Cuatro Momentos (Drummond #4)

By Gaby_SWSD

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Un mal inicio... Weston Drummond es el cuarto hijo de lord Wulfric Drummond, regente de Savoir, quien después... More

Nota introductoria
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Epílogo
Nota Final

Capítulo 10

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By Gaby_SWSD

–Es tarde –Garrett miró a su alrededor, inquieto. Hacía horas que había amanecido–. No es posible... –encontró los ojos de su hermana y gruñó–: lo sé, también estoy preocupado.

–Por favor... –rogó y él supo lo que quería decir. Esta vez, asintió, para alivio de Jordane–. ¿Irás?

–Sí. Iré por Wes –confirmó y se encaminó hasta la habitación. Tocó dos veces y aquel sentimiento de inquietud no lo dejó. No importaba qué encontrara, decidió entrar. Cuando lo hizo, se arrepintió al instante–. Wes...

Nunca debió dejarlo hacer esto. Demonios, si no fuera tan absolutamente testarudo, él no tendría que mirarlo... morir.

–Wes, maldición –Garrett empezó a pasear por la habitación, intentando aclarar su mente. ¿Qué hacer? ¿Cómo lograr encontrar ayuda en ese lugar, sin poner en peligro a su amigo? O, lo que era más correcto, evitando un peligro mayor. Necesitaba ayuda.

Jordane. Tendrían que bastar los dos.

Dirigió su mirada hacia la ventana y encontró el cielo azul que se perfilaba en el horizonte. Elevó una silenciosa plegaria y fue en busca de su hermana.

Para su sorpresa, la encontró en el mismo lugar en que la había dejado. Eso no había pasado antes, lo que demostraba lo inquieta que se encontraba.

–Jordane.

–¡Garrett! ¿Lo has visto? ¿Cómo está...? –su voz se perdió cuando encontró sus ojos. Y lo entendió. Tan claramente. Tragó con fuerza–. ¿Qué puedo hacer?

–Debemos ayudarlo.

–¿Cómo? ¿Debemos prepararle una infusión? ¿Un baño? ¿Un ungüento? ¿Comida?

–Yo... –Garrett inspiró hondo–. No lo sé. Nunca...

–¿Qué? –presionó Jordane, abriendo mucho los ojos–. ¿Nunca, qué?

–Nunca lo había visto así –añadió en voz baja.

–Cielos.

–Jordane, hagámoslo todo. Todo lo que podamos.

–Sí –su hermana se incorporó rápidamente y no perdió tiempo en salir–. Lo haremos.

Garrett se dejó caer en el suelo por un momento, pensando en lo que sucedería si no lo lograban. ¿Y si lo que podían hacer no era suficiente? ¿Por qué no había logrado convencer a alguno de los médicos para acompañarlos?

–Demonios –gruñó por lo bajo, apoyando la cabeza en el muro a su espalda. Cerró los ojos, tomó valor y se incorporó. Era momento de hacer algo. No tenía ni la menor idea de qué podía hacer, pero necesitaba intentarlo.

Jordane enumeró nuevamente los objetos que tenía en las manos, especialmente aquellas plantas que eran necesarias para la infusión. Sabía que faltaba una, de pequeñas flores moradas si recordaba correctamente, pero se escapaba su nombre. Quizá si pudiera verla... sí, sin duda la reconocería.

Pero no la había encontrado en la cocina del castillo. Después de mucho esfuerzo, había logrado que le mostraran un jardín cercano, pero no encontró nada útil. Al parecer, en ese lugar, nadie enfermaba jamás. ¿Cómo lo hacían? ¿Cómo sobrevivían con tan...?

–¡Diablos!

–¡Lo siento!

Fueron dos exclamaciones simultáneas, pronunciadas por las dos jóvenes que habían chocado una contra otra. La segunda elevó sus ojos, sorprendida ante aquel dicho. La primera se limitó a arquear una ceja, desafiante.

–Yo... –musitó la recién llegada, incómoda– no creo reconocerla.

–Soy parte de la comitiva que arribó de Savoir.

–Oh –la joven asintió–. Creo recordarla. Mi nombre es Candra.

–Jordane –exclamó reticente y únicamente porque creyó recordar a aquella joven menuda. ¿No había escuchado que era familia de la bruja de Nox?

–Espero que esté teniendo una agradable estancia.

–No realmente –gruñó, y no pudo evitar poner en blanco los ojos.

–¿Disculpe?

–Es decir...

–¿Sucede algo? –Candra la miró, atentamente–. ¿Puedo ayudar?

–No.

–Oh. De acuerdo. Siendo así, la dejo –hizo una leve reverencia de despedida. Jordane empezó a mirarla alejarse y no tuvo más que pensar en él, débil e indefenso, y:

–¡Espere!

–¿Sí?

–¿Conoce una huerta? –Jordane se acercó rápidamente–. Plantas medicinales –explicó.

–Sí.

–Puede ayudarme si me lleva allí. Estaré en deuda con usted.

–No es necesario que...

–Hágalo y créame, cuando doy mi palabra, la cumplo, sin importar nada.

Candra pareció querer protestar nuevamente, pero ante la mirada dura de Jordane, asintió y empezó a guiarla por unos estrechos pasillos hasta una salida lateral del castillo, la que Jordane jamás habría encontrado por su cuenta.

Y, cuando finalmente se abrió la pequeña puerta del jardín medicinal, Jordane se quedó sin aliento. Era precioso, bien cuidado y lleno de luz. Además, como si la estuviera esperando, localizó de inmediato las flores que buscaba. No pudo evitarlo, sonrió un poco y dejó escapar un profundo suspiro de alivio.

–Gracias –susurró Jordane y sonrió levemente–. Las necesitaba.

–Está bien –Candra ladeó la cabeza–. ¿Puedo preguntar algo?

–Por supuesto.

–¿Alguien está enfermo?

–¿Qué?

–Las flores. Las conozco –explicó Candra–. ¿Son para usted?

–No exactamente.

–¿Entonces?

–¿Es tan importante?

–Está bien si no quiere decirlo.

–Mi hermano –habló Jordane, rápidamente–. Son para mi hermano.

–¿Su hermano?

–Sí. Es parte de la comitiva que acompaña a Wes... Lord Drummond.

–Ya veo –Candra entrecerró los ojos y soltó pensativa–: hoy no he visto a Lord Drummond por ningún lugar.

–¿No? Yo creo haberlo visto tomando un paseo. Breve –añadió.

–¿De verdad?

–Sí. Generalmente lo hace –Jordane continuó explicando– aunque...

–¿Aunque?

–Debo irme. Gracias de nuevo. Y si necesita algo, avíseme –soltó y se marchó, sin mirar atrás, esperando no haber sido demasiado grosera pero ansiosa por encontrar a Garrett y contarle que tenía una idea para resguardar a Wes.

–Es arriesgado –soltó Garrett una vez que Jordane concluyó. Ella lo miró, esperando que ampliara–. Si alguien lo descubre...

–Nadie lo hará. Además, si esparcimos el rumor de que unos u otros estuvimos aquejados en algún punto por ese malestar, evitaremos que se acerquen demasiado.

–¿Y luego?

–Con suerte, Wes estará recuperado para entonces y se hará cargo de todo. Puedo decir que yo lo padecí inicialmente y, tras una semana, uno se recupera.

–Ya veo. ¿Y qué se supone que es esta misteriosa enfermedad?

–No lo sé. Algo que no conocen.

–Podrían quemarnos –gruñó Garrett, sin humor–. No confío en estas personas.

–Yo tampoco, pero ¿qué opción tenemos?

–No lo sé.

–Si saben que es Wes...

–Probablemente ya saben que está enfermo.

–Sí, pero no cuánto.

Exacto –pensó Garrett. Y esa era la clave del asunto. Nadie podía saberlo, sería demasiado peligroso.

–Está bien. Lo haremos. Te encargarás de correr el rumor de que estamos enfermos y por eso nuestras salidas están limitadas. Sin embargo, Wes ya está recuperándose por lo que todas las mañanas damos un breve paseo. Naturalmente, el más enfermo, de momento, tendrá que ser Manfred –puntualizó, pues el plan era que el joven soldado tomara el lugar de Wes; pero, para evitar que lo descubrieran, harían correr el rumor de que aquella extraña enfermedad los había aquejado a todos quienes formaban la comitiva de Savoir y tal parecía que era contagiosa durante una semana, después de la cual, todo volvía a la normalidad. Weston estaría en el día cuarto.

–¿Crees que la bruja haga algo?

–¡Jordane!

–¿Qué? Ella estuvo cerca de Wes, ¿no? –Jordane cruzó los brazos, enfurruñada–. Ojalá se volviera realidad y ella desapareciera.

–Basta, Jordane –advirtió Garrett.

–¡Ojalá muera de preocupación! –gruñó y se apartó de su hermano, quien la miraba amenazante–. Sabes que Wes estaría mejor sin ella.

–Cállate y prepara una nueva compresa, ¿de acuerdo? –Garrett negó lentamente–. Por cierto, ¿cómo se te ocurrió esta enrevesada historia? ¿Y por qué yo tengo que estar enfermo y evitar entrenar ante la vista de todos?

–Para que sea más creíble –puso en blanco los ojos–; además, he tenido que improvisar respecto a la persona para quien preparaba esta infusión.

–¿Recibiste ayuda? –inquirió, incrédulo.

–Sí. Y te sorprenderías de quién –afirmó y procedió a relatar lo sucedido con Candra.


***


Aquella mañana, Laraine se sentía sumamente incómoda. No había iniciado así el día, por supuesto, pero la no – aparición de su recién adquirido esposo durante el desayuno había sido visto por los residentes del castillo como un signo de suspicacia y había dado pie a un sinnúmero de comentarios que ella se había apresurado a acallar haciendo lo único que se le había ocurrido: llamar a Lord Drummond para que se uniera a la mesa.

Sin respuesta. Ni aunque insistieron, la puerta de su habitación se abrió. Hasta mucho más tarde, cuando una joven que era parte de la comitiva de él, la única mujer, había informado que su señor se encontraba descansando y que no bajaría tampoco a comer. Después de una vigorosa caminata en la mañana, tenía que continuar recuperándose de una misteriosa enfermedad que lo aquejaba. Y, al parecer no solo a él, sino a toda su comitiva.

Laraine no era una idiota, así que sabía que tal enfermedad no existía. ¿Quién había escuchado de algo semejante? No obstante, se mantuvo al margen y decidió hacer oídos sordos a los rumores que habían tomado fuerza en el transcurso del día.

Aunque, cuando llegó el atardecer del tercer día sin que ella hubiera visto nuevamente, ni por casualidad, a su esposo, empezó a preocuparse de que hubiera algo más. Después de todo, no lo conocía. No sabía nada de él. ¿Qué podía estar planeando?

Necesitaba investigar. Sería difícil hacerlo por sí misma, pero había alguien que sin duda sabía que sucedía. Era hora de pedir ayuda.

–Arley, precisamente te buscaba.

–¿Señora? –el joven asomó su cabeza por sobre el agujero en el que se encontraba–. ¿Qué puedo hacer por usted?

–¿No preguntarás cómo te encontré?

–¿Quiero escuchar la afirmación de sus poderes sobrenaturales? Cielos, no.

–Tonto –gruñó Laraine, ocultando una sonrisa pequeña–. ¿Estás bien?

–¿Es Candra? –inquirió de pronto, preocupado, saliendo precipitadamente.

–No, niño. Ella está bien –Laraine ladeó la cabeza– o eso me parece. Hace poco...

–Entonces, ¿sucedió algo?

–Necesito que averigües algo.

–¿Qué es?

–Sobre Lord Drummond.

–Ah. Él.

–Sí. ¿Lo has visto?

–Sí.

–¿Sí?

–En las mañanas, brevemente. Toma un paseo con ese gigante intimidante que estaba junto a él en la boda.

–¿Su futuro cuñado?

–Y, al parecer, guardia también.

–Es de la guardia, ¿verdad? –Laraine soltó, pensativa–. Me parecía que tenía porte de guerrero.

–Eso sin duda usted lo reconocería.

–Sí, lo haría –respondió, sin fingir modestia alguna–. De todas maneras, ¿estás seguro de que era él?

–¿Qué quiere decir?

–No lo sé –musitó Laraine–. De todas maneras, no ha aparecido por otros lugares del castillo y...

–¿Quiere saber si le ha sucedido algo?

–No. No creo... –Laraine cerró la boca. ¿Le había sucedido algo? ¡No importaba! ¿Y si así había sido, qué? No era como si la comitiva de él fuera a pedirle ayuda. No confiarían... ella tampoco en su lugar. Serían idiotas si confiaran–. ¿Has escuchado de su enfermedad?

–Sí, al parecer todos están con una dolencia... misteriosa.

–Sí. Entonces, ¿puedes asegurarte de que sea él? ¿Mañana en la mañana?

–Considérelo hecho, señora –sonrió ampliamente Arley.

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