CAPÍTULO 93
Iriad abrió los ojos despacio. Sentía los párpados pesados y no podía enfocar bien la vista. Estaba sentado en su trono con las manos sobre los apoyabrazos. Debió haberse desmayado después de la entrevista con los extranjeros. Todavía estaba un tanto mareado, y cuando intentó llevarse una mano a la cabeza que le daba vueltas, descubrió que sus muñecas estaban atadas a los apoyabrazos. Sus tobillos también habían sido inmovilizados, atados con sogas a las patas de la silla que en realidad no era su trono.
Forcejeó por un momento con sus manos para liberarse, pero cuando su vista se aclaró un poco, notó enseguida que esas no eran sus manos. Desconcertado, movió la cabeza hacia la derecha y vio un mechón de pelo negro que caía sobre su hombro. Sobre su pecho, colgaba un cristal verde refulgente. Frunció el ceño y recorrió con la mirada el recinto donde estaba. Reconoció las paredes blancas y las antiguas columnas sosteniendo el elevado techo abovedado y se dio cuenta de que no estaba en Arundel.
—Buenos días, Iriad —dijo una voz frente a él.
—¿Ileanrod? —inquirió el Druida Mayor, sorprendido—. ¿Cómo...? ¿De quién es este cuerpo?
—De la Llave de los Mundos, quien lo prestó amablemente para traerte aquí.
—No entiendo —meneó la cabeza Iriad.
—Programamos un Óculo con tu frecuencia y Lug hizo el resto. Llegó hasta ti sin impedimentos y con gran facilidad. ¿No es formidable? La Llave de los Mundos es todo lo que la Profecía había prometido y mucho más. La hora de la Restauración ha llegado.
—La Restauración no puede hacerse hasta que la Reina de Obsidiana no llegue a Arundel —dijo Iriad.
—La Reina de Obsidiana está en el Bucle y no podrá salir de allí, yo me encargué de eso —dijo Ileanrod—. Tampoco puede volver a Ingra, pues hemos cerrado Caer Dunair.
Iriad se lo quedó mirando por un largo momento. Era obvio que Ileanrod no se había enterado de que la chica y su grupo habían logrado escapar el Bucle. Era obvio también que Ileanrod no sabía que Sabrina no podía ser la Reina de Obsidiana.
—Tus acciones no tienen sentido —dijo Iriad, despacio.
—¿Por qué? ¿Porque la Reina de Obsidiana es necesaria para la Restauración? Pues te tengo noticias, no lo es. Su papel era solo político. Yo estoy en mejores condiciones de asumir ese rol que una princesita caprichosa de un reino menor. Soy el Mago Mayor de Istruna, Iriad. Ese es un puesto muy importante, un lugar desde el cual puedo fácilmente organizar la Restauración.
—¿Tomar su lugar? ¿Ese es tu plan?
—Tomar su lugar y también el tuyo, Iriad. Cómo artífice de la Restauración, soy el nuevo líder de nuestra raza. Te traje aquí para negociar tu renuncia como Druida Mayor.
—No, no es solo mi renuncia lo que quieres —entrecerró los ojos Iriad con desconfianza—. Si te tomaste el trabajo de traerme hasta Ingra forzando a Lug a ceder su cuerpo, esto se trata de otra cosa: me necesitas.
—Lug no fue forzado. Él respalda este plan —porfió Ileanrod.
—Si Lug estuviera de acuerdo con todo esto, no tendrías su cuerpo atado a una silla y un trozo de Óculo colgado de su cuello para que no pueda romper la conexión —retrucó Iriad.
Ileanrod suspiró:
—Tu tiempo ha pasado, Iriad. Mantener el orden en una sociedad sosegada y sumisa de sylvanos viviendo en un mundo artificial de fantasía es una cosa, pero liderar la Restauración es otra muy diferente. Es hora de que las figuras de poder se renueven, dando lugar a sangre nueva.
—Arundel tenía razón sobre ti —meneó la cabeza Iriad con desazón—. Nunca debimos dejar que te quedaras en Ingra. Tu ambición te ha corrompido más allá de lo imaginable, te ha llevado a la locura.
—No, la locura fue huir cobardemente, abandonando nuestro hogar, dejando que la lacra humana se hiciera con nuestro mundo. Es hora de rectificar eso.
—¿Qué vas a hacer? ¿Llevar a sylvanos pacíficos a una guerra donde solo lograrás que sean masacrados?
—¿Y tu plan fue mejor? Dime, Iriad, ¿cuántas vidas sylvanas se han marchitado y perdido en tu idílico paraíso? Arundel no es más que el camino a la extinción de nuestra raza y lo sabes bien.
Iriad no contestó.
—Has dejado que nuestra gente se pudra en vida por cientos de años —continuó Ileanrod—. Yo los salvaré de tu nefasto liderazgo.
—¿Para qué me quieres realmente, Ileanrod? ¿Para qué me trajiste aquí? —exigió saber Iriad, ignorando sus acusaciones.
—He tenido muchos años para pensar, para reflexionar, Iriad.
—¿Reflexionar sobre qué?
—El plan que tú y Arundel forjaron para salvar nuestra raza fue brillante: trasladar a nuestra comunidad a un lugar seguro, donde estuvieran a salvo. Puedo creer que Arundel quería que nuestra gente viviera para siempre en ese paraíso artificial, pero estoy seguro de que tú no compartías esa idea con él. Es por eso por lo que convenciste a Arundel para que me dejara quedarme, incluso lo persuadiste de dejar algunos portales abiertos, aunque tuviste que ceder con lo de la instalación del Bucle que supuestamente los varó a ustedes del otro lado.
Iriad no hizo ningún comentario. Ileanrod sonrió con satisfacción al ver que el viejo Druida no lo contradecía.
—¿Sabes qué creo, Iriad? Creo que dejaste una rendija abierta, una salvaguarda, una forma de volver desde Arundel a Ingra, una forma que ocultaste a Arundel, desde luego.
Iriad permaneció en silencio.
—Dime algo —siguió Ileanrod—, ¿descubrió Arundel tu secreto? ¿Fue por eso por lo que desestabilizaste el portal de Sorventus justo cuando él estaba cruzando con el último grupo?
—La muerte de Arundel fue un accidente, un error de cálculo —respondió fríamente Iriad.
—Si esa explicación alivia tu conciencia, por mí está bien —se encogió de hombros Ileanrod—. Yo habría hecho lo mismo.
Iriad desvió la mirada al piso, sin responder.
—Me preguntaste para qué te había traído aquí. Esta es la respuesta: quiero que abras la vía hacia Arundel y traigas a nuestra gente a Ingra por Sorventus. Sé que sabes cómo hacerlo, sé que dejaste abierta esa posibilidad oculta a todos los demás.
—La posibilidad es cierta —suspiró Iriad—, pero, aunque sé cómo hacerlo, no tengo el poder suficiente para sostener el portal estabilizado y abierto. Es por eso por lo que la Llave de los Mundos es esencial.
—Tú tienes el conocimiento y él tiene el poder, tal como lo había supuesto —asintió Ileanrod.
—¿Por qué me pusiste en su cuerpo? —inquirió Iriad.
—Porque él es un pomposo moralista con el que es imposible negociar un acuerdo que me convenga. Además, él no es uno de nosotros, no entiende, pero tú, Iriad... tú eres un hombre práctico y leal. Tú harás lo correcto para salvar nuestra raza.
—Estar en su cuerpo no significa que tenga acceso a su poder —protestó Iriad.
—Oh, vamos, Iriad. Esa mentira no se la cree ni el niño más ingenuo de este mundo.
—Estás desvirtuando la profecía, Ileanrod, eso es peligroso. Solo la Reina de Obsidiana y la Llave de los Mundos pueden llevar a cabo la Restauración y la unión de las razas en Ingra —dijo Iriad con seriedad.
—No, la profecía dice claramente: El destino es de aquel que toma sus riendas. Yo he tomado las riendas, Iriad, y he diseñado mi propio plan. Ahora la profecía está a mi servicio, con la Llave de los Mundos bajo tu control.
—Aun si pudiera controlar al Faidh —meneó la cabeza Iriad, poco convencido—, ¿cómo vas a lograr la unión de las razas sin la Reina de Obsidiana?
—No habrá unión de las razas, Iriad, porque los humanos serán exterminados y purgados de Ingra.
—Tu plan es una masacre de humanos —concluyó Iriad con desaprobación en su voz.
—¿Por qué te molesta? Es lo que merecen. Además, si te importa tanto seguir a rajatabla la profecía, te recuerdo que habla de un mar de sangre y sacrificio. Mi plan es mejor, puesto que ese derramamiento de sangre y ese sacrificio no tocarán a nuestra gente, solo a los humanos. Restauraremos nuestra comunidad sobre sus huesos.
Iriad solo exhaló un largo suspiro y cerró los ojos en silencio.