—¿He dicho ya que creo que estás loco? —pregunté a medida que nos acercábamos al Puente Negro.
—Sí.
—¿Que no es una buena idea?
—También.
—¿Y que nos va a caer una buena cuando lleguemos a casa?
—Te he oído las primeras quinientas cincuenta y siete veces.
—Bien.
Me di por satisfecha y continué atenta al camino, mirando dónde ponía los pies.
Nuestras linternas iluminaron el camino entre los árboles y sentí cómo los ratones y otros roedores se movían en la tierra y la vegetación.
—También te he dicho que estaremos de vuelta antes de que se levanten —me informó Harry después de un largo silencio.
La táctica esa vez había sido diferente, porque nuestras madres nos habían dado las buenas noches y pensaban que estábamos durmiendo plácidamente en nuestras respectivas habitaciones. Hunter no vino con nosotros esa vez. Harry dijo que no quería arriesgarse a que ladrara por cualquier motivo y nos delatara. En las mochilas llevábamos provisiones como barritas de cereales, agua, mantas y algo de ropa seca por si acaso. Yo había cogido La niebla de Greenwood, pero Harry no lo sabía. Tenía el mapa desplegado en las manos y miraba cada dos por tres la brújula. Me pregunté si debía informarle de que yo tenía algo que podría ayudarnos, puesto que ya estaba involucrada. Además, Harry ya confiaba en mí, y solo hacía una semana que había llegado a Greenwood.
Decidí que tenía que hacerlo. Era justo.
—Debo decirte algo, Harry.
Me detuve a mitad de camino, esperando a que me prestara algo de atención.
—Ahora no, Esme, mañana por la mañana. Esta noche tenemos mucho trabajo.
Ni siquiera me miró, su mapa era mucho más interesante que mis palabras.
Los árboles del bosque nos rodeaban poco a poco, como si fuéramos presas fáciles. Era como si Harry y yo siguiéramos la dulce melodía de la voz de Greenwood, que nos invitaba a adentrarnos en sus profundidades y nos atrapaba como si fuera una telaraña y nosotros, insectos.
—Es importante —recalqué, pero él se llevó el dedo índice a los labios para hacerme callar.
—Tenemos que escuchar y no mirar, ¿de acuerdo?
—Por eso mismo tienes que prestarme atención —insistí y aceleré para colocarme delante de él.
Harry se detuvo y miró al cielo, soltando un gruñido. Sabía que él quería acabar cuanto antes con aquello, pero el libro podría ser de mucha ayuda. Se suponía que Harry lo había leído entero, yo todavía no había llegado ni a la mitad, pero todos aquellos apuntes de W. S. y M. S. parecían ser interesantes y de mucha ayuda.
—Hemos venido al bosque para ir a la zona norte. Sea lo que sea, estoy seguro de que puede esperar a mañana —refunfuñó.
—Y yo tengo algo que puede ayudarnos a llegar allí.
—Ahora ya no puedes volver atrás.
Alcé una ceja y lo miré a los ojos.
—No me subestimes tanto, porque tengo esto —dije orgullosa mientras rebuscaba en la mochila.
Harry frunció el ceño y se quedó paralizado.
—¿Dónde has encontrado esto? —preguntó, cauteloso. Levantó la mano con ansias para agarrarlo, pero lo acerqué todavía más a mí.
—Así que sabes qué es —puntualicé.
—Por supuesto que sí, era de...
—Pero no terminó de decirlo.
Se le quebró la voz ante lo que iba a decir y miró al suelo, bajó la mano a su costado y cerró el puño.
—¿De quién? ¿Quién es W. S., Harry?
Pero Harry no habló y, después de un largo silencio, le tendí el libro. Él lo cogió entre las manos, taciturno. No me atreví a preguntar nada más. Harry recorrió la silueta del dibujo de la cubierta con la yema de los dedos. Pocos segundos después, abrió el libro por la primera página.
—Melissa... Así que lo tenía ella —murmuró, recorriendo la hoja con la mirada—. ¿Dónde has encontrado esto, Esme? Llevo dos meses buscándolo.
«M. S.»
«Melissa Skins».
—Lo compré en una tienda de Portland.
—Espera, eso fue la semana pasada.
—Sí, el sábado.
—¿Cómo ha llegado hasta allí? —Parecía que hablaba más para él que para mí.
—Pues no lo sé. Simplemente lo encontré y vi que era igual que el que tú tenías. Pensé que...
—¡¿Y no me lo habías dicho?! —vociferó. Me encogí en un acto reflejo, asustada por el tono que su voz había adquirido de un momento a otro—. Esme, este libro... Aquí mi... Mi...
—¿Tu qué?
Volvió a quedarse en silencio, pero entonces algo cambió en el rostro de Harry. Agachó por completo la cabeza y lo vi guardar el libro en la mochila con decisión. El color rosado de sus mejillas se intensificó. Y gracias a la pálida luz de la luna, vi cómo sus ojos echaban chispas. Tenía los músculos tensos. Supe entonces que había algo en él que había cambiado. Ya no era el chico de aspecto dulce que conocía. Sus facciones se habían endurecido.
—Vámonos —espetó Harry con frialdad y comenzó a recular.
—¡Pero estás yendo por el camino contrario! —me quejé, y corrí hacia él con cuidado de no caer.
—¡Estoy yendo por el camino correcto!
Me detuve entre los árboles y cogí la brújula de Harry, que llevaba en el bolsillo de mi abrigo, para confirmar que se dirigía hacia el sur y no al norte. El silencio de la noche nos rodeó, y el canto de un búho acompañó los pasos de Harry, como si nos llamara, como si quisiera que no nos marchásemos. Pero apenas veía ya a Harry y tenía miedo de quedarme sola de nuevo. No había sido buena idea decírselo. Si hubiésemos continuado
nuestra expedición, quizá habríamos descubierto algo. —¡Harry, espérame, no corras tanto!
—¡No estoy corriendo, Esmeralda! ¡Estoy caminando! —respondió con brusquedad, como si le molestara mi voz. Dijo mi nombre completo y me sorprendió que lo hiciera. Él nunca antes lo había dicho.
—¡Pero vas demasiado rápido!
Iluminé bien el suelo con la linterna para ver dónde estaba pisando y sentí que me hervía la sangre. ¿A qué se debía el cambio de humor de Harry? Fue como el día en que nos conocimos, como si la ira corriera por sus venas, manifestándose en una especie de enfermedad, porque sabía que aquel no era él, sino la furia de sus pensamientos.
—¿Adónde vamos?
Como no respondió, aceleré todavía más el paso, arriesgándome a caer. Lo agarré por la manga del abrigo, obligándolo a parar.
—A mi casa —respondió sin mirarme.
—¿Qué mosca te ha picado, Harry? ¡Es solo un libro! ¡Aún tenemos que encontrar la cara norte, el búho y a Melissa!
—¡Melissa puede pudrirse ahí dentro! ¡Que encuentre la salida ella sola! Ella siempre ha querido la gloria, ¡pues que se lleve el mérito del descubrimiento! ¡Ya me da igual! —exclamó, zafándose de mí.
—¡Pero es tu amiga!
—Después de lo que ha hecho, creo que ya no lo es. Siempre ha actuado a mis espaldas. Seguro que no me dijo nada a pro pósito, y ya he llegado al límite de mi paciencia.
Cuando Harry dijo eso, me quedé parada en medio del camino. Lo vi caminar enfurruñado de vuelta al pueblo. ¿Qué había hecho Melissa para que Harry se enfadara tanto con ella? Además, ¡todavía no me había dicho de quién era el libro!
Parecía tener un alto nivel sentimental para él. La cólera que reflejaban sus palabras me sorprendió.
A los pocos minutos habíamos vuelto al pueblo. No nos habíamos adentrado mucho en el bosque, pero el reloj de mi teléfono móvil ya marcaba la una de la madrugada. Las farolas iluminaban la solitaria calle. Solo oía los pasos decididos de Harry en el asfalto mientras contemplaba de reojo cómo la niebla descendía por la montaña, recorriendo el bosque. El bosque era un circuito.
Cuando llegamos a nuestra calle, Harry se detuvo delante de su casa y me miró a los ojos. Aunque continuaba enfadado, su rostro había perdido el color rojizo que había adquirido entre los árboles y me alegré de que estuviera algo más calmado. De todos modos, sus palabras continuaban siendo ásperas.
—¿Vienes o no?
Harry me tendió el chocolate caliente y me obligó a sentarme en la silla de su escritorio, en frente de la cama. La habitación no era muy grande y las paredes estaban llenas de certificados académicos junto a dibujos de bosques y búhos. Un atrapasueños colgaba del cabezal de la cama y había fotografías en la mesita de noche. En una de ellas aparecían su madre, los que supuse que eran su padre y su hermana Helena, y él; también había una de él con un cachorro de husky y, finalmente, una fotografía de él con una chica rubia y de ojos azules.
Melissa.
Hunter estaba recostado en el regazo de Harry y él le acariciaba las orejas.
—¿Y bien?
—¿Qué?
—¿Cómo que qué? Creo que merezco una explicación por tu actitud de esta noche. Primero estabas muy emocionado y después, cuando te he mencionado el libro, todo ha cambiado por completo.
Harry frunció el ceño y bajó las manos al regazo. Entonces, agachó la cabeza.
—Pregúntame lo que quieras —dijo, tras darse por vencido.
Tenía que saberlo para poder entender a Harry, para des preciar a Melissa del mismo modo que lo hacía él o para decirle lo muy equivocado que estaba y que no debía ser tan duro con ella. En mi cabeza solo había dos cosas en aquel momento. Primero, quería saber quién demonios era W. S. y por qué Harry había reaccionado de un modo tan afectivo, y segundo, saber qué había hecho Melissa.
—¿De quién es el libro? —pregunté algo incómoda, pero quería saberlo.
Mi conciencia no iba a descansar tranquila hasta que él me lo dijera. Muy a mi pesar, Harry se quedó en silencio mirando la taza que tenía en las manos. El cabello ondulado que le caía por la frente le ocultaba los ojos.
—Es de mi padre.
Me quedé sin respiración.
Harry levantó la cabeza y vi la tristeza en sus ojos. ¿Qué hacía Melissa con un libro que era de su padre? Es decir, eran amigos, pero no entendía por qué lo tenía ella. Me levanté de la silla y dejé la taza en el escritorio para acercarme a él. Me senté en su cama, con la espalda apoyada en la pared y sin tocar su cuerpo, dejándole espacio personal.
—Puedes contármelo, Harry, no se lo diré a nadie —aseguré, ladeando la cabeza para mirarlo a los ojos.
Él se encogió de hombros y dejó su taza sobre la mesita de noche, después volvió a su posición inicial. Se había quitado los zapatos y había cruzado las piernas encima del colchón.
—William Sendler es mi padre. Desapareció en el bosque hace siete años, cuando yo tenía diez. Él adoraba el bosque, ¿sabes? Le encantaba caminar entre los árboles. Siempre estaba dibujando o pintando en sus ratos libres y nos contaba cuentos a mi hermana y a mí antes de dormir. —Harry sonrió nostálgicamente y sorbió por la nariz, intentando no echarse a llorar—. Recuerdo sobre todo El búho de fuego azul, que volaba por en cima de las copas de los árboles y llegaba hasta la cima del pico más alto de la sierra. También es su animal favorito, ¿sabes?
Harry tenía los ojos vidriosos y sentí la urgencia de abrazarlo, porque yo también había perdido a mi padre y no lo veía desde hacía tres años.
—Lo siento mucho, Harry.
—Yo sé que está vivo, Esme. Está en el bosque, en algún lugar, y lo encontraré, cueste lo que cueste.
Entonces lo entendí. Aquella segunda motivación de Harry por descubrir el secreto del bosque debía de ser el deseo de vol ver a ver a su padre. Pero si él sabía que estaba vivo, entonces Melissa también debería de estarlo.
—No tendríamos que habernos ido del bosque. Hubiésemos llegado a la parte norte. —Harry se encogió de hombros, pero no dijo nada—. ¿Qué hizo Melissa para que te sientas así?
Entonces, sus ojos se oscurecieron, llenos de rabia e ira. Dejó de acariciar el suave pelaje de las orejas de Hunter e hizo que el animal se apartara de su regazo para alzar las piernas y abrazarse las rodillas, entrelazando los dedos para aguantar el equilibrio de su propio cuerpo. Viéndolo de aquel modo, me dio la sensación de que Harry se había hecho pequeño y que en su cabeza ya no existían las desapariciones, ni su padre, ni el mismísimo bosque, sino el dolor de una traición.
—Harry, no voy a contárselo a nadie —aseguré, y le acaricié el brazo.
—Antes éramos tres, pero... pero tuvo que irse —balbuceó.
«Cuando éramos niños, Minerva y yo éramos buenos amigos», dijo Harry en una ocasión.
Sin duda, aquella persona era Minerva.
—¿Por qué tuvo que irse? —pregunté de nuevo.
Harry negó con la cabeza y se puso en pie.
—Eso no importa. Lo que realmente me molesta es que haya estado haciendo cosas a mis espaldas.
Me reincorporé y acepté los mimos de Hunter, que se había acercado a mí y frotaba la cabeza contra mi brazo para que le prestara atención.
—¿Qué ha hecho Melissa?
—Melissa y yo llevábamos desde principios de verano tramando un plan para descubrir el secreto del bosque. Aunque aparentemente ella tenía otro plan que no me incluía —dijo, pero se quedó quieto cuando se sentó en la silla de su escrito rio—. Yo sabía que mi padre tenía ese libro. Cuando era pequeño, siempre lo veía dibujar, mirar mapas y anotar cosas en él, pero nunca lo había tenido entre mis manos. Cuando Melissa y yo éramos solo unos críos, quisimos cogerlo y ver los dibujos de los búhos, pero él nos lo quitó de las manos de un modo en el que nunca lo había visto comportarse. Fue como si tuviera miedo de que lo abriéramos. A los pocos días, desapareció.
»Melissa cambió por completo. Ya no era dulce ni son riente; se volvió orgullosa y engreída. Es superdotada, ¿sabes? Sin embargo, es de esas personas que actúan sin pensar, y a veces no controla el dolor que pueden causar sus palabras. Dijo cosas horribles sobre alguien a quien yo quería cuando era un niño.
»Como te he dicho antes, una noche ideamos un plan para entrar en el bosque. Queríamos descubrir lo que esconde y encontrar a mi padre y a todas las personas que han desaparecido en él. No sabes la cantidad de gente que falta en el pueblo, ¡hay gente que lleva cien años atrapada allí dentro! Tanto habitantes de Greenwood como forasteros. Tenemos que encontrarlos a todos y hacer que vuelvan de una vez por todas antes de que sea demasiado tarde.
El discurso de Harry me dejó un tanto aturdida, pero me hizo pensar en muchas cosas. ¿Qué significaba aquel «demasiado tarde»? ¿Se refería a que iban a morir? No, la magia no existía y tenía que haber una explicación lógica para todos aquellos hechos, para que la gente desapareciera inexplicablemente entre aquellos árboles de hoja perenne.
¿Pero qué pasábamos por alto?
—¿Qué sugieres? —pregunté, esperanzada por la respuesta que tenía en mente.
—Mañana iremos a la comisaría de policía.
No fue exactamente lo que esperaba, pero me sirvió.
—Nora me dijo que el padre de Melissa es el sheriff, pero ¿no crees que primero tendríamos que retomar lo que hemos comenzado hoy? ¿Para qué quieres ir allí?
Harry entrecerró los ojos y se puso de pie, dándome la espalda, con la vista puesta en la ventana y de brazos cruzados. La luna le iluminaba el rostro. Su actitud cambió por enésima vez en una sola noche. Sus ojos habían recuperado su color esmeralda, como el bosque.
—¿No crees curioso que es curioso que Jeff haya dejado el caso siendo su propia hija quien ha desaparecido en el bosque? —dijo Harry.
—Pero primero deberíamos saber qué hacía el libro de tu padre en la tienda de Portland.
—Sabremos qué hacía allí cuando hayamos visitado a Jeff, estoy completamente seguro de ello. Los policías y los guarda bosques son unos incompetentes que se cagan encima cuando ocurre algo relacionado con el bosque. Son todos unos miedicas, y ya va siendo hora de que alguien se atreva a descubrir el misterio.
—¿Por qué fuiste tan desagradable conmigo, Harry? Al principio, cuando nos conocimos.
Él se dio la vuelta y me miró de nuevo a los ojos, depositan do toda su atención en mí. Sus mejillas adquirieron la tonalidad rosada que ya había visto en más de una ocasión. Entonces, desvió la mirada al suelo.
—No lo sé exactamente. Solo sé que no quería que te metieras en mis asuntos.
Algo me dijo que mentía, pero no le di más vueltas.
—Ya te lo haré pagar.
—Arqueé una ceja y él se sonrojó todavía más.
Acto seguido, se acercó a mí, se detuvo y agachó la cabeza hacia mí. Posó la vista en la fotografía de Melissa y, luego, en los míos.
—Melissa ideó un plan para descubrir el secreto del bosque sin contar conmigo, y yo haré lo mismo. Pero tú me ayudarás.