Mago Universal: Encrucijada t...

By RonaldoMedinaB

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Un mal antiguo amenaza con destruir el tiempo y la realidad misma. Mago y Madame Universal son los únicos que... More

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Mago Universal: Encrucijada temporal
Galería de arte
Contexto
1. Cripto, el Vampiro Destripador
2. Las Hermanas Slytherin (Parte I)
2. Las Hermanas Slytherin (Parte II)
3. Lobizona (Parte I)
3. Lobizona (Parte II)
4. Xarkaxamum
5. Gigantes de Niflheim (Parte I)
5. Gigantes de Niflheim (Parte II)
6. Los llaneros magníficos (Parte I)
6. Los llaneros magníficos (Parte II)
7. Universales de presa
8. Fuera de tiempo
9. Guerra Gorqok
10. Dicotomía Universal

11. Yersinia Sinistra Pestilenza

199 15 23
By RonaldoMedinaB

Inglaterra, 1350.

El ambiente alrededor de la mansión se tornaba lúgubre, opaco; un espesor verdoso ascendía del pantano y sublimaba con impetuosidad el manto del bosque, mezclándose en las sombras como un asesino al acecho, un curso al que la prestigiosa sociedad secreta de la Corte Morpheus no prestó el mínimo reparo, su atención se enfocaba en el vino llenando las copas de celebración. En la añeja mesa oval de madera donde presidían su célebre encuentro, un mapa de energía escarlata poblaba el espacio, en él destacaba un color oscuro extendiéndose sobre Eurasia.

—Salud. Por el nuevo final, el próximo comienzo y el inminente acceso de Morpheus a nuestro mundo. —La mujer que lideraba la mesa alzó su copa. Tanto ella como los demás vestían elegantes atuendos feudales que combinaban el escarlata con el negro.

—Y porque no puede ser de otra forma, por Italia, nuestro blanco más certero. —Brindó el hombre obeso a su derecha—. Siempre tan pagana y a la vez tan religiosa, y siempre dispuesta para nuestros fines más ambiciosos.

Otro integrante de la mesa respiró hondo, como quien olfatea el más placentero de los aromas.

—Desde Las Cruzadas que la muerte de esos sucios blasfemos no se sentía tan exquisita. Su exterminio masivo será el almidón de nuestro ascenso.

—Y cuando gran parte de la humanidad haya sido borrada —continuó otro hombre en la sala, de cabellos plateados—, entonces nos regocijaremos con la satisfacción del deber cumplido. Grande sea nuestro Señor.

—¡Por Morpheus! —Brindaron en coro, chocando sus copas—. ¡Salud!

Y en el momento en que bebieron, el aura tétrica a su alrededor finalmente fue percibida con la abrupta apertura de las puertas. La atención pasó enseguida al arco de finos acabados bajo el que una figura allanó su blasfemo santuario. Los distinguidos miembros de la Corte lo vieron con una fiereza maquillada de elegancia, no atacaron, pero no por ello bajaron la guardia ante la insolencia de su inesperado huésped.

—Interesante propuesta el provocar la Yersinia pestis, respetables damas y caballeros de la Corte, pero me temo que les falta... ambición.

El hombre se terminó de colocar en el medio de la habitación, donde ajustó la elegante gabardina de su traje oscuro, el verde ácido en sus acabados era una antítesis completa a los colores que representaba la Corte, su presencia los irritaba, no podían ocultarlo. Era pálido, de barbilla cuadrada, con ojeras marcadas que denotaban en él un rostro rígido; su cabello negro azabache era un tanto largo, pero estaba pulcramente peinado hacia atrás.

—Cómo se atreve a interrumpirnos de esa forma. —Los ojos de la líder de la mesa se tornaron de un amenazante carmesí. El corset le apretaba los pechos de una provocada forma lujuriosa—. Tiene un minuto para justificar su aberrante presencia en esta solemne sala, o recibirá la hostilidad que su irrespetuosa intromisión ha provocado.

El hombre sonrió en silencio, desafiante.

—Distinguida Elysandra Morpheus, no es mi intención venir aquí con hostilidades, cómo cree tan bélicas pretensiones. —Tomó la botella confianzudamente y se sirvió en una de las copas—. Un hombre de mi clase entiende que para legitimar el poder es necesario ser estratégico, tal como ustedes lo han sido todos estos siglos al manipular los eventos más importantes de la historia de la humanidad desde las sombras. Soy un gran admirador de su trabajo con la Peste Negra, ¿saben?

—Así que tenemos un admirador —habló el más velludo de los hombres—. Cosa que no debería ser así, es necesario que la Corte opere en lo ignoto de las sombras. Lo lamentamos, pero no admitimos más miembros, y tampoco conocedores...

El hombre notó una brusca metamorfosis en las manos del hombre, comenzaban a tornarse en garras cubiertas de pelo. Él rio suave y con gracia.

—No, no. No me malinterprete, Sir Wolfensen. Ni más faltaba. No pretendo ganar una silla en su Corte, no me considero un devoto del demonio dimensional Morpheus en lo absoluto, mucho menos divulgar las pretensiones de este tribunal. Yo solo soy alguien con una visión.

—Continúa... —pidió Elysandra mientras se sentaba, interesada en la picardía y sofisticación de su nuevo invitado.

—Durante siglos permanecí prisionero en una dimensión atemporal, he visto lo que el futuro depara a la humanidad.

Dimension sombre —reconoció una mujer de marcado acento francés y peluca blanca.

—Es correcto, Madame Johanne. —Bebió de la copa—. He contemplado civilizaciones alzarse y caer, y volver a alzarse de las cenizas y volver a caer por eventos más allá de su compresión. Por eso, puedo asegurarles que aunque han hecho una espléndida labor, reitero mi percepción: les ha faltado ambición.

—Difiero —anunció el más abuelo, el sabio Marqués Palatio—. La humanidad está siendo diezmada a una escala otrora incomparable. Han pasado tan solo unos años desde que lanzamos el virus. Nunca antes un evento fue tan ambicioso, sir...

—Ekkovrish. Barón Ekkovrish.

—Así que, querido Varón Ekkovrish —dijo Elysandra—, por qué no nos ilustra... ¿qué podría ser más ambicioso que eso?

Barón Ekkovrish sonrió con malicia.

—Yo. —Con un brillo verdoso en sus ojos, una frondosa planta al fondo del salón murió marchita.

—Oh, ya veo, Barón, así que su visionario plan era aniquilar la planta que atesorábamos desde el siglo quinto —burló el más obeso—. ¿Se cree el único maldito con poder? Llevamos siglos en este mundo, desde el comienzo hemos abrazado el dominio de cada corona, en cada reino, en cada época. ¿Y cree que le permitiremos venir aquí a alabarse? No pise tan alto, Ekkovrish.

—Conde Otranor, veo que podrán pasar los siglos, pero sigue siendo el mismo idiota de siempre. De verdad que disfruté el espectáculo cuando Madame los desintegró uno por uno.

—Cómo se atreve —cuestionó Madame Johanne, haciendo que las espadas de la pared volaron hasta él y se detuvieran solo a escasos centímetros de atravesarlo por el cuello, tan solo una orden de la telequinética y Ekkovrish moría desangrado en sus finas alfombras—. Jamás traicionaría a esta Corte.

Barón Ekkovrish sonrió, y con uno de sus dedos apartó la espada de enfrente.

—Por supuesto que hablaba de otra Madame, milady. —Rio de nuevo—. En fin, ahora que he conseguido llamar su atención, impero que quede claro lo que sucederá a partir de aquí. Este mundo ahora me pertenece, sus muertos serán mis muertos, su virus será mi virus, y de la sangre derramada me coronaré como el nuevo señor de este y todos los siglos venideros.

La Corte Morpheus rio con mal gusto. Barón Ekkovrish era un blasfemo.

—Irreverente —acusó Marqués Palatio—. Cómo osa emplear tales términos ante quienes yacen frente a usted. Si aprecia su vida, entonces se arrepentirá de sus blasfemias.

—Creo que hemos oído suficiente palabrería suya, Barón Ekkovrish —concluyó Elysandra Morpheus—. Esta Corte no tolerará sus anatemas. La Tierra le pertenece a Morpheus y solo la Corte la gobierna en su santo nombre. Sir Wolfensen...

El velludo y corpulento hombre gruñó, el brusco cambio en sus ojos y la leve encorvadura amenazaba con liberar a la bestia que llevaba dentro.

—Como dije, no será necesaria la hostilidad. —Terminó de beber de su copa—. Pero si me provocan, entonces responderé con toda la furia de mi poder. —Estalló el vidrio con su puño—. La advertencia ha sido anunciada. Permanezcan al margen y salgan bien librados para vivir un tiempo más, pero interfieran, y morirán en el intento. Comienza el dominio de Pestilencia.

Con un brillo ácido en sus ojos, Barón Ekkovrish fue envuelto en una toxicidad que lo evaporó fuera de la Mansión Morpheus, dejando en la sala a unos coléricos burgueses. Emergió luego poco a poco en un pantano donde la noche aún reinaba, caminó lenta y victoriosamente hacia la orilla de un viejo lago donde burbujas se llenaban y explotaban con tan solo su aberrante presencia.

Maledictus grimoire pestilenza —murmuró, con el verde apoderándose de sus ojos. Sus manos apuntaban hacia el lago—. ¡Maledictus grimoire pestilenza!

A su alrededor se extendieron ígneas ráfagas ácidas que marcaron el prado podrido, una a una se fueron uniendo hasta que dieron origen a un gigantesco sello.

¡Maledictus grimoire pestilenza! —Con el movimiento de sus manos, el agua burbujeó con más fuerza por la potencia de su eco—. ¡Maledictus grimoire pestilenza!

Del lago emergió un grimorio bañado en la podredumbre de las profundidades. Pestilencia lo atrajo hacia sus manos, palpando la viscosidad del estado de la pasta. Sin embargo, el libro todavía se mantenía, y por el movimiento de su mano sobre él, bastó el primer atisbo de magia para que el encantamiento cediera y se abriera ante su único señor. Sus páginas añejas se encontraban sorprendentemente secas, pero aun así en ellas era evidente el paso de los siglos.

Pestilencia movió sus dedos con suavidad, las páginas se pasaron por sí solas hasta llegar a una en especial, donde un cántico arcano reposaba sus letras sacrílegas. El hechizo hizo brotar en Ekkovrish una sonrisa triunfante. Su ascenso en la cadena de poder se acercaba cada vez más y ya lo sentía más que asegurado.

Esuriit. —Un primer símbolo brotó en el símbolo en representación del hambre—. Sanguis. —Se marcó uno segundo—. Peste. —Un tercero—. Mortem. —Con el cuarto la energía dentro del círculo resplandeció con mayor potencia—. Ire. Dolorem.

La energía desatada giró alrededor de Pestilencia como un remolino que alimentó su insaciable poder. Tendió las manos a cada lado y subió la mirada a lo alto de los cielos, gozoso; el libro permaneció suspendido en el aire.

Orclupes led ecla es oticreje un euq y odnam oy euq agalp al noc arreit al arbuc es, odnum le arap narba es etreum al ed solles sol euq. —Sus ojos se avivaron en llamaradas verdosas—. ¡Yersinia sinistra pestilenza!

Del pecho de Barón Ekkovrish salió disparado un voluminoso haz de luz que surcó los cielos con rapidez, al alcanzar lo más alto se formó una calavera, resplandeció en un pulso que iluminó todo el bosque alrededor, y desde allí se propagó una impetuosa onda alrededor.

—Que comience el reinado de la oscuridad —concluyó, victorioso.

Messina, Italia.

Un caballo trotó entre lo desbastado del camino, el jinete marchaba apresurado. El tiempo se le agotaba, los cuerpos moribundos dispuestos en el camino lo indicaban. El ambiente en toda la aldea era tétrico. La Peste Negra se había extendido entre la mayoría de los habitantes y sin ninguna compasión les arrebató el apego a la tierra. Los cuerpos estaban siendo amontonados en una fosa improvisada donde serían quemados sin remedio, el fuego ya había comenzado y el humo de sus cenizas ya se mezclaba con el lúgubre gas de la desesperanza.

Cuando el caballo frenó, su montador bajó de él, apoyaba su caminar con el bastón dorado entre sus manos, en la punta más alta del mismo destacaba un símbolo.

—Doctor —llamó entre susurros una mujer pálida, con la piel gris de ceniza—. Per favore, sálvelos. Ellos son todo lo que me queda, y si ellos se van, no sé qué sería de mí.

El hombre de máscara de pájaro permaneció en silencio, solo avanzó en su trayecto al interior del rancho. La mujer no podía ocultar un miedo latente por el extraño, su apariencia toda de negro, con ese gran sombrero cubriéndole la cabeza y la máscara le provocaba una desconfianza mortal, pero debía hacerlo, debía intentar no dejarse llevar por sus impresiones. Entendía que eran tiempos difíciles y si Doctor Universal era tan bueno y milagroso en su trabajo como decían, sería su única esperanza.

Dante escuchó el eco de una tos marchita. El sonido lo llevó a una habitación a oscuras, iluminada por nada más que tenues antorchas. Dos pequeños de diez años se revolcaban de dolor en sus puestos, cada vez que la tos los atacaba, venía con un episodio de sangrado.

Miei figli, il dottore è arrivato. —Los acarició con el cariño que solo una madre podría ofrecerles en tales condiciones—. Él los salvará, solo tengan fe. —Sus ojos llorosos los vieron removerse con dolor de nuevo—. Dios está con nosotros.

—¿Desde hace cuánto presentan estos síntomas? —preguntó, distante, mientras los examinaba con su bastón.

—Cinco días —respondió la madre, angustiada.

—Cinco días... no tienen tiempo —reconoció en un susurro, hallando en ellos bubones negros a punto de reventar.

Scusa? ¿Ha dicho algo?

—Señora, sus hijos están en la etapa terminal del virus. Si sabe rezar, este es buen momento para eso. Haré todo lo que esté a mi alcance, pero no prometo nada.

La esperanza en la mujer tambaleó por un momento, la máscara no le permitía ver más allá de la apariencia siniestra de Doctor Universal, no distinguía con qué expresión lo había dicho, pero le sonó lo suficiente honesto para saber que hablaba en serio. La madre sujetó el crucifijo que colgaba de su cuello y se mantuvo firme con un asentimiento.

In nomine patris. —Comenzó a persignarse—. Et filii, et spiritus sancti. Amén.

Doctor Universal dejó a un lado su bastón. Con ambas manos libres las movió sobre los cuerpos de ambos niños, a través de sus dedos brilló una magia verdosa que filtró los guantes.

Ataidemni noicanas, suehprom ozihcehartnoc.

Dante presionó sus palmas contra los pechos de los infantes, y la luz de su magia entró en ellos. Se les extendió en el interior como una suave caricia que poco a poco retiró el dolor, su armónica sanidad produjo en los niños una sonrisa angelical. La madre llevó la mano a su boca mientras sollozaba en alegría, sus pequeños recuperaban color, los hinchones se retiraban, sus ojeras y el brote en los ojos se esfumaba como si nunca hubiesen estado.

Cuando Doctor Universal retiró sus manos de ellos, se escuchó un respiro pesado que filtró la máscara, pero en realidad, había sido un suspiro de alivio. Dos vidas más habían sido salvadas, dos vidas más que Morpheus no ganaría. Los pequeños dieron una sonrisa a su madre como tenía días de no ver en sus rostros, luego cerraron sus ojos en petición de recuperar el sueño perdido.

—Sus hijos están curados —informó, indiferente.

Había aprendido por las malas que así debía ser, desde que el virus brotó estaba ayudando a tantas personas como estuviera a su alcance, lo tomó como su responsabilidad, su misión personal por encima de cualquier otra amenaza que sufriera el mundo, pero con el apego a sus pacientes lo único que había obtenido era desolación, por todas las veces en que no fue lo suficientemente oportuno en su llegada y por todas las veces en que su magia no bastó para sanarlos. Desde entonces traía una furia consumidora consigo mismo y con el mundo. El no haber previsto las intenciones de la Corte Morpheus lo abrasaba con culpa.

Grazie —dijo con las manos en el corazón—. Dios se lo pague, Doctor. Usted ha salvato i miei figli.

—Ahora sus hijos necesitan descansar. Es muy probable que usted también esté infectada, así que la curaré, y una vez lo haga, debe prometerme que se irán de aquí tan pronto como puedan —habló frente a ella, con las aterradoras perlas de su máscara observándola cual búho en el bosque—. Debe irse y no volver jamás, ¿me entiende?

La mujer asintió. Dante Messina estuvo a punto de hablar, cuando gritos aterrados retumbaron por las tablas sobre las que se erigía el rancho. Doctor Universal salió de la vivienda, para encontrarse con que la gente corría alarmada lo más lejos posible, huían de una nada aparente, hasta que Dante distinguió, más allá de la bruma que expulsaba la fosa, figuras moviéndose de una manera indescifrable, era abrupta, pero a la vez lenta y retorcida.

De golpe el movimiento dejó de ser lento y se convirtió en una carrera contra el tiempo en la que las figuras tuvieron forma. Eran humanos en apariencia, pero la pútrida y decolorada piel destrozada, sumada a la sangre escurrida en sus ropajes sucios, indicaban todo lo contrario.

—No puede ser posible...

Las criaturas alcanzaron a algunos de los aldeanos que corrían, se acumulaban como una estampida uno tras otro y entre ellos mismos se derribaban por causa de sus torpes movimientos. Un grito desvió la atención de Dante a una joven recién derribada, con un disparo de su bastón apartó al muerto viviente de ella. Otro disparo alejó a dos que se le acercaban, y cuando menos lo previó, emprendió un combate en el que su cetro fue su arma mortal. Lo movió con sabiduría a diestra y siniestra, derribando a todo el que se le lanzara, y extendiéndolo como una jabalina disparaba potentes rayos que los apartaban de sus víctimas.

Entonces otro grito, esa vez familiar, lo aterró.

—¡¡Doctooor!! —La madre de los niños había sido alcanzada, los muertos se le habían lanzado encima. Lo último que escuchó de ella fue—: Mis niños...

—¡Nooo! —Dante corrió hacia la mujer mientras batía su mano. Su magia apartó a todos los zombis de ella, pero era tarde, ya su figura era irreconocible—. Nooo... —susurró, cayendo de rodillas.

Doctor Universal descendió su mirada en derrota, consciente del canto de sesos y sangre que se arremolinaba tras de él.

El Templo se mimetizó con la ciudad una vez el salto temporal fue exitoso. James y Victoria caminaron por la desolada calle en silencio, encubiertos con la apariencia de un italiano modesto de la época. Se mantuvieron atentos al mínimo movimiento sospechoso. Todos en la ciudad parecían haberse esfumado de repente. Era un valle fantasma en el que ellos eran los espíritus errantes.

—Esto me da escalofríos —susurró Madame, el espesor de la bruma tornaba pesada la vista y no permitía ver más que unos cuantos metros allá—. ¿A dónde se ha ido todo el mundo? Parece un pueblo fantasma, como en película de terror.

—Quién lo diría, ahora Madame Victoria Pembroke es toda una experta en películas. —Dejaron escapar una leve risa.

—Es que el escenario es evidente. ¿No le parece esto demasiado extraño, Sir James?

—Bastante. Será mejor que nos apresuremos en encontrar a Doctor Universal, si la situación en Messina está tan caótica como aparenta para haber asolado así las calles, entonces nada bueno le augura a Dante. Tú y yo conocemos de cerca el peso que cae sobre nuestros hombros al ser Hechiceros Protectores.

—Y si la historia de Dante es como la conocemos, entonces el pobre debe estar maldiciéndose por no haber detenido la Peste antes de que comenzara. Ahora no me quiero imaginar lo mal que se debe estar sintiendo con esto de los... zombis.

—Ehhh... ¿Victoria?

Madame se giró hacia Mago, encontrándolo con una mirada impactada. Al girarse en la misma dirección, entonces reconoció las sombras trastabillantes que surgieron entre la bruma. A la derecha, izquierda, adelante, atrás, una estampida de muertos vivientes se arremolinaba en su contra desde cada rincón de la ciudad.  


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