeza.

Con rapidez me acerqué a Elizabeth y la tomé entre mis brazos mientras gritaba para que ingresara el médico. Sus ropajes estaban teñidos de su sangre, por lo que me era imposible encontrar la herida que hacía que mi mujer se encontrara como cuando fue envenenada: pálida, sudorosa y fría.

— ¡Traigan al médico! — Grité con todas mis fuerzas. — Va a estar bien, el médico hará que su herida deje de dolerle. — Ella intentaba respirar como era debido, pero el dolor no se lo permitía. — Va a estar bien...— Su cabeza se volvió con lentitud.

— Malek, voy a morir. — Susurró con dificultad mientras las lágrimas recorrían sus mejillas.

—No, no, el médico la salvará. — Beth no podía morir, no podía dejarme. — Usted no puede dejarme, no lo hará. Vivirá para ver las ejecuciones de todos los que intentaron alejarla de mi lado. — No pude contener mi llanto. — No se atreva a dejarme.

— Malek...— Una de sus manos se elevó y acarició mi mejilla mientras sonreía. — Es lo mejor que me ha pasado. — Aseguró. — Prométame que vivirá una larga y feliz vida.

— A su lado. — Sus ojos se cerraron durante lo que pareció ser una eternidad. — Beth...

— Promételo, Malek. — Susurró y asentí cuando volvió a observarme. — Gracias mi amor, te amo... — Sonrió antes de que sus ojos se cerraran una vez más y de que su mano cayera sobre su pecho.

— Beth, no cierre los ojos... Elizabeth, se lo ruego, no me deje...— Moví su cuerpo repetidas veces, pero ella parecía estar descansando. — ¡Traigan el médico! — Grité mientras la abrazaba. — No me deje...— Susurré contra su cuello.

Las lágrimas se deslizaban por mis mejillas mientras la mecía. El médico ingresó a la estancia poco después, pero al ver que me aferraba a mi reina, comprendió que ella había partido de nuestras tierras.

No fui capaz de cumplir con mi palabra, no pude protegerla. En más de una ocasión trataron de alejarla de mi lado y resultaron victoriosos porque fui un rey inútil. Asesinaron a mi reina en mis tierras y frente a mis ojos, pero aquello no iba a quedar así. Había acabado con la vida del traidor que me arrebató a mi exótica viajera, pero me encargaría de que cada uno de los que atentaron en su contra, suplicaran por piedad.

— Acabaré con todos, se lo aseguro. — Hablé con dificultad. — Ejecutaré a todo aquel que deseó su sufrimiento. — Besé castamente su frente antes de cerrar los ojos. — Usted fue, es y será la única mujer que amaré. Nadie más portará su corona, se lo aseguro. — Con cuidado, elevé su cuerpo y salí de allí.

Mientras caminaba hacia afuera podía escuchar los lamentos de los servidores del castillo, algo que se hizo mayor cuando el pueblo vio a Beth. Los jadeos y sollozos se apoderaron de Britmongh y aunque desee volver a echarme a llorar, me contuve.

— La reina ha muerto... — Sentí que una mano sujetó mi cuello con fuerza cuando observé su rostro y deseé que sus ojos volvieran a observarme como solo ella sabía hacerlo. — Deseo la cabeza del duque de Vielnatt, la de su hija y la de todo aquel que se alió con ellos. Ejecutaron a la reina de Britmongh y eso jamás será perdonado. No tendré piedad con ningún hombre o mujer que haya osado a atentar contra Elizabeth de Edevane. — No podía ocultar la rabia y el dolor que se encontraban en mi interior. — Si alguno de mis sirvientes o de los habitantes del pueblo, se atrevió a traicionarme, deberá ocultarse bajo la tierra porque lo encontraré y no tomaré su vida hasta saciar mi sed de venganza.

Después de aquellas palabras ingresé al castillo y me encargué de que Elizabeth tuviera un sepulcro digno de una reina. Su cuerpo fue lavado con cuidado, sus damas le pusieron los ropajes reales y fue colocada sobre la mesa de piedra para que el pueblo pudiera llorar su fallecimiento como era debido.

En esos momentos era el único hombre en la estancia en la que yacía Beth. Había ingresado con unas flores que ella solía tomar y colocarse en el cabello y las dejé entre sus manos.

— ¿Acaso desean morir? — Susurré. — Ordené que llevara sus ropajes reales. — Me alejé de ella para buscar su corona y cuando la tuve, elevé su cabeza para poder ponerla. — ¿Por qué tuvo que partir de mi lado? Si hubiera sabido que la perdería, la habría cortejado mucho antes...— Mis palabras fueron cortadas bruscamente por un sollozo que no pude contener. — Perdóneme, debí permanecer a su lado sin importar mis obligaciones.

Deseaba llorar como un crío, pero no me lo permitiría. Mis manos exigían la sangre de los enemigos y la obtendría sin importar cuántas albas demorara.

— No importa cuántas veces deba morir, no dejaré de buscarla hasta que la encuentre y cuando eso suceda, no permitiré que vuelva a irse de mi lado. — Murmuré de forma atropellada. — Iré en su encuentro, solo espere por mí.

Después de haber estado presente cuando los pueblerinos se despidieron de la que había sido su reina, tuve que observar cómo la enterraban. Cuando uno de mis sirvientes lanzó la tierra para comenzar a cubrir su cuerpo, algo que había estado en mi interior hasta ese entonces se quedó junto a Elizabeth. Mis ojos picaron y tuve que cerrarlos en varias ocasiones para evitar que mi pueblo me viera como un rey débil e incapaz de vengar la muerte de mi mujer.

— La amo...— Susurré por lo bajo para que solo ella, en donde quiere que se encontrara, pudiera escucharme.

Tras el ataque de Prifac hubo muchos fallecidos, pero la pérdida que más se lamentaba era la de quien debía ser protegida. No había ni un solo pueblerino que no llorara su muerte porque ella había sido una gran reina a la que todos adoraban y respetaban.

Desde que la sepultamos, el castillo se tornó frío, oscuro y desolado, el pueblo permaneció bajo un espeso silencio y yo me encontré perdido sin su presencia. Elizabeth se había llevado mi fuerza y voluntad y con el pasar de las albas, no podía alejar el dolor que me acogía. Recorría mis tierras y hacía tratados con otros reinos por el bienestar de mi pueblo, no porque lo deseara.

Brontol no solo acabó con la tranquilidad de Britmongh, me arrebató a la mujer por la que me había convertido en un rey piadoso. Por culpa de aquel prifactano toda Europa pagaría con su sangre y lamentos.

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