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By SPACELATINOS

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Eleanor tiene que aprender muchas cosas pero sobre todo a como no morir por las tendencias suicidas de su sob... More

introduction
graphics
prologue
━━━ act i
1. Eleanor Rigby
ii. Pésimas bienvenidas
iii. El niño que sobrevivió
iv. Momentos incómodos
v. Despedidas
vi. El corazón del dragón
vii. Cediendo
viii. Inesperado
ix. El perro negro
x. Investigación
xi. Mentiras
xii. La verdad siempre sale a la luz
xiii. Peter Pettigrew
xiv. El aullido del lobo
━━━ act ii
xv. Libertad
xvi. Juntos de nuevo
xvii. Pesadillas
xviii. El caos Weasley
xix. El campeonato de quidditch
xx. La marca tenebrosa
xxi. Alastor Moody
xxii. Bella durmiente
xxiii. Bertha Jorkins
xxiv. Ansiedad
xxv. Sospechas
xxvi. Cuando las mariposas aparecieron
xxvii. Cenas incómodas
xxviii. El apoyo
xxix. Enfermedad
xxx. Traidor
xxxi. Preguntas
xxxii. La maldición Potter
xxxiii. Impostor
xxxiv. Ha vuelto
xxxvi. La crueldad de un Crouch
xxxvii. Número 12 de Grimmauld Place
xxxviii. Primera reunión y la misión de Eleanor
xxxix. El buen gancho de Eleanor
xl. Los celos están en el aire
xli. Rojo y azul
xlii. Fragilidad
xliii. Feminidad
xliv. La cita
xlv. Shell Cottage
xlvi. Confrontaciones
xlvii. Agridulce

xxxv. Priori incantatem

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CAPÍTULO TREINTA Y CINCO;
PRIORI INCANTATEM





—Antes que nada, quiero que vengan a mi despacho —les dijo Dumbledore en voz baja, mientras se encaminaban hacia el pasadizo.

Harry asintió con la cabeza. Lo invadía una especie de aturdimiento y una sensación de total irrealidad, pero no hizo caso: estaba contento de encontrarse así. No quería pensar en nada de lo que había sucedido. No quería repasar los recuerdos, demasiado frescos y tan claros como si fueran fotografías, que cruzaban por su mente. Por otro lado, estaba Eleanor, muy callada y aferrada al tacto de su sobrino tomando su pulso, recordando el débil de Alphard, su cabeza le dolía por el golpe, el tener tanta información por casi un año recabada y finalmente, confesada. Entonces, ¿por qué no se sentía bien el haber reunido todos los cabos sueltos?

Ares... Oh, Ares. Él estaba tan destruído como jamás se le hubiera ocurrido presenciar. Toda su familia estaba dañada y ahora, sin contar a su hermana inconsciente, él era el único Crouch con vida. Él último.

Había estado metida en sus pensamientos que no se dio cuenta que se detuvieron cuando llegaron ante la gárgola de piedra. Dumbledore pronunció la contraseña, se hizo a un lado, y los tres subieron por la escalera de caracol móvil hasta la puerta de roble. Dumbledore la abrió.

Las manos de Eleanor le temblaban al ayudar a Harry a sentarse en una silla, delante del escritorio, ella tomó asiento a su lado.

—Eleanor —dijo Dumbledore con suavidad—, necesito que me digas lo que ocurrió con Alphard Black y contigo.

Y así fue, que con brevedad, Eleanor comenzó a narrarle todo lo sucedido, evitando hablar así de su propia alucinación sobre el regreso de Voldemort, aunque sospechaba que Dumbledore ya había entrado a su mente desde hace rato. Harry sólo escuchaba a medias. Estaba tan agotado que le dolía hasta el último hueso, y lo único que quería era quedarse allí sentado, que no lo molestaran durante horas y horas, hasta que se durmiera y no tuviera que pensar ni sentir nada más.

Oyó un suave batir de alas. Fawkes, el fénix, había abandonado la percha y se había ido a posar sobre su rodilla.

—Hola, Fawkes —lo saludó Harry en voz baja. Acarició sus hermosas plumas de color oro y escarlata. Fawkes abrió y cerró los ojos plácidamente, mirándolo. Había algo reconfortante en su cálido peso.

Cundo Eleanor dejó de hablar, sentado al escritorio, Dumbledore miraba fijamente a Harry, pero éste evitaba sus ojos. Se disponía a interrogarlo. Le haría revivirlo todo.

—Ahora necesito saber qué sucedió después de que tocaste el traslador en el laberinto, Harry —le dijo.

—Podemos dejarlo para mañana por la mañana, ¿no, Dumbledore? —se apresuró a decir Eleanor. Le había puesto a Harry una mano encima de la suya—. Dejémoslo dormir. Que descanse.

Le embargó un mayor sentimiento de gratitud hacia Eleanor, pero Dumbledore desoyó su sugerencia y se inclinó hacia él. Muy a desgana, Harry levantó la cabeza y encontró aquellos ojos azules.

—Harry, si pensara que te haría algún bien induciéndote al sueño por medio de un encantamiento y permitiendo que pospusieras el momento de pensar en lo sucedido esta noche, lo haría —dijo Dumbledore con amabilidad—. Pero me temo que no es así. Adormecer el dolor por un rato te haría sentirlo luego con mayor intensidad. Has mostrado más valor del que hubiera creído posible: te ruego que lo muestres una vez más contándonos todo lo que sucedió.

El fénix soltó una nota suave y trémula. Tembló en el aire, y Harry sintió como si una gota de líquido caliente se le deslizara por la garganta hasta el estómago, calentándolo y tonificándolo.

Respiró hondo y comenzó a hablar. Conforme lo hacía, Eleanor iba enterándose de cada terrible suceso que había ocurrido mientras estaba encerrada en el despacho de Alastor Moody. Un visible dolor en el pecho le causó enterarse del asesinato de Cedric Diggory, un joven inocente, que sólo estuvo en el momento incorrecto. La imagen mental de los señores Diggory sufriendo por la pronta muerte de su hijo, era tan insoportable como la simple idea de que ella hubiera estado en su lugar y Harry hubiera muerto esa noche.

En todo momento, Eleanor no se dejó de aferrar a la mano de Harry. No lo interrumpieron, y él lo agradeció, era mucho más sencillo no parar de hablar que el hacerlo, hasta se sentía aliviado: era casi como si se estuviera sacando un veneno de dentro. Seguir hablando le costaba toda la entereza que era capaz de reunir, pero le parecía que, en cuanto hubiera acabado, se sentiría mejor.

Sin embargo, cuando Harry contó que Colagusano le había hecho un corte en el brazo con la daga, Eleanor dejó escapar una exclamación vehemente, y Dumbledore se levantó tan de golpe que Harry se asustó. Rodeó el escritorio y le pidió que extendiera el brazo. Harry les mostró a ambos el lugar en que le había rasgado la túnica, y el corte que tenía debajo.

—Dijo que mi sangre lo haría más fuerte que la de cualquier otro —explicó Harry—. Dijo que la protección que me otorgó mi madre... iría también a él. Y tenía razón: pudo tocarme sin hacerse daño, me tocó en la cara.

Eleanor miro de reojo su brazo, en dónde tenía el mismo corte que el de su sobrino, y Dumbledore se dio cuenta de aquello también. Tomó su brazo con cuidado y lo extendió a la misma altura que el de Harry, comparándolas. Un grito ahogado salió de los labios del menor al darse cuenta de lo idénticas que eran... como si fueran gemelas.

Por un breve instante, Eleanor creyó ver una expresión de triunfo en los ojos de Dumbledore. Pero un segundo después estuvo seguro de habérselo imaginado, porque, cuando Dumbledore volvió a su silla tras el escritorio, parecía más viejo y más débil de lo que Eleanor u Harry lo hubieran visto nunca.

—¿Cómo te la causaste, Eleanor? —preguntó Dumbledore, con un tinte de preocupación.

—Barty acababa de aturdirme y fue como si estuviera en un sueño —explicó Eleanor—, se sentía muy real, pero no podía moverme u hablar... Escuché a Colagusano decir las mismas palabras y realmente no tengo idea de cómo me corté... Sólo sentí el dolor... Pude ver a Voldemort volver y después de eso, desperté.

—Muy bien —dijo Dumbledore, volviéndose a sentar—. Voldemort ha superado esa barrera. Prosigue, Harry, por favor.

Harry continuó: explicó cómo había salido Voldemort del caldero, y les repitió todo cuanto recordaba de su discurso a los mortífagos. Luego relató cómo Voldemort lo había desatado, le había devuelto su varita y se había preparado para batirse.

Cuando llegó a la parte en que el rayo dorado de luz había conectado su varita con la de Voldemort, se notó la garganta obstruida. Intentó seguir hablando, pero el recuerdo de lo que había surgido de la varita de Voldemort le anegaba la mente. Podía ver a Cedric saliendo de ella, ver al viejo, a Bertha Jorkins... a su madre... a su padre...

Se alegró de que Eleanor rompiera el silencio.

—¿Se conectaron las varitas? —dijo, mirando primero a Harry y luego a Dumbledore—. ¿Por qué?

Harry volvió a levantar la vista hacia Dumbledore, que parecía impresionado.

Priori incantatem —musitó.
Sus ojos miraron los de Harry, y fue casi como si hubieran quedado conectados por un repentino rayo de comprensión.

—¿El efecto de encantamiento invertido? —preguntó Eleanor.

—Exactamente —contestó Dumbledore—. La varita de Harry y la de Voldemort tienen el mismo núcleo. Cada una de ellas contiene una pluma de la cola del mismo fénix. De ese fénix, de hecho —añadió señalando al pájaro de color oro y escarlata que estaba tranquilamente posado sobre una rodilla de Harry.

—¿La pluma de mi varita proviene de Fawkes? —exclamó Harry sorprendido.

—Sí —respondió Dumbledore—. En cuanto salieron los dos de su tienda hace cuatro años, el señor Ollivander me escribió para decir que tú habías comprado la segunda varita.

—Entonces, ¿qué sucede cuando una varita se encuentra con su hermana? —quiso saber Eleanor, temerosa.

—Que no funcionan correctamente la una contra la otra —explicó Dumbledore—. Sin embargo, si los dueños de las varitas las obligan a combatir... tendrá lugar un efecto muy extraño: una de las varitas obligará a la otra a vomitar los encantamientos que ha llevado a cabo... en sentido inverso, primero el más reciente, luego los que lo precedieron...

Miró interrogativamente a Harry, y éste asintió con la cabeza.

—Lo cual significa —añadió Dumbledore pensativamente, fijando los ojos en la cara de Harry— que tuvo que reaparecer Cedric de alguna manera.

Harry volvió a asentir.

—Ningún encantamiento puede resucitar a un muerto —dijo Dumbledore apesadumbrado—. Todo lo que pudo haber fue alguna especie de eco. Saldría de la varita una sombra del Cedric vivo. ¿Me equivoco, Harry?

—Me habló —dijo Harry, y de repente volvió a temblar—. Me habló el... el fantasma de Cedric, o lo que fuera.

—Un eco que conservaba la apariencia y el carácter de Cedric —explicó Dumbledore—. Adivino que luego aparecieron otras formas: víctimas menos recientes de la varita de Voldemort...

—Un viejo —dijo Harry, todavía con un nudo en la garganta—. Y Bertha Jorkins. Y...

—¿Tus padres? —preguntó Dumbledore en voz baja.

El corazón de Eleanor se detuvo por un segundo.

—Sí —contestó Harry.

Eleanor apretó tanto a Harry en el hombro que casi le hacía daño.

—¿C-Cómo? —a Eleanor le tembló la voz.

—Los últimos asesinatos que la varita llevó a cabo —dijo Dumbledore, asintiendo con la cabeza—, en orden inverso. Naturalmente, habrían seguido apareciendo otros si hubieras mantenido la conexión. Muy bien, Harry: esos ecos... esas sombras... ¿qué hicieron?

Harry describió cómo las figuras que habían salido de la varita habían deambulado por el borde de la red dorada, cómo le dio la impresión de que Voldemort les tenía miedo, cómo la sombra de su padre le había indicado qué hacer y la de Cedric, su último deseo.

En aquel punto, Harry se dio cuenta de que no podía continuar. Miró a Eleanor, y vio que se cubría la cara con las manos mientras sollozaba en voz baja.

Harry advirtió de pronto que Fawkes había dejado su rodilla y había revoloteado hasta el suelo. Apoyó su hermosa cabeza en la pierna herida de Harry, y derramó sobre la herida que le había hecho la araña unas espesas lágrimas de color perla. El dolor desapareció. La piel recubrió lisamente la herida. Estaba curado.

—Te lo repito —dijo Dumbledore, mientras el fénix se elevaba en el aire y se volvía a posar en la percha que había al lado de la puerta—: esta noche has mostrado una valentía superior a lo que podríamos haber esperado de ti, Harry. La misma valentía de los que murieron luchando contra Voldemort cuando se encontraba en la cima de su poder. Has llevado sobre tus hombros la carga de un mago adulto, has podido con ella y nos has dado todo lo que podíamos esperar. Ahora te llevaré a la enfermería. No quiero que vayas esta noche al dormitorio. Te vendrán bien una poción para dormir y un poco de paz... Eleanor, ¿te gustaría quedarte con él?

Eleanor asintió con la cabeza y se levantó, limpiando el resto de sus lágrimas. Salió del despacho y bajó con ellos un tramo de escaleras hasta la enfermería.

Cuando Dumbledore abrió la puerta, Eleanor vio a la señora Weasley, a Bill, Ron y Hermione rodeando a Madame Pomfrey, que parecía agobiada. Le estaban preguntando dónde se hallaba los dos Potter y qué les había ocurrido.

Todos se abalanzaron sobre ellos cuando entraron, y la señora Weasley soltó una especie de grito amortiguado:

—¡Harry!, ¡ay, Harry!

Fue hacia él, pero Dumbledore se interpuso.

—Molly —le dijo levantando la mano—, por favor, escúchame un momento. Harry ha vivido esta noche una horrible experiencia. Y acaba de revivirla para mí. Lo que ahora necesita es paz y tranquilidad, y dormir. Si quiere que estén con él —añadió, mirando también a Ron, Hermione y Bill—, pueden quedarse, pero no quiero que le pregunten nada hasta que esté preparado para responder, y desde luego no esta noche.

La señora Weasley mostró su conformidad con un gesto de la cabeza. Estaba muy pálida. Se volvió hacia Ron, Hermione y Bill con expresión severa, como si ellos estuvieran metiendo bulla, y les dijo muy bajo:

—¿Escucharon? ¡Necesita tranquilidad!

—Dumbledore —dijo Madame Pomfrey—. El joven Black estaba casi moribundo cuando lo ha traído su padre pero ya le he mantenido estable, necesita mucho reposo. —miro a la azabache con nostalgia—. Ha preguntado por ti.

Liberó un suspiro lleno de alivio.

—¿Dónde está él? —preguntó Eleanor.

—En su cama, su hermana y su padre están con él. —explicó Madame Pomfrey señalando hacia un espacio de la enfermería que estaba cubierto con cortinas blancas—. Le he dado una poción para que durmiera.

—No esperaba menos de ti, Poppy —dijo Dumbledore—. Esperaremos a que te acuestes, Harry.

Harry sintió hacia Dumbledore una indecible gratitud por pedirles a los otros que no le hicieran preguntas. No era que no quisiera estar con ellos, pero la idea de explicarlo todo de nuevo, de revivirlo una vez más, era superior a sus fuerzas.

—Volveré en cuanto haya visto a Fudge, Harry —dijo Dumbledore—. Me gustaría que mañana te quedaras aquí hasta que me haya dirigido al colegio.

Salió. Mientras la señora Pomfrey lo llevaba a una cama próxima, Eleanor vislumbró al auténtico Moody acostado en una cama al final de la sala. Tenía el ojo mágico y la pata de palo sobre la mesita de noche.

—¿Qué tal está? —preguntó Eleanor.

—Se pondrá bien —aseguró la señora Pomfrey, dándole un pijama a Harry y rodeándolo de biombos.

El se quitó la ropa, se puso el pijama, y se acostó. Ron, Hermione, Bill y la señora Weasley se sentaron a ambos lados de la cama. Eleanor se acomodo cerca de su sobrino y a un lado de Bill, ella pasaba su mano con delicadeza sobre el cabello de Harry. Ron y Hermione lo miraban casi con cautela, como si los asustara.

—Estoy bien —les dijo Harry—. Sólo que muy cansado.

A la señora Weasley se le empañaron los ojos de lágrimas mientras le alisaba la colcha de la cama, sin que hiciera ninguna falta.

Madame Pomfrey, que se había marchado aprisa al despacho, volvió con una copa y una botellita de poción de color púrpura.

—Tendrás que bebértela toda, Harry —le indicó—. Es una poción para dormir sin soñar.

Harry tomó la copa y bebió unos sorbos.

—Duerme, cariño. —le dijo Eleanor con voz suave—. Ya estoy aquí y no me iré a ningún sitio.

Con esas palabras dulces, enseguida le entró sueño: todo a su alrededor se volvió brumoso, las lámparas que había en la enfermería le hacían guiños amistosos a través de los biombos que rodeaban su cama, y sintió como si su cuerpo se hundiera más en la calidez del colchón de plumas. Antes de que pudiera terminar la poción, antes de que pudiera añadir otra palabra, la fatiga lo había vencido.

—Eleanor —dijo Madame Pomfrey antes de que alguno se abalanzara a preguntarle—. Ven conmigo, necesito curarte esas heridas.

—N-No —pidió con voz quebrada mientras quitaba las gafas de Harry y las ponía encima de la mesita de a lado—. Prometí que no me iría a ningún sitio y eso haré.

Una increíble compasión por Eleanor le llegó a Madame Pomfrey y asintió.

—Sólo déjame curarte desde aquí entonces.

Eleanor asintió débilmente y así, desde su asiento, ella mantenía su mano la cual no estaba herida, dando caricias suaves, arrullándolo. Su otro brazo libre, fue extendido, con horror delante de los presentes vieron la cortada siendo sellada con magia de la pomada aplicada por Madame Pomfrey, así fue como también siguió la herida de su cabeza la cual ya no dolía. La conmoción de todo se había acumulado, se sentía devastada.

Bill no la presionó en hacerle preguntas, sólo puso su mano en su rodilla y le dio un pequeño apretón, como recordatorio de que no estaba sola. Ella se lo agradeció y disfrutó de sus mismas caricias cariñosas.

Cuando Madame Pomfrey acabó, se fue a revisar a Alphard Black. Imaginaba que Sirius y Cassiopeia no se iban a separar de él, y Ares seguramente haría lo mismo, después de encargarse él mismo de que su hermano esté encerrado en Azkaban por el final de sus días.

—Estaba muy asustado por ti —admitió Bill en voz baja para no despertar a Harry—. Mentiste. Me dijiste que irías al baño pero no fue así. Te fuiste detrás de Ojoloco y cuando él regresó pero tu no, sospeché lo peor, me preocupé. Quería ir a buscarte pero entonces fue que Harry apareció y... —guardó silencio un instante, como si le costara admitir el regreso de Voldemort. Eleanor lo miró—. Sirius salió detrás de Dumbledore, intenté ir tras suyo pero no pude esquivar a todas las personas que se me interpusieron. Mamá, los chicos y yo venimos a la enfermería en busca de Harry, pero él no llegó. En cambio apreció Sirius con su hijo en brazos y sólo dijo que ustedes estaban bien, después de eso  trajeron a Ojoloco. —tragó saliva antes de seguir—. Después llegaste tú con toda esa sangre en tu ropa... Yo, yo... sentí miedo, El, mucho miedo.

Él ha vuelto, Bill. —dijo Eleanor—. No estaremos solos. ¿Recuerdas? Vamos a luchar juntos.

El pelirrojo sacudió la cabeza y subió su mirada hasta la de ella con intensidad, el tono azul bebé en sus ojos estaban cristalinos y Eleanor sintió como si él pudiera ver a través suya.

—No, no sentí miedo por eso. —dijo Bill—. Yo estoy aterrado por ti.

Se había quedado estática ante sus palabras y la intensidad de su mirada.

—Yo también —confesó Eleanor, segundos después—. Yo también estoy aterrada por ti, Bill.

El corazón del pelirrojo se agitó en su pecho.

Ron y Hermione se miraron entre ellos. Y la señora Weasley, que estaba del otro lado de la cama, sonrió levemente al escucharlos.

Los sonidos de unos gritos fuera de la enfermería se escucharon de pronto, confundiéndolos.

—¿Qué es eso? —preguntó Sirius, saliendo de la cortina con Cassie detrás suya. Ambos luciendo cansados y blancos como el papel—. ¿No se supone que es una enfermería? ¡Van a despertarlos si no se callan!

—¿Por qué gritan así? No habrá ocurrido nada más, ¿no? —preguntó Ron.

Todos se pusieron de pie, mirando hacia la puerta con el ceño fruncido.

—Es la voz de Fudge —susurró la señora Weasley—. Y ésa es la de Minerva McGonagall, ¿verdad? Pero ¿por qué discuten?

Eleanor también los oía: gente que gritaba y corría hacia la enfermería.

—Ya sé que es lamentable, pero da igual, Minerva —decía Cornelius Fudge en voz alta.

—¡No debería haberlo metido en el castillo! —gritó la profesora McGonagall—. Cuando se entere Dumbledore...

Eleanor vio abrirse de golpe las puertas de la enfermería. Sin que nadie se diera cuenta, porque todos miraban hacia la puerta mientras Bill retiraba el biombo, Harry se sentó y se puso las gafas.

Fudge entró en la sala con paso decidido. Detrás de él iban Severus Snape y la profesora McGonagall.

—¿Dónde está Dumbledore? —le preguntó Fudge a la señora Weasley.

—Aquí no —respondió ella, enfadada—. Esto es una enfermería, señor ministro. ¿No cree que sería mejor...?

Pero la puerta se abrió y entró Dumbledore en la sala.

—¿Qué ha ocurrido? —inquirió bruscamente, pasando la vista de Fudge a la profesora McGonagall—. ¿Por qué están molestando a los enfermos? Minerva, me sorprende que tú... Te pedí que vigilaras a Barty Crouch...

—¡Ya no necesita que lo vigile nadie, Dumbledore! —gritó ella—. ¡Gracias al ministro!

Eleanor no había visto nunca a la profesora McGonagall tan fuera de sí: tenía las mejillas coloradas, los puños apretados y temblaba de furia.

—Cuando le dijimos al señor Fudge que habíamos atrapado al mortífago responsable de lo ocurrido esta noche —dijo Snape en voz baja—, consideró que su seguridad personal estaba en peligro. Insistió en llamar a un dementor para que lo acompañara al castillo. Y subió con él al despacho en que Barty Crouch...

—¡Le advertí que usted no lo aprobaría, Dumbledore! —exclamó la profesora McGonagall—. Le dije que usted nunca permitiría la entrada de un dementor en el castillo, pero...

—¡Mi querida señora! —bramó Fudge, que de igual manera parecía más enfadado de lo que Harry lo había visto nunca—. Como ministro de Magia, me compete a mí decidir si necesito escolta cuando entrevisto a alguien que puede resultar peligroso...

Pero la voz de Ares Crouch entrando a la enfermería como si fuera un diablo, los ojos estaban rojos y su rostro estaba del mismo modo pero de la furia, ahogó la de Fudge:

—¡Ordenaste el beso del dementor! —gritó Ares, acercándose hasta él amenazante—. ¡Él iría a Azkaban! ¡No tenías derecho, Fudge!

Eleanor sintió un escalofrío, en tanto Ares Crouch terminó su frase, pues sabía lo que era el beso del dementor. Y el que se lo haya administrado a Barty Crouch, le habría aspirado el alma por la boca. Estaría peor que muerto.

—Sé lo molesto que estás, Ares. —dijo Fudge—. No lo entiendes ahora pero, fue lo mejor.

—¿Para quién? —gruñó Crouch con ira—. ¡Barty iba a ir a Azkaban y se quedaría allí! ¡Pagaría por todo lo que hizo!

—¡Pero, por todos los santos, no es una pérdida tan grave! —soltó Fudge—. ¡Según parece, es responsable de unas cuantas muertes! ¡El de tu padre que es la que debe tenerte feliz de que ya haya pagado!

Las fosas de Ares se abrían y cerraban mientras su pecho subía y bajaba del enojo contenido, y Dumbledore se acercó al ministro.

—Pero ya no podrá declarar, Cornelius —repuso Dumbledore. Miró a Fudge con severidad, como si lo viera tal cual era por primera vez—. Ya no puede declarar por qué mató a esas personas.

—¿Que por qué las mató? Bueno, eso no es ningún misterio —replicó Fudge—. ¡Porque estaba loco de remate! Por lo que me han dicho Minerva y Severus, ¡creía que actuaba según las instrucciones de Voldemort!

—Es que actuaba según las instrucciones de Voldemort, Cornelius —dijo Dumbledore—. Las muertes de esas personas fueron meras consecuencias de un plan para restaurar a Voldemort a la plenitud de sus fuerzas. Ese plan ha tenido éxito, y Voldemort ha recuperado su cuerpo.

Fue como si a Fudge le pegaran en la cara con una maza. Aturdido y parpadeando, devolvió la mirada a Dumbledore como si no pudiera dar crédito a sus oídos. Entonces, sin dejar de mirar a Dumbledore con los ojos desorbitados, comenzó a farfullar:

—¿Que ha retornado Quien-tú-sabes? Absurdo. ¡Dumbledore, por favor...!

—Como sin duda te han explicado Minerva y Severus —dijo Dumbledore— , hemos oído la confesión de Barty Crouch. Bajo los efectos del suero de la verdad, nos ha relatado cómo escapó de Azkaban, y cómo Voldemort, enterado por Bertha Jorkins de que seguía vivo, fue a liberarlo de su padre y lo utilizó para capturar a Harry. El plan funcionó, ya te lo he dicho: Crouch ha ayudado a Voldemort a regresar.

—¡Pero vamos, Dumbledore! —exclamó Fudge, y Eleanor se sorprendió de ver surgir en su rostro una ligera sonrisa—, ¡no es posible que tú creas eso! ¿Que ha retornado Quien-tú-sabes? Vamos, vamos, por favor... Una cosa es que Crouch creyera que actuaba bajo las órdenes de Quien-tú-sabes... y otra tomarse en serio lo que ha dicho ese lunático...

—Cuando Harry tocó esta noche la Copa de los tres magos, fue transportado directamente ante lord Voldemort —afirmó Dumbledore—. Presenció su renacimiento. Te lo explicaré todo si vienes a mi despacho. —Miró a Harry y vio que estaba despierto, pero añadió: Me temo que no puedo consentir que interrogues a Harry esta noche.

La sorprendente sonrisa de Fudge no había desaparecido. También él miró a Harry; luego volvió la vista a Dumbledore, y dijo:

—¿Eh... estás dispuesto a aceptar su testimonio, Dumbledore?

Hubo un instante de silencio, roto por el gruñido de Sirius y los rápidos pasos de Eleanor para enfrentarlo.

—Mi sobrino no es ningún mentiroso, ministro —rugió Eleanor con los puños apretados—. ¡¿Qué pruebas necesita para creer?! ¡¿Alguna muerte más?!

—Eleanor tiene razón y desde luego que lo acepto —respondió Dumbledore, con un fulgor en los ojos—. He oído la confesión de Crouch y he oído el relato de Harry de lo que ocurrió después de que tocara la Copa: las dos historias encajan y explican todo lo sucedido desde que el verano pasado desapareció Bertha Jorkins.

Fudge conservaba en la cara la extraña sonrisa. Volvió a mirar a Harry antes de responder:

—¿Vas a creer que ha retornado lord Voldemort porque te lo dicen un loco asesino y un niño que...? Bueno...

Le dirigió a Harry otra mirada, y éste comprendió de pronto.

—Señor Fudge, ¡usted ha leído a Rita Skeeter! —dijo en voz baja.

Eleanor, Ron, Hermione, Bill y la señora Weasley se sobresaltaron: ninguno se había dado cuenta de que Harry estaba despierto. Fudge enrojeció un poco, pero su rostro adquirió una expresión obstinada y desafiante.

—¿Y qué si lo he hecho? —soltó, dirigiéndose a Dumbledore—. ¿Qué pasa si he descubierto que has estado ocultando ciertos hechos relativos a este niño? Conque habla pársel, ¿eh? ¿Y conque monta curiosos numeritos por todas partes?

—Supongo que se refiere a los dolores de la cicatriz —dijo Eleanor con frialdad.

—¿O sea que admiten que ha tenido dolores? —replicó Fudge—. ¿Dolores de cabeza, pesadillas? ¿Tal vez... alucinaciones? O tal vez la locura ya es herencia—miró a Eleanor—... familiar.

El rostro de la azabache estaba incendiando en molestia y Bill había avanzado para defenderla pero el agarre de la señora Weasley lo detuvo.

—Escúchame, Cornelius —dijo Dumbledore, dando un paso hacia Fudge, y volvió a irradiar aquella indefinible fuerza que Eleanor había percibido en él después de que había aturdido al joven Crouch—. Eleanor y Harry están tan cuerdos como tú y yo. La cicatriz que Harry tiene en la frente no le ha reblandecido el cerebro. Creo que le duele cuando lord Voldemort está cerca o cuando se siente especialmente furioso.

Fudge retrocedió medio paso para separarse un poco de Dumbledore, pero no cedió en absoluto.

—Me tendrás que perdonar, Dumbledore, pero nunca había oído que una cicatriz actúe de alarma...

—¡Mire, he presenciado el retorno de Voldemort! —gritó Harry. Intentó volver a salir de la cama, pero la señora Weasley se lo impidió—. ¡He visto a los mortífagos! ¡Puedo darle los nombres! Lucius Malfoy...

Snape hizo un movimiento repentino; pero, cuando Eleanor lo miró, sus ojos estaban puestos otra vez en Fudge.

—¡Malfoy fue absuelto! —dijo Fudge, visiblemente ofendido—. Es de una familia de raigambre... y entrega donaciones para excelentes causas...

—¡Macnair! —prosiguió Harry.

—¡También fue absuelto! ¡Y trabaja para el Ministerio!

—Avery... Nott... Crabbe... Goyle...

—¡No haces más que repetir los nombres de los que fueron absueltos hace trece años del cargo de pertenencia a los mortífagos! —dijo Fudge enfadado—. ¡Debes de haber visto esos nombres en antiguas crónicas de los juicios! Por las barbas de Merlín, Dumbledore... Este niño ya se vio envuelto en una historia ridícula al final del curso anterior... Los cuentos que se inventa son cada vez más exagerados, y tú te los sigues tragando. Este niño habla con las serpientes, Dumbledore, ¿y todavía confías en él?

—¡No sea necio! —gritó la profesora McGonagall—. Cedric Diggory, el señor Crouch: ¡esas muertes no son el trabajo casual de un loco!

—¡No veo ninguna prueba de lo contrario! —vociferó Fudge, igual de airado que ella y con la cara colorada—. ¡Me parece que estáis decididos a sembrar un pánico que desestabilice todo lo que hemos estado construyendo durante trece años!

Eleanor no podía dar crédito a sus oídos. Siempre había visto a Fudge como alguien bondadoso: un poco jactancioso, un poco pomposo, pero básicamente bueno. Sin embargo, lo que en aquel momento tenía ante él era un mago pequeño y furioso que se negaba rotundamente a aceptar cualquier cosa que supusiera una alteración de su mundo cómodo y ordenado, que se negaba a creer en el retorno de Voldemort.

—Voldemort ha regresado —repitió Dumbledore—. Si afrontas ese hecho, Fudge, y tomas las medidas necesarias, quizá aún podamos encontrar una salvación. Lo primero y más esencial es retirarles a los dementores el control de Azkaban.

—¡Absurdo! —volvió a gritar Fudge—. ¡Retirar a los dementores! ¡Me echarían a puntapiés sólo por proponerlo! ¡La mitad de nosotros sólo dormimos tranquilos porque sabemos que ellos están custodiando Azkaban!

—¡A la otra mitad nos cuesta más conciliar el sueño, Cornelius, sabiendo que has puesto a los partidarios más peligrosos de lord Voldemort bajo la custodia de unas criaturas que se unirán a él en cuanto se lo pida! —repuso Dumbledore—. ¡No te serán leales, Fudge, porque Voldemort puede ofrecerles muchas más satisfacciones que tú a sus apetitos! ¡Con el apoyo de los dementores y el retorno de sus antiguos partidarios, te resultará muy difícil evitar que recupere la fuerza que tuvo hace trece años!

Fudge abría y cerraba la boca como si no encontrara palabras apropiadas para expresar su ira.

—El segundo paso que debes dar, y sin pérdida de tiempo —siguió Dumbledore—, es enviar mensajeros a los gigantes.

—¿Mensajeros a los gigantes? —gritó Fudge, recuperando la capacidad de hablar—. ¿Qué locura es ésa?

—Debes tenderles una mano ahora mismo, antes de que sea demasiado tarde —repuso Dumbledore—, o de lo contrario Voldemort los persuadirá, como hizo antes, de que es el único mago que está dispuesto a concederles derechos y libertad.

—No... no puedes estar hablando en serio —dijo Fudge entrecortadamente, negando con la cabeza y alejándose un poco más de Dumbledore—. Si la comunidad mágica sospechara que yo pretendo un acercamiento a los gigantes... La gente los odia, Dumbledore... Sería el fin de mi carrera...

—¡Estás cegado por el miedo a perder la cartera que ostentas, Cornelius! —dijo Dumbledore, volviendo a levantar la voz y con los ojos de nuevo resplandecientes, evidenciando otra vez su aura poderosa—. ¡Le das demasiada importancia, y siempre lo has hecho, a lo que llaman «limpieza de sangre»! ¡No te das cuenta de que no importa lo que uno es por nacimiento, sino lo que uno es por sí mismo! Tu dementor acaba de aniquilar al penúltimo miembro de una familia de sangre limpia de tanta raigambre como la que más... —Ares se tensó al escucharlo—. ¡Y ya ves lo que ese hombre escogió hacer con su vida! Te lo digo ahora: da los pasos que te aconsejo, y te recordarán, con cartera o sin ella, como uno de los ministros de Magia más grandes y valerosos que hayamos tenido; pero, si no lo haces, ¡la Historia te recordará como el hombre que se hizo a un lado para concederle a Voldemort una segunda oportunidad de destruir el mundo que hemos intentado construir!

—¡Loco! —susurró Fudge, volviendo a retroceder—. ¡Loco...!

Se hizo el silencio. Madame Pomfrey estaba inmóvil al pie de la cama de Harry, tapándose la boca con las manos. La señora Weasley seguía de pie al lado de Harry, poniéndole la mano en el hombro para impedir que se levantara. Ares, Bill, Cassie, Eleanor, Sirius, Ron y Hermione miraban a Fudge fijamente.

—Si sigues decidido a cerrar los ojos, Cornelius —dijo Dumbledore—, nuestros caminos se separarán ahora. Actúa como creas conveniente. Y yo... yo también actuaré como crea conveniente.

La voz de Dumbledore no sonó a amenaza, sino como una mera declaración de principios, pero Fudge se estremeció como si Dumbledore hubiera avanzado hacia él apuntándole con una varita.

—Veamos pues, Dumbledore —dijo blandiendo un dedo amenazador—. Siempre te he dado rienda suelta. Te he mostrado mucho respeto. Podía no estar de acuerdo con algunas de tus decisiones, pero me he callado. No hay muchos que en mi lugar te hubieran permitido contratar hombres lobo, o tener a Hagrid aquí, o decidir qué enseñar a tus estudiantes sin consultar al Ministerio. Pero si vas a actuar contra mí...

—El único contra el que pienso actuar —puntualizó Dumbledore— es Lord Voldemort. Si tú estás contra él, entonces seguiremos del mismo lado, Cornelius.

Fudge no encontró respuesta a aquello. Durante un instante se balanceó hacia atrás y hacia delante sobre sus pequeños pies, e hizo girar en las manos el sombrero hongo. Al final, dijo con cierto tono de súplica:

—No puede volver, Dumbledore, no puede...

Snape se adelantó, levantándose la manga izquierda de la túnica. Descubrió el antebrazo y se lo enseñó a Fudge, que retrocedió.

—Mire —dijo Snape con brusquedad—. Mire: la Marca Tenebrosa. No está tan clara como lo estuvo hace una hora aproximadamente, cuando era de color negro y me abrasaba, pero aún puede verla. El Señor Tenebroso marcó con ella a todos sus mortífagos. Era una manera de reconocernos entre nosotros, y también el medio que utilizaba para convocarnos. Cuando él tocaba la marca de cualquier mortífago teníamos que desaparecernos donde estuviéramos y aparecernos a su lado al instante. Esta marca ha ido haciéndose más clara durante todo este curso, y la de Karkarov también. ¿Por qué cree que Karkarov ha huido esta noche? Porque los dos hemos sentido la quemazón de la Marca. Entonces, los dos supimos que él había retornado. Karkarov teme la venganza del Señor Tenebroso porque traicionó a demasiados de sus compañeros mortífagos para esperar una bienvenida si volviera al redil.

Fudge también se alejó un paso de Snape, negando con la cabeza. Daba la impresión de que no había entendido ni una palabra de lo que éste le había dicho. Miró fijamente, con repugnancia, la fea marca que Snape tenía en el brazo. A continuación, levantó la vista hacia Dumbledore y susurró:

—No sé a qué estáis jugando tú y tus profesores, Dumbledore, pero creo que ya he oído bastante. No tengo más que añadir. Me pondré en contacto contigo mañana, Dumbledore, para tratar sobre la dirección del colegio. Ahora tengo que volver al Ministerio.

Casi había llegado a la puerta cuando se detuvo. Se volvió, regresó a zancadas hasta la cama de Harry.

—Tu premio —dijo escuetamente, sacándose del bolsillo una bolsa grande de oro y dejándola caer sobre la mesita de la cama de Harry—. Mil galeones. Tendría que haber habido una ceremonia de entrega, pero en estas circunstancias...

Se encasquetó el sombrero hongo y salió de la sala, cerrando de un portazo. En cuanto desapareció, Dumbledore se volvió hacia el grupo que rodeaba la cama de Harry.

—Hay mucho que hacer —dijo—. Molly... ¿me equivoco al pensar que puedo contar contigo y con Arthur?

—Por supuesto que no se equivoca —respondió la señora Weasley. Hasta los labios se le habían quedado pálidos, pero parecía decidida—. Arthur conoce a Fudge. Es su interés por los muggles lo que lo ha mantenido relegado en el Ministerio durante todos estos años. Fudge opina que carece del adecuado orgullo de mago.

—Entonces tengo que enviarle un mensaje —dijo Dumbledore—. Tenemos que hacer partícipes de lo ocurrido a todos aquellos a los que se pueda convencer de la verdad, y Arthur está bien situado en el Ministerio para hablar con los que no sean tan miopes como Cornelius.

—Iré yo a verlo —se ofreció Bill, mirando a Eleanor—. Iré ahora.

—Muy bien —asintió Dumbledore—. Cuéntale lo ocurrido. Dile que no tardaré en ponerme en contacto con él. Pero tendrá que ser discreto. Fudge no debe sospechar que interfiero en el Ministerio...

—Déjelo de mi cuenta —dijo Bill.

Le dio una palmada a Harry en el hombro, un beso a su madre en la mejilla y se enfrentó a Eleanor, miró a Ares que pareció ponerse más tenso, pero finalmente dejo un casto beso en su frente como despedida. Se puso la capa y salió de la sala con paso decidido.

—Minerva —dijo Dumbledore, volviéndose hacia la profesora McGonagall—, quiero ver a Hagrid en mi despacho tan pronto como sea posible. Y también... si consiente en venir, a Madame Maxime.

La profesora McGonagall asintió con la cabeza y salió sin decir una palabra.

—Poppy —le dijo Dumbledore a Madame Pomfrey—, ¿serías tan amable de bajar al despacho del profesor Moody, donde me imagino que encontrarás a una elfina doméstica llamada Winky sumida en la desesperación? Haz lo que puedas por ella, y luego llévala a las cocinas. Creo que Dobby la cuidará.

—Muy... muy bien —contestó Madame Pomfrey, asustada, y también salió.

Dumbledore se aseguró de que la puerta estaba cerrada, y de que los pasos de Madame Pomfrey habían dejado de oírse, antes de volver a hablar.

—Y, ahora —dijo—, es momento de que tres de nosotros se acepten. Sirius y Severus...

—¿Qué? —gruñó Snape, mirando a Sirius, cuyo rostro mostraba el mismo desagrado.

—Igual que tú, Severus. —dijo Dumbledore, pasando la vista de uno a otro—. Yo confió tanto en uno como en otro. Ya es hora de que olvidéis vuestras antiguas diferencias, y confiéis también el uno en el otro.

Eleanor pensó que Dumbledore pedía un milagro. Sirius y Snape se miraban con intenso odio.

—Me conformaré, a corto plazo, con un alto en las hostilidades —dijo Dumbledore con un deje de impaciencia—. Dense la mano: ahora están del mismo lado. El tiempo apremia, y, a menos que los pocos que sabemos la verdad estemos unidos, no nos quedará esperanza.

Muy despacio, pero sin dejar de mirarse como si se desearan lo peor, Sirius y Snape se acercaron y se dieron la mano. Se soltaron enseguida.

—Y Sirius... también pido lo mismo con Ares. —dijo Dumbledore mirando al auror Crouch. Éste no lució muy asqueado como Snape lo estaba de Sirius y viceversa, por lo que los dos terminaron dándose con firmeza la mano—. Con eso bastará por ahora —dijo Dumbledore, colocándose una vez más entre ellos—. Ahora, tengo trabajo que darles a los tres. La actitud de Fudge, aunque no nos pille de sorpresa, lo cambia todo. Sirius, necesito que salgas ahora mismo: tienes que alertar a Remus Lupin, Arabella Figg y Mundungus Fletcher: el antiguo grupo.

—Pero... —protestó Cassie en voz baja, no queriendo que su padre se fuera en ese momento que lo necesitaban.

—No tardaré, cachorrita. Regresaré para ver a tu hermano, ¿entendido? —aseguró Sirius, volviéndose hacia ella— . Te lo prometo. Pero debo hacer lo que pueda, ¿comprendes?

—C-Claro. —tartamudeó—. Claro que comprendo.

Sirius le besó la cabeza y ella se aferró a su padre antes de soltarlo, asintió con la cabeza mirando a Dumbledore, y salió de la enfermería rápidamente.

—Severus —continuó Dumbledore dirigiéndose a Snape—, ya sabes lo que quiero de ti. Si estás dispuesto...

—Lo estoy —contestó Snape.

Parecía más pálido de lo habitual, y sus fríos ojos negros resplandecieron de forma extraña.

—Buena suerte entonces —le deseó Dumbledore, y, con una mirada de aprehensión, lo observó salir en silencio de la sala, detrás de Sirius. Se volvió hacia el auror—. Ares, sé que es nuevamente, mucho que pedir pero...

—Cuente conmigo. —dijo él, sin agregar nada más.

El director miró a Eleanor, era una mirada significativa, como si preguntara en silencio si contaba con ella, no tuvo que responder, incluso ambos lo sabían. Ella daría su propia vida a cambio de proteger a las personas que amaba, sin dudarlo. Él asintió levemente y el corazón de Harry latió con fuerza imaginando lo que el director le pidió a su tía.

Pasaron varios minutos antes de que Dumbledore volviera a hablar.

—Tengo que bajar —dijo por fin—. Tengo que ver a los Diggory. Tómate la poción que queda, Harry. Los veré a todos más tarde.

Mientras Dumbledore se iba, Harry se dejó caer en las almohadas. Eleanor, Cassie, Hermione, Ron y la señora Weasley lo miraban. Nadie habló por un tiempo.

—Debes tomar lo que queda de la poción, cariño —dijo Eleanor acercándose a él tomando la botellita y la copa—. Tienes que dormir bien y mucho. Yo no me moveré de aquí, ¿de acuerdo?

—Intenta pensar en otra cosa por un rato... —dijo la señora Weasley, señalando bolsa de oro que estaba en la mesilla—. ¡Piensa en lo que vas a comprarte con el dinero!

—No lo quiero —replicó Harry con voz inexpresiva—. Tómenlo ustedes. Quien sea. No me lo merezco. Se lo merecía Cedric.

Aquello contra lo que había estado luchando por momentos desde que había salido del laberinto amenazaba con ser más fuerte que él. Sentía una sensación ardorosa y punzante por dentro de los ojos. Parpadeó y miró al techo.

—No fue culpa tuya, Harry —susurró Eleanor, acariciando su rostro.

—Yo le dije que cogiéramos juntos la Copa —musitó Harry.

En aquel momento tenía aquella sensación ardorosa también en la garganta. Le hubiera gustado que Ron desviara la mirada.

La señora Weasley recogió la poción en la mesita, mientras Eleanor se inclinó y abrazaba a Harry. Él no recordaba que nunca ningún ser humano lo hubiera abrazado de aquella manera, solo a Eleanor, como si se tratara de su propio hijo. Todo el peso de cuánto había visto aquella noche pareció caer sobre él mientras Eleanor lo aferraba. El rostro de su madre, la voz de su padre, la visión de Cedric muerto en la hierba, todo empezó a darle vueltas en la cabeza hasta que apenas pudo soportarlo y su rostro se tensó para contener el grito de angustia que pugnaba por salir.

Se oyó un ruido como de portazo, y Eleanor y Harry se separaron. Hermione estaba en la ventana. Tenía algo en la mano firmemente agarrado.

—Lo siento —se disculpó.

—La poción, Harry —recordó rápidamente la señora Weasley, enjugándose las lágrimas con el dorso de la mano al mirar la escena de los Potter.

Harry se la bebió de un trago. El efecto fue instantáneo. Lo sumergió una ola de sueño grande e irresistible, y se hundió entre las almohadas, dormido sin pensamientos y sin sueños.

La joven Potter miró sobre su hombro a Ares Crouch que estaba aún parado en medio de la enfermería sin saber que hacer, parecía agotado y estar luchando contra el impulso de gritar. Su mirada estaba en la cortina a unos metros suyo, en donde descansaba su ahijado Alphard. Él movió su mirada y la atrapó mirándolo, Eleanor le dedico una sonrisa triste como incitándolo a que fuera junto su sobrino. Ares lo hizo, con pasos inseguros, hasta que finalmente lo perdió de vista.

Ella regresó su vista a Harry que ya dormía.

Y pensó que dar la vida, algún día, por él no sería la peor forma de morir.

Nota de autora:

¡Heeeeey! ¿Cómo están? ¿Todo bien?, yo acá deje a un lado mi obsesión con el among us y me dediqué a escribir toda la semana, por eso les traigo un capítulo más. Y con éste, oficialmente entramos al quinto libro. ¡Wow! El tiempo pasa muy rápido... Aún recuerdo cuando todo comenzó a principios de cuarentena.

Ya, ya, basta, me pongo sentimental...

¡Quiero leer sus teorías de lo que pasará en el quinto libro!

Nos leemos pronto, espero que disfruten este LARGO capítulo.

Besos enormes,
Fer.

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