Dulce disposición

By Bluecities

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Sé que escuchaste hablar de la hermosa adolescente que es nueva y enamora a todos con tan solo sonreír. Todos... More

·· cero
reparto
·· crisálida
uno
dos
tres
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cinco
·· metamorfosis
seis
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diez
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doce
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catorce
quince
·· eclosión
dieciséis
diecisiete
dieciocho
diecinueve
veintiuno
veintidós
veintitrés
veinticuatro
·· epílogo

veinte

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By Bluecities

Lo que nunca se dió, sucede finalmente

El detective se preocupó bastante por Wren, a decir verdad. Sé que en varias ocasiones se pasó por su cara para comprobar que estuviera vivo, no necesariamente bien, y que llegó a llevarle comida. Siempre le preguntaba a Cora por él. Quería asegurarse de que no estuviera solo. Si bien nunca le habló sobre su padre ni del proceso que estaban llevando a cabo, asumo que habrá sido para no perturbar al pobre muchacho. Lo habrá visto débil, algo trastornado y con pocas horas de sueño, como todos lo vimos esa temporada, y se habrá rehusado a aportar a la causa.

Cosa que entiendo y a la vez no.

En cualquier caso, en una de sus visitas le ofreció la oportunidad de tener una charla con su padre. Ya saben, algo así como un vis a vis. La fiscal consideró que podía darse sin ningún problema, así que llevarían a Byron (a quien finalmente trasladaron a Gunnhild) de nuevo a Gahnder para eso. El hombre había aceptado, solo necesitaban que Wren diera su sí.

Y por supuesto que eso hizo.

No sabía cómo sentirse al respecto. Quiero decir, ¿qué? ¿Es posible que tu padre sea un asesino y tu imagen de él no cambia? Cabe recalcar que no tenían un vínculo tan profundo. El pobre Wren creció con su madre, Bea, quien siempre fue de ese tipo de madres presentes dentro de la posibilidad que les ofrece su trabajo. Pero a pesar de ello, el hijo de Byron adoraba a Bea. Perderla lo marcó de por vida, y aunque le costó sanar, lo hizo. A pesar de ello, nunca logró sentir lo mismo con su padre. No sentía que lo conociera. No sentía siquiera que hubiera cariño entre ambos, más allá del que debían fingir tener por la relación padre e hijo que intentaban construir.

Pero lo cierto es que a Wren poco le importaba su padre. Lo que le aterraba era quedarse solo. El destino de su vida a partir de este terrible acto. Y, como un simple detalle extra, todo el tema de la pistola que tanto lo atormentó cuando Mae desapareció. ¿Por qué su padre tenía eso? ¿La utilizó? ¿Cómo era eso posible?

Mil preguntas giraban en la cabeza del pobre muchacho. Pareciera que la oportunidad que se le dio, lo desestabilizó de a poco aún más. Era lo contrario a lo que esperaba el detective, por lo que cuando se dio cuenta de esto le propuso cancelarlo. Pero Wren se negó.

—Necesito hablar con él—alegó, mostrando ese lado suyo que afloró de a poco.

Si bien siempre se trató de una persona sensible que demostraba serlo, esos días su imagen cambió. Wren parecía una piedra. Una que no podía cambiar su semblante serio y duro ni aunque lo intentara. Se le notaba la falta de horas de sueño. Hasta parecía que se tambaleaba cuando caminaba. Quería estar solo todo el tiempo. Que fuera a clases era algo bueno, pero también es cierto que era lo único que hacía. Claro está que abandonó la banda. Se lo dijo a Coraline, y cuando esto sucedió a su amiga se le cayó el alma a los pies.

—No... no puedes hacer eso, Wren. No puedes dejar la...

A lo que él respondió de la forma más tajante posible.

—No te atrevas a decirme que no puedo hacer lo que intentaste cuando Mae desapareció.

Por lo que, a pesar de todos los intentos de Cora, Wren estaba oficialmente fuera de eso.

Quería alejarse. Encerrarse. Sentía que necesitaba eso. Que todo era un constante caos en el que él estaba metido, luchando por encontrar una tranquilidad, un lugar en el que descansar por fin. Y, para eso, debía desprenderse de todo lo que le recordaba a su padre.

Por alguna razón, concluyó que la banda era una de esas cosas.

Le avisaron a Wren que su encuentro sería ese sábado, el mismo día que Coraline, Kelsey y yo planeábamos ir a Gunnhild. De nuevo, la rubia no sabía qué hacer. Si debía acompañar a su amigo o, por el contrario, venir con nosotros. Por eso se lo preguntó, diciéndole sin entrar en muchos detalles que queríamos volver a contactar con un viejo amigo de Mae. Y poco le importó a Wren esto. En realidad, le interesaba poco y nada todo lo que tuviera que ver con la desaparecida. El único centro en su cabeza era volver a la normalidad. Tener una, al menos. Y para eso, primero, debía enfrentarse a su padre. Quería hacerlo solo. No necesitaba a Coraline ahí para eso.

—Pero te prometí que no te dejaría solo—le dijo ella.

A lo que, de nuevo, él le respondió de la misma forma tajante.

—Yo te estoy pidiendo que lo hagas. Date cuenta.

Dicho y hecho, la actitud de Wren terminó sacando de quicio a su amiga así que ella se decidió a venir a Ghael incluso con ganas. Compramos los pasajes, arreglamos los horarios con Fletcher y parecía que estaba todo hecho. Hasta por mi lado no había problema, puesto que mamá se ofreció para hacerse cargo de Susie ese único día. Decía que la extrañaba, y necesitaba pasar tiempo con ella. Supuse que sería así, así que me tranquilizó la idea.

La semana avanzó con lentitud. Me atrevería a decir que el viernes llegó porque debía hacerlo, puesto que si fuera por otra cosa seguiría demorándose. Todos volvimos a nuestras casas, hicimos nuestra vida, y al día siguiente organizamos las cosas. Me refiero a mochilas y eso. Coraline fue a casa de Kelsey al atardecer. Arreglaron encontrarse un tiempo antes del viaje, solo porque tenían ganas.

Y, naturalmente, no me invitaron.

Bromas aparte, esa semana traía muy mal a la rubia. No solo por lo de Wren, sino también por la banda y el hecho de que todo parecía venirse abajo. Kelsey, por su lado, se sentía bastante neutral. Vacía. No estaba ni bien ni mal. Nada parecía perturbarla desde que descubrimos que Mae tuvo relaciones con Byron Hale.

O es posible que siguiera aterrada ante la idea y solo tuviera la mente ocupada en otras cosas para no pensar demasiado. Quién sabe.

—¿Qué buscas?—le preguntó Coraline a Kelsey mientras la veía agazaparse a la altura de un mueble de la cocina en busca de algo.

Estaban las dos solas. Como es normal, los padres de la dueña de casa estaban trabajando, probablemente en Gunnhild, y su hermano estudiando con algún amigo. Teniendo esto en cuenta, Kelsey tenía un plan.

—Necesito algo de mi elixir para la vida—respondió, sacando una botella de vino y volviendo a ponerse de pie.

Buscó dos copas de vino. Coraline solo la miraba, en silencio. Recordó aquella noche de la fiesta en donde se sintió tan diferente que no podía reconocerse. El cigarrillo entre sus dedos y el olor que le resultó tan agradable. La mezcla de sabores: vino y cigarrillo. Se sentía de nuevo en esa madrugada, sentada junto a Kelsey. Recordó el sabor en su boca. Cuánto quería besarla. Era de esos momentos que relacionas con algo.

Pensó si volvería a sentirlo. Esas inexplicables ganas de besar a alguien que ya no le correspondió. Y se preguntó si fue cosa del vino, del cigarro, o de la mezcla de ellos.

—Ven, vayamos a la habitación de mi hermano. Él tiene el balcón—indicó Kelsey tras abrir la botella, mientras tomaba todo para luego dirigirse escaleras arriba.

Sus mochilas estaban en la entrada. Faltaba un rato aun para que tuviéramos que encontrarnos en la plaza central, porque nuestro bus salía al atardecer. Solo querían perder el tiempo, así que se fueron a la habitación del hermano de Kelsey, más específicamente al balcón, y se sentaron como aquella vez de la fiesta, en casa de Sean. Al instante, Kelsey colocó las copas entre ellas y sirvió un poco de vino.

Coraline fue la que dio el primer sorbo, y más tarde se le ocurrió poner algo de música. Hizo eso mismo, sin pensarlo tanto abrió su playlist favorita de Spotify y puso en aleatorio. La primera canción que salió fue Breezeblocks de Alt—J. En silencio, las dos bebieron de a poco la primera copa de vino de la tarde mientras escuchaban la canción. Supongo que no sabían qué decir y tampoco era necesario hablar de más. Fue un buen momento, a pesar de ello. No pasaba nadie por la calle. Estaban más que solas. Parecía de nuevo aquel día, solo que ahora todo estaba peor.

—Hay algo de lo que creo haberte dicho que no habláramos más—dijo Kelsey cuando terminó la canción.

Con una sonrisa, se puso de pie y entró en la habitación. Coraline la vio sacar uno de los libros en la estantería de su hermano, y más tarde se sentó aún más cerca de ella que antes. Le extendía un cigarrillo.

—Solo te falta esto y volvemos a esa fiesta, ¿no crees?

Coraline lo aceptó con una sonrisa. Kelsey le ayudó a encenderlo, pero luego se lo quitó. Le dio la primera calada mirándola fijamente, como si estuviera retándola. O analizándola. O las dos cosas a la vez.

—¿Por qué te gusté, Coraline?—preguntó entonces.

La rubia entrecerró los ojos por un momento, y luego se atrevió a hacer algo: esta vez fue su turno de sacarle el cigarrillo y darle su propia calada, sin decir nada. De fondo ya había empezado a sonar All I wanted de Daughter. En cualquier otra situación se habría sentido arrinconada, pero en ese exacto instante sentía una extraña seguridad que solo experimentaba sobre el escenario.

—¿En serio quieres saberlo?—cuestionó.

Kelsey le sonrió. Se había terminado su copa de vino, por lo que volvió a servirla.

—No se responde una pregunta con otra—instó.

Coraline no dejaba de mirarla. Quería corregirle y atreverse a admitir que seguía gustándole. Que a una parte de ella, la más oculta, todavía le agradaba la idea de ir más allá cuando se trataba de Kelsey. Pensó que lo había superado. Que podía sentir algo diferente. Pero con el tiempo descubrió que la única opción que tuvo en su momento y que seguía teniendo no había cambiado: callar y tragarse todos sus sentimientos.

Sin quererlo y sin buscarlo había comprobado qué sucedía cuando los soltaba. Pero ya no quería alejarla. No más.

—Supongo que fue algo tonto—respondió entonces—. Ya sabes, un capricho de preadolescentes.

—Ya veo—masculló Kelsey entonces—. ¿Entonces te fue fácil dejarlo?

Coraline tuvo que suprimir una risilla nerviosa.

—No tanto como crees—asumió, sintiendo que estaba arriesgando bastante. Intentó corregirse—. Pero lo hice. La distancia siempre ayuda, ¿sabes? Conocí a otras personas. Hice amigos. Dejé de pensarlo.

—Tampoco te di otra opción—aceptó Kelsey.

Fue el turno de Coraline de aprovechar el momento y hacer la pregunta que siempre, durante tantos años, había querido hacerle.

—¿Por qué no?

Antes de responder, Kelsey se tomó una tercera copa de vino de un sorbo. Quizás fue porque creía que solo así se atrevería a soltar lo que le vendía rondando en la cabeza durante ese tiempo, o es probable que haya sido para que el de tiempo a pensar en una excusa, algún comentario irónico que la ayudara a salirse de esa situación.

—Bueno, siempre creí ser hetero, Coraline.

Dicho eso, Kelsey se tumbó sobre el suelo. La rubia la miró desde su posición, sopesando las posibilidades de insistir o quedarse con la duda. Decidió seguir arriesgando.

—¿Y qué pasó?—preguntó.

—Lo que tiene que pasar—habló Kelsey al instante—. Te cuestionas. Te preguntas, ¿qué pasaría si la besara? ¿Significaría que le dije que no para negar alguna posibilidad? ¿Sentiría algo? ¿Cambiaría?

Puedo afirmar que el corazón de Coraline se detuvo al principio de todo. Lo pensó una y otra vez, asegurándose de no estar confundiendo las cosas. ¿Se refería a ella? ¿De verdad?

—Podríamos intentarlo—se arriesgó a decir.

Por un instante, los minutos se detuvieron. Cada segundo contaba. Se miraron a los ojos pero no pensaron en lo mismo. Coraline recordó el dolor. Cuánto le costó soltarla, dejarla ir. Cuántas noches pasó deseando no sentirse como se sentía. Kelsey no tenía idea. Un vacío enorme la atravesaba. Tenía la mente llena de dudas, cuestionamientos que no sabía si surgían allí, cuando estaba con Coraline, o desde antes.

—Claro que podríamos—dijo.

Estaban cerca pero no demasiado. Siempre se puede acortar más el espacio, o al menos eso es lo que dicen. A la rubia el corazón estaba a punto de salírsele del pecho. A la dueña de la casa, por el contrario, todo eso comenzaba a aterrarle.

—¿Entonces por qué no lo haces?

No podían quitarse los ojos de encima. A mi amiga, esa chica que no tenía problema en ser directa y decir las cosas como son, los ojos comenzaron a picarle. Quería llorar. Ella nunca se quebraba frente a nadie.

—¿Qué cambiaría, Coraline?—masculló Kelsey. Hasta parecía molestarle—. Ya lo superaste. Ya no sientes nada. ¿De qué serviría que eso sucediera? ¿Qué pasaría?

—Quizás—susurró Cora, acercándose cada vez más a Kelsey—, pasaría mucho.

Por fin sus narices se encontraron. La rubia cernida sobre su amiga. Cerca pero no lo suficiente. Se miraron a los ojos. No había nada más que ellas dos en ese balcón, el vino a un costado y el sabor en sus labios. Un movimiento, un simple empujón y estarían tan cerca que no haría falta acortar más la distancia.

Kelsey quería hacerlo pero tenía miedo. Miraba los labios de su amiga y se preguntaba por qué le estaba costando tanto. Qué era lo que la detenía si no tiene nada de malo. Pero entonces recordaba que cada aventura conlleva un precio que luego hay que pagar, que si se arriesgaba en cualquier momento perdería. Estaba al borde del abismo. Se sentía expuesta. Podía besarla, pero una parte de ella la retenía. Esperaba que su amiga diera el primer paso para no ser ella la causante de una catástrofe. No podría culparse así.

Coraline alcanzó con sus manos a acariciar la piel de la cara de Kelsey. Era suave. Parecía porcelana, perfecta y limpia. Sus dedos comenzaron a pasar por cada parte, desde el puente de su nariz hasta su ceja, la mandíbula y luego se detuvieron en sus labios. Moría por ellos. Acercarse era fácil, lo difícil estaba después.

Quería. No quería. Quería no querer.

En ese exacto instante en el que Coraline pensaba hacerlo sin más, un ruido interrumpió el momento. Se trataba del móvil de Kelsey, sonando a un lado. Era yo. Puedes odiarme si quieres, pero en realidad tenía una muy buena razón para estar llamando.

Al instante, mi amiga atendió a la llamada, mitad agradecida y mitad enfadada por tener que alejarse de Coraline.

—¿Qué sucede, Gunner?—me espetó.

Por supuesto, me ofendí.

—¿Cómo que qué sucede, imbécil?—respondí—. ¡Mira la hora! ¿Dónde mierda están? Estoy esperándolas hace quince minutos.

Fue ahí cuando ella por fin miró el reloj, aterrada.

—¡Mentira!—reclamó.

—¡Cinco minutos, está bien!—acepté, porque ante todo soy sincero—. Pero tardarán al menos diez en llegar. Ahí sí que serán quince minutos de espera.

—Tardaremos menos. No exageres. Adiós.

Colgó mi llamada tan rápido como la atendió, y entonces toda su atención recayó otra vez en Coraline. La miró sin decir mucho, y no lo pensó dos veces. Una de sus manos buscó la nuca de su amiga, la sostuvo sin titubear, y entonces sucedió. Acercó sus labios, besándola. Todo el dolor de un rechazo que llevaba años presente se consumió en tan simple acto.

Así que al final tuve que esperar más de quince minutos, te lo aseguro.

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