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PEQUEÑO RELATO CORRESPONDIENTE A LA SERIE "DESCONTROL EN LA REALEZA" More

LA PRINCESA DE ROJO

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LA PRINCESA DE ROJO

por MARIÓN MARQUEZ

Para Alexandra Hamilton, no había nada mejor que una fiesta que le permitiera mostrar sus más exclusivos diseños. Había heredado de su tía Anabelle, la melliza de su madre, la maravillosa pasión por el diseño de indumentaria, y luego de terminar sus estudios básicos tres años atrás, había asistido al mejor colegio para perfeccionarse.

Pero no todas las fiestas a las que tenía que asistir eran placenteras. En especial aquellas a las que se veía obligada a ir por ser miembro de la Familia Real de Sourmun. Como sobrina del rey, era su obligación aparecer en gran parte de ellas. Y aunque no lo fuera, Lexi sospechaba que iría de todos modos solo para no despreciar las invitaciones de su tía, la reina Brianna, a quien adoraba.

Y por una razón o la otra, era que se encontraba atrapada esa noche en una tediosa recepción en el palacio. El motivo, darle la bienvenida a Edgard Hartwell, rey de Antala, una pequeña nación vecina con la que siempre habían tenido buenas relaciones.

Lexi los conocía de toda la vida, incluso desde que era pequeña, cuando su abuelo aún vivía y el hombre solía visitarlos a menudo junto a su familia. Lex había sido solo una niña, pero incluso tenía el recuerdo de sus padres y ella visitando el palacio de los Hartwell en nombre de los reyes de Sourmun.

No era un buen recuerdo y tal vez por eso se había quedado tan grabado en su mente, su delicado corazón había quedado flechado por el hijo mayor de Edgard, el Príncipe Darius, ocho años más grande que ella, quien le había parecido tan alto como el cielo y hermoso como un atardecer en la playa. Por supuesto, la tonta niña de cuatro años no había perdido tiempo para confesarle su amor, recibiendo una enorme mueca de horror por parte del chico y un insulto hacia su cabello rojo que nunca olvidaría.

Desde ese día, todo su amor se había transformado en el más puro odio. Lo había ignorado y sido fría con él en sus sucesivos encuentros, que vale decir que no eran pocos, parecían chocarse a cada lugar donde iban. Él, por supuesto, había fingido que nunca la había insultado de una manera tan cruel, e intentado hacerse pasar por el caballero que Lexi sabía que no era. En los años siguientes había intentado bromear con ella, coquetear o entablar algún tipo de amistad.

Darius no se rendía, tal vez porque ella nunca le había dado un motivo claro de su desagrado, jamás lo había enfrentado porque recordarle lo cruel y grosero que se había portado con ella sería demostrarle que nunca se había olvidado de ello, y dejar que se enterara que tenía sentimientos por él, aunque estos fueran negativos, solo inflaría su ya abultado ego.

Abandonada por sus primos, se paró en un rincón del salón con una copa de champagne en la mano y contempló a los invitados. No tenía mucho para hacer, Lexi nunca había terminado de encajar en ningún otro lado que no fuese la empresa de su tía para la que trabajaba como diseñadora a pesar de no haber finalizado su carrera.

Y es que ella era la persona más extraña de la familia, demasiado llamativa, demasiado voluble de carácter. No podía morderse la lengua para evitar decir lo inapropiado en los peores momentos, sobre todo si alguien la hacía enojar. Pero ese era un rasgo de familia que a nadie más que ella había perjudicado tanto. Ni siquiera a su madre, la princesa más rebelde de su tiempo, o a Charlotte, la hija menor del rey, a quienes muchos consideraban una bruja pero a quienes todos amaban en secreto.

El mayor problema radicaba en su exterior. En su horrible cabello pelirrojo, tan naranja como una zanahoria, en su rostro pálido lleno de pecas y sus grandes ojos verdes que brillaban como una linterna.

De pequeña Lexi había oído todos los comentarios sobre su aspecto tan peculiar, incluso una vez, alguien había mencionado que no se cuestionaba su paternidad solo porque era más que evidente que su madre estaba enamorada de su esposo como para cometer semejante desliz. Eso la había golpeado.

Durante mucho tiempo había deseado poder esconderse del resto del mundo y no dar la cara nunca más, algo imposible para una persona como ella, con todas esas obligaciones no deseadas. Pero luego, cerca de los catorce años, algo en su interior había cambiado y decidido que no tenía por qué importarle lo que los demás pensaran.

Había decido creerle a todos los que le habían dicho que era hermosa, mayormente miembros de su familia, optado por hacer lo contrario a lo que venía haciendo tiempo atrás. Ya no se escondía, ahora brillaba. Resaltaba. Y sí, todos seguían hablando de ella, muchas veces diciendo cosas muy hirientes, pero Lex nunca les demostraría que le dolía.

Era una de las desventajas que venían con el título y el apellido, decía su madre siempre. Tenía que ignorarlos y seguir adelante con la cabeza en alto.

Se apoyó en la pared y suspiró. Cielo santo, iba a ser una noche muy aburrida y larga. Si bien se suponía que era una pequeña recepción, la lista de invitados era larga y ninguno había fallado.

Miró a su prima Charlotte sonriéndole a su novio Maximillian, quien en un tiempo había sido su guardaespaldas y no pudo evitar esbozar una sonrisa al contemplarlos. Charlotte, la snob, la princesa perfecta y altiva había caído enamorada por un simple guardaespaldas. Los dos eran, actualmente, tan populares como el mismísimo rey. El mundo esperaba una boda pronto.

—Se la ve aburrida, Princesa Alexandra —comentó una voz masculina, firme y gruesa, que hizo que se sobresaltara y se girara de golpe hacia el lado contrario al que había estado mirando.

No tendría que haberse sorprendido al ver de quien se trataba, había reconocido su voz antes de verlo.

—No estoy aburrida —respondió alzando el mentón y arrugando la frente—. Quería estar sola un momento.

El príncipe, que seguía siendo tan alto como el sol y hermoso como un atardecer en la playa, aunque ya estuviera llegando a la anciana edad de treinta años, no comprendió su indirecta o prefirió ignorarla, porque en lugar de marcharse, se acomodó junto a ella, apoyando un brazo en la pared y la contempló con mucho interés.

Lexi apretó la mandíbula y miró hacia el frente, sin ver a nadie o nada en particular.

Trató de negarse a sí misma lo nerviosa que la ponían esos ojos azules, su cabello oscuro y esa barba bien recortada. Claro que esa sensación extraña que se producía en su estómago cuando lo tenía cerca era todo producto de su profundo odio hacia él y no otra cosa.

Darius se inclinó más cerca de ella. 

—¿Tal vez le gustaría bailar?

Ella giró apenas la cabeza hacia él dándole una mirada furibunda. 

—¿Bailar? Es una recepción, no hay baile.

—¿Ah no? —Preguntó el príncipe con un mohín—. Qué pena.

Volvieron a hacer silencio porque Lexi dejó de mirarlo y por supuesto de hablar. Si no tenía nada bonito para decir, lo mejor para todos era que permaneciera callada. Así tal vez, él se aburriría y se marcharía.

—Espero que no me considere atrevido, pero ese vestido le sienta de maravilla. El rojo es su color especial, ¿no?

Sin poder evitarlo, Lexi miró hacia abajo para evaluar la prenda que tenía puesta. Era un vestido largo color rojo, tenía las mangas largas y nada de escote, pero por detrás, la mayor parte de su espalda quedaba al descubierto. No era de los más extravagantes que había utilizado, pero sí algo atrevido para los estándares que se manejaban en su familia y en veladas como esa.

Tendría que haberle respondido que sabía que le quedaba bien, que de lo contrario, no lo habría utilizado. Pero el halago hizo que la lengua se le trabara.

—Gracias —murmuró muy bajito sintiendo que el calor le subía a las mejillas. Maldijo su tez tan blanca y su facilidad para sonrojarse que la delataba enseguida.

Y como si no estuviera lo suficientemente avergonzada, él dijo: 

—Se la nota acalorada, ¿tal vez quiera dar una vuelta por el jardín para refrescarse?

Alexandra no supo qué deseó más, si morirse allí mismo o asesinarlo a él. ¿Es que no podía comportarse como el caballero que se suponía que era y no hacer mención a su obvio problema?

Lo odiaba. Lo odiaba mil veces más que antes.

—Sí —dijo recuperando el habla por la adrenalina que liberaba al estar así de furiosa—. Lo mejor será que dé un paseo por el jardín. Gracias por la sugerencia, Su Alteza.

Le hizo una venia sin poder contener la ira que resplandecía en sus ojos.

Se giró y caminó todo lo rápido que le permitieron sus tacones y el vestido largo y angosto. Al pasar por al lado de su prima Geraldine, la hija mayor del rey, esta la miró con una expresión interrogante, pero Lexi le sonrió y negó con la cabeza indicando que todo estaba bien.

Salió al jardín refunfuñando en contra del príncipe perfecto mientras se llevaba una mano a sus mejillas ardiendo. Maldito, maldito Darius. Y maldita ella por tener la piel tan susceptible y fácil de sonrojar.

Se abanicó con la mano mientras cerraba los ojos e inspiraba profundamente para tranquilizarse.

Meditó así por todo un minuto completo y cuando los abrió de nuevo, estuvo a punto de caerse hacia atrás al encontrar muy cerca de ella un rostro, bien cincelado, pero que le dio un gran susto.

Soltó un grito y dio un paso hacia atrás, tan rápido, que terminó enredada con sus propios pies y el vestido. De no ser porque Darius actuó con rapidez y la sujetó, habría terminado con su espalda desnuda en el césped.

—¿Cómo se atreve a asustarme así? —demandó alzando la voz cuando recuperó el equilibro y lo empujó para que la soltara—. ¿No se da cuenta que pude haberme quebrado una pierna?

—Lo siento, no era mi intención —dijo él sin soltarla, reteniéndola entre sus dos brazos que la rodeaban y la presionaban contra su pecho—. ¿Se ha hecho daño?

—No —espetó ella tajante—. Pero no espere que le agradezca, ha sido todo su culpa en primer lugar.

Él le dio una sonrisa y sus ojos adquirieron una dulzura que ella no quiso interpretar. 

—Por supuesto. ¿Podría usted aceptar mis disculpas?

—Solo si me suelta —masculló ella sintiendo una extraña sensación recorrerle el cuerpo. Tenía un nudo en el estómago y un molesto cosquilleo en la columna y las piernas. Quiso ignorarlo todo, pero era un trabajo difícil. Para distraer su mente atolondrada, volvió a atacarlo—. ¿Acaso me estaba siguiendo?

—Lo dice como si la estuviera acosando. Le recuerdo que aceptó salir a pasear por el jardín aunque luego salió huyendo.

Lexi lo miró como si fuera bobo. 

—¿Y eso no le dio una señal, Alteza? —inquirió haciendo énfasis en su título con cierto tono de burla—. Oh, que quede claro que acepté salir al jardín, pero nunca hice mención a querer su compañía.

Darius no respondió de inmediato. La contempló en silencio haciendo que Alexandra se sintiera turbada, no solo porque estaba entre sus brazos o porque sus labios estaban muy cerca de los de ella, sino porque en medio de su mutismo, el príncipe había comenzado a acariciarle la espalda.

Era incapaz de reaccionar, sabía que tenía deshacerse de él, imponer su voluntad y alejarlo. Pero su cuerpo la traicionaba, sus deseos eran otros, unos mucho más escandalosos y para nada apropiados si tenía en cuenta que se trataba del hombre que más odiaba en el mundo.

—Suélteme —demandó una vez más cuando logró dominarse—. Se está propasando, Alteza. Y si no me deja ir de inmediato voy a gritar. A mi tío no le gustará saber que me ha acosado de esta forma.

—Tus palabras dicen una cosa, pero tu cuerpo me demuestra lo contrario, Alexandra —murmuró él apretándola más contra sí mismo.

A Lexi le quedaron las manos atrapadas entre los dos, apoyadas en el pecho de él que irradiaba calor a través de la camisa blanca que tenía puesta. Quiso utilizarlas para volver a empujarlo hacia atrás, pero no le dio ningún resultado.

—Voy a gritar y no me tuteé, no somos amigos, no tiene derecho —repitió la pelirroja a modo de amenaza.

Él sonrió y con una palma abarcó gran parte de su espalda, calentándole la piel. 

—La reto —susurró.

—¿A qué? —replicó mareada. 

Todos sus pensamientos parecían evaporarse a causa del fuego que encendía él en su cuerpo al tocarla de esa manera.

—A gritar —compuso Darius con una sonrisa divertida.

El cólera que Lexi sentía por la reacción de sus traicioneras entrañas ante el contacto del príncipe, se vio acrecentado por ver que él se estaba divirtiendo a sus expensas.

Así que abrió la boca, decidida a darle una merecida lección, sin importar si creaba un escándalo y hacía que su padre o algún hombre de su familia, que eran en exceso sobreprotectores, le diera un merecido puñetazo en la mandíbula al príncipe.

Inhaló lista de vociferar el mejor grito de su vida, pero se vio silenciada antes de que cualquier sonido saliera de su boca.

Los labios de Darius estuvieron encima de los de ella, cubriéndole la boca en su totalidad. Lexi se tensó e intentó echarse hacia atrás, pero no lo consiguió.

Nunca nadie la había besado así, sin su consentimiento o con él, por triste que fuera.

Su corazón palpitaba con fuerza y el pulso se le había acelerado. La cabeza le dio vueltas y terminó por olvidarse de quien era el hombre que la estaba besando.

Cerró los dedos en torno a la tela de su camisa y se pegó a él poniéndose de puntillas por iniciativa propia, aunque ya no había mucho más espacio que cerrar entre los dos.

Darius la besó con más intensidad de una forma casi salvaje y una de sus manos bajó por la espalda de Lexi, posándose en su trasero.

Sorprendida, ella se detuvo de golpe y al pillarlo desprevenido, consiguió zafarse de su agarre. Sin perder tiempo le dio una sonora bofetada que le dejó picando la mano.

—¿Cómo te has atrevido? —gritó indignada aunque con el corazón todavía latiendo a galope y todas sus fibras nerviosas completamente sensibilizadas—. ¡Me has besado y me has... me has.... Tocado el trasero!

Darius se llevó una mano a la mejilla. 

—Te he besado primero, sí, pero tú me has respondido.

—¡Mentiroso! —Rugió sabiendo que todo su rostro estaría encendido, rojo como su vestido—. Te odio, Darius Hartwell. Eres el peor tipo de hombre que puede existir sobre la faz de la tierra.

El hombre la miró asombrado, parpadeando ante tal acusación.

—Te pido disculpas, Alexandra —murmuró dando un paso hacia ella y la joven volvió a retroceder—. Pero creo que no soy merecedor de tal acusación. No creo haberte hecho nada como para que tengas esa idea de mí.

Ella soltó una carcajada amarga. 

—¿No lo eres? Estúpido pedante egocéntrico. ¿Ahora tampoco tienes memoria?

—¿De qué estás hablando?

—De cuando me rompiste el corazón, imbécil, de eso estoy hablando —soltó apretando los puños a los costados de su cuerpo—. Me llamaste zanahoria chamuscada.

Los ojos del príncipe se abrieron de par en par y sacudió la cabeza a ambos lados. 

—Te juro por mi vida Alexandra que no tengo idea de lo que estás hablando.

La joven estuvo tentada a darle una patada. 

—Te dije que me gustabas y tú te burlaste de mí, te reíste y dijiste que nunca saldrías con una niña tan fea como yo, llena de pecas y con un cabello tan espantoso. Me dijiste que parecía una zanahoria chamuscada, la niña más horrible que habías visto en tu vida.

Lexi mantuvo la barbilla en lo alto a pesar de que al decirlo en voz alta luego de tantos años, se daba cuenta de lo tonto que era el motivo de su odio. Darius se había quedado sin palabras y con mucha razón.

—¿Yo dije eso? ¿Cuándo?

La pelirroja se encogió. 

—Tenías trece años y yo cuatro —musitó casi en un susurro.

Las cejas del príncipe se alzaron, abrió la boca para decir algo pero enseguida volvió a cerrarla.

—Alexandra... Yo... —balbuceó luciendo muy desconcertado y algo avergonzado—. ¿De verdad te dije algo tan horrible? No es que ponga en duda tu palabra, solo que me es difícil aceptar que pude haber sido tan cruel.

Algo más tranquila y resignada, Lexi se encogió de hombros. 

—Eras un niño. Pero yo también lo era y me dolió mucho. En especial porque fue la primera vez que fui consciente de que era fea y que todos así lo creían.

—No creo... —intentó decir Darius.

Ella levantó una mano para detenerlo. 

—No, está bien. Ahora todo es diferente, sé que la belleza es relativa. Ya no me importa tanto lo que piensen los demás. Me quiero a mí misma, lo que hace aún más tonto el haberte odiado todos estos años.

Se rio y se cubrió el rostro con las manos porque se sentía un poquito avergonzada. Darius se acercó a ella y le descubrió la cara. Cuando Lexi alzó los ojos hacia él, nerviosa por su cercanía una vez más.

—Permite que me disculpe —musitó el castaño y con los pulgares le acarició ambas mejillas—. Pero convengamos que era un niño consentido y grosero que obviamente no podía apreciar la verdadera belleza ni teniéndola enfrente declarándole su amor. Lo siento, Alexandra. Lamento mucho haber herido tu dulce y delicado corazón de cuatro años.

Lexi se mordió el labio inferior mientras sonreía. 

—Acepto tus disculpas, Darius.

Pronunció su nombre y se maravilló por cómo sonaba este cuando no estaba acompañado por "el príncipe idiota" o "el asqueroso petulante". Era, realmente, un nombre guapo. ¿Existían acaso los nombres guapos? Al parecer lo hacían, porque Darius lo era.

—Gracias —murmuró él sin dejar de acariciarla—. Mi yo de doce años era un idiota, un pequeño idiota.

—Lo era —coincidió ella y el príncipe sonrió.

—Pero mi yo actual tiene una vista mucho más desarrollada y un gusto exquisito, o eso me gusta creer. —Lexi estuvo a punto de acotar aquello y él la silenció colocando un dedo en sus labios—. Y creo que tú, Alexandra Hamilton, eres la criatura más hermosa que existe sobre la faz de la tierra.

Lexi se sonrojó por enésima vez esa noche, lo que era algo habitual porque todo hacía que se volviera más roja de lo que ya era. La vergüenza, la ira, el frío, el calor... —Solo lo dices porque te sientes mal por lo que dijo tu yo de hace dieciséis años. Pero es una mentira, no soy ni la más hermosa ni la más exótica, aunque a quien no ha recorrido el mundo podría parecerle. En especial cuando me visto de verde.

Darius soltó una carcajada. 

—Te vi una vez de verde. En una boda, creo. Tenías un vestido verde esmeralda y un collar de rubíes haciendo juego con unos guantes largos y rojos. Me dije a mi mismo que no podías ser real, una mujer tan hermosa no podía caminar entre nosotros los pobres mortales. Pero no es solo el cabello, Alexandra, no son solo tus ojos o esas bellísimas pecas...

Estaba hipnotizada. Ella parpadeó casi sin respirar a la espera de sus palabras. 

—¿Qué es entonces? —preguntó en un susurro.

—Eres tú, toda tú. Tú forma de caminar, de mirar al mundo, de sonreír. Tus labios... esta boca que hace que solo piense en besarte cuando estás cerca. Eres preciosa, toda tú.

Miró a sus labios con un hambre voraz dejando claro lo que quería decir antes.

—Gracias —dijo Lexi después de un minuto de silencio en el que sintió que el aire de sus pulmones quedaba allí retenido sin dejar que entrara ni saliera más. Estaba muy cerca de derretirse, así que dio un paso hacia atrás y se acomodó el cabello detrás de las orejas—. Todo aclarado, es mejor que regrese a la fiesta.

—¿No quieres quedarte un rato aquí conmigo? Tal vez... Tal vez podríamos comenzar de nuevo.

Ella alzó las dos cejas. 

—¿Cómo dices?

Darius sonrió y se giró dándole la espalda. Se alejó un par de pasos y luego caminó hacia ella de regreso, mirando hacia todos lados como si estuviera distraído antes de detenerse frente a Lexi.

—Oh, buenas noches —musitó haciendo que la joven arrugara la frente sin comprender. El príncipe estiró una mano hacia ella—. Mi nombre es Darius Hartwell.

Lex soltó una risa y extendió una mano hacia él, entendiendo ahora a donde quería llegar. 

—Alexandra Hamilton, un placer —respondió viendo como él, en lugar de estrechar su mano, la tomaba con delicadeza y le besaba los nudillos.

—El placer es mío, Alexandra. No quiero ser atrevido, pero creo que he quedado cegado de repente. Eres la mujer más hermosa que mis ojos han visto. Me harías muy feliz si aceptaras dar una vuelta conmigo por este jardín bajo la luz de la luna, estoy ansioso por conocerte.

—Bueno, Darius, ¿tú no pierdes el tiempo, eh? —comentó ladeando la cabeza pero terminó por suspirar sin poder borrarse la sonrisa que se había instalado en su rostro.

El príncipe mostró una expresión casi apenada, dejando las bromas de lado. 

—Creo que he perdido ya mucho, Alexandra —musitó colocando un dedo debajo de su barbilla—. Y espero que me disculpes, pero ya no puedo esperar más.

—¿Esperar a qué?

—A hacer esto —sentenció Darius.

Y una vez más, la besó.

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