Nada especial

By ingridvherrera

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Ser la oveja negra de la familia definitivamente tiene que ser más divertido que ser la oveja pelirroja. More

Antes de leer
Prólogo
PARTE I
Capítulo 1: ¿Cómo bañar a tu retoño y no morir en el intento?
Capítulo 2: Papá, quiero ser como tú.
Capítulo 3: Nada especial.
Capítulo 4: Vida y muerte
PARTE II
Capítulo 5: Los primeros días de clase son ¿épicos? (Parte I)
Capítulo 6: Los primeros días de clase son ¿épicos? (Parte II)
Capítulo 7: Día de gatos
Capítulo 8: Cosas del destino
Capítulo 9: Sangre por sangre
Capítulo 10: Mr. Problemas
Capítulo 11: Noche de terror
Capítulo 12: Perdida y encontrada
Capítulo 13: El buzón de las sonrisas
Capítulo 14: Encerrada
Capítulo 15: El principio del fin
Capítulo 16: Incendio
Capítulo 18: Misterio
Capítulo 19: Un "no debería" llamado Kian
Capítulo 20: La otra cara de la moneda
Capítulo 21: En mi mente
Capítulo 22: Encuentro
Capítulo 23: Un nuevo juego
Capítulo 24: Cumpleaños
Capítulo 25: Por ti
Capítulo 26: También te extraño
Capítulo 27: Cita
Capítulo 28: Arcoíris
Capítulo 29: Reunidos
Capítulo 30: Familia
Capítulo 31: Vacío
Capítulo 32: Escala de grises
Capítulo 33: Noche y arcoíris
Capítulo 34: Todo
Epílogo
Especial fanservice: Preguntas y respuestas a los personajes

Capítulo 17: Hasta las piedras se quiebran

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By ingridvherrera

Kian sentía los brazos delgados de ella alrededor de él, la mejilla clavada en su pecho, y las contracciones de los sollozos contra el abdomen rígido.

Entre el llanto le decía algo, pero parecían incoherencias mezcladas con el ruido de los sollozos. Lo único que pudo entender fue cuando ella comenzó a decir su nombre, una y otra vez. «Kian... Kian... Kian»

No parecía herida, pero le colocó las manos en los hombros, intentando apartarla para verle el rostro, no obstante Livy estaba bien aferrada y Kian no vio más opción que quedarse quieto, dejándole las manos sobre los hombros. Ella se acomodó de tal forma que su coronilla le rozaba la barbilla y una fragancia frutal que ya había olido antes en ella llegó hasta él.

A lo lejos, percibió que dos figuras se acercaban, apresuradas, pero una detuvo a la otra en seco cuando les clavó la mirada. Eran las dos chicas con las que Livy siempre andaba y estaban boquiabiertas. La rubia estiró un brazo hacia el hombro de la morena cuando intentó avanzar, logrando llamar su atención. Intercambiaron una expresiva conversación y finalmente la primera condujo a la segunda de regreso por donde habían venido, no sin antes echar un par de miradas hacia ellos, hasta que desaparecieron al doblar una esquina.

En ese momento, Livy paró de llorar, de estremecerse, y al parecer, también de respirar.

Kian se dio cuenta por fin de la cercanía con la cual estaban. Quizá el único punto de separación entre ellos eran sus pies. Los de ella juntos entre los de él, separados por pocos centímetros solamente y el resto...

Livy también pareció darse cuenta de eso, separándose bruscamente mientras le desenredaba los brazos de la cintura y él dejaba caer las manos desde sus hombros. Luego, lo miró con los ojos vidriosos muy abiertos, como si no se creyera lo que acababa de hacer, la forma tan arrebatada en la que se había arrojado a él.

—Kian, lo siento. Yo..., lo siento.

Él le escrutó la cara; los ojos irritados, los restos de lágrimas y las mejillas sonrojadas.

—¿Qué te sucede? —preguntó, suavemente.

Livy abrió la boca, pero después la cerró, desviando la mirada. No quería hablar en ese momento, ni en ese lugar. Ni siquiera sabía si quería hablar con él, sin embargo, se encogió de hombros y se sorprendió a sí misma cuando se escuchó decir, llena de necesidad:

—Sácame de aquí.

—¿Qué? —Kian la miró como si se hubiera vuelto loca. Ella le devolvió la mirada, implorante.

—Por favor, Kian. Solo una hora. Sácame de aquí una hora y después volvemos.

Él sintió un jaloncito en la manga y miró abajo, notando que ella lo había agarrado entre el pulgar y el índice, después, volvió a verla a los ojos.

Para Livy esos segundos en silencio fueron una eternidad. Con las carencias de lo que sabía de él, podía escuchar sus próximas palabras entre varias posibilidades: «Estás loca, claro que no», «Yo no hablo, ni salgo contigo a ningún lado», «¿Recuerdas nuestro trato? Resuélvelo tú sola». Todo era plausible.

Todo, menos el lento asentimiento que él estaba haciendo con la cabeza. 

Livy esperaba ansiosa, de pie frente a la entrada posterior del edificio. Ahí fue donde la dejó Kian hacía unos minutos mientras le explicaba que necesitaban salir por un lugar donde no llamaran la atención y ahí era perfecto. Aquella entrada era un sencillo portón negro por donde generalmente solo entraban los suministros de la cafetería. Después de eso, Kian se fue a buscar su bicicleta.

Livy se sentó sobre sus talones, observando una mariquita que caminaba apresurada por una larga brizna en el suelo. El viento la mecía, y cuando llegó a la delgada punta, abrió las alas y salió volando.

Para vivir en uno de los barrios de lujoso prestigio, dentro de una casa como la que él habitaba, una bicicleta no era precisamente lo que se le venía a la mente cuando imaginaba un medio de transporte en las circunstancias económicas de las que Kian parecía disfrutar. Y aunque no daba importancia a cosas como esa y bien podrían irse caminando sin que a ella le molestara, tampoco podía evitar que eso le generara curiosidad. «Tal vez sea una bicicleta eléctrica de un millón de libras».

Su atención fue atraída por encima del hombro cuando escuchó pasos acompañados de una cadena giratoria.

No era ni eléctrica, ni parecía de un millón de libras. Era una bicicleta normal, lacada en negro, un asiento de piel sintética del mismo color, un manubrio como cualquier otro y una pieza de portaequipaje que sobresalía tras la parte inferior del asiento. Aún con todo lo normal que lucía, su tamaño era mucho mayor al de la bicicleta rosa con canasto al frente que ella tenía en el depósito de su casa. Supuso que era lógico que Kian necesitara una bicicleta tan alta que fuera cómoda para sus largas piernas.

Livy se puso de pie, juntando las manos tras la espalda mientras lo miraba con inquietud. Todavía tenía visible un pequeño círculo mojado en el centro de su camiseta oscura, donde ella había llorado.

—Nunca he hecho esto —confesó ella.

—¿Subirte a una bicicleta?

—Escaparme de la escuela.

Kian la observó atentamente, con las manos en el manubrio para mantener derecha la bici.

—Estás a tiempo para cambiar de opinión —propuso con ligereza, encogiéndose de hombros.

Livy lo sopesó dos segundos y después negó con la cabeza, acercándose a la bici.

—¿Me subo aquí? —señaló el portaequipaje.

Kian asintió, sacando con un pie el soporte inferior de la bicicleta mientras iba a abrir una de las puertas metálicas. Cuando regresó, se acomodó en el asiento, manteniendo el equilibrio con un pie mientras que con el otro empujó el soporte a su lugar y luego lo subió a un pedal.

Livy tenía dificultades para acomodarse, nunca se había subido en otro lugar que no fuera el asiento.

—Siéntate ahí de costado y apoya los pies en el soporte de abajo —le indicó él, mirándola sobre el hombro.

Ella hizo justamente eso y cuando él despegó el pie del suelo y lo puso sobre el pedal, el brusco balanceo le sacó un gemido de susto a Livy al sentir que se caía. Por impulso de supervivencia se agarró con una mano de la camiseta de Kian, sintiendo bajo la tela la piel caliente de su costado.

Afuera, su corazón comenzó a retumbar muy fuerte y muy rápido.

No solo se estaba saltando una clase. Se estaba escapando. De verdad se estaba escapando y dentro de sí podía sentir bullir un sentimiento de culpa mezclado en la misma cantidad con otro de alivio.

El último ganó al primero conforme la distancia entre ellos y Dancey High se hacía más grande.

Livy no supo si era una conducta normal en él, o solo lo hacía por consideración hacía ella, pero respetaba todos los semáforos en rojo y avanzaba con el verde, tomando necesariamente un impulso que cada vez amenazaba con hacerla perder el equilibrio. Livy tenía miedo de caerse, pero al ver que a Kian no parecía molestarle que ella lo jaloneara de los dos lados de su camisa, se siguió aferrando a él con fuerza hasta que se detuvo frente a una tienda de conveniencia y mantuvo la bici derecha para que ella se bajara.

—Espera aquí —le dijo él antes de entrar por las susurrantes puertas corredizas.

Livy se cruzó de brazos, acunándose los codos con las manos y miró a su alrededor. Durante todo el camino iba pensando en que, si Kian la llevaba a un lugar recóndito, peligroso o espeluznante como el que albergaba la última tienda de antigüedades que visitó con Allen, o el club nocturno «Nightmare», se arrojaría a la calle desde la bicicleta andando, así el precio fuera un brazo o una pierna rota.

Pero gracias a Dios no hubo necesidad de eso.

La zona donde se detuvieron no estaba muy lejos de la escuela y Livy reconocía el parque de alameda al otro lado de la calle. Por ser entre semana y horario laboral, había pocas personas transitando por los pasillos de calzada o descansando en las bancas verdes de hierro, pero el día se estaba poniendo soleado y agradable. Además, agradecía la poca gente porque había menos probabilidades de que alguien conocido la viera y descubriera que estaba saltándose la escuela.

La campanilla de la tienda volvió a trinar cuando se abrieron las puertas, dejando salir a Kian que ahora cargaba una botella de agua en cada mano.

Le tendió una a Livy, quien le agradeció el gesto en voz bajita mientras él sostenía la suya junto con el manubrio de la bici, comenzando a empujarla hacia la calle, haciéndole al mismo tiempo un gesto con la cabeza a ella para que lo siguiera hacia la alameda.

Las hojas de algunos árboles ya comenzaban a cambiar del verde al amarillo, mientras que otras se habían decolorado por completo hasta el café, empezando a caerse lentamente como nieve, conforme el viento las arrancaba de sus ramas.

Livy tomó la delantera, acercándose a una banca para poder abrir su botella con calma y llevársela a los labios.

Un momento después, Kian la acompañó, sentándose en el extremo contrario después de apoyar la bici tras la banca.

Mientras bebía, Livy lo miró de soslayo. Era un tipo muy silencioso. Ya se había dado cuanta hace un tiempo que Kian era de pocas palabras, pero cuando abría la boca, decía cosas filosas y muy concretas. Decía lo que quería decir y lo hacía tajantemente. Pero, por alguna razón, ella no encontraba perturbador ese rasgo de él. Quizá al inicio sí, pero Kian parecía hecho de acciones concretas más que de palabras al aire.

De pronto, las palabras que un día había dicho Candice resonaron en su cabeza: «Toma lo que quiere, como sea». Tal vez tenía sentido y no era tanto un rumor.

Ella bajó la botella, apoyándola sobre un muslo. A pesar de no verlo directamente, era muy consiente de él y de todos sus movimientos. Kian poseía una apabullante presencia que todo lo llenaba, incluso ahí, al aire libre. Y en ese momento, él giró la tapa de su botella para abrirla, llevándola a sus labios.

Cuando se detuvo y bajó la botella, la miró. Entonces Livy se dio cuenta de que no sabía en qué momento había volteado la cabeza hacia él.

Como atrapada cometiendo un delito, intentó desviar la mirada, pero algo con la luz natural que se filtraba por las hojas de los árboles estaba revelando un detalle que ella no había notado antes. Los ojos de Kian no solo tenían distintas tonalidades de azul, sino que uno tendía más al azul, y el otro al verde.

Solo él percibió que Livy entreabrió los labios, formando una pequeña «O» asombrada.

Kian hizo un ligero fruncido con las cejas, confundido por la forma en que ella lo escrutaba, de un lado a otro de su cara.

—¿Qué? —masculló, desviando la mirada hacia el frente.

—Tus ojos...

Kian tardó un momento en comprender a qué se estaba refiriendo.

—Ah, ya. Se llama heterocromía —respondió vagamente, llevándose de nuevo la botella a los labios, aunque no dejó de percibir la mirada de Livy sobre él, como si tratara de hacerlo voltear para seguir estudiando los colores de sus ojos.

—Es increíble.

Fue el tono bajo y fascinado de ella lo que llamó su atención, haciéndolo voltear por fin. Las comisuras de los labios de Livy se estiraron un poco hacia arriba y agrandó más los ojos como si quisiera abarcar mejor los detalles de los iris de Kian.

—Nunca había visto algo así en una persona.

Kian comenzaba a sentir una extraña incomodidad. No podía recordar la última vez que alguien lo observaba con esa atención ni con ese descaro asombrado, de modo que, sin saber qué hacer, apretó la boca en una línea y desvió otra vez la mirada, recargando los codos tras el respaldo de hierro cual si el lugar fuera suyo.

—Y bien, ¿por qué estabas llorando así?

Sin duda, aquella pregunta rompió el trance de Livy, haciéndola voltearse hasta terminar con la mirada en sus pies que separó y luego juntó.

—Solo tuve una crisis nerviosa.

—¿Solo?

Ella soltó un sonoro suspiro, alzando la vista hacia una mujer en ropa deportiva que paseaba un labrador.

—¿Sabes guardar un secreto?

Escuchó a Kian lanzar un resoplido sarcástico mientras percibía de soslayo que cruzaba un tobillo sobre una rodilla.

—¿A ti qué te parece?

Livy lo volteó a ver con el ceño fruncido. Él le devolvía una mirada seria pero llena de significado. De inmediato supo a qué se estaba refiriendo Kian. Había visto a su padre convertirse y no había dicho nada.

La expresión de ella se suavizó al entenderlo y volvió a desviar su atención hacia otro punto de la alameda.

—Kent también lo vio —empezó a confesar—. Vio a mi padre, ese día... —hizo una pausa larga, esperando que él lanzara algún comentario, alguna pregunta, pero permaneció callado, de modo que ella continuó—: No se lo está tomando muy bien. Hace días que me evita, o me ignora, y cuando me mira siento que..., siento que..., me repudia.

—Entonces es verdad.

Livy lo miró, confundida.

Kian agregó:

—Eso que de que «no vi nada», no es verdad. Me dijiste eso, pero sí que lo vi también.

Livy asintió, muy apenas.

—¿Qué fue lo que vi?

—La respuesta a esa pregunta fue lo que llevó a la basura mi relación con Kent.

—¿Y tienes algo más que perder? —inquirió Kian, levantando una ceja.

Livy lo miró, algo perpleja por la pregunta. Él le estaba dando apertura a responder como si hubiera tenido mucho tiempo asumiendo la escena que presenció. Como quien es consciente de un mal diagnóstico y solo espera que se lo confirmen.

Livy tragó saliva, refugiando la mirada nuevamente en la punta de sus zapatos.

—No sabemos por qué, ni cómo, o para qué, pero mi familia paterna posee un mal congénito que los hace convertirse en... en animales felinos —lanzó la vista hacia Kian un segundo, solo para comprobar su reacción, pero él tenía esa expresión ligeramente ceñuda que, acababa de descubrir, la hacía cuando estaba concentrado—. No pueden convertirse a voluntad, solo si se empapan con el agua. Ese día estaba lloviendo y por eso mi padre..., se convirtió en un gato.

—¿Tú...?

Livy soltó un suspiro, sin poder evitar rodar los ojos.

—No, a mí no me pasa. La condición se salta una de cada dos generaciones, pero en teoría soy portadora. Si algún día tuviera un hijo, él podría convertirse como lo hace mi padre.

Kian arqueó las cejas y se volvió a llevar la boquilla de la botella a los labios mientras bajaba el tobillo de su rodilla para alternar con el otro tobillo.

Livy lo observó encogida de hombros, tensa, como si esperara un comentario desagradable antes de ser dejada ahí. Pero Kian se empinó la botella y bebió ávidamente lo que quedaba hasta la última gota del fondo.

—¿Y bueno? —inquirió Livy, boquiabierta— ¿No me vas a decir nada? ¿Que soy un bicho raro o algo por el estilo? ¿No te sorprende en absoluto lo que te acabo de decir?

Kian cerró la botella y se dio golpecitos con ella contra la pierna.

—Por supuesto que estoy sorprendido. Ni siquiera entiendo mis pensamientos con tantos que estoy escuchando a la vez, pero ¿qué quieres? ¿Que me vuelva loco, me tire al suelo y arme un grandísimo drama?

Livy no daba crédito.

—Pues..., pues... ¡Pues sí! Es lo que cualquiera haría. Dios, hasta yo lo haría si estuviera en tu lugar.

Kian le lanzó una sonrisa mordaz.

—¿Y en qué haría la diferencia? El tema ya es suficientemente jodido como para que yo también me joda tirándome al piso.

Livy ya no podía soportarlo. Su cabeza se echó hacia atrás y sus mejillas se inflaron tratando de mantener dentro una carcajada que de todos modos estalló como bomba.

Hacía rato había llorado como una loca, y ahora reía como una desquiciada. Y de paso, sentía que estaba riendo tan fuerte que expulsaba todo el nerviosismo y la tensión. También aparecieron las lágrimas, pero estas ya no le supieron a miseria.

Kian esperó en silencio, con una pequeña mueca de seriedad que hacía cada vez que alguien pasaba y los miraba, o mejor dicho, lo miraban a él, tieso, luego a ella, sosteniéndose el estómago como si hubiera recibido un disparo y le pareciera muy gracioso.

Por fin, Livy llenó sus carentes pulmones de oxígeno y se enjugó la última lágrima con un dedo.

—Kian, en serio, ¿quién eres? No te concibo —le dijo, aún con rastros de risa en la voz.

—Ya te dije, ¿qué puedo hacer? Además, aunque me dijeras que tu padre es el mismísimo diablo encarnado, tú normalmente pareces estar bien. Eres... feliz.

«¿Y tú no?» fue la pregunta que se dibujó en la mente de Livy. Por un momento imaginó la posibilidad de que Kian viviera algo peor que provenir de una familia maldita por un gen de conversión felina.

No se atrevió a preguntar, pero se lo quedó viendo contemplativamente.

Kian volvió a hacer eso de rehuir su atención y dijo:

—Al principio dijiste que esto era un secreto, ¿no se lo has contado a las chicas con las que siempre estás?

Ella negó con la cabeza.

—No saben nada. Nadie fuera de la familia debe saber nada.

—Ya. Entonces sí estoy jodido, ¿verdad?

—No si no dices nada... y mantienes tu distancia.

Kian le lanzó una mirada incrédula.

—Cosa que será muy fácil siempre y cuando no te quieras arrojar a mis brazos otra vez.

La espalda de Livy se puso rígida como una flecha y sus mejillas encendidas como una flama.

—Dije que fue una crisis nerviosa.

—Ya.

—Simplemente buscaba un medio de contención, y dio la casualidad que ahí andabas.

—Mmmh.

Livy lo apuntó con un dedo.

—Hablo en serio, Kian Gastrell, no le puedes contar nada de lo que viste ni de lo que te dije a nadie, nuca, ¿entiendes? Triple «N»: Nada, nadie, nunca.

Kian entrecerró los ojos cuando una ráfaga de viento sopló, moviendo las hojas del árbol que le hacía sombra y por un momento un rayo de sol le pegó directo en la cara.

—No es como si me fueran a creer de todas formas —dijo, tapándose el sol con una mano sobre la cara, empujando la luz—, y por tu bien, será mejor que Burgess sea suficientemente listo como para llegar a la misma conclusión si no quieres que vaya por ahí abriendo la boca.

Livy le lanzó una mano al hombro, alarmada. Kian se sobresaltó ligeramente con el agarre repentino.

—¿Es capaz de hablar?

Él se encogió de hombros despreocupadamente.

—Quien sabe, pero ya ves, puede tender al drama.

Una partecita de Livy aún sentía el impulso de defender a Kent de los comentarios en su contra, pero calló a esa voz antes de reaccionar.

Pensar en todo lo que acababa de ocurrir con Kent la hacía sentir desilusionada y cansada emocionalmente.

Luego de un momento en silencio, Livy se levantó de la banca y encaró a Kian.

—Ya casi ha pasado una hora. Es momento de regresar —le dijo ella. Kian la miró desde abajo, aun sentado. Ver sus ojos duocromáticos volvió a producirle un choque eléctrico de asombro a la altura del esternón.

Él asintió, levantándose para tirar la botella vacía en un bote cercano y sacar la bici tras la banca.

El regreso fue silencioso como la ida, pero el miedo se había disipado del corazón de Livy. Incluso la tensión de su mano estaba más liberada mientras se aferraba a Kian para mantener el equilibrio.

Justo estaba sonando la campana que anunciaba el siguiente periodo cuando entraron por el mismo acceso que usaron para salir.

Livy se bajó primero, dándose cuenta de pronto que no sabía cómo despedirse de Kian. No después de lo que le había compartido, de la forma en que se mostró llorando frente a él. Ahora cobraba conciencia de que se sentía como si hubiera andado desnuda en su cara.

—¿Te quedarás ahí perdiendo otra clase?

La voz de Kian la hizo respingar, saliendo de su cabeza. Él ya se iba arrastrando la bicicleta por el manubrio y la miraba por encima del hombro.

Como Livy no respondía, volvió la vista al frente para seguir su camino.

—Gracias —dijo ella, deteniéndolo—. Gracias por todo, Kian. Perdón por tu camisa.

Él automáticamente agachó la mirada hacia su camisa, como para ubicar a qué se refería ella. Se la había mojado de lágrimas y jaloneado. Ahora la tela estaba bastante arrugada y un poco estirada.

Kian simplemente se encogió de hombros.

—No importa —fue su manera de despedirse. 

De camino por los pasillos, Livy revisó por fin su teléfono, encontrando veinte llamadas perdidas. Diez eran de Candice y las otras diez de Elsie, además de un montón de mensajes enviados a ella en el grupo de «Perras del mal».

Apenas estaba abriendo la conversación, cuando escuchó un alboroto de dos voces aproximándose a ella por el otro lado del pasillo.

—¡Madre Santa, chica! ¿Dónde diablos estabas? —farfulló Elsie, deteniéndose tan en seco frente a ella que las suelas de sus zapatos chirriaron contra el piso y después la zangoloteó por los hombros.

—Te vimos con Kian en una escena muy extraña y después de eso desapareciste. ¿A dónde te llevó? ¿Te hizo cosas? —sumó Candice al interrogatorio, estudiándola de arriba abajo, aunque menos histérica que Elsie, sí bastante intrigada. Cuando Livy notó que varias miradas alrededor se dirigían a ellas, puso una mano en el hombro de cada una, aprovechando para sacudirse de encima las de Elsie, y las apartó hacia un rincón de la pared en un hueco que se hacía entre dos secciones de casilleros.

—Antes de que piensen cosas, Kian no me llevó a ningún lado por su cuenta, y por supuesto tampoco me hizo nada. Fui yo quien le pidió que me sacara un momento de la escuela.

—¿Qué? —preguntaron Candice y Elsie al unísono. Ambas se miraron y Candice fue la que se adelantó:

—¿Para qué querías salir?

Livy soltó un suspiro y miró la esfera de su reloj que estaba en la parte interna de su muñeca. Tenía alrededor de diez minutos, así que resumió lo mejor y más cuidadosamente que pudo lo ocurrido con Kent, optando por agarrarse del hecho de que él de repente comenzó a portarse distante al darse cuenta que su carrera era más importante que ella, dejándola botada y tan dolida que tuvo una crisis nerviosa justo cuando coincidía con Kian. Pero de nuevo, omitiendo la parte en la que no había sido un encuentro del todo casual. Aunque había tenido suerte encontrándolo, ella sí lo había estado buscando, o por lo menos, su incomprensible cerebro lo estaba buscando.

Candice y Elsie estaban atónitas. Pero si querían más detalles y lanzar más preguntas, tendrían que esperar al siguiente periodo, puesto que Livy salió corriendo rumbo a su clase de Ciencias. 

Después de clases, tan pronto como Candice llegó a casa, volvió a desatarse el infierno y duró ahí el tiempo que subió a su habitación para cambiarse de ropa.

—¿Cómo pudiste hacerme eso? ¡Eres hombre muerto!

La voz histérica de su madre llegó hasta el amplio closet donde ella se estaba abotonando una blusa de encaje, seguido de un ruido de pasos fuera de su habitación, y el traqueteo de puertas abriéndose y cerrándose de golpe.

Candice trató de no escuchar nada de aquello y apuró la marcha vistiéndose.

Tomó uno de sus bolsos, abriéndolo para cerciorarse de que cargaba con sus analgésicos y después fue al frigobar en una esquina de su habitación del que extrajo una botella de agua.

No quería perder tiempo doblando las patillas de sus lentes de sol, de modo que se los puso en el camino escaleras abajo, mientras a su espalda pudo escuchar el estridente sonido de algo de cristal, o tal vez porcelana, reventándose contra una superficie, la voz desesperada y molesta de su padre por debajo de las palabras incompresibles y agudas de su madre.

La paz la recibió tan pronto como la impresionante puerta principal se cerró tras ella, pero ya podía sentir el incipiente dolor palpitante que comenzaba en sus sienes.

Se disponía a sacar su teléfono para marcarle al chofer, quien ya había llevado el auto al garaje.

Pero detuvo todo cuando volvió a verlo, a Allen, parado sobre la acera.

Candice lo observó con una ceja levantada por encima de los lentes mientras tenía suspendido el teléfono a medio camino de su oreja.

—¿Vas a algún lado? —dijo Allen, esta vez, sin sus atractivos lentes. Solo él, sus ojos azules y la sonrisa del comercial.

Candice torció un poco la boca, bajando el celular.

—Pues sí, ¿querías algo?

—Ir a donde vayas.

Candice soltó una risa entre dientes.

—Tienes prisa, ¿verdad? Te puedo llevar en la mitad de tiempo en el que te llevaría tu chofer, y te aseguro que siendo legal y todo.

Candice se pasó la lengua por el interior de la mejilla y miró al suelo, como si ahí pudiera ver en orden sus posibilidades.

Luego de un momento, levantó la cabeza hacia Allen.

—Está bien, pero me traes de vuelta.

—Eso es obvio, señorita Lasenby —dijo él, haciendo un gesto galante mientras le abría la puerta del copiloto.

Candice entró, sintiéndose invadida de inmediato por la estela de perfume de Allen que aún no se disipaba e impregnaba todo el interior.

Él rodeó el frente del auto para subirse al volante, dedicándole una sonrisa triunfante mientras oprimía el botón de encendido.

Candice abrió el bolso y sacó una pastilla del bote, que después se llevó a la boca.

—¿A dónde te llevo?

Ella encogió un hombro, destapando la botella.

—Realmente no importa. Donde sea.

—¿No ibas a ningún lado? —preguntó, mirándola de soslayo.

—Sí, solo que aún no decidía a cuál —respondió, llevándose la botella a los labios para tragar la pastilla.

—¿Qué estás tomando? —Allen le arrebató el pequeño bote amarillo y lo acercó a sus ojos para leer. El nombre era largo y complicado, de modo que un segundo miraba a la calle, y otro a la etiqueta, alternativamente, hasta que se rindió, regresándoselo a tientas.

—Padezco migraña, es para eso.

Allen recordó la forma en la que Candice se comportó la última vez que la había visto. Sus muecas eran de dolor.

De inmediato, él se puso serio, condujo durante un par de kilómetros en silencio y luego, echó un rápido vistazo por los espejos antes de hacer un movimiento abrupto para orillarse. Bajó las manos del volante, dejándolas caer entre sus muslos y miró a Candice.

—¿Estás bien?

Ella se quitó los lentes, doblando cuidadosamente las patillas.

—Sí, ya me hará efecto.

Allen puso una mano sobre la de ella antes de que guardara los lentes, mirándola a los ojos.

—No me refiero a la migraña. ¿Está todo bien en tu vida? ¿Por qué estabas escapando?

—No me estaba escapando.

—Salir de prisa de tu casa sin rumbo fijo es una de dos cosas: O estás escapando, o padeces de tus facultades mentales. Quiero pensar que es la primera.

Candice resopló, volviendo la vista al frente.

—Quiero pensar lo mismo.

Allen recargó un codo sobre el corto alféizar de su ventana, pasándose la mano elevada por el pelo. Había girado su cuerpo hacia ella y mantenía una sonrisita en la boca.

—Y, ¿de qué escapabas?

—De mis padres.

La sonrisa de él se ensanchó en entendimiento.

—Claro, a veces también yo lo hago, ¿ves? Tenemos mucho en común.

Candice le lanzó una mirada suspicaz acompañada de una insulsa sonrisa.

—Desde luego, y me imagino que tus padres han discutido en la cocina amenazándose con los cuchillos del servicio.

La sonrisa de Allen fue encogiéndose cuando la escena se proyectó en su mente, entiendo lo que ella le estaba diciendo.

—No.

—Y me imagino que cada dos por tres se gritan y acaban jugando al tiro al blanco con los jarrones y ellos como objetivo.

—Tampoco.

—¿Tu papá amenaza con irse de la casa y tu mamá con suicidarse para detenerlo?

Allen ya no tenía palabras.

—Entonces, no tenemos tanto en común —dijo Candice con agrio humor, cruzándose de brazos mientras se arrellanaba en el asiento—. Mi padre es un mujeriego y mi madre está neurótica los días que no la pasa depresiva.

Allen bajó la mano de su cabeza, dejando caer el brazo sobre su regazo.

—¿Por eso tienes migrañas?

Ella asintió despreocupadamente como si le estuviera preguntando por el clima. Candice lo tenía bien asumido, y aunque no era algo que fuera divulgando por ahí, no tenía ningún reparo en contárselo a él. Quizá el peso de la verdad fuera lo que lo desmotivara para seguir tras de ella.

Y al parecer, estaba funcionando. Allen estaba callado, por fin lo había dejado sin argumentos coquetos.

Y de pronto, él se movió en su asiento, inclinándose hasta invadir el espacio de ella. En un momento, Candice miraba hacia el parabrisas y al otro, tenía media cara pegada al pecho de Allen. Ahí de donde provenían los restos de la fragancia que invadía su auto.

Allen tenía un pecho duro y caliente. Y pronto también comenzó a cobrar conciencia de los brazos que la rodeaban, oprimiéndola contra él.

Ella no podía ver mucho, pero sentía igualmente un peso sobre la coronilla, como si él tuviera recargada ahí su mejilla.

—¿Qué estás haciendo?

—Te estoy consolando.

Ella metió las manos entre los cuerpos de ambos y estiró los brazos, separándose.

—No necesito que me consuelen.

Allen se inclinó un poco hacia ella, otra vez, pero en vez de abrazarla, solo la miró con ojos entrecerrados.

—No hay una sola persona en el mundo a la que no le guste ser consolada.

—Y yo no digo que no me guste, digo que no lo necesito.

—Cuestión de semántica. No eres de piedra, Candice, y si lo quieres ser, un día te puedes romper. Hasta las piedras se quiebran.

Candice lo recorrió con la mirada rápidamente.

—¿Quién eres? ¿Mi psiquiatra?

Él se encogió de hombros, enderezándose en el asiento.

—No sé nada de psiquiatría, pero sí puedo ver lo mucho que temes y te resistes a sentir dolor, o cualquier cosa que te haga sentir intensamente.

Candice elevó sus cejas.

—No sabes nada de mí, Allen Gellar. ¿Qué es lo que quieres? —espetó, inclinándose hacia él con un ceño oscuro, un ceño amenazante— ¿Ser el salvador de mi vida y que yo te jure amor eterno?

Candice lo estaba provocando, buscaba razones para hacerlo enojar y desagradarle. Se había acercado y su cabeza estaba levantada en un gesto altivo, tanto que la boca de ella estaba por debajo de la él, pero bastante cerca.

Allen no se movió ni un centímetro. No retrocedió. Solo agachó la mirada para sostener la de Candice.

—¿Y qué si quiero serlo? —dijo él y su aliento rozó el rostro de ella— ¿Tienes algún problema?

Candice sonrió, alejándose hasta volver a apoyar la espalda contra el asiento.

—No, tú tienes el problema. Y no tienes ninguna oportunidad para resolverlo.

Él enarcó una ceja.

—¿Qué quieres decir?

—Ven mañana a mi casa a las seis y te muestro —La sonrisa que se dibujó en el rostro de Allen solo duró hasta que ella agregó—: Ahora, llévame de regreso.

—¿Tan pronto? ¿Es seguro que vuelvas?

Candice volvió a colocarse los lentes oscuros, dándole otro sorbo a su agua mientras alzaba ambas cejas perfectas.

—Sí, normalmente toma dos o tres cosas rotas para que los empleados reúnan el valor de entrar a detenerlos.

Allen tragó amargo. Aquello era una mierda.

No quería llevar a Candice ni dejarla sola en ese ambiente, bello por fuera, podrido por dentro, pero no tenía opción. Sin embargo, condujo con más calma y tomó rutas más largas, tratando de estirar la liga del tiempo. Probablemente ella se dio cuenta, pero no hizo ningún comentario.

Cuando se detuvo frente a la residencia de los Lasenby, la miró con un dejo de preocupación, aunque mantuvo una sonrisa.

—Te veo mañana —le dijo mientras ella se bajaba. Candice se limitó a hacer un asentimiento con la cabeza.

Cuando él se fue, ella aún tenía su perfume metido en la nariz y duró así el resto del día. 

¡Holaaaaaaa! Kian y Allen apareciendo en el mismo capítulo OMG xD Ni yo me lo esperaba jajajajaja. Me pregunto, ¿cómo serán ellos dos en la misma escena? *o* Ya más o menos pasó, pero Allen quería atropellarlo jajajaja.

¡En fin! Sé que el capítulo fue considerablemente más corto que el promedio de los que suelo hacer, pero es de esas veces en que siento que le tengo que cortar pronto porque lo que viene puede quedar mejor en el siguiente capítulo, y porque ya no aguantaba las ganas de actualizar xD así que espero que lo hayan disfrutado :)

¡Nos leemos en el próximo! 

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