𝐋𝐎𝐒𝐓 | DRACO MALFOY | PRI...

By ducksandchips

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Cuando Narcissa y Lucius le piden a Annie que ayude a Draco a encontrar el camino hacia el Señor Oscuro, ella... More

Prólogo.
1. Un reencuentro expreso.
2. Extrañas miradas.
3. Un Draco distinto.
4. Diferente a los demás.
5. Conversación pendiente.
6. Fuera de lugar.
7. Visita a Hogsmeade.
8. Cuestión de confianza.
9. Un toque de atención.
10. Sensación de calma.
11. El partido de Quidditch.
12. Palabras atravesadas.
13. Noche de Halloween.
14. Celos.
15. Una confesión comprometida.
16. Bajo la lluvia.
17. Vacaciones de Navidad.
18. Un duro castigo.
19. Ejército acorralado.
20. La verdad tras las palabras.
21. Sin ser reconocida. [+18]
Epílogo.
NOTA.

22. La promesa.

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By ducksandchips

"Adiós no significa siempre el final, a veces significa un nuevo comienzo." 

Aunque la oscuridad había abandonado una vez más Hogwarts como cada año, no lo hizo del todo cuando de Annie se trataba.

Todos los que conocían a Harry y se consideraban sus fieles amigos, estaban acostumbrados a batallar a su lado contra el señor oscuro y después tener un simple fin de curso con la tranquilidad de que Voldemort se había ido. Temporalmente, pero se había ido.

El regreso del director Albus Dumbledore al cargo que nunca debió haber abandonado y la normalidad al profesorado el colegio, supuso un gran alivio para todos los que convivían día a día en aquel lugar. Profesores, alumnos y padres de éstos. Pero no podíamos olvidar a todos esos padres que obligaron a sus hijos a abandonar el colegio más seguro del mundo por una amenaza que les llegó de inmediato tras la huida de Albus Dumbledore.

Para ellos, la amenaza no era Lord Voldemort. Era el mismísimo director de la escuela.

Todos tuvieron que batallar mucho por quedarse en el lugar que merecían, o simplemente donde consideraban como un hogar. Harry, Hermione, Ron y los demás intentaron que la normalidad se estableciese en su vida lo más rápido posible y lo consiguieron, pero Annie no corrió con esa suerte.

Algo le atormentaba en la cabeza y no eran los exámenes, ni los mortífagos ni el mismísimo Voldemort. Era su consciencia. Esa que le decía que a finales de verano acabaría con una marca en su antebrazo, una marca que dudaba si ahora la llevaría con orgullo.

¿Cómo iba a ser servidora de una persona tan cruel? ¿De un asesino?

Pero eso no era lo peor.

Si las cartas que jugaba Annie ya eran las perdedoras, el peso se incrementaba cuando pensaba en lo decepcionado que se sentiría Draco al enterarse quién era en realidad y su cometido en la vida del rubio. ¿Cómo iba a poder vivir con eso?

Al principio, supo que debía de aprovechar al máximo la relación que ambos habían formado y eso hizo, le funcionó por unas cuantas semanas hasta que el día de fin de curso llegó y su cabeza parecía explotar de todos los pensamientos contradictorios hacia su persona.

Había conseguido seguir los pasos maliciosos que todo mortífago cuenta con orgullo, pero ella no es así, se arrepentía. Lloraba cada noche esperando una respuesta, un rayo de luz, una segunda oportunidad. No podía ocultar que cada vez se sentía peor, que la ilusión se apagaba y que nadie era el culpable de ello.

Solo ella.

Draco lo había sentido. Y no se había sentido más culpable y miserable en su vida cuando vio a la chica que quería proteger para siempre de una manera así.

No sabía cuántas veces le había preguntado a Annie qué era lo que pasaba por su cabeza, qué era lo que le atormentaba. Ella jamás le supo responder con la verdad, siempre inventaba que estaba agobiada, afectada por haberse enfrentado contra los mortífagos y un poco caída por separarse de él por las vacaciones de verano.

Él le prometió mil veces que iría a verla, a pesar de que sus pensamientos cada vez se quebraban más cuando sabía que pronto recibiría la marca tenebrosa y no habría vuelta atrás. Él estaba destinado a esa vida oscura y no sabía si quería arrastrarla a ella o dejarla volar por mucho que le doliera.

A pesar de intentar ser un apoyo el uno para el otro, ninguno de los dos podía negar que lo único que necesitaban –y no sabían- era escapar, correr y huir de todo destino que tuvieran escrito.

Pero eso era imposible, y aunque eso ya lo tenía asumido Annie, todas las noches se desvelaba hasta las tantas de la madrugada, intentando pensar alguna otra alternativa para intentar no salir tan magullada de la situación.

No le reconfortó enterarse que había aprobado todo y algunas asignaturas con honores, no le reconfortó saber que su buen amigo Harry estaba bien y a salvo como todos dudaban. No le reconfortaba que con la marca tenebrosa quizá tendría otra excusa para volver a Hogwarts, no, no lo hacía.

Porque cuando el señor tenebroso la marcase para siempre, sabía que su vida estaría sentenciada a pasar por situaciones que ella no quería vivir. Y se daba cuenta ahora. Ahora que no había vuelta atrás.

Aquella mañana de primavera, el calor rozaba las temperaturas del verano y para Annie, el hecho de ver su baúl con su ropa dentro y todas sus cosas empaquetadas, le obligaba a sentir un nudo enorme en la garganta.

Su lechuza, Sora, estaba a su lado observándola con atención. La misma Annie pensaba que su mascota la miraba con lástima o con vergüenza por lo engañada que había estado durante toda su vida. ¿Cómo había llegado a ese punto?

La chica de pelo castaño removió sus cosas en su baúl, pergaminos, plumas, el suéter de Draco. Entonces lo cogió con sus dos manos y se lo acercó a la nariz, absorbiendo el poco aroma que le quedaba y quería mantener durante todo el verano como oro en paño.

Sabía perfectamente que el fin de curso no sería un motivo de separación para los dos, ya que con el tema de convertirse en mortífagos tendrían motivos suficientes para hablar, aunque... no fuese con el objetivo que ambos querían.

Draco no se podía ni imaginar lo que estaba a punto de suceder. De hecho, él jamás imaginaría que Annie escondía un secreto tan grande y por eso, se mantenía tranquilo a la par de angustiado por temer que este verano los cambiase a alguno de los dos.

No quería que su relación se fuese a la mismísima mierda por el tema de los mortífagos o por que la distancia haga estragos en ellos. Esos eran los únicos pensamientos que atormentaban su cabeza, sumándole la angustia de no saber cómo huir de su destino, de esa marca tenebrosa que luciría en el antebrazo izquierdo y los prejuicios de su familia.

El plan del señor tenebroso estaba en marcha, y aunque nadie se lo veía venir, solo muy pocos se olían que una segunda guerra mágica estaba a punto de comenzar. Era triste, pero era así. Lord Voldemort había conseguido revivir después de matar al joven Cédric y que Peter Pettigrew lograse finalizar con éxito el ritual para traer el cuerpo de su amo a la vida.

Todos se encontraban asustados, y sí, es lo que deberían. Los mortífagos se habían escapado de Azkaban, todos se estaban preparando para atacar al mago más poderoso de todos los tiempos y tras derrotarlo, hacerse con el mundo mágico.

Nadie se podía imaginar los terribles planes que tenía Lord Voldemort para todo aquel que se negase a cumplir con su misión. No dudaba en que mataría a todo aquel que rechazase su plena voluntad y sumisión hacia él.

Y eso era otra de las cosas que atormentaba a Draco tras haber visto a Annie luchar en el bando contrario al que pertenecía él y el que tenía todas las de perder si el señor oscuro se hacía lo suficientemente poderoso como para derrotar a Harry Potter.

Si Annie se negaba a servir al señor oscuro y vengaba a su madre luchando en contra del gran mago oscuro, podría acabar perdiéndola y ese era el mayor miedo que Draco tenía en estos momentos.

Sin ser, claro, consciente de la verdad de la que estaba ciego.

A Annie le había costado bastante callarse durante las últimas semanas que habían estado juntos en Hogwarts. Cada vez que se acostaba, lloraba y le costaba bastante ocultar que sus ojos estaban hinchados al día siguiente porque era así y peor como se sentía. Estaba engañando a la persona más pura que conocía, y aunque sabía que Draco tenía defectos, secretos e inquietudes, lo quería como tal. Y nadie podía cambiar eso.

Cuando la chica se levantó y dejó el suéter de nuevo en su baúl para así guardar por completo sus cosas, se dirigió a la sala común en busca de Draco. Merecía saber la verdad, se lo debía.

Si algo bueno le habían enseñado sus padres era que a las personas que amas hay que mostrarles fidelidad y decirle siempre la verdad, y aunque esto había sido por causas meramente justificadas, Annie no se podía aguantar más.

Para Draco, que Annie le soltase tal bombazo le ayudaba a comprender por qué había notado esa decadencia y angustia que la rodeaba y opacaba la forma de ser que destacaba en la castaña. Pero como todavía no se había atrevido a confesarle la verdad, seguía intrigado en saber por qué la chica actuaba de una forma tan rara.

Annie bajó los últimos escalones de la sala común y vio a bastante gente hablando, baúles de por medio y los típicos ánimos de una despedida, nostálgicos a la vez de emocionados por el verano y las vacaciones.

Intentó pasar desapercibida, pero no lo consiguió bajo los ojos de Blaise Zabini, que, aunque no había hablado mucho con ella desde el último roce que habían tenido, se seguía preocupando por ella y la vigilaba siempre que estaba en su rango de vista.

El moreno se levantó de inmediato, dejando el libro que estaba leyendo en la estantería y siguiendo a la castaña hacia el exterior de la sala común, las mazmorras. No la encontró hasta girar su cabeza y verla a lo lejos, así que apresuró sus pasos y metió las manos en sus bolsillos para intentar no llamar mucho la atención.

Él también había visto la decadencia en su amiga y sabía por qué, sabía por lo que estaba pasando y aunque había sido un reto para él, no le había dicho nada a los padres de la chica por la amistad que sentía por ella.

Cuando la tuvo a su alcance, cogió de su brazo y la apartó hacia uno de los pasillos alternativos que formaba la mazmorra. Annie se encontraba un poco fatigada por haber estado andando tan rápido, por la angustia y la ansiedad que la constituían en este preciso momento.

Sin embargo, cuando vio a Blaise, se tranquilizó un poco.

Blaise, por merlín. ¿Qué pasa? —Blaise alza su ceja y la mira.

Eso te lo debería preguntar yo. ¿Qué te pasa? —La pregunta del chico deja a Annie sin saber qué decir. Por eso, Blaise carraspea su garganta para reconducir su pregunta. — Llevas semanas muy rara, desde que te fuiste al ministerio y todo se torció. ¿Es que acaso te reconocieron?

¡Shh! —Exclama Annie, cogiendo a su amigo del brazo y mirándole. — Baja la voz. —Annie mira a su alrededor.

Sabía que no iba a poder ocultarlo mucho más, después del verano todos se enterarían de que era una mortífaga y aunque eso sería un orgullo para la casa Slytherin, eso no era lo que la preocupaba. Se preocupaba por sus verdaderos amigos y el qué pensarán de ella cuando la verdad saliese a la luz. 

No puedo más, Blaise —Los ojos verdes de la castaña se inundan de lágrimas, mientras niega.

¿Cómo que no puedes más, Annie? Ya está hecho, lo has conseguido. Has sido fuerte como para aguantar a Malfoy durante todo el curso y has conseguido que no meta la pata ni avergüence a su familia. —Blaise coge de los hombros a Annie y la obliga a que le mire a la cara. — Yo no podría haberlo hecho mejor, y si te preocupa el señor oscuro...

¡Cállate! No es eso. —Annie interrumpe a Blaise, apartando sus manos de ella. — Joder, Blaise. Me he enamorado de Draco. Y lo último que quiero es que se entere por terceras personas de lo que he hecho. No se lo merece y yo tampoco.

Blaise la mira sorprendido por su confesión: se ha enamorado de Draco Malfoy. Y aunque eso hiere un poco los sentimientos que existen por ella, lo deja pasar, pues lo que más le interesa es el bienestar de su buena amiga.

Annie, si ahora le dices algo a Draco puedes desatar a que haga alguna estupidez y no solo su familia estará en peligro, sino que las nuestras también. —Blaise la vuelve a coger de los brazos, pero esta vez con un poco de más fuerza que antes.

No puedo dejar que se vaya engañado, no por mí. Blaise, entiéndeme. —Y aunque el chico de color viese cómo su amiga desahogaba toda su angustia tras las lágrimas, sabía que no podía hacerlo. No ella. Había hecho bien en ayudar a la familia Malfoy, pero no era asunto suyo el decirle a Draco que había cooperado en tal plan.

No puedes hacerlo, Annie. Sé que él se sentirá... mal. Pero el desamor se puede arreglar, la muerte no. Por favor, piensa en mis hermanos pequeños, piensa en tus padres. Piensa en que Draco también morirá si desatamos unos malos actos por la falta de juicio. —Blaise le suplica con la voz angustiada, y aunque no quiere aceptarlo, también quiere distanciarlos, aunque fuese algo que no iba a admitir en voz alta. — Por favor, Annie.

La chica, que se había desahogado lo suficente como para volver a pensar con claridad, se limpió las lágrimas con el pañuelo que había en su bolsillo y suspiró. Blaise tenía razón. No solo eran Draco y Annie los que estaban en juego, sino que tres familias entraban en un juego que podía acabar fatal si el señor oscuro viese que había una pizca de deslealtad entre ellos.

Blaise dejó ir a su amiga cuando se relajó y casi no se le notaba que había estado llorando. Le tranquilizó que volviese a pasar desapercibida y volvió a la sala común con ella a por sus cosas para irse al tren que le llevaría de vuelta a casa.

Ninguno en ese año era consciente de que aquel año, subir al tren para abandonar Hogwarts un año más, sería la vía directa a que todo cambiase por completo.

Annie se vio sometida a estar con Draco en el tren bajo la mirada de Blaise, que temía que volviesen todos esos miedos y el plan que tanto había durado se fuese a la mierda. No es que fuera un egoísta, simplemente se veía sometido a las amenazas del señor oscuro y pensaba en su familia, a la que amaba y temía que hiciesen daño.

La chica no pudo ocultar entre tanta alegría de vacaciones y ansia por descansar el desasosiego y la angustia que sentía, a pesar de que mantenía una conversación con Draco e intentaba, con todas sus fuerzas, ocultar lo que la llevaba de cabeza a un pozo sin fondo.

Cuando el tren paró en King's Cross, todos los alumnos de Hogwarts se reencontraron con sus padres en el andén del tren. Había un gran murmullo de todas las voces alegres y nostálgicas que se mezclaba en el lugar, unas reencontrándose y otras despidiéndose hasta el curso que viene.

Draco y Annie fueron juntos a recoger sus cosas y con el baúl en una mano y Sora en la otra, la castaña andó a la par del rubio hacia la salida, donde sabía que fuera la esperarían sus padres con los brazos abiertos después de haber estado unos meses sin verla.

Ya no sentía esa ilusión y mucho menos al pensar lo que estaba a punto de llegar. El corazón se le revolucionaba a mil de tan solo pensar en lo que se le venía, aunque una vez más, intentaba ocultarlo.

Draco no pudo dejar pasar el brillo que se hallaba en los ojos de Annie, resumido en lágrimas traviesas que amenazaban en salir y ella intentaba impedir que sucediese. Dejó sus cosas en el suelo y Annie imitó el gesto, había llegado el momento de que sus caminos tuviesen que separarse.

Hey —Draco llama la atención de Annie, que está con la cabeza gacha. Cuando la alza y ve que una pequeña lágrima pasa por su mejilla, la limpia suavemente con su dedo índice y se pierde en sus dos perlas verdes. — ¿Por qué estás así? Sabes que voy a ir a verte siempre que pueda y recibirás cartas mías cada semana.

Los brazos del rubio acogen a Annie, que se encoge de hombros y asiente.

Lo sé, sabes que me pongo tonta con estos momentos... —Annie sonríe levemente, acordándose de las dos despedidas anteriores en King's Cross, donde había pasado las vacaciones con su familia.

Pero sabía que ahora era diferente, y por eso sentía el gran peso en su corazón.

Sé que estas vacaciones son más largas y que nos va a costar acostumbrarnos a no quedarnos dormidos juntos en la sala común, pero... te prometo que el verano va a pasar fugazmente y que cuando menos te lo esperes, estamos aquí de nuevo para volver a Hogwarts. Juntos.

Era una promesa. La promesa en la que Draco acobijaba a Annie en lo más hondo de su corazón y sabía que ahí iba a estar durante todos los momentos difíciles que iba a pasar este verano y por el simple hecho de estar lejos de ella.

Draco, que se acordaba de todos esos momentos en los que había visto a Annie cambiada por completo y pensaba si había sido su culpa que estuviese así, arrastró con las yemas de sus dedos un mechón de su cara y lo recogió detrás de su oreja, para así admirar los rasgos de su cara con atención.

Te quiero, Annie. —La voz rasgada sale de la garganta del rubio, llamando la atención de Annie por completo.

Yo también te quiero, Draco. Muchísimo.

Y aunque eso solo fuesen palabras para Annie, para Draco significaba mucho más. Le quitaba ese peso de encima, esa culpabilidad que había sentido durante toda su vida y todo lo negativo que había pensado últimamente a cerca de su comportamiento.

Cogió delicadamente con sus dos manos la cabeza de Annie y juntó sus labios. Nadie podía imaginar lo bien que se sentían ambos al encajar sus labios en los del otro, que esa calidez los envolviera y la sensación de hogar se anclase en su interior.

Pero así se sentían el uno con el otro. Completos, amados, felices.

Sin importar quién pudiese verlos o lo que llegasen a pensar. Nada importaba cuando estaban juntos.

Mi padre debe estar esperándome. —Susurra Annie, sin ganas de deshacer ese momento.

Pues, aunque no quería pensarlo, podía ser el último que compartirían juntos.

Puede que me quede aquí y esté dispuesto a conocerlo. —La voz de Draco sorprende a Annie, pero sabe que es de broma. Usa ese tono bromista y adorable que tanto le hacía reír a la chica.

Algún día lo conocerás, te lo prometo. —Sonríe la chica, pensando que él ya los conocía, de hecho, a sus dos padres.

Pero no iba a pensar en eso, al menos no ahora. Con sus corazones encogidos y las ganas de volver a subir al Hogwart's Express para estar juntos sin excusas, se dijeron adiós con otro tierno beso y Draco se quedó parado observando cómo la chica cruzaba la pared y lo dejaba ahí solo.

Con un gran suspiro de vacío por no sentirla cerca de él, su cabeza lo tomó por tonto al pensar que por su culpa ella estaba mal. Pero ahora que sabía -nuevamente- que lo quería y que le escribiría cada semana, un gran peso se había deshecho de su interior y pudo volver a respirar.

Espabiló, cogió sus cosas y tuvo la esperanza de cruzar el muro y encontrársela de lejos, aunque fuera.

Pero no.

Cuando traspasó la estación 9 y ¾ hacia la estación muggle que lo llevaría a casa, se encontró solo.

Annie ya se había ido.

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