C O H I B I D A

By FabiolaGp

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"Demostrar que éramos más inteligentes fue el principio del fin. Ahora solamente podíamos aspirar a ser merca... More

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By FabiolaGp

Cuando salí del baño, vi que sobre aquel camastro había varias prendas pero nada parecido a unos pantalones que era lo que yo acostumbraba a usar. Me coloqué aquel trozo de tela que parecía una especie de camiseta larga hasta las rodillas, era tan fino y suave que parecía acariciar mi piel. Definitivamente no estaba acostumbrada a esos géneros.

La sensación de estar limpia y fresca era muy reconfortante. No sabía si debía o no salir de la habitación así que abrí con cuidado la puerta y me asomé al pasillo sin hacer ruido.

―Papá está trabajando. ―Aquella voz infantil me hizo que mirase hacia abajo y contemple a la niña de cabellos rizados observándome.

―¿Trabajando? ―pregunté por inercia.

―Si, allí. ―dijo señalándome el fondo del pasillo donde estaba la sala que se veía justo al entrar, pero de la que también salía otro pasillo al fondo y recordé que él lo había llamado "despacho".

―¿Como se llama tu papa? ―Quería ponerle nombre, al menos así me lo decía mi subconsciente y me justificaba con la idea de que así cuando me refiera a él, no le llamara simplemente "desconocido de ojos grises" o algo similar.

―Se llama papá ―contestó como si eso fuera lo evidente y no pude evitar sonreír.

―¡Tu sonríes! ―exclamó de pronto y en ese momento dejé de hacerlo―. Margaret nunca sonríe —alegó un poco contrariada.

―¿Quién es Margaret?

―La mujer que me cuida cuando papá trabaja fuera de casa. Vive aquí al lado, está enferma y por eso no sonríe, papá me dijo que tu también estabas enferma como ella, pero tu sonríes.

Me pregunté si esa mujer que vivía al lado, lo haría sola o le serviría a alguien si cuidaba de aquella niña. Tal vez lo descubriera pronto.

En ese momento mi estómago rugió y recordé que habían pasado bastantes horas desde la última vez que llevé algo de alimento a mi estómago, ¿Una mujer sin voluntad podría decir que tenía hambre? Preferí no correr riesgos y preguntar a la niña.

―¿Sabes si hay comida? ―pregunté directamente y ella abrió enormemente los ojos.

―¡No! ―exclamó mientras se giraba y se marchó dejándome con la palabra en la boca. En definitiva le debía caer mal o simplemente no le gustaba el hecho de que yo estuviera allí.

Cerré la puerta y no camine ni dos pasos cuando sonó como si alguien llamara. Sonreí pensando que sería de nuevo ella y la abrí tratando de ocultar mi sonrisa, pero no se trataba de aquella pequeña sino de él.

―Voy a preparar la cena, imagino que debes tener hambre.

Hambre... sí, mucha. Asentí y le seguí.

Observaba como comenzaba a sacar muchas cosas de varios muebles, todos eran botes de colores, alguno me resultaba familiar de las ocasiones en las que las recolectoras habían llevado algo parecido y era comida enlatada ya preparada. Nada que ver con lo que solíamos comer que era lo que cazábamos o recogíamos de los alrededores. Nuestra dieta no era muy variada, pero procuraba ser rica en nutrientes.

―Toma, prueba una ―dijo acercándome una lata y observé bolitas pequeñas de color verde en su interior. Cogí una de ellas y me la llevé a la boca algo reacia, el sabor era agradable y cuando la mordí, noté que también era algo fuerte lo que me provocó algo de tos.

―Imaginaba que no habías probado las aceitunas, son difíciles de obtener.

―Aceitunas. ―Actué como si fuera estúpida o tonta, tal vez aquello funcionara.

―¡Lisa!, ¡La cena está lista! ―gritó sobresaltándome―. Puedes coger más si te apetece.

Iba a coger otra aceituna y justo cuando alargaba la mano un ruido de una musiquita comenzó a sonar con el repiqueteo de la palabra "Antagónicos" en repetidas ocasiones. Miré a mi alrededor y de la pared había un rectángulo proyectando imágenes que llamaban la atención.

―¡No, vuelve a tu habitación! ―exclamó entonces a la niña que venía por el pasillo.

Diez mil mujeres muertas a manos de sádicos en menos de dos meses. Ya son más de cinco millones las muertes que se le atribuyen al Gobernador Royd. El balance aumenta, el número se incrementa y la atrocidad sigue abriéndose paso con cada muerte que se suma a ésta larga lista mientras vosotros lo permitís y en vuestra conciencia queda al cruzaros de brazos ante este crimen, sois también culpables de la sangre derramada.

La única razón de tal atrocidad solo persiste en el miedo ante la convicción de que somos más inteligentes y podríamos llegar a dominar el mundo. Su justificación reside en argumentar que somos un sexo débil y contradictorio, cuando la historia que nos precede dictamina lo contrario...

No pude seguir escuchando porque la imagen de aquella mujer de cabellos rubios se apagó. Me había quedado completamente absorta viendo aquella imagen proyectada hablar, ¿Quién era ella? Era evidente que no estaba sometida bajo los efectos del azambar, de eso no cabía la menor duda, pero necesitaba saber quien era aquella mujer que enviaba aquel mensaje.

—Pequeña, ven aquí...

En aquel momento me giré y observé que la pequeña llamada Lisa estaba algo acongojada y aquel hombre de ojos grises se agachaba y la acogía entre sus brazos.

En aquel momento la imagen de mi padre me vino al pensamiento, evocando uno de los pocos recuerdos que aún conservaba, donde me pedía que cuidara de Amara, que la protegiera y justo después me abrazó antes de marcharse para siempre.

«—Eres responsable de tu hermana, Andra. La protegerás hasta que regrese y cuidarás siempre de ella como yo cuidé de vosotras. No olvides que ella te necesitará que estés a su lado siempre... ¿Podré confiar en ti?

—Nunca me separaré de ella, papá. Te lo prometo»

Pero de algún modo había incumplido mi promesa, y por el momento no encontraba la forma de volver junto a ella.

Me mantuve silenciosa durante el transcurso de aquella minuciosa cena. Incluso me cohibí para no devorar aquellos platos a pesar de la estrepitosa hambre que aguardaba.

—Es hora de acostarse pequeñaja. Ve a cepillarte los dientes.

—¿Me leerás un cuento? —preguntó la pequeña mientras yo me limitaba a observar con la mirada perdida fija en un punto a través de ellos.

La situación era demasiado extraña, por no decir insólita teniendo en cuenta que hacía escasos momentos estaba a punto de recibir una paliza por parte del hermano sádico de aquel hombre tan apuesto.

—Si, enseguida iré a tu habitación, pero antes tengo que hablar con Java.

—Está bien —contestó algo resignada y vi que me miraba con cierto reproche.

—¿Te importaría ayudarme a recoger esto? —preguntó levantándose mientras cogía un par de platos y tardé varios segundos en reaccionar—, preferiría no ordenártelo. No me siento cómodo dando órdenes.

¿Quién era ese hombre exactamente? Tenía por hermano a un sádico violento y sin embargo él aparentaba ser todo lo contrario. Aunque sabía perfectamente lo que su hermano le hacía a esa chica que habíamos dejado allí y no había impedido que siguiera haciéndolo hasta que probablemente la matara.

—Si —afirmé levantándome e imitando su gesto.

—Necesito asegurarme de que Lisa estará segura cuando yo salga. —Comenzó a decir sabiendo perfectamente que le escuchaba—. No puede salir de este apartamento, ni ver la televisión sin que yo esté presente y si te hace cualquier pregunta sobre ti, dirás que no recuerdas nada. Estás enferma y tus recuerdos han desaparecido hasta el momento en el que llegaste aquí, ¿Queda claro? —insistió con un poco más de fervor.

—Si —volví a afirmar, aunque lo que quedaba claro es que aquel hombre deseaba proteger a toda costa a esa niña de la realidad.

¿Es que creía que no se daría cuenta en unos años de lo que le depararía el futuro si aquello no cambiaba?

—Está bien —suspiró—, no sé si hice bien al traerte, pero desde luego estarás mejor aquí que en manos de ese... degenerado que aún no sé ni como lleva la misma sangre que yo.

En el momento que ponía los platos sobre el fregadero sus manos rozaron las mías y las aparté rápidamente.

—Tranquila... —susurró apresándome una mano con delicadeza—. No es mi intención hacerte daño... —insistió e inevitablemente alcé los ojos para perderme en ese mar gris tan profundo—. Eres muy hermosa Java, infinitamente hermosa —aseguró mientras su mano recorría mi brazo de forma ascendente hasta llegar a la mejilla donde acarició delicadamente mis labios con el pulgar.

No sabía porqué razón mi pulso se aceleró desbocadamente y era incapaz de permanecer impasiva, así que inevitablemente cerré los ojos para que éstos no me delataran.

—¡Papá! —gritó aquella voz infantil y en ese momento abrí de nuevo los ojos cuando la calidez de su tacto se alejó de mi rostro.

—¡Ya voy cielo! —exclamó sin moverse de donde estaba—. Puedes ir a descansar, probablemente estés agotada, yo limpiaré todo esto.

Con la firme convicción de que de mis labios no podía producir un sonido impasible, me limité a afirmar con la cabeza y dirigirme sin volver la vista hacia la habitación que me habían designado. En cuanto entré y cerré aquella puerta me dejé caer sobre la misma no aguantando un segundo más el flaqueo de mis piernas.

¿Qué había sido aquello?, ¿Qué demonios había significado aquello? No sabía porqué ese hombre provocaba que mi pulso se hubiera acelerado al tocarme, ni tampoco entendía porqué aquellas sensaciones extrañas recorrían mi cuerpo sin cesar, ese cúmulo de sentimientos encontrados y poco comunes me extasiaba. Lo cierto era que por un instante creí que aquel hombre iba a besarme, que de alguna forma acariciaría con sus labios los míos y por más que me maldecía al pensarlo, lo único cierto es que había deseado que lo hiciese.

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