CAPÍTULO 86
Lug se detuvo en seco al ver la familiar puerta de plomo al final del pasillo. Intuía lo que había del otro lado.
—Tienes un Óculo ahí dentro, ¿no es así? —le preguntó a Valamir.
—Sí —admitió el otro—. El Óculo es un instrumento de comunicación muy poderoso —explicó—. Con él, los mensajes pueden traspasar a otros mundos, pero tú ya sabes eso.
—¿Fuiste tú el que plantó mi imagen en la mente de Yanis? —inquirió Lug.
—Fue Ileanrod, con mi ayuda —respondió el sylvano con total calma.
Lug asintió. Lorcaster había dicho la verdad cuando dijo que él no era responsable del asunto.
—Entonces, el Óculo hace más que solo comunicar —sentenció Lug.
—Proyectar una imagen en una mente también es comunicar —se encogió de hombros Valamir—. Puedo indicarte cómo usarlo para conectarte con tu esposa, que es la más idónea para esto por su habilidad telepática y el vínculo que tiene contigo. O si prefieres, puedo conectarte con Sabrina directamente, aunque sería un poco más traumatizante para la chica porque no está acostumbrada a los contactos mentales.
—Adelante —respondió Lug con un gesto de la mano.
Valamir sacó una llave de su bolsillo y abrió la reforzada puerta.
—¿Qué hay de la radiación? —inquirió Lug.
—A los de mi raza no les afecta, pero tú deberías protegerte —contestó el otro.
Lug cerró los ojos por un momento y creó una capa de energía protectora a su alrededor:
—Estoy listo —dijo con decisión.
Los dos entraron en una cámara oscura, iluminada únicamente por la verde radiación que se desprendía del Óculo apoyado en un pedestal de piedra en el medio de la habitación. A diferencia del Óculo del monasterio de Lugfaidh, éste no estaba contenido en un cofre, sino peligrosamente expuesto. Valamir cerró la puerta de plomo.
—¿Cómo lo hago? —preguntó Lug a Valamir, acercándose a la hipnótica roca pulida en forma de ojo.
—Como lo harías normalmente —se encogió de hombros Valamir—. El Óculo se encargará de amplificar tu intención de comunicación y la propiciará de la manera en que tú desees hacerla.
Lug asintió. Ansiaba hablar con Dana, preguntarle cómo estaban todos, contarle todo lo que había pasado desde que se separaran. Acercó la mano lentamente hacia la roca, imaginando la alegría de ella al recibir su comunicación. Pero de pronto, se detuvo antes de tocarla y se volvió hacia Valamir que estaba parado a su lado:
—Hablar con Dana no es suficiente —dijo Lug, meneando la cabeza—, no si no tengo una solución para ofrecerle, un plan. Todo el sacrificio, todo el riesgo, no vale de nada si no le propongo una salida.
—Entiendo —dijo Valamir con el rostro en completa calma.
—Tienes que darme algo más, Valamir. Tienes que ayudarme a encontrar la forma de sacarlos de ahí —lo urgió Lug.
Valamir suspiró, bajó la vista por un momento al suelo y luego la volvió a levantar, mirando a Lug directamente a los ojos:
—Existe otro portal —dijo con reticencia—. No es estable, pero es la única posibilidad que queda. No solo para tu gente, sino también para la mía.
—Háblame de ese portal —pidió Lug.
—Está en Sorventus, una isla neutral que no pertenece a ninguno de los tres reinos.
—¿Puedes llevarme allá?
Valamir asintió en silencio.
—¿Lo harás?
Valamir volvió a asentir, evitando la mirada de Lug y cerrando de forma más estricta su propia mente.
—Hay algo que no me estás diciendo —entrecerró Lug los ojos con desconfianza, percibiendo el claro bloqueo de los patrones de Valamir.
—El portal es peligroso. El mismísimo druida que creó los portales murió en una fluctuación inesperada al tratar de atravesarlo con un grupo de los nuestros —explicó el otro.
—¿Portales? ¿Plural?
—Nuestra gente fue evacuada a Arundel por múltiples portales, los cuales luego fueron cerrados por seguridad, excepto dos: uno que conducía a una trampa y el otro que era imposible de cerrar por su inestabilidad.
—Caer Dunair y Sorventus —comprendió Lug—. ¿Por qué?
—Fueron medidas necesarias para evitar que los magos invadieran Arundel.
—Pero tu gente quedó varada del otro lado —adivinó Lug.
—Sí —admitió Valamir.
—¿Y ustedes? ¿No alcanzaron a cruzar?
—Nuestra misión era quedarnos aquí, vigilar los portales, protegerlos.
—¿Qué pasó con el portal de Caer Dunair, Valamir?
—Ileanrod me mandó cerrarlo.
—¿No fue eso un poco arriesgado? ¿Dejar solo habilitado el portal inestable de Sorventus?
—Fue suicida —admitió Valamir—, lo cual deja en claro hasta dónde es capaz de llegar Ileanrod en esto.
—Ileanrod no me necesita para que inicie una guerra entre razas —murmuró Lug para sí—, me quiere para que estabilice el portal de Sorventus, el único portal que queda sin el bloqueo del Bucle. Dejó solo una vía de escape para tener el control total del tránsito entre los dos mundos. ¿Por qué está tan seguro de que yo puedo hacer el trabajo?
—Tú eres el Faidh, la Llave de los Mundos, tu papel es clave en la Restauración. Una cosa seguirá a la otra: la apertura segura de Sorventus, iniciará la guerra.
—Pero la Reina de Obsidiana... —murmuró Lug para sí, confundido. ¿Cómo encajaba la Reina de Obsidiana en todo esto? Y de pronto lo entendió: —La Reina de Obsidiana unirá las razas, traerá la paz —dijo con un dedo en alto—, arruinando la venganza sangrienta que quiere Ileanrod. Por eso necesitaba vararla en el Bucle y cerrar Caer Dunair para que yo no pudiera rescatarla. Para evitar la guerra, tenemos que sacar a Sabrina del Bucle.
—Y Sorventus es tu única oportunidad —asintió Valamir—. Si logras estabilizar el portal, podrás anular la trampa del Bucle desde allí, pero para eso, tu gente tiene que estar en la posición exacta para percibir la salida y poder utilizarla.
—¿Qué posición? —inquirió Lug.
—En el lugar en donde están, existe una marca, un monumento de piedra, un monolito —explicó el otro—. Deben encontrarlo y estar en contacto físico con él para lograr su escape.
Lug asintió, satisfecho. Ahora sí estaba listo para su comunicación con Dana. Hizo una inspiración profunda y volvió a extender su brazo hacia la verde gema que refulgía sobre el pedestal. Cerró los ojos y se concentró en la imagen de su amada Dana, en sus rasgos, en su sonrisa, en su mirada límpida.
—Ven a mí, mi amor —murmuró al tiempo que su mano tomaba contacto con la fría suavidad del ojo verde.
Al principio, no escuchó nada, no vio nada, no sintió nada, pero poco a poco comenzó a percibir una imagen que tomaba forma frente a él. Sonrió aliviado, había logrado el contacto. La forma era humana pero difusa, y permanecía obstinadamente borrosa. Lug se dio cuenta de que, para traspasar la barrera del bloqueo, necesitaría más energía. Sin quitar la mano de la roca pulida, con su radiación subiendo por su brazo, Lug estiró su otra mano hasta alcanzar la empuñadura de su espada que sobresalía en su cadera izquierda. La tomó con firmeza y la desenvainó despacio, cuidando de no perder ni por un momento su concentración. Con mucho cuidado, apoyó la hoja de la espada sobre el Óculo. De inmediato, hubo una explosión de luz verde que invadió toda la estancia, cegando a Valamir, que se cubrió los ojos con un brazo para protegerlos. La imagen que Lug percibía frente a él comenzó a entrar en foco. Su espada estaba actuando como una antena, amplificando la señal, permitiendo una comunicación fuerte y clara. Todavía con los ojos cerrados en profunda concentración, Lug frunció el ceño, desconcertado. La persona que apareció nítidamente frente a él lo miró con el rostro sorprendido. No era Dana. Era un anciano de barba y cabellos largos y blancos que Lug nunca había visto en su vida.
—¿Qué...? ¿Quién...? —atinó a decir Lug.
Eso fue todo lo que logró articular antes de que todo se volviera negro a su alrededor. Sus piernas se aflojaron y cayó desvanecido al suelo.
Valamir abrió la pesada puerta de plomo y dejó pasar a Ileanrod, que había estado esperando pacientemente del otro lado.
—Buen trabajo, Valamir —lo felicitó Ileanrod—. ¿Cómo lograste engañarlo? —preguntó con curiosidad.
—Paradójicamente, diciéndole toda la verdad —respondió Valamir—. Bueno, casi toda.
—Bien hecho, amigo mío —le palmeó la espalda el Ovate.
—Restauró la mente de Yanis —comentó Valamir.
—Me alegro, sé que eso era importante para ti —le sonrió Ileanrod con condescendencia—. Y debo decir que reclutar a Irina fue buena idea también, aunque no me advirtieras de su participación en tu subterfugio.
Valamir no contestó. No tenía intenciones de revelar que la intervención de Irina había sido tan inesperada para él como para el Ovate. La sanadora no había actuado bajo las instrucciones de Valamir y no tenía idea alguna de lo que él se traía entre manos.
—¿Qué sigue ahora? —preguntó Valamir.
—Sorventus, desde luego. La negociación será directamente allá.
Valamir asintió en silencio.