Destino Medieval© EE #1 [En E...

By Nathzel_02

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💫Esta historia es completamente de mi autoría por lo que se prohíbe su copia o adaptación.💫 •Primer libro d... More

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đź‘‘CapĂ­tulo Iđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo IIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo IIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo IVđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo Vđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo VIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo VIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo VIIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo IXđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo Xđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XIIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XIVđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XVđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XVIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XVIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XVIIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XIXđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXIIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXIVđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXVIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXVIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXVIIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXIVđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXXđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXXIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXXIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXXIIIđź‘‘
đź‘‘CapĂ­tulo XXXIVđź‘‘
Orden de la saga
Seguimos vivos, pero a qué costo.

đź‘‘CapĂ­tulo XXVđź‘‘

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By Nathzel_02

Desde muy temprano en la mañana salimos del palacio para conocer Suram. Primero observamos las estructuras cercanas al lugar en donde nos quedábamos y poco a poco fuimos alejándonos de la zona elegante para sumergirnos a la matriz de todo, la plaza.

Alrededor de aquel lugar había cientos o tal vez miles de puestos de todo tipo. Desde panes, frutas y ropajes, hasta puestos de joyería y armas.

— ¿Qué es eso? — Pregunté, señalando una estructura extraña que se encontraba en medio de la plaza.

— Para hacer peticiones. — Respondió mientras miraba detenidamente lo que le estaba señalando. — En Suram creen que está bendecida. Los hombres y mujeres que aquí viven aseguran que allí las peticiones son escuchadas por nuestro Señor.

Entonces era como una especie de iglesia...

— ¿Cree en eso? — Lo observé con curiosidad.

— Creo que toda petición es escuchada, pero he de admitir que Suram ha sido bendecida grandemente. Tal vez sea por sus creencias. — Respondió con el ceño levemente fruncido.

— Quiero entrar. — Murmuré.

— ¿Quiere entrar? — Los ojos de Malek se abrieron con exageración.

— Sí, vamos. — Tomé su mano y entrelacé nuestros dedos antes de tirar de él. — Tengo mucha curiosidad por ver lo que hay en su interior.

Me encantaba que sin importar cuán extraña podía llegar a escucharse alguna de mis ideas o peticiones, Malek siempre me acompañara. Mi esposo nunca tenía una respuesta negativa para mis pedidos, al contrario, él era del tipo de persona que me tomaba de la mano y me llevaba hacia donde yo quisiera sin rechistar o pensarlo demasiado.

Caminamos hacia el centro de la plaza a pasos rápidos e ingresamos a la extraña estructura como si no fuera nuestra primera vez visitándola. No era muy grande y su interior no estaba bien iluminado, pero se notaba que para los miembros de la ciudad era un lugar sagrado.

Cada rincón del centro de peticiones estaba limpio y las estatuas y asientos se encontraban estratégicamente ubicados.

— ¿Qué va a pedirle? — Preguntó una vez que nos sentamos a esperar nuestro turno.

— Es un secreto. — Murmuré y él bufó. — Solo él lo sabrá. — Señalé el techo de la capilla.

Cuando llegó nuestro turno pasamos a una sala aún más pequeña, pero ese espacio sí estaba bien iluminada. Malek me ayudó a arrodillarme y se posicionó a mi lado antes de cerrar los ojos y comenzar a murmurar sus peticiones.

— Sé que no soy la persona más creyente que existe, pero te pido con todo mi ser que cuides a cada una de estas personas, en especial a los habitantes de Britmongh y a Malek. Te ruego que lo protejas en todo momento, que lo ilumines cada vez que deba tomar decisiones y sobre todo, permíteme permanecer a su lado. No sé realmente cómo llegué aquí, pero gracias por ponerlo en mi camino. — Formulé en mi mente.

Una vez que abrí los ojos me topé con los de mi esposo, quien me miraba con el ceño fruncido y una sonrisa ladeada en los labios.

— Debe tener mucho que pedir. — Asentí rápidamente.

— Mucho que pedir y que agradecer. — Murmuré, alzando una de mis manos hacia su rostro y acariciando suavemente una de sus mejillas. — ¿Alguna vez le he dicho que tiene los ojos azules más bonitos que he visto en mi vida?

— Jamás. — Murmuró por lo bajo.

— Bueno, pues los tiene. — No sabía qué golpe de valentía me había dado, pero ahí me encontraba, piropeando a mi hombre en el centro de peticiones. — Podría mirarlo a los ojos todo el tiempo y perderme en ellos, en ti.

Malek me observaba con una mezcla de perplejidad y timidez que jamás creí que vería, pero lo entendía. Yo no era así, me costaba demasiado decir lo que pensaba o sentía y él era consciente de ello. Sin embargo, sabía que mis palabras habían sido de su agrado.

Solo bastaba con ver el brillo en su mirada o la forma en la que trataba de contener su sonrisa.

Durante los días siguientes continuamos recorriendo Suram y cuando fue momento de partir, volvimos a ir al centro de peticiones. Salimos de allí tomados de la mano y fuimos a la posada, donde recogimos nuestras pertenencias para poder regresar a nuestro hogar.

El viaje de regreso a Britmongh fue bastante más cansado que el de ida, pero todo ese agotamiento nos sirvió para cuando ingresamos a nuestros respectivos aposentos. Tan pronto nuestros cuerpos tocaron los lechos, caímos rendidos hasta la mañana siguiente. Para mi desgracia, tuve que levantarme más temprano de lo normal para prepararme y desayunar muy bien porque desde ese día comenzaría a tomar clases particulares para ser una reina digna.

Un hombre delgado, de cabello castaño, tez tostada y ojos marrones, llamado Phin, era el encargado de enseñarme todo sobre Britmongh. Debía aprenderme cada detalle como si hubiera nacido en la época y por el puesto que tendría, no tenía márgenes de error. Los métodos de enseñanza de ese hombre no eran los mejores, de hecho, ese señor no tenía paciencia y solía gritarme cuando le hacía alguna pregunta de algo que no lograba comprender del todo.

Después de soportar todo tipo de insultos y malos tratos, dejé de hacer preguntas cuando me lanzó una pluma hacia la cara, objeto que no me golpeó porque lo esquivé a tiempo.

No le comenté a Malek nada al respecto para no sobrecargarlo, sin embargo, no hizo falta que yo abriera la boca. Con el pasar de los días mi entusiasmo por aprender se esfumó y me costaba demasiado levantarme para asistir a las clases.

En uno de esos días en los que Phin era realmente insoportable, me encontré escribiendo en un pergamino mientras él gritaba, tiraba parte de los objetos que estaban sobre la mesa y me arrebataba el envase de la tinta para lanzármelo. Traté de protegerme el rostro lo más rápido que pude antes de que el objeto se estampara compra la pared a mi lado y se rompiera en mil pedazos.

Tenía los ojos fuertemente cerrados y los brazos cubriéndome la cara, pero más allá del susto, no recibí ningún daño. Lo que me sorprendió fue que Phin hubiera dejado de gritar como un demente, de hecho, después de que el envase se hiciera añicos, solo escuché el impacto de algo pesado contra la mesa.

— ¿Quién cree que es? — Mis ojos se abrieron con exageración cuando aquellas palabras cargadas de odio llegaron a mis oídos.

El rey estaba allí y no estaba para nada contento.

— ¿Cómo se atreve a tratar de herir a mi reina? — Masculló entre dientes.

Malek estaba encorvado sobre la mesa mientras sujetaba por el cuello a un Phin pálido y visiblemente asustado.

— M-mi señor...— El hombre intentaba hablar, pero la presión en su cuello se lo impedía.

No podía moverme o emitir ningún tipo de sonido, estaba congelada en mi lugar sin saber qué hacer. Mi cuerpo estaba temblando y tenía un gran nudo en medio de la garganta, pero como pude, puse las manos sobre la mesa y me impulsé hacia arriba para tratar de evitar el asesinato de una persona.

Si no intervenía, si no hacía nada al respecto, Malek iba a matarlo allí mismo. Lo sabía por la forma en la que apretaba el cuello de ese hombre y por cómo lo miraba, aquellos eran los ojos de un hombre que no estaba dispuesto a perdonarle la vida a nadie.

— Malek... — Susurré con voz temblorosa. — Va a matarlo.

— Eso es lo que deseo, es lo que merece. — Apretó aún más su agarre y el rostro de su víctima comenzó a tornarse morado.

— Malek. — Coloqué mis manos sobre su brazo. — No lo haga, no deseo ver una muerte. Por favor, no lo haga...

Él apretó un poco más su agarre antes de liberarlo de mala gana y girarse hacia mí con una expresión escalofriante. Me reprochaba, estaba riñéndome y gritándome, todo bajo un tenso silencio y con una sola mirada.

En ese momento todo en él gritaba peligro.

— Enciérrenlo en el calabozo. — Le ordenó a sus soldados con un tono de voz bajo y gélido.

Malek rodeó mi muñeca con su mano y salimos del comedor sin esperar a que alguno de sus hombres confirmara haber escuchado u obedecido su orden. Él avanzaba a pasos rápidos y bruscos, estaba tan cegado que ni siquiera se dio cuenta de que tuve que comenzar a trotar para evitar caerme.

Cuando llegamos a lo que creí que era nuestro destino, abrió la puerta con tanta brutalidad que pensé que la arrancaría de su lugar. Cerré la puerta detrás de mí y me dejé caer sobre ella mientras observaba a Malek caminar de un lado a otro, tratando de calmarse.

— ¿Desde cuándo? — Preguntó por lo bajo. — ¿Desde cuándo le grita y la hiere?

— Malek... — Susurré.

— Le hice una pregunta, Elizabeth. — Hacía bastante tiempo que no lo escuchaba llamarme por mi nombre cuando estaba molesto. — Responda.

— Desde nuestro regreso a Britmongh. — Continué susurrando.

— Desde... — Sus palabras se cortaron bruscamente. — ¿Por qué no me lo había dicho? — Bramó y su rostro se tornó rojo.

— Porque creí que en algún momento se calmaría. No pensé que terminaría así. — Intenté maquillar un poco la situación.

— No es lo que crea, Elizabeth. No puede ocultarme algo así, no puede. — Asentí lentamente. — ¿Sabe lo que habría sucedido si ese hombre la hería?

— Lo lamento. — Susurré con la mirada fija en mis manos.

— Tiene prohibido tratar de liberarlo de su castigo. — Intenté hablar, pero fui interrumpida abruptamente. — No. Ni se le ocurra. Ningún otro hombre o mujer la preparará para reinar, lo haremos Arthur o yo y le repito, tiene prohibido tratar de salvarlo. Su osadía será juzgada como merece.

— De acuerdo. — Decidí no llevarle la contraria porque él había tomado una decisión y se notaba que no estaba dispuesto a ceder. — Está bien, se hará lo que usted diga. — Lo escuché inhalar y exhalar ruidosamente.

— No me oculte nada, Beth. — Sonreí levemente y asentí. — Lamento haberle hablado como lo hice. — Malek caminó hacia mí a pasos lentos y me rodeó con sus brazos. — Lo lamento, debí haberla protegido.

— Todo está bien. — Besé castamente su mejilla.

Sabía que su decisión no iba a cambiar, no era algo que estaba bajo discusión. A pesar de que Malek se mostrara más tranquilo conmigo, no quería decir que fuera a tener la misma paciencia y tacto con Phin.

Después de ese incidente Malek cumplió con su palabra, no me permitió interferir en los asuntos que tuvieran que ver con Phin y solo él o Arthur me ayudaban a prepararme para ser reina.

Con el pasar de los días y viendo que Arthur dejaba de aparecer cada vez más, me di cuenta de que a Malek le hacía mucha ilusión enseñarme todo lo que tuviera que ver con sus tiempos y su pueblo. No sabía cómo lo hacía, pero lograba hacer espacio en su ocupada vida para estar sentado a mi lado durante un par de horas, aclarando mis dudas y respondiendo pacientemente a cada una de mis preguntas.

Malek no mostraba ni una sola pizca de fastidio, aburrimiento o cansancio, llegaba puntual a mis clases y lograba que entendiera con bastante facilidad.

— Entonces, ¿cuándo la reina es coronada jura lealtad primeramente al Señor, luego al rey y por último a su pueblo? — Le pregunté para repasar lo discutido.

— Así es. Nuestro Señor, el rey y luego al pueblo. Si la reina llegase a cambiar sus lealtades, sería ejecutada frente al pueblo o tendría un castigo cruel. — Mis ojos se abrieron con exageración debido al horror.

— ¿Me matarán si llego a cometer errores? — Mi voz se escuchó excesivamente alta y chillona.

— No, no permitiré que eso suceda. — Él notó mi temor y no dudó en tomar mis manos entres las suyas. — Usted es leal, no nos traicionaría por riquezas o poder, no debe temer. Nadie la herirá, no hay hombre o mujer que pueda tocar a la reina sin que el rey lo permita y eso no sucederá. — Asentí aunque no estaba muy convencida.

— Pero estaría yendo en contra de las creencias y del régimen de Britmongh, ¿cierto? ¿Qué pasaría si...? — Malek liberó mis manos para sujetar mi rostro con firmeza.

— Soy el rey, mis órdenes deben obedecerse. Quien así no lo desee y trate de llegar a mí, será ejecutado. — Aseguró con seriedad. — No permitiré que toquen a mi mujer. Deberán atreverse a empuñar su espada en mi contra antes de llegar a usted.

Con cada una de sus palabras sentía que mi corazón se derretía. De su boca salían palabras oscuras que dichas en otra época resultarían alarmantes, pero viniendo de un hombre nacido en el medievo, me hacían sentir segura y amada.

— Está bien, si usted asegura que no sucederá nada, le creo, pero de todas formas trataré de dar lo mejor de mí para no cometer errores. — Lo vi asentir. — Malek, si en algún momento llega a sentir que no lo respeto, déjemelo saber porque no sería mi intención. — Cerré los ojos durante unos pocos instantes y recibí un casto y dulce beso de su parte, uno demasiado corto para mi gusto.

— Sé cómo es mi mujer y cuán extraña puede ser, pero también soy consciente de que detrás de cada una de sus palabras hay un motivo. — Malek sonrió levemente mientras acariciaba mis mejillas con sus pulgares. — Confío en usted, se lo he dicho.

Él tenía un efecto adormecedor sobre mí, con tan solo unas pocas palabras lograba calmar todos mis temores y devolverlos al pequeño y oscuro rincón al que pertenecían. Nunca me habría imaginado que el hombre al que le temía cuando llegué al medievo, sería el mismo que meses después se convertiría en mi apoyo y mi mayor debilidad.

Pasé de temer por mi vida a preocuparme por Malek. Él estaba constantemente en el medio de guerras y disputas, por lo que siempre corría el riesgo de ser apuñalado. El rey era un hombre desconfiado, pero eso no era un escudo.

Aquella cualidad podrá salvarlo de muchas situaciones, pero no lo mantenía cien por ciento a salvo.

— Señora. — Pestañeé un par de veces y giré la cabeza hacia la puerta del despacho de Malek, por donde estaba ingresando Arthur.

Estaba en aquel tenue y silencioso lugar porque en el exterior había demasiadas personas. El castillo estaba repleto de nobles debido a mi coronación, porque ansiaban ser testigos de la juramentación que haría la que consideraban la mujer más importante de Britmongh.

Si supieran que esa misma mujer se estaba ocultando...

— ¿Cómo está todo allá afuera? — Pregunté con nerviosismo.

Las comisuras de Arthur se elevaron un poco, como si tratara de tranquilizarme y vaya que lo logró. Cada vez que lo observaba, ese hombre me recordaba a mi padre. Tal vez era por sus ojos marrones, el cabello castaño con algunas canas y su barba oscura y poblada o podía ser porque siempre parecía estar tranquilo. Papá era como él, no había nada que lograra desquiciarlo lo suficiente como para molestarse. Era de esas personas que pensaban que las cosas sucedían un motivo.

— Todo está como debería, mi señora. — Asentí mientras le devolvía la sonrisa. — No debe temer, el rey estará con usted.

— ¿No temen que cometa errores? — Su cabeza se movió de un lado a otro con lentitud. — Ustedes no me conocen tanto, pero cuando me pongo nerviosa se me traba la lengua y digo lo que pienso al revés. Creo que debo ir al logopeda antes de esto.

— Señora...— Sus hombros temblaron levemente. — Lo hará bien.

Respiré profundo repetidas veces antes de levantarme del asiento de Malek y caminar hacia la puerta. Salí de la oficina con las piernas temblorosas, por lo que comencé a avanzar por el pasillo a pasos lentos para tratar de mantener el equilibrio.

El camino se me hizo eterno y empezaba a desesperarme de tan solo pensar que me esperaba una juramentación frente a tantas personas. Me encontraba tensa y en mi cabeza repetía constantemente cada una de las palabras que debía recitar en poco tiempo.

Volví a respirar profundo y asentí levemente.

Me había preparado para ese momento durante semanas, debía hacerlo bien porque Malek había sacado de su preciado tiempo para que ese momento fuera perfecto.

Cuando mis pasos se detuvieron frente a la oscura madera que me separaba del resto de invitados, respiré profundo una última vez y asentí hacia los soldados que custodiaban la entrada para que abrieran las puertas. A medida que se iban abriendo fui capaz de ver la cantidad excesiva de personas que esperaban en el interior, pero lo que más llamó mi atención fue el hombre que se encontraba sentado en su trono, observándome expectante.

Para todos Malek tenía una expresión facial feroz, desbordante de seriedad y apatía, pero cuando sus ojos dieron con los míos eso cambió. Sus ojos se entrecerraron levemente mientras que en sus labios comenzó a aparecer una pequeña sonrisa que lo hizo ver como un chico que acababa de hacer una travesura.

Avancé hacia el centro del salón sin apartar la mirada de la suya e hice una prolongada reverencia cuando llegué al punto en donde haría mi juramentación. Al erguirme y ver que el mismo hombre que nos casó sería quien oficializaría mi coronación, no pude evitar sonreírle a mi esposo y agradecerle de forma silenciosa.

Era una tontería, pero creía que si había visto aunque fuera una sola vez a la persona que oficializaba la ceremonia, no eran tantos los desconocidos que me observaban fijamente y podía estar un poco más tranquila.

Solo tenía que hacer unos pequeños pasos al mismo tiempo en que hablaba. Debía tomar la daga que el hombre me ofrecía, cortarme ligeramente la mano sin gritar o lagrimear, colocar la sangre en la copa, limpiar la daga con el pedazo de tela y elevarlo para que las personas fueran testigos de que no mentía y por último, darle un pequeño trago al contenido de la copa.

Yo, nacida como Elizabeth Briand y ahora Elizabeth de Edevane, juro proteger y defender con mi vida el reino de Britmongh. — Hablé mientras tomaba la daga entre mis manos.

Elevé la mirada hacia Malek para buscar algo de apoyo, pero me encontré con la mirada de un hombre que estaba sufriendo más que yo.

Yo, nacida como Elizabeth Briand y ahora Elizabeth de Edevane, juro por la sangre que corre por mis venas, cumplir con mi deber como reina, ser devota a Dios, serle fiel y leal al rey y cuidar del pueblo, quien pone su confianza en mí. — Posé el filo de la daga sobre mi dedo corazón y apreté los labios antes de deslizar un poco la hoja.

Mis ojos no tardaron nada en llenarse de lágrimas que amenazaban con deslizarse por mis mejillas y arruinarlo todo. Intenté ocultar la mueca de dolor que había cruzado por mi rostro, pero no creí haber sido capaz de disimular tan bien como me hubiera gustado.

El rey frente a mí tenía el ceño fuertemente fruncido, la quijada estaba a punto de estallar y sus dedos parecían querer partir los reposabrazos de su trono. Todo en él gritaba que no le estaba gustando lo que presenciaba, pero era un procedimiento que no se podía obviar.

Yo, nacida como Elizabeth Briand y ahora Elizabeth de Edevane, juro ser una buena reina guiada por la palabra de Dios. — Coloqué mi mano sobre la copa que sujetaba el religioso y presioné mi dedo para que las gotas de sangre cayeran en su interior y se mezclaran con el líquido que se encontraba en el interior.

Tomé el pedazo de tela que me ofrecía el hombre y me limpié el dedo antes de alzarlo y mostrárselo a Malek y a todos los presentes. Luego, le devolví los objetos que ya había utilizado y me dispuse a tomar al copa entre mis manos para sumergir mi dedo en el líquido que yacía en la copa.

Yo, nacida como Elizabeth Briand y ahora Elizabeth de Edevane, juro no soltar la mano del rey y apoyarlo en sus decisiones. — Nuevamente elevé mi mano, pero esa vez fue para que fueran que estaba libre de sangre e impurezas.

Cada paso poseía su propio significado, por ejemplo, Arthur me dijo que debía introducir mi dedo en el líquido con sangre para que desaparecieran los restos que pudieron haber quedado en mi piel.

Eso se hacía como un simbolismo, era como decir que las heridas causadas en el pueblo desaparecerían si se dejaban entre las manos de una buena reina.

Yo, Elizabeth de Edevane, acepto el poder que se me confiere, convirtiéndome en reina de Britmongh. — Sujeté la copa firmemente y la elevé hacia el rey de ojos azules.

Vi cómo el pecho de Malek se desinflaba y sonreí, sabiendo que más tarde iba a ser mimada por ese hombre.

Mi juramento se había realizado correctamente, ya no había nada que se interpusiera entre la corona y mi cabeza. Era el momento de aceptar que ya no era una chica común, sino que me había convertido en una reina con demasiadas responsabilidades sobre mis hombros.

— ¡Larga vida a la reina de Britmongh, Elizabeth de Edevane! — El grito del hombre fue acompañado de un peso extra sobre mi cabeza.

Cuando alejó sus manos de la corona dio unos pocos pasos hacia atrás y se arrodilló en el suelo para reverenciarme, tal y como hicieron los nobles cuando me giré hacia ellos.

— ¡Larga vida a la reina! — Volvió a gritar el religioso.

Allí, estando de pie frente a todas esas personas que me reverenciaban, solo podía pensar en todo lo que había sucedido hasta ese momento. ¿Quién habría pensado que yo llegaría a convertirme en Elizabeth de Edevane, esposa de Malek de Edevane, el rey de Britmongh?

Había nacido bajo el seno de una familia de clase media que luchaba por sobrevivir como cualquier otro hogar, jamás pensé que llegaría a ser una reina y mucho menos en el medievo.

Que complicado y extraño se había vuelto todo a mi alrededor...

Me gustaba. 

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