Odio Profundo |BL| ©

By Mila_Darkness

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Dominik Evans es un joven introvertido, preso entre las paredes de su propio hogar. Maltratado por la persona... More

• Introducción
• Epígrafe
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Laguna Inestable

Capítulo 37

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By Mila_Darkness

El doppelgänger de Aaron Miller me está provocando jaqueca.

Aquel rubio terco y explosivo, con claras tendencias homicidas, fue suplantado por una versión más dulce, pero jodidamente paranoica. Piensa que todavía, habiendo transcurrido doce días del incidente, correré hacia Lirio para freír su escroto. Lo sé, tiendo a meterme en situaciones turbias, así que el razonamiento es comprensible. Sin mencionar mi resolución final sobre involucrar a la policía: no quise. Patrick ni siquiera fue el motivo principal, hubiese tolerado su rechazo (aunque dejara cicatrices).

Me negué por Rose.

Hablamos durante varios recesos, aprovechando las veces que Takara iba al baño o se distraía. Los dos acordamos que era mejor ocultárselo, sabíamos cuánto daño podría causar la verdad. Nuestra rubia hiperactiva merecía tranquilidad. Le pasé mi número y nos pusimos en contacto. Allí me explicó que Lirio actuaba retraído, se veía afectado luego de la discusión entre ellos. No volvió a preguntarle con quién salía, ni controlarla fuera del instituto. Ella sintió que era un evidente avance en la dirección correcta, le dio esperanzas.

Si lo denunciaba, Rose perdería a su única familia.

Entonces resolví que, mientras Lirio no causara problemas nuevos, todo sería olvidado. Ayudó saber que el arma estaba descargada (según la pelirroja), nunca fue una amenaza real. Tenía muchas preguntas para hacerle, empezando por el trabajo ilícito al que parecía dedicarse su hermano, pero logré contenerme. Se había terminado, con eso bastaba. Sin embargo, en la mente de Aaron Miller, el asunto aún continuaba.

Cuando apenas ocurrió y nuestras emociones surgían peligrosamente, era normal que se comportara diferente. Me guió hacia el automóvil, donde Wilson nos esperaba con gran preocupación. Ambos improvisamos excusas, trastabillando en declaraciones contradictorias. El hombre, cuya experiencia ante mentirosos era inmensa, asintió como si creyera las divagaciones. Durante aquel corto viaje, Aaron tomó mi mano herida y la llevó hasta sus labios, besándola.

¿Cómo un acto tan simple generó cientos de gusanos atravesando mi estómago, devorándome por dentro?

No fue lo único que causó tal sensación, le siguieron varios sucesos más desconcertantes. Recién llegábamos a la mansión, exhaustos y adoloridos, cuando Patrick entró en el vestíbulo. Portaba vestimenta formal, luciendo elegante e inalcanzable. Sostenía un celular contra su pecho, apretándolo bruscamente, mientras me observaba con recelo.

—¿Por qué tardaron setenta minutos? —cuestionó caminando hacia nosotros, la tensión era palpable—. Los horarios deben respetarse, Wilson tiene tareas pendientes.

Cada palabra que pronunciaba, así no fuesen insultos directos o comentarios maliciosos, producían desagrado. El malestar se hizo presente más temprano que tarde, terminaría vomitando pronto, necesitaba alejarme.

—Fue mi error —respondió sin titubeos—. Estaba hablando con una chica que me interesa, perdí la noción del tiempo. —Sonrió ligeramente, los gusanos devoradores empeoraron.

—¿Tienes novia? —su pregunta le cayó como dagas heladas y filosas, pude distinguir la creciente incomodidad en él.

—No es nada serio —aseguró—. Solo encuentros casuales, si entiendes de qué hablo.

Mi garganta se contrajo, aquellas palabras dolieron, pero sabía que la declaración no era honesta: mentía porque buscaba distraer a Patrick del verdadero objetivo.

—Mucho mejor. —Guardó su celular en el bolsillo delantero—. Las mujeres son una distracción a tu edad, luego puedes formalizar. Asegúrate de conocerla bien, eso sí. —Le advirtió repentinamente serio, arrugando la frente pálida—. Hay maldad escondiéndose detrás de una apariencia bella.

Tú eres el claro ejemplo.

Se sumergieron en conversaciones triviales, ignorándome. Para cualquier empleado que viera sus interacciones, ellos lucirían cual padre e hijo, mas noté ciertas expresiones y movimientos del rubio que lo delataban: Aaron Miller fingía. Como si el día no hubiese sido largo, aún había alguien que esperaba abalanzarse sobre nosotros. Una mujer salida del mismísimo averno nos atrapó mientras estábamos yendo hacia la cocina, intentando obtener hielo para los nudillos hinchados.

—No dormirás con mi hijo —espetó Rebeca, parándose junto al ventanal del pasillo principal. Giró la cabeza en ambas direcciones, comprobando que nadie se acercaba—. Quiero tus cosas fuera de su habitación.

—Ya hablamos sobre el tema, mamá —le respondió con voz hastiada, empezaba a ponerse malhumorado—. Te aclaré la situación.

—Nunca dije que permitiría esto. —Algo oscuro invadía esa mirada grisácea, sofocante.

—¿Qué pretendes? —increpó fastidiado, aumentando el enojo de Luzbel.

—Cuidarte. —Mantuvo su postura firme e inquebrantable.

—¿Y quién lo cuidará? —la pregunta logró tomarla desprevenida—. Si Patrick averigua que Dominik se fue a otra habitación...

—Puedo inventar una excusa —había mascullado, no parecía convencida.

—Sabes cómo es, creerá que discutimos y le echará la culpa. —Aaron tocó mi brazo con sutileza, pero ella detectó el movimiento enseguida—. No merece más golpes.

Rebeca suspiró pesadamente, tocándose el puente de la nariz. Ambos nos sentíamos aturdidos por esa respuesta, me resultó imposible dominar los latidos acelerados (o el cosquilleo inusual atravesando mis piernas). Seguí callado, participar en su conflicto familiar era suicida. Al final, con evidente resignación, aceptó que compartiéramos habitación. Sin embargo, como cualquiera esperaría, existía una condición: dormir separados durante algunos días. Todas mis cosas permanecerían allí, solo debía irme hasta que ella se calmara. Patrick no lo notaría mientras fuera precavido.

Aaron entendió que, si rechazaba su propuesta, iniciaría la tercera guerra mundial. Yo también lo sabía, por ello asentí enseguida. Cuando el ambiente iba perdiendo aquella tortuosa tensión, Rebeca desapareció entre los pasillos laberínticos, permitiéndonos huir a la enorme cocina. Allí nos encontramos con el cocinero, cuyo nombre olvidé o nunca supe, y un par de empleados aleatorios. Aaron, bajo atentas miradas, me puso hielo en cada herida que veía.

—¿Arde mucho? —preguntó sujetando mi mano—. Traeré algo para curarte.

Fue suficiente, no pude soportarlo.

—N-Necesito espacio —balbuceé.

Esperaba protestas, tal vez algún comentario mordaz, pero dejó que me alejara. Totalmente agobiado, fui avanzando por las amplias salas y escaleras, solo deteniéndome en nuestra habitación. Luego de tomar varios libros, abandoné el lugar con rapidez. Ni siquiera recordé llevar pijamas, ya tenía lo más vital. Deambulé absorto entre pensamientos difusos, buscando un nuevo refugio para ocupar. Requería que estuviera apartado de la contradicción errante llamada Aaron Miller. Entonces hallé una alcoba, bastante pequeña, ubicada en el ala oeste. Apenas poseía muebles simples y colores monocromáticos (derivados del negro), pero no me quejaría mientras tuviera cama. Me recosté sobre ella, esperando que los relatos grotescos apaciguaran mi desastroso corazón.

Releí la misma página ocho veces.

Cierto rubio se adentraba en el abismo infernal de mi conciencia. Tan solo ese día, sin haber transcurrido veinticuatro horas, su conducta sufrió alteraciones preocupantes: arriesgó la maldita vida por mí, engañó a Patrick, dijo que no merecía más golpes e intentó curarme. Incluso ahora, casi dos semanas después, tampoco ha mencionado lo sucedido con Fred. Descubrió que le mentí, hubiese sido normal reclamar o maldecir, pero quiso ignorar el asunto.

Comprendo que vivimos una situación límite, usualmente no te apuntan con armas de fuego, mas su extraña actitud todavía persiste.

Lo peor ocurrió hace varios días, cuando no podía conciliar el sueño. Era muy tarde, hasta nuestros empleados dormían. Un golpeteo incesante atravesó la habitación, asustándome. Al instante apagué cualquier lámpara delatora, tomé el inmenso edredón y me cubrí entero. Oí cómo la puerta se abría, acelerando los latidos de mi errático corazón.

—¿Dominik? —Pasos retumbaban vigorosamente, demasiado cerca—. ¿Estás despierto?

—No —murmuré.

Empezaba a ponerme nervioso, su presencia significaba una cosa: incumplir con nuestra palabra. Rebeca Miller, alias el diablo, nos mataría si se enteraba.

—Qué infantil —resopló.

Percibí movimientos y sonidos confusos, cual porcelana chocando entre sí. La luz tenue se filtró a través de mis ojos cerrados, seguido por el frío devastador que me atacó sin piedad. Levanté la cabeza con precaución, hallando a un sonriente rubio que sujetaba el edredón.

—¡Oye! —Intenté recuperarlo en vano, la bestia ya lo había acaparado.

—Preparé más chocolate caliente del necesario. —Apuntó su dedo índice hacia el escritorio, donde se encontraban dos tazas humeantes. Retrocedió hasta ellas y las agarró cuidadosamente, dirigiéndose a mí—. Lo hice recién.

—Son las tres de la mañana —respondí incorporándome, confundido.

—¿No quieres? —cada sílaba sonaba vacilante, parecía decepcionado—. Pensé que sería buena idea tomarlo juntos.

Jamás podría negarme.

—Tú ganas, dámelo —fingí resignación.

Aaron se inclinó sobre mi pequeña cama provisoria, sentándose. Ya establecido, me entregó aquella taza hirviente y bebió de la suya, suspirando con placer. El dulce aroma nos cautivó, ofreciendo un momento agradable. Ninguno habló, solo disfrutamos de nuestra compañía. Cuando terminamos, él amablemente se ofreció a lavarlas. No esperaba que, pocos minutos después, apareciera otra vez.

—¿Olvidaste algo? —le pregunté divertido, alzando ambas cejas.

—La noche está muy fría —contestó frotándose la nuca, nervioso.

—Me impresiona tu capacidad de percibir temperaturas heladas —lo molesté a propósito, ganándome una mirada irritada.

—Tengo las extremidades congeladas. —Deslizó varios dedos por su cuello, relamiéndose los labios. El maldito buscaba provocarme y lo estaba consiguiendo—. ¿Sabrías cómo calentarlas?

Le seguí el juego.

Me estiré seductoramente, gimiendo debido al supuesto movimiento. La parte superior del pijama se levantó, mostrando mi abdomen plano y blanquecino. Aaron tragó saliva, luciendo depredador.

—Enciende el aire acondicionado —interrumpí su escrutinio. Él mantuvo silencio durante varios segundos, entrecerrando los ojos.

—También necesito abrazar algo mientras duermo. —Caminó en mi dirección con impaciencia.

—¿Te presto una almohada? —no me resistí, era demasiado entretenido verlo indignado.

—¡Maldición! —exclamó hastiado, lo había llevado al límite—. ¡¿Sabes qué?! ¡Me subiré a tu jodida cama y dormiré contigo porque te extraño! —La actitud desafiante murió tan rápido como apareció, sus mejillas mostraron un rosa pálido—. Nuestra habitación se siente vacía sin ti, apenas consigo descansar.

—Ven aquí —fue lo único que pude responder mientras le hacía un espacio en mi cama.

La conclusión sencilla, menos pensada y típica, sería atribuirle esta anomalía de comportamiento a los sentimientos románticos. Yo creo que, teniendo en cuenta cómo se desarrolló nuestra relación aversiva, el causante es la culpa. Se ha vuelto amable porque anhela compensar el daño ocasionado, busca redimirse ofreciéndome atención innecesaria.

Mierda, es ridículo especular así.

Mi inquietud va más allá de Aaron, hay un patrón repitiéndose constantemente, empezando por Takara Jones y el recelo que me produjo su aparición. La chica sonriente, de cabellos coloridos, era afectuosa: mi cerebro no lograba procesarlo. El cariño nunca fue un concepto que entendiera, solo pude sentirlo cuando ella aún vivía.

Elizabeth Evans logró que este mundo sombrío, ante los ojos cristalizados de su hijo, valiera la pena.

Recuerdo con dolorosa precisión aquel día, estábamos en nuestro hogar. La tarde era cálida, perfecta para salir al jardín. Se veía radiante, su cabello negro y largo le llagaba a la cintura, balanceándose mientras atravesaba el vestíbulo conmigo entre sus brazos. Afuera, lejos de las paredes que nos retenían, admiramos las dalias violetas que tanto amaba. Yo no entendía el motivo, eran bonitas pero insignificantes.

Aprendí a valorarlas cuando Patrick, pocas horas después, arrancó y destrozó cada una de ellas.

Solo apreciamos algo una vez que lo perdimos, allí reconocemos su importancia.

Cuando sentí el primer movimiento brusco, la luz en su mirada se había oscurecido. Mi madre cayó sobre las flores, todavía sosteniéndome. El delgado cuerpo no reaccionaba, se hallaba inerte. La única persona que me otorgaría afecto genuino, apoyo incondicional y protección, estaba muerta. Tenía cinco años, desconozco cómo llegué a una conclusión tan extrema, simplemente lo supe. Ella jamás despertaría.

Mi mundo se quebró.

Patrick organizó el funeral, o al menos es lo que escuché, no se me permitió asistir.

Los sucesos posteriores son borrosos, apenas logro visualizarlos, pero las sensaciones aún permanecen intactas: no podía respirar, me asfixiaba lenta y tortuosamente. Sentía el suelo frío contra mi rostro húmedo, tenía ambas manos magulladas por golpear varias veces la dura superficie. Fue la primera vez que sufrí un ataque de pánico.

El mundo siempre avanza, con o sin ti.

Aquella mansión antigua se volvió lúgubre, Elizabeth era su luz y al fallecer la extinguió. Nuestro refugio dejó de serlo, convirtiéndose en un agujero vacío, pútrido. Patrick me utilizó para desahogarse: los golpes aumentaron, el miedo prevaleció. No hubo más cuentos, cada noche parecía eterna.

La vida se tornó gris.

Quienes me rodeaban no fueron amables, fueron cobardes. Le temían al apellido Evans, mantenían silencio ante cualquier agresión y agachaban sus patéticas cabezas. Nadie denunció, nadie habló. Wilson trataba de ayudar discretamente pero, para un niño maltratado, las palabras tranquilizadoras eran inútiles. Todos, orillados por su egoísmo, comenzaron a ser indiferentes. ¿Dominik recibió nuevos golpes? Interferir significa perder mi grandioso trabajo, mejor me quedaré inmóvil. ¿Está llorando? Lo ignoraré así evito problemas.

Entonces supe que el odio era menos doloroso.

Si alguien te odia es porque, de cierta manera, le importas. La indiferencia demuestra, en su completo sadismo, cuán insignificante es tu existencia. Eres prescindible, reemplazable.

Las decepciones trajeron miedos, los miedos trajeron desconfianza y la desconfianza trajo soledad. 

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