Cupido me ha dado fuerte ©

De _AniSalazar

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Dicen que los escritores románticos y con buena imaginación siempre aprovechan el 14 de febrero para contar u... Mai multe

♥♥INTRODUCCIÓN♥♥
Sin estrategia social
Amor de alquiler
Una última vez
Bloqueo de Escritor
Descifrando la distancia
El Grinch del amor
Flores para el abogado
♥Solo nosotros♥
Rosas blancas
Flor de papel
Siempre en San Valetín
Una noche más
A la segunda
El amor me golpeó fuerte
El regalo que no merecía

Más allá de todo

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De _AniSalazar

Ocho años. Miles de sueños. Recuerdos indelebles. Besos arrolladores. Caricias eternas. Pero en ocasiones hasta el amor más fuerte y el corazón más entregado se cansa.



Eduard


Veo al otro lado de la calle como muchos jóvenes de mi edad, hasta mayores, no paran de entrar a la institución. Definitivamente cursar el primer año y ser nuevo debería ser un pecado, los nervios son tantos que no termino de encontrar el valor para entrar.


Si todos odian el primer día de clases, imagínense siendo nuevo.


Tomo una bocanada de aire y me dirijo hacia la entrada antes de que me arrepienta, al estar cerca, el portero de piel clara y cabello platinado se me queda mirando.


―Ajá, ¿por qué te quedaste allá? ―pregunta con seriedad, pero no le respondo, solo levanto mis hombros en señal de indiferencia y me adentro a la edificación.


El timbre que anuncia la entrada a clases suena en la cancha y todos comienzan a ponerse de pie para ir hacia su respectiva fila, pero al ser nuevo no sé hacia donde caminar. Me dejo llevar y me coloco en la primera fila que encuentro, veo demasiadas caras desconocidas, tanto hombres como mujeres. No me pongo a detallar mucho, escucho la voz del hombre que dice ser el subdirector a lo lejos, pero mi mente está perdida en la nebulosa.


Poco a poco cada sección con su respectivo profesor de turno se adentran en las aulas, la fila en la que estoy es la última. Como un autómata camino detrás de los que serán mis compañeros, pero no es sino hasta que estamos cerca de la puerta, que toda mi atención se centra en una persona, sin embargo la pierdo de vista. Trato de apresurar el paso para entrar, cuando lo logro busco a la chica entre las casi treinta personas que hay en la habitación. No hay casi puestos, por lo que tomo asiento casi al final, rápidamente doy con ella, a unos pupitres a mi izquierda.


Toda mi atención se posa en esa chica menuda de ojos avellanados y cabello oscuro como la noche, parece hasta de un tono azul. Su sonrisa es preciosa, pero lo que me atrae más es el tono de su piel morena, se adivina suave con el simple hecho de detallarla.


En toda la clase, que por lo poco que he escuchado solo nos están dando la bienvenida, no paro de observarla, de apreciarla desde lejos. Me tiene cautivado su sencilla belleza.


Ana


Su corazón acelerado retumba debajo de mi oído y sinceramente ese es mi sonido favorito desde hace ocho años. Sus manos acarician mi cuerpo sudoroso por la faena reciente. Con mis manos acaricio su pecho lampiño, mis ojos aún permanecen cerrados luego de aquel brutal orgasmo que me azotó. Siento la presión de sus labios en mi coronilla al dejar un casto beso, sonrío sin poder evitarlo por la ternura que me transmite ese pequeño gesto.


―Cada día amo más estos mañaneros ―susurra, mientras aprieta mi cuerpo contra el suyo.


―Y los que nos faltan, amor. ―Elevo mi mirada para poder ver su rostro al hablarle.


Inevitablemente, y como hace ocho años, me quedo prendada en su mirada castaña, flanqueada por unas pestañas largas, es tan transparente que puedo notar el gran amor que me profesa. Con gran rapidez levanta su cabeza hasta hacer que nuestros labios se toquen. Su intención claramente era solo un roce, sin embargo con mi mano derecha lo tomo por el cuello, evitando que se aparte, profundizo el beso al succionar su labio inferior como tanto me gusta. Me aparto y ágilmente me coloco encima de su delgado pecho, apoyo uno de mis codos sin hacerlo completamente para no lastimarlo, y con la mano libre comienzo a hacer un recorrido por su torso.


Primero de un hombro a otro, subiendo por su cuello hasta llegar a su mandíbula. Sus ojos se cierran y una expresión de calma se apodera de sus facciones, sigo subiendo por sus mejillas, delineo con mi dedo índice sus labios finos que tanto me enloquecen y por los cuales mataría.


Sigo mi camino por su nariz recta, trazo sus cejas para de último perder mi mano en su cabello negro, el cual por el sexo está totalmente despeinado, aunque es muy raro ver su cabello peinado.


Me decido a besar la gran cantidad de lunares que tiene en su rostro, percibo como su sonrisa se ensancha, creando esas arrugas en sus ojos y comisuras que tanto me gustan. Desde el primer momento noté que sus ojos eran las puertas a su alma, al aprender a leer su mirada me fue sencillo descifrar sus estados de ánimo, aunque él siempre fue orgulloso y quería ocultarlo.


―¿Ya te he dicho que amo tus ojos?


―Sí, un millón de veces.


―Pues te lo voy a decir muchas, muchas veces más. ―Me abrazo a su cuerpo y así nos quedamos por un buen rato, sin decir nada, solo sintiéndonos y disfrutando de estar juntos.


Cuando estoy entre sus brazos olvido todo, desde los problemas con su madre hasta los problemas laborales. Por eso siempre he pensado que mi lugar de paz es entre sus brazos.


Salgo de la casa de mi suegra pisando fuerte, las lágrimas se anidan en mi garganta y la impotencia comienza a ganarme. Soy presa de la amargura en su estado más puro, el camino hacia mi auto se hace cada vez más borroso por las lágrimas que no quiero dejar caer, pero como siempre hacen lo que quieren, terminan deslizándose por mis mejillas y estrellándose contra el pavimento.


―¡Ana! ¡Ana, espera!


Escucho la voz de Eduard a mis espaldas, pero eso no hace que mis pies se detengan, en realidad me apresuro más. Por poco y caigo al piso cuando una de sus manos me toma por el brazo y tira de mí, al voltearme, la expresión de su rostro rompe en pedazos mi corazón, se ve que está afectado por la prepotente y ridícula actitud de su madre para conmigo.


―Por favor, Ana, discúlpala, ella no quiso decir lo que dijo ―expresó con un hilo de voz.


―Tú sabes que sí quiso decirlo, que eso es lo que ella piensa de mí. Hay que aceptarlo, ella no me quiere porque no soy adinerada como Esther, porque no puedo darte algo más que no sea mi amor, mientras que la zorra esa puede proporcionarte una vida de lujos.


―N-no, Ana...


―Acéptalo, llevamos ocho años luchando contra los prejuicios de tu madre, aun cuando ya tenemos casa propia, estabilidad económica y felicidad, ella sigue intentando meterte por los ojos a esa estúpida.


―Ya no pasará, no dejemos que mi madre destruya lo que tenemos, amor. Por favor, yo te amo, lucha conmigo por lo nuestro ―pide, mientras con sus manos acuna mi rostro para luego unir nuestras frentes.


Mi corazón se enternece al ver cómo me pide que luche por esto que sentimos, al ser completamente consciente de sus sentimientos por mí. Asiento y me prometo internamente intentarlo una vez más, seguir cuidando nuestro amor con uñas y dientes si es necesario.


―Está bien, pero vámonos de aquí, lo último que quiero hacer es entrar como si nada hubiera pasado, tener que ver como esa zorra descarada se te insinúa frente a mis propios ojos y con el apoyo total de tu madre ―digo, alejándome un poco para seguir mi camino hacia el auto.


―Déjame volver por mi teléfono y vuelvo, no te vayas sin mí.


Subo al auto y lo enciendo, a la espera de que Eduard vuelva. Mi mente traicionera rememora todos los problemas que he tenido con la señora Ingrid, la mamá del susodicho.


Desde el primer instante en el que Eduard me la presentó supe que no era de su total agrado, su mirada desdeñosa era suficiente para darme cuenta de que no me quería de novia para su hijo. No obstante, y contra su rechazo, decidí luchar por el sentimiento más puro y genuino que he sentido.


Durante ocho años he aguantado burlas, humillaciones y malos tratos de esa señora, pero últimamente sus intentos por separarnos se han vuelto mucho más insistentes. Antes podía hasta comprender el hecho de que no me aceptara, pues no tenía mucho que ofrecerle a Eduard, pero ahora ambos somos profesionales y hemos creado un hogar, tanto empeño ya no tiene sentido.


El amargo recuerdo de la vez que me humilló frente a toda su familia se reproduce de manera automática en mi mente, fue bochornoso ser consciente de que Eduard le había comentado mi mala situación económica, ella lo pregonaba en la cena familiar como si se tratara del clima, haciendo comentarios mordaces y fuera de lugar.


En todo momento mantuve mi frente en alto, demostrándole que si pretendía humillarme no lo conseguiría, pero por dentro estaba recogiendo los pedazos de mi dignidad pisoteada. Siempre había intentado caerle bien y tener una buena relación con ella, sin importar lo maldita que era siempre la madre de mi novio, lo último que quería era que se enemistaran por mi culpa, pero de unos meses para acá he estado a nada de darme por vencida.


Al ver a Eduard acercándose a paso rápido, suspiro y limpio las lágrimas que sin saber se me han caído. Apenas se sube, su mano busca la mía y las entrelaza, las lleva a sus labios y las besa, sin apartar su mirada cristalina de mis ojos avellanados.


―Para compensarte el problema, acéptame la invitación de ir a bailar conmigo, sé que no soy el mejor bailarín, pero sabes que por ti hago eso y mucho más.


―Me parece buena idea. ―Le regalo una sonrisa genuina, arranco el auto con destino al departamento mientras él con sus labios deja un recorrido de besos por mi cuello, anticipándome a lo que me espera al llegar.


Al entrar al local la música nos envuelve de una manera armoniosa, sin poder controlarlo mis caderas comienzan a moverse al ritmo de la canción. Las manos de Eduard se cierran en mi cintura de manera posesiva. Sonrío por la obvia muestra de celos de mi novio, cuando se trata de mí es muy posesivo y territorial. Tomo su mano y avanzamos hasta una mesa desocupada, luego pedimos dos mojitos para caldear el ambiente.


Viendo a la gente bailando y disfrutando, me es imposible recordar el cómo nos apegamos Eduard y yo en aquella reunión con nuestros amigos, faltando poco para finalizar el quinto año. Aquel día de enero jamás imaginé que gracias a unos tragos de más comenzaría la aventura más excitante y hermosa de mi vida.


Tú eres mi segunda mujer, una y dos... dijo aquella noche de luna creciente, con su lengua pesada por el efecto del alcohol en su organismo.


Esa noche bailamos, gozamos y reímos a carcajadas por sus ocurrencias, en especial por su intento de Parkour, que terminó con una casi caída a pesar de que solo saltó de un escalón a otro.


Mi corazón aun no sabía que se enamoraría tan perdidamente de ese chico de cuerpo delgado, ojos castaños cristalinos y preciosos sentimientos. Ese chico que en cierto momento intentó besarme, aún con su mente alcoholizada, pero solo logró besar mis mejillas y recibir un abrazo reconfortante. Ni en mis sueños más locos imaginé que esos dos besos y ese acercamiento osado sería lo que ocasionaría una gran confusión y una pelea entre mi mente y mi corazón. Nunca llegué a sospechar que ese chico robaría mi corazón, que me llenaría de paz y alegría, que me haría inmensamente feliz.


Luego de aquella fiesta solo fue cuestión de tiempo para que los sentimientos comenzaran a florecer, fue tan apresurado... fue un amor inefable.


No podría decir que fue un amor a primera vista sino un amor irracional, explosivo, descontrolado, sin embargo, fue y ha sido durante estos ocho años de relación, el amor más hermoso, grande, puro y especial que he tenido la dicha de recibir.


Una mano jalándome me devuelve al presente, elevo mi vista y observo a Eduard frente a mí, con su camisa de puntos blanca y negra, le queda realmente bien, haciendo juego con un pantalón negro y su cabello habitualmente desordenado.


―¿Me concedes esta pieza? ―susurra en mi oído, causando que un escalofrío me recorra de pies a cabeza. Asiento y me pongo de pie, bajo un poco el vestido azul corto que me llega debajo de las nalgas y camino de su mano hasta el centro, donde otras parejas bailan al ritmo de la salsa.


Me acoplo rápidamente a sus movimientos, el ritmo acelera y nuestros cuerpos comienzan a sudar, por la gran cantidad de gente terminamos chocando unos con otros constantemente. Luego de al menos cinco canciones decidimos tomarnos un descanso e ir a la mesa.


―Ven aquí ―pide, tomando mi mano para que me acerque y me siente en sus piernas, como está oscuro y nadie nos determina, me remuevo un poco provocando que su libido se eleve―. ¿Y si mejor vamos a casa y seguimos con la fiesta allá? Te juro que tengo muchas ganas de hacerte mía y aquí no puedo.


Sus labios se aventuran por mi cuello y suben hasta mi oído, con sus dientes muerde mi lóbulo y una corriente va directo a mi vientre, haciendo que mis piernas se aprieten. Asiento con mi cabeza, incapaz de pronunciar palabra, rápidamente pagamos la cuenta.


El deseo nos azota, somos presos de la más cruda necesidad de estar juntos y el camino se hace eterno. Al llegar, las prendas no son más que un estorbo, van cayendo al suelo de camino a la habitación. Entre besos y caricias ardientes nos unimos como solo nosotros sabemos hacerlo. Mis uñas marcan su espalda, sus dedos quedan marcados en mis caderas debido al explosivo orgasmo que nos alcanza.


Días después...


Abro mis ojos y lo primero que veo son los risos negros revoltosos, sonrío y perezosamente me estiro para espantar el sueño. Acaricio su rostro y beso sus labios castamente, él ni se inmuta, ya que tiene el sueño bastante pesado. Me pongo de pie y tomo mi teléfono para ver la hora, apenas es media mañana, por lo que me decido a hacerle un desayuno especial para celebrar el día de San Valentín. No pienso demasiado ya que una de las pocas cosas que me quedan sabrosas y no se me queman son las panquecas. Hago la mezcla mientras escucho música a través de mis audífonos. Cuando ya faltan diez minutos para las doce, el desayuno, que en realidad sería un almuerzo, está listo. Cinco panquecas bañadas en miel, un tazón de frutas, un vaso con jugo de fresa, pero viéndolo bien algo le falta... Corro por un short de jean y salgo del departamento, al llegar a la calle me apresuro hacia la floristería que queda dos cuadras abajo. Pido una rosa blanca, hago la transferencia por el pago y hago el recorrido devuelta.


Al llegar sigue dormido, coloco la rosa en la bandeja y en medio de besos lo despierto, deseándole un feliz San Valentín. Compartimos la comida y luego nos damos una ducha caliente.


Cada quien va a sus respectivos trabajos y quedamos en encontrarnos en el restaurante donde él es chef. El día pasa bastante ajetreado en la empresa y sumamente lento, los nervios me carcomen cuando pienso en la sorpresa que tengo preparada para la noche.


La hora del encuentro llega y salgo casi corriendo por la emoción, solo imagino el rostro de Eduard al ver la sorpresa.


Arranco el auto y avanzo lo más rápido que el tráfico me lo permite. Estaciono frente al restaurante y bajo, pero cuando estoy a un paso de entrar al local mis piernas fallan, si no es por la pared a mi lado caigo al suelo. Justo frente a mis ojos está la escena que tanto quiso ver la señora Ingrid, por la que tanto se interpuso entre nosotros.


Esther y Eduard sentados en una mesa, Eduard está tomando su mano como siempre lo hace conmigo y a ella se le nota una gran felicidad en la mirada. ¿Me veré yo así de feliz cuando estoy con él? Un nudo se instala en mi garganta y las lágrimas no esperan para caer, sin embargo, no estoy preparada para ver como tantos años y tanta entrega se va a la mierda.


Esther, en un momento, eleva la mirada viéndome de inmediato y luego lo besa. Es un simple toque de labios, pero mi alma se rompe, toda esa dedicación que tenía para luchar por nuestro amor se esfuma y en su lugar queda un vacío, un agujero que amenaza con destrozar.


Sin que lo vea venir, los ojos castaños de Eduard se estancan en mí, noto perturbación en sus facciones, pero me doy la vuelta.


―¡Ana! ―grita con desesperación, no lo espero y corro hacia el auto, subo y arranco dejándolo atrás.


Por el retrovisor observo como se agarra la cabeza con las manos en un gesto desesperado, deja caer sus manos y ya luego lo pierdo de vista, pues cruzo en la esquina.


Las ganas de llorar son avasalladoras, el aire me falta, mis manos tiemblan y no soy dueña de mis acciones. Detengo el auto de un frenazo, pues podría ocurrir un accidente y eso es lo que menos deseo, no cuando en mi vientre hay alguien a quien debo cuidar.


Puedo soportar todas las humillaciones de su madre, puedo hasta soportar las insinuaciones de esa perra, pero de eso a que la bese, a que me mienta y me vea la cara de estúpida, eso me supera.


Todo amor es fuerte y entregado, pero hasta la muralla más fuerte se fragmenta.


Estaciono frente al edificio y subo, al entrar al departamento me encuentro con Eduard caminando de un lado a otro como un león enjaulado, sus ojos se ven cansados y tristes. A pesar de que odio verlo así no puedo evitar pensar que se lo merece.


―Ana...


―¿Desde cuándo? ―Es lo único que atino a articular.


―¿Q-qué?


―¿Desde cuándo me ves la cara de estúpida?, ¿desde qué momento hiciste lo que tu mamá tanto anhelaba?


―No es lo que piensas, Ana.


―¡Pues explícame, porque necesito con urgencia una excusa que no me haga odiarte! ―siseo con los dientes apretados por la decepción y el dolor tan grande que me embarga.


―Ella fue a pedirme que lo intentáramos, fue con la misma intención de siempre, pero esta vez le dejé claro la situación. Al ver que ella estaba enamorada de mí solo traté de reconfortarla, en un momento me despisté y fue cuando me besó... Yo jamás te engañaría, yo no te mentiría, Ana. Por favor, créeme ―suplica con sus ojos castaños turbados.


Por alguna razón mi corazón le creía, sus ojos me lo decían, pero mi mente me gritaba que no fuera tan estúpida, que todo era mentira.


Los años a su lado, los miles de momentos, las risas y hasta lo malo llegó a mi mente. No, él no me mentiría, luego de todos los obstáculos que atravesamos no me haría eso, sin embargo, ya estaba cansada de esa constante lucha contra su madre, ya mi corazón no podía más. Me dolía tener que tomar la decisión, pero quizás no era nuestro momento, su madre era una constante piedra en el zapato y ya estaba cansada de tanto caminar.


―Te creo, Eduard ―digo casi sin voz, su semblante se serenó y corrió hacia mí, sus brazos me envolvieron con fuerza, como si no quisiera soltarme nunca, como si deseara jamás perderme.


―Gracias, amor... Gracias por confiar en mí, te prometo que no volverá a ocurrir ―dice besando mi frente varias veces.


―No, no volverá a ocurrir porque... debemos darnos un tiempo. ―Su cuerpo se tensó y lo alejé sin pensarlo dos veces. Caminé hacia la habitación sin tener el valor de mirarlo a los ojos.


―¿Qué?, ¿por qué, Ana Isabel? ―Me doy la vuelta para encararlo y suspiro antes de decir las palabras más difíciles de mi vida.


―Te amo y lo sabes, has sido más que mi pareja, mi compañero y mejor amigo, pero estoy cansada de tener que luchar con tu madre, contra sus prejuicios y toda la situación que la involucra. Ya no puedo más y no creo que toda esta tensión me haga bien justo ahora ―digo derrotada, con mis alas rotas.


―Vamos a intentarlo, por favor, no dejes que mi madre destruya esto que tenemos.


Doy la vuelta y tomo el pequeño regalo de la cama, lo encaro y sin dejar que lo vea lo dejo en sus manos.


―No está destruido, solo necesito tiempo para pensar, para acomodar mis ideas, necesito estar tranquila para él...


Dejo el test de embarazo y los pequeños zapatos de bebé en sus manos, prosigo a sacar la maleta y empaco mi ropa.


―No lo separes de mí, no se alejen de mí... Los necesito a ambos, por favor, Ana. ―Llora y se acuclilla frente a mí para besar y acariciar mi vientre, en una muestra sincera de adoración hacia el fruto de nuestro amor.


Con un poco de esfuerzo hago que se ponga de pie y le doy un pequeño beso en la frente, sus ojos demuestran lo mucho que le está doliendo la situación, aunque no es el único.


―No lo alejaré de ti, te mantendré al tanto de todo, pero necesito alejarme por unos meses, serenar mi mente, llenarme de buenas vibras para así poder darle lo mejor de mí a este niño y tener fuerzas para luchar contra todo.


―Lucha conmigo ―implora, uniendo nuestras frentes.


―Esta lucha me toca hacerla sola, pero quiero que sepas que al terminarla volveré a ti porque te amo y quiero entregarte mi mejor versión, quiero que este niño sepa que tiene por padre al ser más maravilloso de la tierra.


―Ana...


―No me lo hagas más difícil, por favor. ―Lloro sin poder soportar más el nudo en mi garganta.


Da un paso hacia atrás, dándose por vencido, sin esperar a que hable sigo empacando la ropa. Luego de unos quince minutos ya tengo todo listo.


Lo más difícil definitivamente es el recorrido hacia la puerta de salida, siento que estoy poniendo en pausa esta etapa de mi vida para encontrar las fuerzas que necesito para lo que se avecina.


Tantos momentos vividos, tantas enseñanzas y caídas quedan dentro de estas cuatro paredes hasta que decida volver. Ya en la puerta dejo la maleta y me lanzo hacia los brazos del hombre de mi vida, del dueño de mis sueños y el futuro padre de mi hijo.


―¿Estás segura de lo que vas a hacer?, ¿dónde te quedarás? ―pregunta resignado.


―Estoy completamente segura, estaré donde mi mamá, pero por favor, no vayas a buscarme, deja que el tiempo haga lo debido.


―Está bien, lo prometo...


―Y yo te prometo que cuando menos lo esperes volveré, ocho años no se olvidan fácilmente y de la manera en la que te amo sé que no amaré a nadie más.


―Te amo ―dice, sus ojos me demuestran que así es.


―Más allá de todo... Te amo.


En honor a Ana Isabel Cubillan. (1990-2016)



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