El amor nunca es ideal

By CerJin

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"La vida no siempre nos da lo que queremos, lo que merecemos, o creemos merecer; a veces, solamente podemos c... More

El amor nunca es ideal

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By CerJin

Advertencia: post-guerra, ligeramente What If?, un poco de spoiler, tal vez, y como claramente no soy Isayama, contiene OoC, pero me esfuerzo por apegarme lo más que pueda a los personajes.


La guerra fue ganada.

Había pasado cuatro meses desde que la batalla contra los jeageristas había terminado, dejando consigo bajas considerables entre lo que quedaba de la Legión de Reconocimiento. No obstante, lo mismo ocurrió con el bando enemigo, quedando un grupo reducido, y entre las filas de muertos Eren Jeager incluido.

En el momento que me enteré de la muerte de quien antes había considerado mi rival, aquel bastardo suicida, involuntariamente me embargó una sensación gratificante de que una piedra del camino había sido removida. Una emoción que casi pasaba desapercibida, y que no sabía era capaz de sentir.

Pero hasta el día de hoy no sé qué es peor, si su presencia o su recuerdo.

Me gustaba Mikasa Ackerman, me gustaba mucho. Me gusta. Es lo que siempre había querido para mi vida.

Lo que quiero.

Mi primer amor; el amor de mi juventud.

La chica de mis sueños.

Infortunadamente, en nuestro periodo siendo compañeros en la tropa 104 y como miembros del escuadrón del capitán Levi, ella había mostrado nulo interés.

Sabía que la razón principal era su obsesión/preocupación y cuidado para con Eren.

Por lo que ahora que se había ido para siempre, no podía desaprovechar la oportunidad, sería un reverendo imbécil si en mis privilegiadas circunstancias lo hiciera.

Tenía un plan de conquista para hacerlo.

Uno que consistía en ser su compañía, su hombro para llorar, su caja de penas y esperanzas. No había otra persona en el planeta que mereciera ese papel más que yo, quien siempre me mostraba dispuesto para lo que ella quisiera, con estas acciones ¿cómo no iba a enamorarse perdidamente de mí? De nuestro peculiar grupo de amigos solamente quedábamos ella y yo. Y Armin, y Connie, pero bueno, son Armin y Connie. Armin se largó a recorrer el mundo abandonándola sin consideración.

Tiempo y espacio es lo que ella necesitaba, y era lo que le había estado dando en estos tres meses, pues no la forzaba ni le hablaba más de lo estrictamente necesario.

—Hemos terminado Comandante Krischtein, puede retirarse.

—A partir de hoy no seré más comandante, señor Shadis.

Aclaré levantándome de mi lugar y estirando una mano hacia él. Él hizo lo mismo y las estrechamos como despedida.

—Lo entiendo.

Me miró con pena dibujando una media sonrisa, no entendía la razón del sentimiento, al ya no haber titanes que amenazaran a la humanidad, no era necesaria una Legión que se especializara en la lucha contra ellos.

Por ende, mi estatus provisional de igual modo había terminado. Ya no era necesario aquí.

Salí del Cuartel con entusiasmo y sintiéndome realizado.

Altos mandos no resistieron el brutal ataque orquestado por Jaeger, incluyendo a Darius Zackly, Dot Pixis, Nile Dawk, y Hange Zoe. Me sentía horrible cada vez que recordaba a la fallecida comandante.

Durante los últimos cuatro años me convertí en la mano derecha de Hange Zoe, por lo que su recuerdo pesaba aún más en mi memoria, al ser yo el ocupante de este importante cargo, se me consideró elegible para el papel de Comandante Provisional.

Básicamente hacía lo mismo que cuando estaba a cargo de Zoe. Casi. Me encargaba del papeleo, asuntos burocráticos, de administrar suministros, asistía a reuniones, coordinaba subordinados, colaborada en planes de reconstrucción de las ciudades afectadas y poco a poco fuimos levantando de los destrozos a Paradis; también, aunque ahora era yo quien hacía los informes, de igual modo recibía otros de mis compañeros sobrevivientes, los revisaba y presentaba ante el Supremo Comandante Shadis. Él al ser el único en la línea con la suficiente experiencia adquirió el título que antes ostentaba Zackly.

Fueron semanas extenuantes, largos días, horas incansables de reconstrucción, pero el día de hoy por fin un setenta por ciento ya estaba hecho. Acepté colaborar hasta este punto porque yo también quería continuar con mi vida, si me quedaba hasta el final, probablemente esto se alargaría, continuarían incluyéndome en más y más proyectos que sabía se tenían en mente para la nueva forma de gobierno. Historia seguía en el trono, pero las divisiones como la Guarnición, la Policía Militar y la Legión serían reformadas. Probablemente disueltas, y se crearían nuevas y adaptadas a la nueva realidad sin titanes.

Honestamente, no quería formar parte de lo que sería el nuevo cuerpo de militares, o lo que sea.

Estaba harto de perder a mis compañeros, y aunque sé que probablemente aquellas cruentas y horribles formas de morir no volverían a repetirse, tampoco quería seguir ligando mi vida al ejército.

No lo necesitaba. Es decir, no necesitaba un trabajo, mi anterior vida de soldado me había remunerado bastante bien. Poseía mis ahorros desde que ingresé la Legión, más mis ingresos como líder de escuadrón, y ahora que todo había terminado y yo era héroe de guerra, se me otorgaría a mí y mis compañeros una fuerte pensión o  la posibilidad de elegir un inmueble.

Aún no me decidía, la pensión de por vida era tentador, pero fastidiaba que sería a plazos. Adquirir una casa en una buena zona es caro, y cuesta más si es una sola persona quien la mantiene. Quizá si estuviera casado y tuviera una familia sería menos difícil elegir.

Por mí mismo no me convendría tomar la opción de la casa.

Por eso debía apresurarme en conquistar a Mikasa, juntos podríamos solventarnos bastante bien, ella podía decantarse por la vivienda mientras que yo optaría por la pensión. Y listo, juntos para siempre. Un final feliz, equilibrio perfecto entre los dos.

Un sueño hecho realidad.

Pero lo que no sabía es que los sueños no siempre se hacen realidad.

...

Llegué a mi actual domicilio, un hostal reformado especialmente para ex soldados sin dónde ir temporalmente como yo, la idea fue ambientarlo para que fuera de un tipo modernamente llamado casa-habitación. No era muy grande, pero poseía lo suficiente.  Era de los pocos edificios que la habían librado de derruirse en ese sector, al ser una potente necesidad, el casero ofreció voluntariamente cobrar menor cantidad para tipos como yo, en mi situación.

Si bien yo poseía un hogar en Trost donde mi madre esperaba por mí, mis anteriores deberes no me permitían moverme de mi posición por largos periodos, por lo que me vi en la necesidad de "alquilar" una habitación por tiempo indefinido. Sin embargo esto no era tan malo como parecía al principio, pues Mikasa se había quedado aquí también, no solo en la ciudad sino en el mismo edificio.

Aquella coincidencia entre ambos me cayó como anillo al dedo y no hizo más que reafirmarme que quizá estábamos destinados a ser.

Suspiré tranquilo, las cosas por fin estaban cayendo en su lugar ideal.

El amor surgiría pronto.

Toqué a la puerta correspondiente a ella, quien no me privó mucho tiempo de volver a ver su carita de porcelana.

—Mikasa.

—Jean.

—Qué bueno que estés en casa —trataba de contener el entusiasmo que me brotaba por los poros—. Me alegro —sonreí genuino.

—Mmh, sí —ella se mostraba tan sería como siempre, cruzada de brazos y recargada contra el dintel, oh dulce Mikasa.

—Solo quisiera saber si... te gustaría salir conmigo uno de estos días, si es posible mañana.

—¿Qué?

La tomé desprevenida, sin duda, no se lo esperaba.

Sin embargo no me amedrenté ni un poco, estaba exultante, definitivo, no me rendiría tan fácilmente ahora que la tenía en bandeja de plata. Era cuestión de presionar y mostrarme perseverante.

—Lo que escuchaste, ¿te gustaría salir en una cita conmigo el día de mañana? Ya sabes, iríamos a la cafetería que está rumbo a ese parque donde hace poco sembramos las margaritas.

Si bien Mikasa formaba parte del cuerpo de inspección, sobreviviente de guerra como yo, no fue un gran activo en la deconstrucción de la Isla, ni en gran parte de los proyectos; ella al igual que yo, tuvo el deseo personal de hacer su vida normal, alejada del ejército, salvo en aquella ocasión de los informes por defecto, y esa noble acción de reforestar las áreas verdes a la cual también yo la alenté.

Su respuesta estaba tardando, ella dudaba, lo noté cuando ella mordió suavemente su labio inferior, pero eso no bastó para desanimarme, sabía que prácticamente ya la tenía.

Serás mía Mikasa Ackerman. Ya lo eres.

—Está bien.

...

Al día siguiente, acudí a hora temprana a recoger a Mikasa directamente hasta su puerta, al ser la primera salida podría simplemente haber dejado que nos encontráramos en el lugar de un modo casual; no quería parecer presuroso, pero tampoco podía dejar de ser un caballero.

El trayecto hacía la nueva cafetería lo describiría como muy ameno, silencioso, siendo roto en contables ocasiones en que le mencioné lo bonita que lucía, o bien, discutíamos o comentábamos sobre el mismo nombramiento del lugar hacia donde nos dirigíamos. El término "cafetería" se sentía curioso en la lengua, término jamás empleado en la época que vivíamos, sino un concepto ingenioso traído desde Marley junto con las vías ferroviarias, la energía eléctrica, los barcos, las fotografías, las bombillas, el helado y más cosas así de novedosas y desconocidas; asimismo, estas adaptadas rápidamente tanto por nosotros los soldados como por los mismos lugareños. La energía eléctrica, específicamente, sería llevada de a poco a todos los habitantes de la isla, los planes se encontraban en marcha.

Me doy cuenta de que fue más sencillo importar ciertas costumbres desde allá para acá, al parecer a la gente le agradó el cambio y algunas facilidades producidas por esta rara "tecnología".

Continuamos con el mismo ambiente hasta confluir al lugar, el sitio en sí impresionaba en demasía, se trataba de un amplio espacio con paredes color beis, suelo de azulejos alternando en blanco y negros —de los pocos que poseían de esos—, detalles en amarillo y asientos en colores burdeos. Algo bonito, plastificado, nada rustico como a lo que normalmente estábamos acostumbrados, y con la brillantez suficiente para pasar una buena tarde en compañía de la chica que te gusta.

Eran las cinco de la tarde, por lo que no se encontraba rebosante de personas, la tranquilidad reinaba y yo lo agradecía.

Todo marchaba excelente, mientras esperábamos la comida Mikasa y yo tratamos temas triviales, recordamos nuestros inicios como soldados en entrenamiento al mando de Shadis, también vinieron a nuestra memoria ciertos eventos acontecidos como miembros de la Legión, buenos momentos sobre todo. No me apetecía demasiado comentar los malos, como todas las muertes y todas esas pérdidas de mis camaradas, aquellos desafortunados caídos en batalla que fui incapaz de mantener a salvo.

Y sé que a ella tampoco.

Y como yo sería incapaz de causarle daño no la forcé a que hablara, simplemente los temas fluían por sí solos arrastrando exclusivamente lo positivo, los buenos ratos, las convivencias en equipo, las risas, las bromas involuntarias.

Comimos en silencio porque pese a todo Mikasa nunca dejaría de ser ella misma, tan sería, tan reservada, tan moderada. Y yo entendía todas sus actitudes. Si bien había veces en que podía mostrarse divertida, o con un sentido del humor sacado de la manga —tomando como ejemplo la ocasión en que acusó a Sasha de tirarse un pedo en el comedor—, aquello era una virtud escondida que solo era traída a la vista en los momentos más insospechados.

Así actuaba Mikasa, tan única y sorprendente.

Sin embargo, hubo un espacio casi al final donde no me pude resistir de indagar sobre el asunto que me apremiaba.

—Entonces, Mikasa, ¿ya has tomado una decisión?

Ella paró de menear lo que restaba de su malteada de fresa, se quedó mirando fijo a un punto en la mesa un par de segundos, como si lo sopesara.

—¿Te refieres a si tomaré la pensión o el terreno?

—Sí. No sabía que podríamos elegir espacios de tierra sin construcción.

—Mhm, la verdad no viene especificado, pero tampoco encontré algún punto en el contrato donde dijera lo contrario, así que asumo que si mi elección es un terreno baldío, me será concedido, siempre y cuando esté en disposición del gobierno.

—Tienes razón. Eres muy lista, yo no lo había visto de ese modo —la halagué con honestidad.

—Gracias, supongo —murmuró al final. Ella también podía ser tímida cuando se trataba de cumplidos—. Y pues sí y no... Aún lo estoy pensando.

—¿Tienes algún plan? —la curiosidad comenzó a picarme con su respuesta un tanto ambigua. Todo lo relacionado con Mikasa me incumbía, me despertaba gran interés. Interés sobre lo que haría o cuales serían sus planes a futuro, pues quería tener la fortuna de formar parte de ellos.

—Sí, los tengo, Jean —dijo a secas y nuevamente se quedó con la mirada perdida, esta vez enfocada en el cristal de la ventana, con sus brazos recargados en la mesa, uno encima del otro. Se le notaba en calma, melancólica, y con un semblante transparente de vacilación.

Creo que era mi momento de intentar algo.

—Lo que sea, dímelo, puedes confiar en mí —sonreí estirando mi mano para tocar la suya, ella no se apartó, esperaba transmitir la misma confianza que me inspiraba a actuar.

Al parecer la convencí, pues su mirada pasó de nuestras manos unidas a mi rostro, ella entrecerró los ojos un instante, pero por fin las murallas de su recelo cayeron, soltando un resoplido contenido fue capaz de contarme.

—Estoy considerando emprender un viaje a Shinganshina, la casa donde viví mi infancia está ubicada ahí... quisiera recuperarla, pero aún no estoy demasiado segura al respecto. La razón es porque dudo que la estructura haya sobrevivido al brutal ataque del titán bestia cuando recuperamos la muralla Maria, pero si sobrevivió, me gustaría hacerme de ella; si por el contrario resulta que encuentro la casa hecha pedazos, ya estaba pensando en una alternativa, por ejemplo, podría simplemente adaptar el terreno para otro uso... no lo sé, un tributo a mis padres... algo. Pero no puedo perderla, no puedo.

Escuchar el discurso acerca de su elaborado plan me conmocionó, no iba para nada con lo que yo ya había planeado para nosotros. Sin duda esto me obstruía y me comenzó a azotar una ola de nerviosismo e incertidumbre. No supe cómo reaccionar de buena manera, el impacto fue grave, sin embargo era consciente de que ella era autónoma y libre de hacer lo que quisiera...

«Pero no puedo perderla, no puedo»

...pero no, un segundo. Esa última frase emitida era el punto de inflexión. La clave de todo.

Por más libre que fuera Mikasa, por más adulta y madura, ella no sabía lo que decía. En realidad, no podía percibir la realidad con sensatez porque aún se encontraba atormentada por los fantasmas del pasado, por todas las muertes, el caos, la destrucción, las horribles secuelas inoculadas por los malditos titanes... la realidad pura era que todavía se hallaba bastante afligida.

Inclusive, al hablar pareciera que cada palabra fuera más difícil de expresar que la anterior.

No, imposible, Mikasa no estaba lista, nunca lo estaría. La muerte de sus padres era algo que debía olvidar para poder superar esa experiencia, y resultaba bastante obvio que no lo lograría si regresaba al punto de inicio, donde la tragedia se desató. Y era algo que en su debilidad ella era incapaz de ver.

Su debilidad causada por la pérdida de Jeager.

Por lo tanto, era mi deber guiarla, protegerla incluso de sí  misma, y recordarle lo fuerte que era.

—Mikasa... ¿estás segura? Subjetivamente, no creo que sea lo correcto —enuncié con elocuencia, esperaba elegir palabras adecuadas—. A lo que me refiero, es que no creo que sea lo mejor para ti en estos momentos... es decir, dale tiempo al tiempo...

Así como yo te di tiempo cuando Eren recién murió en la última batalla. Así como yo me alejé de ti hundiéndome en mi trabajo provisional, solo viéndote a hurtadillas u observándote a lo lejos, y solo buscando conversaciones cuando me fuera estrictamente apremiante. Mikasa, espero que los cuatro meses hayan sido suficientes para que te despojaras la mente del recuerdo de Eren.

Silencio absoluto.

Mi propósito no era ofender a Mikasa, pero debía entender que yo solo me esmeraba en lo que fuera óptimo para ella. Mikasa no se merecía eso, ella merecía ser feliz, merecía paz, tener un hogar, una familia, un marido que la consintiera y que le proporcionara todo, que le bajara el cielo y las estrellas, que ella no tuviera que mover un solo dedo o gastar sus energías cumpliendo sus sueños. Yo los cumpliría por ella.

Mikasa bajó despacio la cabeza y su mirada decayó a sus manos que se habían vuelto puños, aun con su flequillo ensombreciendo un poco su cara, podía notar la profunda tristeza emanando de sus orbes grisáceos, sus labios apretados, sus hombros en tensión.

Quizá la había hecho razonar aunque sea un poco.

—¿Eso crees? Bueno, te recalco que lo estoy repensando.

Sentí alivio. Bien, al parecer lo logré.

—Pero también tengo en la mira la antigua casa de los padres de Eren.

Caray, el bastardo suicida otra vez.

—¿Cómo?

—Sí, descubriré si esta fue heredada, o si se me puede entregar, incluso, ver si existe la posibilidad de comprarla para reformarla. Quien sabe, las posibilidades son infinitas.

Ahí fue cuando supe que no, el asunto Eren, no estaba olvidado, mierda ¿qué había hecho Mikasa durante estos cuatro meses, entonces? ¿No le había llorado lo suficiente? ¿no había superado su duelo?

—Mikasa, ¿Qué ocurre?

—¿A qué te refieres?

En toda mi estancia junto con ella, fruncí el ceño por primera vez.

—No lo has superado —sentencié, recargándome en mi asiento con firmeza, como un comandante con autoridad lo haría ante un subordinado necio, crucé los brazos sobre el pecho negando un par de veces. Debía admitir que me decepcionaba un poco por su parte.

Ella simplemente me miró alzando una ceja, impasible.

Continué.

—Mikasa, tienes que ser fuerte. Tienes que superarlo, si sigues sin sacarlo de tu cabeza el dolor no se irá.

Me miró sin expresión por unos segundos, sus pensamientos para mi eran un enigma, pero no necesitaba resolverlo, sus ojos muertos lo decían todo, y todo era un efecto de su necedad a mantener vivo el recuerdo de Eren.

Por más que lo negara en su interior, sabía que yo tenía razón.

—Quiero irme.

...

Pasaron tres semanas desde esa ocasión en que Mikasa cortó nuestra cita abruptamente. Lo sentí de ese modo apresurado debido a que después de su petición de querer irse no volvió a dirigirme la palabra, al menos hasta que nos despedimos frente a su puerta. Yo no le tomé mucha importancia, repito, así era ella, a su forma perfecta de ser y yo la respetaba. Le concedía su espacio porque es lo que una dama espera de un caballero. Y aunque esa tarde fui consciente de que el corazón de Mikasa seguía empecinado en amar a Eren, no me rendiría tan fácilmente.

La haría abandonar esos feos sentimientos.

La haría feliz.

Mikasa tenía que ser feliz, lo lograría.

Por lo tanto, mis planes continuaban todavía en pie, había habido unos cuantos avances, Mikasa y yo salimos en repetidas ocasiones donde sucedieron cosas interesantes. La segunda prescisamente ocurrió aquel fin de semana, de vuelta a la misma encantadora cafetería para posteriormente dar una vuelta por el parque de las margaritas. El aire fresco otorgado por los últimos días del verano y casi primeros del otoño, propició un recorrido pacífico y despreocupado, el cielo azulado era resplandeciente y se hallaba despejado de nubes, siendo no muy difícil aterrizar en conversaciones un tanto más casuales y a mi alcance.

Traté de tomar su mano subrepticiamente, o por lo menos hacernos parecer cercanos a ojos ajenos, pero nada pasó, a pesar de todo, consideraba que había sido una grata experiencia para ambos, donde descubrimos un poco más del contrario.

Días después la había invitado a cenar, a comer, incluso a desayunar, esperaba no estarme volviendo un intruso de sus rutinas, pero al mismo tiempo procuraba introducirme lentamente en la vida de Mikasa, como un amigo, hasta volverme alguien conocido e indispensable.

En mi ansiedad alucinaba estar yendo rápido, pero la verdad era que no tenía mucho que hacer en mi día, por lo que comúnmente la visitaba —sin agobiarla, por supuesto—, éramos vecinos después de todo, no era raro que nos encontráramos por los pasillos si alguno iba de entrada o de salida, si esto sucedía, veía la oportunidad perfecta para acompañarla a hacer la compra de víveres o algún otro recado que tuviera pendiente por ahí, muchas veces esto último no se me permitía; pero cuando la suerte me favorecía, nos quedábamos platicando en mi balcón hasta muy tarde, observando las estrellas.

No era tonto, podía observar la tristeza reflejada en los hermosos ojos de Mikasa, en el anhelo que expresaban sus delicadas facciones, en cómo su ánimo decaído parecía empeorar cada vez más.

En uno de mis intentos por ayudarla a despejar su mente de su desbarajuste, se me ocurrió la idea de aventurarme a invitarla a una taberna donde había oído rumores el ambiente era un tanto más juvenil, más suelto, más de nuestro estilo. Era innegable el hecho de que Mikasa y yo apenas éramos un par de adultos jóvenes, teníamos apenas veinte años y por más que nuestras anteriores circunstancias en la Legión prácticamente nos haya exhortado a madurar, a endurecer nuestra actitud y no dejar espacio para aquelarres ridículos, no era un pecado tratar de divertirnos ahora que todo había terminado.

Me encontraba en mi cama una noche antes, planeando cada detalle con meticulosidad. Tampoco es que pudiera dormir de la emoción, imaginando cómo sería bailar con ella toda la noche, cómo estaría vestida, cómo sería sostener su mano, abrazarla, tomarla de la cintura y verla sonreír, seguro su sonrisa era hermosa, como toda ella, como su cuerpo... Basta, Jean Krischtein, no seas un jodido pervertido.

Sin embargo, todos mis planes se derrumbaron la tarde siguiente, cuando realicé la invitación y ella con toda reticencia se negó. Averiguando el porqué, quedé perplejo cuando ella expresó su luto en forma de un sutil llanto hacia Jaeger, un par de cristalinas lágrimas asomaban por sus orbes y su pose frágil estuvo a punto de quebrarme a mí también. Resulta que ese día se cumplían cinco meses de su fallecimiento.

Su puto fallecimiento seguía jodiéndome los planes.

Me fui de ahí apretando los dientes, estaba abatido, furioso, no supe por qué, pero no me había sentido tan humillado en toda mi existencia, quizá el ser plenamente consciente de que un puto fantasma ejercía más poder sobre ella, el ser más endeble que un recuerdo, más débil.

Me había rechazado.

Pero no me importó, su negativa no me detuvo esa noche para dirigirme por mi mismo a la taberna-bar —como le llamaban típicamente en Marley y en algunos negocios habían optado por mutar sus propios nombres—, lo cierto es que ya tenía una reserva de un coste elevado que no tenía pensado desperdiciar, puesto que yo en serio quería divertirme, de verdad necesitaba —y con mayor razón y éxtasis— expulsar toda esta rabia que venía guardando dentro de mí. Una energía salvaje que recién brotaba también se añadía. No sabía qué tanto me había estado conteniendo hasta que casi había perdido todas mis facultades para pensar racionalmente, no sabía qué tanto me hacía falta alivio hasta que me hallé entre las piernas de una muchacha rubia que conocí al azar a media noche. Verdaderamente, era una urgencia liberar todo este mugrerío enclaustrado dentro de mi ser.

Y aquella noche sucedió más de una vez.

Desperté a la mañana siguiente con un dolor agudo taladrándome el cráneo, no era la primera vez que me emborrachaba o que tenía resaca, pero sí la primera vez que despertaba en una cama desconocida.

Diablos, ¿qué mierda había hecho? Cálmate, Jean... recuerda que eres un jodido adulto totalmente responsable de tus actos.

Después de regresar a mi casa con un horrible dolor agudo abarcando casi toda la integridad de mi cuerpo, me sentí terriblemente mal, ¿cómo rayos miraría a Mikasa a la cara de ahora en adelante? Me sentía sumamente avergonzado por mi actitud libertina.

Sucedió que pasaron los días y yo seguía sin poder salir de la cama, casi entrado en una depresión sinsentido. La vergüenza me superaba, me sentía sucio y una basura por haber engañado a Mikasa de esa manera, idiota, dices estar enamorado de ella ¿y es así como lo demuestras? Bueno, pues bonitos y sinceros sentimientos los míos.

Me di la vuelta aún enredado en sábanas quedando de frente contra la ventana con sus cortinas entornadas, el sol se estaba escondiendo.

Rocé con mi pulgar e índice la rasposa barba que había crecido más de lo debido, en señal de frustración, lo que me enfadaba más es que aquello es impropio de mí, no iba conmigo, en mi vida me había visualizado acostándome con cualquiera. ¡Era una traición! Yo era un traidor, un pérfido, un sucio, un infiel que no merecía más que el desprecio de ella cuando se llegase a enterar.

Mis planes se verían arruinados...

Un segundo.

Retiré las sábanas de un jalón al reparar en un interesante detalle de mi línea de pensamiento, me senté tomando una bocanada grande de aire para posterior soltarla con parsimonia.

Mikasa no tenía por qué enterarse. Es más, Mikasa no tenía derecho a reclamar, ella y yo no éramos nada. Aun.

Si utilizaba esa patética lógica era capaz de apaciguar mi humor.

Y lo que más me hacía falta en estos momentos tan tormentosos era paz interior, lo que fuera, mantenerme sereno era lo ideal.

...

Reanudando el tema principal del plan de conquista, me decidí a llevarla a la cafetería una vez más.

Aún me pesaba mi actitud resentida de la semana anterior, pero al sopesarlo con más calma, llegué a otra importante conclusión: no tenía nada de malo que disfrutara mi juventud. Total, era lo que todos los hombres hacían, se acostaban con mujeres y tenían aventuras. Me gusta creer que soy más que todos esos machitos que cuentan como victorias la cantidad de mujeres que llevan a sus camas, sin embargo, no podía negar la naturalidad del sexo en la vida. No era cómplice de esos condenados, yo sabía mantener en secreto la intimidad de una dama.

Lo más sensato era simplemente olvidarlo, no obstante, trataría de que no se volviera a repetir, no mientras estuviera con Mikasa, tenía la casi certeza de que no necesitaba a nadie más que ella, Mikasa era la única mujer para mí.

—Jean, ¿Jean?, ¡Jean!

Su gritó me sacó abruptamente de mi letargo.

—¡Que pasa!

—¿Qué me pasa a mí? ¡qué te pasa a ti! Llevas media hora embobado.

Curioso se oía el verbo embobar en los relucientes labios de Mikasa, ¿estaría leyendo libros donde aprendiera ese tipo de vocabulario?

—Ah, lo lamento —rasqué mi nuca con pena. Ella me observaba curiosa, gesto con el cual me regocijé de lo tierna que se vio.

—Si bueno... no es muy cortés de tu parte.

—Discúlpame de verdad... —agaché la mirada—, por no prestarte la atención que mereces, quería conversar contigo y solo te estoy ignorando, has de creer que soy...

No digas que eres como Jaeger, no se lo recuerdes.

—No importa.

Seguía con la vista gacha, pero pude percibir un deje de indiferencia en su tono. Cuando volví la mirada al frente ella tenía la suya en dirección a otro lado, seguí su línea de visión con la propia y con lo que me topé me dejó con los ojos bien abiertos, más bien era el quién.

—¡Capitán Levi!

—Tch, ya no soy tu capitán mocoso.

Era el capitán Levi, repito, ¡el capitán Levi caminaba hacia nosotros!, ese maldito hombre que había sobrevivido a la explosión de una lanza trueno y vivido para contarlo, estaba más que asombrado y ligeramente disgustado, pues el desgraciado llegó sin invitación a sentarse a nuestra mesa.

Hice una mueca, ¿de todos los jodidos días tenía que aparecerse casualmente hoy?

—¿Qué es ese ceño fruncido? ¿Acaso no estás contento de verme? —alzó una de sus finas cejas en evidente señal burla.

—Yo... —mierda, ese hombre podía tener mil heridas en su cara y seguir imponiendo con dureza infalible—, no, lo siento... es solo que el café sabe amargo.

—¿y por qué mierda bebes eso? Esa porquería parece y sabe a lodo —cuestionó, insultó, y luego se pidió un té.

Nadie decía nada.

—Entonces... —traté de salvar mi conversación con Mikasa, lo que sea que me estuviera contando no lo recordaba, mas disimulaba con destreza—, cuéntame más Mikasa, hace un minuto te notabas muy emocionada, quiero saber que te tiene tan feliz.

Le lancé una de mis mejores sonrisas forzadas, algo en sus ojos oscuros pareció iluminarse de repente y supe que lo tenía, acomodando su hermoso cabello azabache por un lado, depositó su tacita en la superficie de la mesa para poder contestarme.

—Sí... te decía que tengo todo listo para mi viaje.

El corazón se me aceleró.

—¿Tu... viaje? —mi tono era inquisitivo.

—Sí, el viaje que te conté la primera vez que vinimos aquí, voy a regresar a Shinganshina para inspeccionar mi hogar ¿recuerdas? —pese a su indignación subyacente, ella sonaba genuinamente alegre.

Cuando terminó la frase una energía negativa surgió desde lo más profundo de mis sentimientos apoderándose de mi cuerpo, ascendió por mi estómago retorciéndolo como con un revolvedor de huevos, llegando así hasta mi garganta. Estaba algo shockeado, como noqueado por un golpe invisible que eran sus palabras; atisbé por el rabillo del ojo que el capitán Levi le murmuraba algo a ella, sin embargo, yo ya no prestaba atención. La ira dolorosa aumentaba sin clemencia, y para no terminar desquitándome con ella no pude más que imitar su escapada anterior.

—Tengo que irme.

...

Me encontraba nuevamente en la intimidad de mi habitación, encerrado, tumbado en la comodidad de mi cama que contrario a su fin práctico no me brindaba ninguna clase de reconforte, hacía calor pero no me importaba. 

Pensaba en Mikasa y su comportamiento deliberado, en su próximo viaje y lo que esto significaba. Sencillamente no estaba contento, por más que quisiera, no podía provocarme ningún ápice de alegría la noticia de su partida.

Me enfadaba.

Quería repelarla, hacerla entender que dejara todo como estaba.

Fue cuando reparé en mi actitud pésima. Dios, ¿qué me sucedía? No era correcto juzgar los planes de otra persona, mucho menos cuando tú no tienes cabida en ninguno de ellos. Me sentía un bastardo egoísta al expresar mis ideas aquella vez, no consideraba lo que ella quería aún y cuando no fuera lo mejor. Quizá las acciones de Mikasa se debían a su necesidad de cerrar por completo su ciclo de duelo, y yo con mis comentarios la estaba frenando en seco, quise imponerme como un idiota dando mi injusta opinión, pero no podía evitarlo, era tanto mi anhelo por Mikasa que mi perseverancia no tenía límites, porque yo juré darlo todo e irme en picada por ella, quien parecía cada vez más lejana.

Preso de la confusión y desasosiego, sostuve mi cabeza entre mis manos, apretando los ojos cuando unas súbitas ganas de llorar me anegaron, trataba de poner todas mis ideas en orden, estas chocando duramente entre sí, toda la maraña de sentimientos era un caos en mi magín, pero no podía. No aquí, no cerca de ella.

Tomé la súbita decisión de largarme de la capital por unos días.

...

Al cabo de tres semanas me sentí preparado para volver.

Me despedí de mi madre con un efusivo abrazo partiendo de vuelta en mi caballo. La oportunidad de disfrutar el campo al aire libre me habían dado mucho chance para razonar, se habían renovados mis ánimos y mi moral, mi energía se había recargado y me sentía listo para enfrentarla.

Una nueva vida aguardaba.

Mi madre me había ayudado bastante: "Hijo, el hombre indicado para una mujer no se interpone en su camino, sino que cede el espacio para que siga adelante". Claro que yo protesté casi inmediatamente que tiempo y espacio era el pináculo de todo lo que tenía para ofrecer, pero después de un par de explicaciones cargadas de sabiduría y reflexión fue que lo comprendí.

Había tomado una decisión.

Seis meses era muy poco, mi madre además me había explicado que el trabajo del olvido no estaba hecho, inocente fui al pensar que curarse era así de fácil, cuando no hay punto final, no hay línea de meta, curarse en realidad es trabajo de todos los días.

Por lo tanto, era mi obligación ser partícipe de ese trabajo, de levantarla todos los días, como el sol de la mañana, pues el espectáculo debe continuar. 

Requeriría paciencia, mucha paciencia.

Al arribar a mi vivienda hallé todo en su lugar, precisamente ordenado como lo había dejado, no sé qué esperaba encontrar si ninguna otra persona tenía llave de acceso. Me la pasé horas atento al ruido exterior a la puerta de Mikasa, totalmente aburrido, pero fue inútil, ella nunca llegó, lo cual significaba que lamentablemente aún no retornaba de Shinganshina.

Inevitablemente, la inquietud comenzó a atenazarme.

¿Y si Mikasa halló más agradable la vieja cabaña de sus padres? ¿Y si planea vivir allí por largos periodos del año? ¿y si nunca vuelve? No, no te precipites. Sonaba como un paranoico, como un loco ansioso y desesperado.

Ja, ¿y no lo era ya? Estúpida conciencia, cállate.

Me sacudí la angustia y me decanté por ser optimista.

Esperé y esperé varios días, cuando alrededor de las siete de la tarde del quinto día exactamente, por fin se oyó un mecanismo de cerradura.

Levantándome del sofá casi con violencia y mordiéndome las uñas, fui a la mirilla y, efectivamente, se trataba de Mikasa. Por las murallas Maria, Rose y Sina que parecía un jodido y raro acosador.

Muy bien, relájate y piensa: ¿acudirás ahora mismo a molestarla? No, no es lo ideal, acaba de volver de un largo y pesado recorrido y seguramente desea descansar, no seas inoportuno y déjala por esta noche.

Así lo hice, me fui a acostar soñando con un mundo de colores a su lado, pero al día siguiente me acuñó lo mismo. Es decir, no quería aturdirla con mi presencia tan de prisa a su regreso, mas la manera tan grosera en que me había ido la última vez que la vi apareció repentinamente en mi cabeza. No, quizá... ¿debería ir a remediar eso lo más pronto posible? O... ¿quizá debería darme la oportunidad de repensar las palabras que le iba a decir? Una disculpa decente como mínimo, y temía echarlo a perder.

Sin embargo, no podía ser tan cobarde. A la mañana siguiente me armé de valor y salí determinado en cumplir mi cometido, topándome con la sorpresa de su puerta ligeramente entreabierta.

Me asomé un tanto escéptico, pues dudaba de que Mikasa se olvidara de un detalle tan esencial como atrancar la puerta, sabía que ella era fuerte, pero ¿y si me necesitaba? Mas lo que vi dentro me aturdió lo suficiente como para restringirme de mis capacidades psicomotoras.

Mikasa besando al capitán Levi; el capitán Levi besando a Mikasa, las manos de él apretaban la espalda baja de ella, asimismo las de ella acariciaban el cuello de él; sus labios, arremetiendo furiosamente con un deje inequívoco que no pude describir con otra cosa más que como pasión.

No puede ser.

Mis dedos se apretaron contra el marco tan fuerte que temí romperlo, no pude soportar la imagen ni por un minuto más, y antes de que se percataran de mi presencia me alejé de ahí tan silenciosamente como pude, con el ardor de la incertidumbre corriendo por mis venas. Sentía calor y no era por el clima, sino la rabia que me recorría.

¿Qué rayos acababa de presenciar?

¿Mikasa y el capitán Levi? ¿El antiguo capitán Levi? ¿Nuestro capitán Levi?

Imposible. Tomé asiento en una de las sillas de la diminuta mesa de la cocina pasando mis manos por entre mi pelo, sentía que iba a desmayarme si no me recargaba en algo, estiré piernas y brazos, posando mis codos en la respectiva rodilla. ¿Se trataba acaso de un espejismo? Supe que la respuesta era un rotundo no cuando al poco rato el eco de sus voces fue audible en medio de la penumbra.

Gemí de frustración apretando fuertemente los puños, era surrealista, quería saber que carajos había pasado en este último mes como para que ellos estuvieran así, tan íntimos, ¿tenían una relación? ¿Cómo si quiera había evolucionado su conflictiva «amistad»? ¿Acaso fue desde ese día que los abandoné en la maldita cafetería? ¿O desde cuándo? Insisto, ¿qué pasó?

Imaginé que, como ya no tenía nada que perder,  lo mejor sería que se lo preguntaría directamente. Salí hecho una furia, entrometiéndome esta vez a su casa sin avisar.

—Jean.

—Mikasa.

—¿Qué haces aquí?

Era hora de la verdad, no obstante, lo objetos esparcidos a la vista hicieron que recuperara los cabales por un minuto: bolsos, valijas y cajas adornaban la mayoría de la estancia, el sofá, la mesa, no eran muchas pero si suficientes para no tener que ser un genio para adivinar lo que ahí estaba sucediendo. De todos modos cometí la tontería de preguntar.

—¿Qué estás haciendo?

—Me estoy mudando —respondió sin pena, en tono indiferente pero sin dejar de ser amable.

Dándome la espalda, pareció no alterarse por mi presencia, y siguió con su tarea de doblar ropa para guardarla dentro de las valijas.

—¿Con quién? ¿Adónde?

—Con Levi.

Levi, ese modo tan íntimo de dirigirse a él era peligroso. No auguraba nada bueno.

Como si lo hubiera convocado, el susodicho reapareció por la puerta de entrada, sin hacer ruido, justo detrás de donde yo estaba parado.

—¿Hay algún problema? —me barrió con esa dura mirada que lo caracterizaba, caminando hacia donde se postraba Mikasa.

—No. —Mikasa por algún motivo no apartaba la mirada de mi, algo emanaba de ella, un aura extraña que no supe identificar—. ¿Podrías dejarnos solos un momento por favor? —le dijo.

El capitán no expresó absolutamente nada como respuesta, tomó un par de cajas apiladas y luego se retiró. Cuando sus pisadas desaparecieron a lo lejos, fue que me atreví a hablar.

—¿Por qué... —era la pregunta fundamental—, por qué él? Mikasa... si sabes que yo te quería... te quiero.

—Levi... me dio compañía.

—Yo estoy contigo.

—No, tú solo quieres ser un héroe. Buscas mi felicidad tan a la fuerza, aún acosta de mis heridas, pretendiendo arrancar cada una de mis cicatrices cuando no es así, Jean, esto no funciona así.

Cuando lo dijo, supe de inmediato a lo que se refería. Agaché la cabeza en mi lugar, como un niñito regañado, escuchando atentamente y sabiendo que lo dicho a continuación terminaría por romperme el corazón.

—Nunca comprendiste que estas son... mis heridas, y no desaparecen así como así. Deben sanar, no desecharse como basura.

—Y van a sanar, Mikasa, solo tienes que...

—¿Ser fuerte? —Mikasa alzó el tono de su voz, y yo tuve que retroceder un paso del impacto que me provocó.

—Jean, ¿te escuchas al hablar? Siempre repites lo mismo una y otra vez —ella negó lentamente con la cabeza, mientras yo sentía mi cuerpo paralizarse—, tienes que saber que esta última pérdida me hizo ser más fuerte, se llevó algo humano de mí, había llegado a pensar que mi capacidad para adaptarme había desaparecido, pero poco a poco iba olvidando. De llorar a todas horas, ahora solo lo hacía por las mañanas y por las noches, luego, solo antes de dormir, hasta al punto de solo hacerlo en los momentos que mi mente quedaba en blanco, y caía en el hoyo de la depresión... es un proceso —Mikasa sonrió casi imperceptible, pero recuperando el hilo de sus divagaciones, volvió a su postura firme—. Sé que no lo entenderías, pero ahora todo el llanto ha salido, claro que me preocupa seguir con mi vida después de tantas tragedias, solo que lucho para demostrarlo. A veces, un muro se interpone en el camino, ¿sabes? Solía soñar con ser tan fuerte, que nada pudiera derrumbarme, pero ahora soy tan fuerte que nada me derrumba, y solo sueño con ablandarme.

Sus palabras eran toda firmeza y resolución, no había tristeza escondida, llanto reprimido, no había ojos muertos, o quizá nunca lo hubo, no cuando estuvo conmigo. Solo determinación. Algo había cambiado en ella, algo que fue como un puñetazo directo al estómago que cortó de golpe mi respiración.

Entonces todo encajó, ella tenía razón.

No he hecho nada durante los últimos seis meses más que tratar de ser el héroe que la protege. ¿El problema? Las heroínas como Mikasa no necesitan protección.

El tiempo que la amé unilateralmente solo construyó sentimientos que no se basaban en nada, excepto falsas esperanzas y el amor idealizado.

.
.
.

Nunca fue suficiente.

Recordaba la primera vez que la vi, fue en el comedor de cadetes, pasó frente a mí con su sedosa cabellera larga ondulando detrás de ella, tan grácil y elegante que su imagen parecía andar en cámara lenta. También pensé en el elogio lanzado tímidamente esa noche, debí haberme visto como un idiota asustadizo y embobado por su hermoso cabello brillante, tan inigualable, yo era solo un adolescente. Me hirió el recuerdo de que por sugerencia de ese bastardo, ella lo cortó al día siguiente.

¿No era eso una señal?

Cuatro años después de ese suceso, todavía la amaba y fue que me di cuenta de que nunca hubo oportunidad, nunca fue suficiente la devoción que le profesaba, no es que yo no la mereciera, pero Mikasa no es un premio que uno debiera quedarse, o que debiera ser obligatoriamente entregado a mí.

De ahí, habían pasado ocho años, muchas cosas han cambiado, con el mundo de cabeza y la revolución de la tecnología en pleno apogeo... Hoy otra vez estaba en una situación similar, como un espectador.

Observaba la difícil situación que atenazaba a Mikasa en el funeral de Armin, la maldición finalmente lo había alcanzado. Ella estaba inclinada sobre su tumba envuelta en un llanto tan desgarrador que dolía, Levi detrás de ella otorgándole privacidad, con dos curiosos niños pequeños sujetándole cada brazo.

Mikasa Ackerman, mi primer amor, o el amor de mi vida, dicen por ahí que el primer amor nunca dura, nunca florece; en mi caso, el amor no correspondido no tiene final feliz.

Muy tarde tomé conciencia de que las situaciones turbulentas por las que Mikasa pasó no se dejan ir tan fácilmente, como dijo mi madre, se aprende a vivir con ello. Se requiere comprensión de la otra persona. No se trata de algo tangible que se arranca del corazón y se arroja a un agujero del olvido, no existen los felices para siempre, como yo pretendía pintarle el mundo a Mikasa; no, así como hay momentos buenos, tiene que haber momentos malos a lo largo de la vida.

Y ni yo, ni Mikasa, y estoy seguro de que también Levi, estamos exentos de sufrirlo.

¿Cómo será su relación?

Tomando una profunda bocanada de aire, decidí que era hora de irme, me negaba a ser un incordio para la familia que ahora se reunía en un sólido abrazo.

Caminé con pasos tranquilos hasta mi nuevo hogar, había aceptado la idea de que no podía ser más que un simple espectador de su alegría, pero si lo repensaba, yo era feliz, si la persona que amé lo era.



N/A: Hola una disculpa si se me escapa algún error. Si soy honesta estoy muy emocionada por esta historia, llevo planeándola desde diciembre del 2018, pero hasta ahorita me digné a terminarla. Se me atravesaron muchos obstáculos, primero que en marzo del año pasado pensamos que Levi se nos había petateado ;u; (depresión) segundo, mi procrastinación, agregándole cada publicación nueva de capitulo, lo cual me hacía cambiar de opinión constantemente respecto a los personajes que iba a incluir jajaja (los que están al día entenderán), pero al final dije no, basta. Al final me apegué a lo que tenía planeado en esa época, tratando de que aún así fuese lo más canónico posible, no sé si haya funcionado, pero para eso la advertencia de What If, en este caso... Shadis.

Respecto a la trama... a ver, a mi no me gusta el jeankasa, y no creo que Jean deba quedarse con Mikasa. Tampoco creo que Mikasa deba quedarse con Jean. Me ha tocado ver que la mayoría de las fans de Jean tratan a Mikasa como si fuera un premio o un objeto. O algo tipo "Jean la merece porque es el único que puede hacerla feliz" y es de DUDE NO. Mikasa no necesita a un hombre para ser feliz, en mi opinión personal, mucho menos a uno como Jean; además no es como si fuera la única opción, ni solo por el hecho de que él la quiera ya sea de a fuerzas quedarse con él o aceptar sus cochinos sentimientos cuando OBVIAMENTE Mikasa no le tira ni un pedo. O sea, NO xD

Aquí se quedó con Levi porque Jean es un imbécil (y pues es mi historia xD siendo un tanto más subjetiva, lo admito, es mi ship y hago lo que quiero haha)

Créditos de nueva portada a Buonaparte ♥️

Gracias por leer.

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